Aunque no lo es, tiene aspecto de predicador laico cargado de honradez y buenas intenciones hacia el ser humano. Javier Urra (Estella, Navarra, 1957), Doctor en Psicología Clínica y pedagogo terapeuta, fue el Primer Defensor del Menor en España allá por el año 1995. Permaneció en el cargo durante seis años, pero su devenir personal y profesional lejos de terminar ahí es prolijo e intenso. Actualmente trabaja como psicólogo forense de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y Juzgados de Menores de Madrid y es profesor de Ética y Deontología en la Universidad Complutense. Además de todo esto y de un montón de cosas más, escribe libros y, precisamente ahora, acaba de publicar ‘¿Qué se le puede pedir a la vida?’, editado por Aguilar, un texto de autoayuda que puede acompañar al hombre –entiéndase en sentido amplio, genérico, universal– en su caminar por esta senda, plagada de sorpresas, alegrías, penas, encuentros y desencuentros, que es la existencia, la vida. Para ello, Javier Urra propone una herramienta fundamental: el humor.
¿Por qué tienen tanto éxito hoy los libros de autoayuda?
Estos libros siempre han tenido éxito. La gente está insegura y busca apoyos. El mío no es un libro de recetas sino un libro interactivo. Antes el ser humano vivía menos, se moría más pronto y no conocía tantas crisis de pareja, melancolías, fobias o depresiones como ahora. Las personas piensan que son distintas de las demás y en el libro vengo a decir que unas veces somos como Dios y otras veces como nada. En sus páginas reivindico el humor, la capacidad de reírnos ante el espejo y de la autocrítica.
No todos los libros están prologados por un ministro. Este sí, por Ángel Gabilondo.
Nos conocemos mucho de la Universidad Autónoma y también coincidimos hace tiempo en un programa de radio. Ángel es un tipo muy majo, tenemos una buena relación y en el prólogo únicamente habla de sencillez y humildad.
¿Qué propósito perseguías a la hora de escribir esta obra?
‘¿Qué se le puede pedir a la vida?’ no es un libro estrictamente de autoayuda, pero busca ayudar. Quiero que el lector se ponga a pensar y se formule esa misma pregunta antes del último día de su vida. Y que cambie de actitud, si es necesario. También busco propiciar el optimismo, la esperanza, la figura del otro. Para realizarlo me he ido a los clásicos y he incluido frases, tópicos, fábulas, textos de canciones o películas de cine. No es mucho, pero tampoco es poco. Sé que la gente ya conoce muchas de estas cosas pero le ofrezco la oportunidad de reinventarse. Este libro, por supuesto, es criticable, pero también es coherente con mi forma de ser.
Sin embargo, nuestra vida no depende únicamente de nosotros: las circunstancias y los demás influyen en ella.El libro habla de eso. No hay que cargar las tintas en la propia persona porque a veces las cosas vienen mal dadas. Pero las circunstancias no pueden cambiar nuestra libertad, nuestro enfoque. Las cartas que se dan no están bien repartidas y cada uno juega con las que le tocan. Al final perderemos a gente que queremos y moriremos nosotros también. Y eso nos iguala a todos. ¿Por qué un pueblo tan culto como el alemán llegó al holocausto nazi? No lo sabemos y esta cuestión nos genera grandes dudas. El ser humano es capaz de todo lo bueno y también de todo lo malo.
¿Le exigimos mucho a la vida?
Esperamos mucho más de lo que nos puede dar y ahí viene la frustración. Le podemos pedir momentos de alegría, de esperanza, de zarpazo emocional, pero poco más. Hay que tener un proyecto personal y también es esencial dejar un legado por pequeño que sea: una carta, un beso, una casa... Nacemos llorando cuando la gente nos acoge con una sonrisa, bueno será que nos vayamos de este mundo con una sonrisa mientras los demás nos lloran.
La vida te permite vivirla, ¿eso es suficiente?
Saramago decía que sólo le pedía a la vida tiempo para vivirla. Hay gente que lo de vivir no lo lleva bien: quince millones de personas se suicidan al año. Y la verdad es que hay circunstancias actuales, como la crisis o el paro, que son difíciles de manejar. En el fondo tenemos que pesar qué le podemos aportar nosotros a la vida. Y al final hay que preguntarse si mereció la pena vivir o no. Somos muy poco, insignificantes, pero estamos. Hay que relativizar las cosas. El Metro y el AVE están llenos de gente estúpida, con gesto serio y cara de hacer cosas muy importantes, que no para de pensar que esto no va bien... Creo que nos falta compasión, perdonar y perdonarnos. Por ahí va mi libro. Y este tipo de planteamiento puede provocar el aplauso de unos y el rechazo de otros.
Cada ser humano vive de un modo distinto, ¿no?
En el fondo somos parejos, aunque no clónicos. El desamor o la deslealtad nos genera cierto seísmo emocional. En el libro digo que padecemos analfabetismo emocional y que tenemos que manejarnos de otro modo con sentimientos y emociones. Es preciso educarnos en ese sentido. Por eso vienen bien los libros de autoayuda, teniendo siempre presente que ahí no están las respuestas. ‘¿Qué se le puede pedir a la vida?’ ha de servirle al lector para pararse a pensar y a echarle gasolina a nuestra vida. No se puede triunfar a costa de todo.
En estas páginas pregonas la utilización del humor como herramienta para vivir. Pero tampoco podemos ir siempre con la sonrisa en la boca, pareceríamos idiotas.
Cuando se va la luz hay quien grita, pero también hay quien busca el interruptor y lo enciende. Hay personas que siempre están con la sonrisa perenne, sobre todo personajes públicos, y esos me preocupan porque de ahí a la idiocia hay un solo paso. Pero el pesimismo consustancial tampoco es bueno y, además, hay que saber qué entendemos nosotros por estar mal. Es verdad que estamos mal, pero comparados con cualquier país africano, por ejemplo, no lo estamos tanto. Tenemos que enseñar a manejar la duda, la incertidumbre, ser móviles, mercuriales. Este libro es para esa gente, no para la que esté configurada de manera artrósica. Rehuyo a los cenizos y agoreros, es mejor abandonar el pesimismo y abrazar un optimismo que no eluda la realidad.
Con frecuencia, el libro hace referencia al Creador, malos tiempos para Dios ¿no crees?
El ser humano tiene un importante sentido de trascendencia. Me preocupa la religiosidad. Creo que cuando el hombre está solo consigo mismo mirando las estrellas se siente trascendente y piensa que hay algo más. El ser humano se formula muchas preguntas: ¿hay un más allá? ¿Hubo un antes y un después?...
¿Realmente podemos cambiar nuestro modo de ser?
A estas alturas del partido pongo interrogantes en todas las certezas, pero claro que podemos. Con cincuenta años somos capaces de cambiar de pareja, adelgazar, dejar de fumar... Es preciso cambiar si tenemos una artrosis en nuestra forma de ser o, por lo menos, girar un poco el timón. Tenemos que abandonar nuestro estado de insatisfacción permanente y no tener arrugas en el alma.
Concluyo la entrevista con un fragmento muy breve extraído de ‘¿Qué se le puede pedir a la vida?’, cuyo contenido revela bien a las claras los planteamientos de Javier Urra. Dice así: “Yo, por mi parte, todas las mañanas, cuando voy a afeitarme, digo ante el espejo: ¡No te tomarás en serio! Y la verdad es que siempre me contesto que no”.