En una entrevista publicada en el diario ABC hace algún tiempo, el escritor irlandés John Banville, Wexford, (Irlanda), 1945, explicaba que “En mis pesadillas veo un diccionario de escritores editado en 2080 donde en la entrada de John Banville se lee: “Banville, John”: ver “Black, Benjamín””. Así vive este autor, al que algunos críticos han bautizado como “escritor de escritores”, la bifurcación que, desde hace unos años años, ha sufrido su carrera literaria. Por un lado, pervive Banville, John, autor de títulos como ‘Ghosts’, ‘Athena’, ‘El intocable’, ‘Eclipse’, ‘Impostoras’, ‘Prague Pictures: Portrait of a City’ y ‘El mar’, editor de The Irish Times y colaborador asiduo de The New York Review of Books. Y por otro, ha surgido de su propia persona Black, Benjamín, como por ensalmo, todo un fogonazo, autor de tres novelas negras: ‘El secreto de Christine’, ‘El otro nombre de Laura’ y ‘El lémur’, estos tres últimos títulos publicados en España por Alfaguara.
¿Cómo ha ocurrido esto? Pues no se sabe muy bien la causa. Pero lo cierto es que la incursión de Benjamín Black en el género policial ha supuesto no un soplo de aire fresco sino un vendaval de literatura de enorme calidad. Al menos en las dos primeras entregas, protagonizadas por el forense alcohólico Quirke, ‘El secreto de Christine’ y ‘El otro nombre de Laura’, porque su tercera obra, ‘El lémur’, a mi entender y sin renunciar a una innegable validez, es otra cosa.
La capacidad de autoexigencia que se impone Banville, John, es elevada, enorme, devastadora si me apuran. Según quienes le conocen, el irlandés nunca se muestra contento con lo que escribe. Pule y repule sus textos en búsqueda de una perfección que, como señalaba el reciente Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, a propósito de la famosa trilogía de Stieg Larsson, no existe. Porque no puede existir. Una novela de Banville, John, es otra cosa, es un sortilegio en el que el lector, sorprendido, va descubriendo toda la riqueza de su lenguaje, de sus construcciones, de sus estructuras. Todo ello en un castellano, excelentemente cuidado por el traductor de sus novelas, Miguel Martínez Lage, lo que nos permite disfrutar de muchos – de todos no, supongo – de sus matices.
Precisamente esta depuración y preocupación, este mimo por el lenguaje que hallamos en Banville, John, lo encontramos también en Black, Benjamín, ya que el escritor irlandés ha conseguido trasladar su riqueza literaria al terreno de lo negro, de lo policial, del crimen sin resolver. Excepto ‘El lémur’, las novelas negras de Black, Benjamín, son literatura, en el sentido más amplio del término, textos que su autor reviste de una estructura policial, aspecto que pasa a ocupar un lugar secundario cuando nos adentramos en el mundo soñado y narrado por el irlandés porque entones brillan otras cosas: la exploración de los sentimientos y de la mente de sus personajes, la justificación de todos y cada uno de sus gestos, de sus palabras de sus silencios … La muerte, el enigma policial, la caza del asesino, existen y están bien construidos, tramados, narrados pero no son lo esencial. Cuentan más otras cosas. Cosas otras, como por ejemplo, el ambiente irlandés, gris, lluvioso, plomizo, probablemente el más idóneo como escenario de las dos primeras novelas “policiales” de Black, Benjamín, novelas que, por cierto, están pidiendo a gritos una continuación, una tercera entrega. El lector quiere saber cómo siguen Quirke, Phoebe, Malachy Griffin y todos los demás personajes que conforman estas pequeñas tragedias, estas joyas narrativas procedentes de la antigua Erin.
Pero ahora nos centraremos en ‘El lémur’, su tercera novela “policial”. La transformación que ha experimentado Black, Benjamín, en su propia trayectoria como autor de novelas negras le ha alejado bastante no sólo de Banville, John, sino también del primer Black, Benjamín. Cuentan que el irlandés está sorprendido de su propia capacidad, de la velocidad con la que arremete sus “nuevas” novelas. Y eso se percibe en ‘El lémur’. Si el que esto suscribe no hubiera leído sus dos novelas anteriores, pensaría que Black, Benjamín, sólo es un buen escritor de novela negra, ágil y rápido. El problema radica en haberlo hecho y comprobar gracias a ello que en ‘El lémur’, Black, Benjamín, es, quizá ya, alguien distinto de Black, Benjamin, es decir, ya es Benjamín Black, un autor habitual de novela policial, una auténtica esponja, que sabe exprimir y volcar recursos, tics y trucos del género en el ordenador. Y precisamente por esto, queda bastante lejos de Banville, John y del Black, Benjamín del forense Quirke y compañía.
Personalmente me identifico más con el Black, Benjamín de las dos primeras novelas, más próximo a Banville, John, cargado de personajes tan verosímiles que pudiéramos encontrarlos sentados a la mesa de cualquier pub o apoyados en el quicio de cualquier puerta sin llegar a distinguir con absoluta certeza si son de carne y hueso o de tinta y papel. Con ello no quiero decir que los protagonistas de ‘El lémur’ no estén bien trazados, todo lo contrario. Pero no son lo mismo. Son prototipos del género: un millonario, un policía, un periodista con aires de mosca cojonera, etc., barnizados con el toque personal de Benjamin Black.
No voy a añadir nada más. Les recomiendo, mis improbables, que se internen en el negro mundo de Benjamín Black, sin olvidarse del de John Banville, y hagan el experimento de leer sus novelas para comprobar la evolución de que les hablo y de la calidad de la escritura de este celta irreductible e incorformista, que de joven remataba su atuendo con bufandas de tupida lana y ahora, en plena madurez, lo hace con corbatas serias. Justo, quizá, al contrario que su escritura.
Herme Cerezo
‘El secreto de Christine’, 392 págs., 19,50 € (2007); ‘El otro nombre de Laura’, 368 págs., 19,50 € (2008) y ‘El lémur’, 208 págs., 16,50 € (2009). Editorial Alfaguara.