Herme Cerezo / SIGLO XXI, 12/07/09
El escritor Emilio Calderón, Málaga, 1960, ganó el pasado mes de mayo la 13ª edición del premio Fernando Lara de Novela 2008 con ‘El judío de Shanghai’, una obra que recoge la vida del gueto judío de la ciudad asiática durante la II Guerra Mundial y que, de algún modo, acerca al lector a la Casablanca de Michael Curtiz o al Shanghai de ‘El Loto Azul’, uno de los álbumes míticos de Tintin, el genial periodista creado por el belga Hergé. Calderón además de escritor es también historiador y editor. Durante diez años trabajó la literatura infantil y juvenil, para pasar después al mundo de los adultos con ‘El mapa del creador’, ‘El secreto de porcelana’ y ahora ‘El judío de Shanghai’. El malagueño suele escribir en la Biblioteca Nacional de Madrid sin acercarse, ni por asomo, a los mapas de Ptolomeo, aunque como él mismo dice "soy de los que registran para comprobar que no los he robado". Acude a la Biblioteca porque sus "escritos requieren de un fondo documental importante y eso lo encuentro allí". Pasa la jornada entera rodeado de libros, silencio y otros escritores, como Vargas Llosa, Ian Gibson o Juan Manuel de Prada, que también deambulan sus soledades entre los pupitres de la Biblioteca.
No la llevo bien porque en el fondo es algo muy cansado y termino repitiendo siempre lo mismo en distintas ciudades. Hoy, por ejemplo, llevo once entrevistas. Y me faltan Sevilla, Barcelona ... Cuando uno escribe lo hace como un acto íntimo y luego, cuando se publica, te conviertes en una especie de exhibicionista. Es como una paradoja y algunos escritores eso no lo llevamos bien.
Pues a mí me parece que a muchos escritores les gusta hablar en las entrevistas.
Yo también hablo bastante, pero quizá lo hago adoptando una actitud defensiva.
Entonces, abreviaremos. ¿De verdad que uno no sabe que ha ganado el Premio Fernando Lara hasta que se hace público el fallo del jurado?
Totalmente cierto. Yo lo pasé muy mal porque el sistema de votación es bastante cruel. A la final llegaron diez autores y mientras se celebraba la cena, el jurado deliberaba. Entre plato y plato, salía un secretario que leía en voz alta cómo iban las votaciones. Los que tenían menos votos se caían de la lista. A la tercera votación estaba uno de los nervios. Y, sinceramente, me dio mucha lástima que la novela que llegó a la última ronda, junto a la mía, no obtuviese premio, ya que el Fernando Lara carece de finalista.
Tú tienes agente literario, ¿son imprescindibles para hacer carrera en el mundo de las letras?
Desde mi punto de vista sí, pero hay escritores que no tienen agente y les va muy bien. En ese sentido hay una discusión sin solución. Yo no me quejo, tengo la misma agente que Ruiz Zafón y mi primera novela para adultos consiguió publicarla en veintitrés países. Como ves, en mi caso concreto, sí es imprescindible.
¿‘El judío de Shanghai’ es una novela histórica pura?
Pienso que no. Está ambientada en un periodo histórico, durante la II Guerra Mundial en Asia, pero yo siempre digo que es una novela más de personajes que de historia propiamente dicha. Los personajes están por encima de los acontecimientos históricos que ocurren en la narración. Es lo que pretendía conseguir cuando la escribí.
Arranca con tres cartas, ¿para ti es importante escoger bien el principio o eres un escritor de medio fondo?
Me parece muy importante el principio. Esto es un juego, evidentemente, y al final lo que haces es llevar a tu terreno al lector. Yo quería contar una novela de memorias, de recuerdos y me parecía que el género epistolar invitaba a ello.
¿Cómo se te ocurrió el argumento?
He de reconocer que la historia me encontró a mí, no yo a ella. Hace un par de años fui a Shanghai a pasar las Navidades y descubrí que, detrás de una ciudad tan vanguardista y llamativa, había vestigios de una comunidad judía de cierta relevancia: sinagogas, cementerios hebreos... Comencé a preguntar y averigüé que, durante la II Guerra Mundial, allí hubo un gueto judío, el único que no estuvo en manos de los alemanes. La verdad es que pensé que acababa de encontrar un filón, en el sentido de que podía escribir una novela que conjugase el exotismo oriental con el holocausto judío.
Obviamente, los japoneses trataban mejor a los judíos que los alemanes, ¿no?
Sí, sí, aquello no era un campo de concentración. En realidad, era una zona de la ciudad, un barrio acotado con alambradas, donde veinte mil judíos convivían con cien mil chinos menesterosos de manera que, a pesar de que los japoneses recibieron las directrices de los alemanes para aplicar la solución final, no la pusieron en práctica.
¿Existía algún motivo especial para ello?
Los japoneses fueron más benévolos que los alemanes por una razón bien curiosa: cuando recibieron la orden de aplicar la solución final, el gobernador militar se reunió con la máxima autoridad hebrea del gueto, un rabino, y le preguntó por qué los nazis sentían tanta animadversión contra su pueblo. Y el rabino, muy astuto, le respondió que los odiaban porque eran orientales. Eso relajó la tensión hasta tal punto que los japoneses, personas prácticas, utilizaron a los judíos. Por un lado, hicieron el paripé de crear el gueto y por otro a los judíos de origen ruso les permitían libertad de movimientos, ya que existía un pacto de no agresión entre Rusia y Japón. De este modo, en Shanghai se produjo una situación casi esquizofrénica, con un gueto en el que estaban encerrados los judíos apátridas, huidos de la zona de influencia alemana, y con la existencia, al mismo tiempo, de un club social hebreo, al que asistían los judíos de origen ruso. Una situación verdaderamente compleja.
Observo un cierto paralelismo entre tu Shanghai y la celebérrima Casablanca, ¿hay un prototipo de ciudades para escribir historias de amor, mezcladas con espionaje y alemanes nazis?
Son lugares que existieron durante una época, un tiempo corto, y lo que yo he hecho es reflejar una ciudad a punto de extinguirse, retratar el último resplandor de un mundo que se acaba. En ese sentido sí que se parecen, porque en el fondo Casablanca o Shanghai, eran un refugio para todos los que tenían que huir de algo, aunque fuese de su propio pasado.
¿Tu novela es cinematográfica?
Yo así lo creo. Sin duda se debe a que pertenezco a una generación creada con el mundo de la imagen: la televisión o el cine. Y eso hace que mi escritura, aunque no lo pretenda, sea muy visual.
Después de tres novelas, una de ellas galardonada con el Fernando Lara, ¿Emilio Calderón aún siente el miedo a la página en blanco?
Sinceramente, no. Yo diría que eso es un mito, porque escribir es como otro trabajo cualquiera. Lo que uno tiene que hacer es quedarse sentado ante la hoja, concentrarse y resolver los problemas que se le plantean en cada momento.
¿Encuentras fácilmente la voz narrativa?
Me cuesta, pero cuando la encuentro ya no la suelto. A veces lo que hago es que escribo tres o cuatro principios hasta que noto que hay una afinidad entre mi persona y la voz que va a narrar la historia.
¿Siempre escribes en primera persona?
Sí, suelo hacerlo porque prefiero la primera a la tercera. El narrador omnisciente siempre me obliga a preguntarme cómo es que hay alguien que sabe tanto, que lo conoce todo. Prefiero las historias más cercanas, con más rozamiento y eso me lo da la primera persona, porque parece que se dirige al lector de un modo más directo.
‘El judío de Shanghai’ ya es pasado, ¿preparas algo nuevo?
Estoy escribiendo una novela que está ambientada en la Revolución Francesa, es una historia de amor entre la protagonista, una española, que tiene una gran importancia en la Revolución y que se enamora de un revolucionario. Son las dos caras de la revolución en una historia de amor.