Javier Moro (Madrid, 1955) colabora desde muy joven en medios de prensa nacionales y extranjeros. Ha trabajado como investigador en varios libros de Dominique Lapierre y Larry Collins. Fue coproductor y guionista de las películas ‘Valentina’ y ‘Crónica del alba’, ambas basadas en la obra de Ramón J. Sénder. Estuvo seis años en Estados Unidos desarrollando proyectos de cine y televisión y colaboró con directores como Ridley Scott. Es autor de ‘Senderos de libertad’, ‘El pie de Jaipur’, ‘La mundialización de la pobreza’ y ‘Las montañas de Buda’ y coautor, junto a Dominique Lapierre, de ‘Era medianoche en Bhopal’. Antes de obtener el Premio Planeta 2012 con ‘El imperio eres tú’, escribió ‘Pasión india’, traducida a diecisiete idiomas, y ‘El sari rojo’.
“Pedro desenvainó la espada como si estuviese en pleno campo de batalla liderando un ataque contra sus enemigos y los de Brasil, contra las Cortes, contra Portugal, contra el resto del mundo –El gesto fue imitado por los militares, mientras los civiles pisoteaban sus sombreros repitiendo la consigna de su príncipe: “¡Independencia o muerte!”, “¡Viva la liberta!”, “¡Viva el Brasil separado!””
Estas palabras fueron pronunciadas por Pedro de Braganza y Borbón, heredero de la corona portuguesa, un hombre que, con apenas veinticuatro años, y con este grito, desafiaba a la Historia, a su padre, el rey de Portugal, y a todo lo que le habían enseñado desde su infancia. Pero, ¿qué llevó a un príncipe, al heredero de una dinastía europea modelo del absolutismo más arcaico, a lanzar una proclama semejante a las emitidas por los caudillos libertadores del resto de Latinoamérica? Esto y mucho más podemos encontrarlo en ‘El imperio eres tú’, la obra con la que Javier Moro ha conquistado el Premio Planeta 2011. Con el autor madrileño, hombre de palabras sosegadas y medidas, pude conversar minutos antes de la presentación de su libro en Valencia, entre el ruido de los ascensores y el trajín, apresurado, de los técnicos de imagen y sonido de Canal 9, de algún camarero y de un mozo de habitaciones. Fue en la tercera planta del Hotel Astoria de Valencia.
Javier, utilizaste el seudónimo de Agustín San José para presentarte al Premio Planeta, ¿cómo se te ocurrió?
Tengo una casa en Ibiza, en el pueblo de San Agustín que pertenece al municipio de San José, de ahí vino la ocurrencia. Mis vecinos, que me conocen, en seguida se dieron cuenta de que era yo quien se escondía tras ese seudónimo y, un día antes del fallo del Premio, lo publicaron.
El escritor Dominique Lapierre es tío tuyo y, además, tienes otros familiares dedicados a la literatura, ¿en tu caso, el hecho de ser escritor es algo genético o vocacional?
No creo que sea genético o que se herede, interviene la vocación, aunque en mi familia haya muchos escritores: mi abuela, mi tío abuelo, Dominique Lapierre, mi prima Alejandra… Lo que sí es cierto es que te crías en un caldo de cultivo muy propicio, porque en el ambiente familiar se habla de historias, de buenas historias, y ves que tu tío vive de escribir y que vive bien además. Entonces destierras la idea de que se pasa hambre para escribir. Me parecía que tenían una ocupación apasionante y sobre todo que, aunque trabajaban mucho, eran dueños de su tiempo y eran libres. Entonces pensé que por qué yo no iba a hacer lo mismo.
¿Fue Dominique Lapierre quien te inició en la literatura?
Desde siempre Dominique me incluyó en su quehacer literario. Mi primer trabajo me lo encomendó cuando yo tenía ocho años. Él estaba escribiendo ‘O llevarás luto por mí’ y quería entrevistar a Luis Miguel Dominguín. Como yo iba a clase con Miguel Bosé, me pidió que le consiguiera la entrevista. Mucho después, cuando me licencié en Antropología y él trabajaba en ‘El quinto jinete’, me envió a Libia para vivir con una tribu en el desierto, ya que tras publicar ‘Oh Jerusalén’, mi tío no estaba bien visto por Gadaffi y no podía aparecer por allí. Lo cierto es que cada vez que necesitaba la colaboración de alguien me escogía a mí, porque me podía decir abiertamente qué tipo de documentación necesitaba.
¿Una gran suerte, no?
Sí, una suerte enorme, porque aprendes a lidiar con la documentación y te va entrando el gusanillo por escribir.
Para ti, ¿escribir es sufrir?
Hay una parte de gozo en la escritura. Sufrir es una palabra demasiado fuerte. Al principio de cada libro, estoy angustiado, porque no lo veo claro, porque no estoy seguro de mí mismo y porque es un reto nuevo. A medida que va saliendo el texto, me relajo y me gusta hasta tal punto que me da pena que se acabe. Al terminar se produce un vacío grande, porque has vivido una vida paralela que se corta de golpe.
¿Te has documentado mucho para escribir ‘El imperio eres tú’?
Sí, como siempre. Antes de sentarme a escribir, he de saber de qué voy a hablar. Es muy importante la preparación previa: leer, investigar, documentarme… Hasta que no considero que tengo suficiente documentación no comienzo, ya que si lo hago puede presentarse eso que se llama el bloqueo del escritor. Y entonces viene la inseguridad.
¿Y cómo te interesas por la figura de Pedro I, protagonista de ‘El imperio eres tú’?
Pasé dos años en Brasil y así fue como lo descubrí. Los brasileños no saben bien cómo hablar de él: o lo pintan como un héroe marcial, que no lo fue, o se entretienen con su parte amorosa y decadente, que sí lo fue. Yo quería ofrecer otra imagen del personaje, descubrir su lado humano, transformarlo en un ser de carne y hueso, narrar por dentro lo que los historiadores habían contado por fuera, hablar de la epopeya de la independencia del mayor país sudamericano. Pedro I, que se convirtió en el adalid de los liberales europeos, pudo ser el primer Emperador de Iberia, ya que hasta Brasil se desplazaron los políticos para ofrecerle este título.
Tus novelas discurren en la India, en Brasil, en resumen en territorios muy diferentes de los nuestros, ¿estos escenarios te condicionan a la hora de elegir el tema sobre el que vas a escribir?
No, a mí me gusta mucho viajar y conocer otras sociedades. Haré algún libro sobre España cuando sea mayor, esté sentado en una silla de ruedas y tenga que acercarme a la Biblioteca Nacional, que está muy cerca de mi casa. Para mí escribir es una aventura y cada libro me supone tres años de trabajo, un tiempo que prefiero pasarlo bien y viajando.
Al escribir sobre un personaje histórico y real como Pedro I, ¿te queda mucho espacio para la ficción?
Ahí radica la dificultad del libro. Efectivamente, el margen de maniobra era muy estrecho y no he querido inventarme ningún personaje ni ninguna situación, porque deseaba mantenerlo lo más cerca posible de la investigación histórica. Ése es el valor que quería aportarle al texto. Lo que sí que queda es espacio para interpretar. Los conflictos están claramente dibujados y he humanizado mucho al protagonista, tal vez eso me valga la crítica de los historiadores brasileños, pero es que yo lo he visto así. Para extraer la personalidad de los demás personajes me he valido de los diálogos. Es un ejercicio lento en el que hay que ir con mucho cuidado, un proceso casi de artesano, porque además tienes que describirlos de modo que resulten atractivos, señalando sus puntos fuertes y débiles.
Al principio, Pedro I no estaba destinado al trono. Sin embargo, la muerte de su hermano mayor posibilitó su llegada al poder. ¿Pudo esta circunstancia condicionar su manera de ser?
Indudablemente, seguro que sí. Pedro I no fue preparado para ser rey, ya que por aquellos años educaban sólo a los herederos. A los 9 años no sabía leer ni escribir, sólo herrar caballos y algo de carpintería. Tras la muerte de su hermano Miguel, fue instruido por ayas y preceptores y creció con la carencia del amor de sus padres, algo muy normal en aquella sociedad. Eso acabó condicionando la historia, porque de ahí surgió un carácter indómito, rebelde, fuerte, muy seguro de su propio instinto y poco proclive a atender los consejos de los demás.
En ‘El imperio eres tú’ hay una frase del rey Juan dirigida a su heredero (“Puedes amar como un hombre, hijo mío. Pero te tienes que casar como un Príncipe”), que no puede estar más de moda actualmente en nuestro país.
Sí, absolutamente [risas moderadas]. Pedro I está enfrentado, desde muy joven, al conflicto de toda esta gente que quiere vivir con plena libertad pero que no puede, porque son herederos reales. Si los desheredan, les quitan su identidad y por eso terminan por acatar. Sin embargo, eso no les priva de conservar la nostalgia de vivir como hombres libres. Cuando el rey Juan le anuncia que ha encontrado su pareja ideal, la archiduquesa Leopoldina, mientras él está enamorado de una bailarina, el príncipe se rebela, pero termina por comprender.
Hubo tres mujeres claves en la vida de Pedro I: Domitila, su amante; Leopoldina, su primera esposa; y Amelia, su segunda esposa, ¿qué le aportó cada una de ellas?
Leopoldina fue fundamental. Le aportó cultura, lo pulió y le ayudó a convertirse en emperador. Fue su gran amiga, no su amante. Domitila le hizo descubrir el amor de verdad. Era una mujer que lo deseaba como hombre, no como emperador. Sus historias, todavía hoy, hacen las delicias de los brasileños. Por último, Amalia fue el descanso del guerrero, un amor más pausado. Él era mucho mayor que ella. La quiso mucho, pero de otra manera. Y este cariño no impidió que todavía tuviera un hijo con una monja al final de su vida. El destino de Amalia realmente fue trágico, porque tras ser humillada por Napoleón al igual que su familia, se quedó viuda a los veintidós años tras la muerte de Pedro I.
Porque era la manera democrática de alcanzar el trono. El emperador es aclamado por el pueblo, mientras que el rey los es por sucesión, por herencia familiar. Ser emperador era recibir un mandato del pueblo. En un país tan grande, el imperio cuadraba más con la concepción que tenía Pedro I de Brasil y de su propia misión. Fue apoyado por su esposa y por los masones, que consiguieron que todos los municipios del país lo aclamasen.
Vivimos al lado de Portugal, pero de los portugueses, además de saber quién es Cristiano Ronaldo, conocemos poco, ¿‘El imperio eres tú’ es una oportunidad para acercarnos a nuestros vecinos?
Creo que sí. Es una pena que vivamos de espaldas a un país que tiene una historia tan fascinante. Sabemos muy poco de ellos. Yo soy muy partidario de la Federación Ibérica como decía Saramago.
484 originales presentados al Premio Planeta 2011, ¿sigue siendo, además del premio más importante, el más atractivo de las letras hispanas?
Creo que sí. El Planeta te proporciona una promoción muy importante, que permite ampliar enormemente tu círculo de lectores. El premio es mucho dinero, pero lo que importa, repito, es la campaña de promoción tan grande que conlleva.
Herme Cerezo/SIGLO XXI, 05/12/2011