Editada por Lumen, ‘Es un decir’ es la nueva novela, la
cuarta ya con tan solo veinticinco años de edad, de la escritora barcelonesa
Jenn Díaz. Una historia de la posguerra con protagonista infantil: Mariela, la
niña en cuyo cumpleaños se produce un disparo mientras se disponía a soplar las
velas de una tarta. Tras el disparo solo quedan el silencio de su madre, los
secretos de la abuela y las preguntas de la propia Mariela, que se empeña en
saber quién mató a su padre y por qué. La acción discurre en un pequeño pueblo,
en cuyas calles aún se perciben los ecos de la guerra civil. Jenn vive para
escribir, relatos, novela, artículos o poesía. Lo hace a cualquier hora, de día
o de noche. No importa donde. A mano y con bolígrafo, sobre una libreta de
rayas. Ahora ha parado un poco. Lo justo para promocionar su libro.
Nada, la verdad es que, desde el principio, he tenido mucha
suerte con los libreros. Mi primer libro ya fue recomendado por ellos sin que
yo los conociese de nada. La editora de Lumen también me conoció gracias a una
librería de Barcelona que se llama Pequod, a la que entró a pedir algo para
leer y le recomendaron una novela mía. La leyó, le gustó y se puso en contacto
conmigo.
¿Te molesta que te
digan que siendo tan joven escribas tan bien o ya te has acostumbrado?
Ser joven me ha abierto puertas siempre, aunque creo que en
el lector final y en ciertos ámbitos del mundillo literario existe una especie
de prejuicio, como si ser joven implicase escribir mal o ser frívolo. Pero
también precisamente por eso, ser joven y escritora resulta una combinación
atractiva para la prensa y hasta ahora me ha ido bien. Por suerte, creo que
todavía me quedan diez años de autora joven.
‘Es un decir’ empieza
con una frase escogida y cuidada: “El día que
cumplí once años mataron a mi padre”.
Lo cierto es que el primer párrafo sí que está corregido,
pero la primera frase no. Me salió así y así ha quedado. No he sido consciente
de que era un buen principio hasta que se editó el libro y empezaron a
decírmelo. Siempre pienso en comienzos al estilo de ‘Lolita’ de Nabokov o de
‘Pedro Páramo’ de Rulfo y, por eso, creía que esta primera frase era como si la
hubiese extraído de un capítulo de la mitad de la novela.
La última tampoco está nada
mal: “La verdad, es un decir, son tan malas como
cualquiera, como todas las demás”
Eso es una pelea que tuve con mi editora. Ella quería que
acabase un pelín antes la novela, pero a
mí me interesaba que terminase así. La frase habla de que la bondad absoluta no
existe y yo quería demostrar que las monjas no son buenas ni malas, son tan
imperfectas como cualquiera.
A la hora de plantearte
las novelas, ¿te dejas llevar por la historia o eres escritora de plano?
Cada vez que he escrito un guión para un libro me ha salido
un desastre. Cuanto menos planeo las cosas, mejores resultados obtengo. Me dejo
llevar y en función de lo que escribo se va ramificando la historia.
En la novela no queda
claro a qué bando pertenecía el padre de Mariela, ¿al hacerlo así conviertes su
asesinato en una cuestión más universal que política?
Sí. Ocurre que yo estaba muy influenciada por las lecturas de
los libros de Ana María Matute. Su
familia era de derechas y para ella el drama se producía cuando le sucedía algo
a un cura. A mí me interesaba que el pueblo condenase a un rojo, porque era
justo lo contrario de lo que yo habría hecho. Cuando era adolescente y mis
amigos trataban estos temas, yo no tenía ni idea de lo que significaba ser de
derechas o de izquierdas, ni de qué partidos había en cada bando. Entonces
reflexionaba sobre el significado de esas palabras, derechas, izquierdas, sin
conocer su segunda acepción. Lo mismo me ocurría con otros términos como rojos,
grises, azules…
¿Hay mucho componente
autobiográfico en ‘Es un decir’?
No, no hay nada autobiográfico pero sí que contiene cosas de
mi familia. Mis abuelos son de un pueblo de Badajoz y algunas ideas las he
extraído de mis veranos allí. He incluido también libros que leí entonces y que
formaban parte de mi universo. Yo comencé a leer y a escribir casi
simultáneamente y todo lo que escribía guardaba relación con lo que leía:
autores españoles cuyas obras respiraban un poso de guerra, de posguerra, de república. Si la escribiese ahora ya no la ambientaría
en una España rural de posguerra, pero entonces me salió de la forma más espontánea.
Quizá eso se deba a que
el pueblo de tus abuelos todavía conservaba ecos de aquella época pasada.
En casa mis padres no hablaban de todo eso, ni mis abuelos
tampoco. De hecho mi abuelo nació el año en que terminó la guerra. Las
historias de la novela no corresponden a la posguerra en absoluto, son
historias del propio pueblo, un territorio que conozco muy bien y que me ha
proporcionado cierta soltura para moverme por sus calles. Cuando regresó lo veo
como siempre. Allí todo ha ido más lento, el ambiente es más cerrado y se
conserva igual.
¿Por qué has escogido la primera persona para narrar?
Las dos primeras novelas que escribí estaban en tercera y
tenía unas ganas tremendas de hacerlo en primera persona. Al escribir en primera
todo me sale a chorro, muy instintivamente. Tras una novela tan coral como la
anterior, me apetecía reducir el número de personajes, profundizar en ellos. Y
para conseguirlo, lo ideal era la primera persona.
Observo que tus novelas
se mueven en parámetros casi fijos, entre 160 y 170 páginas, ¿es esta tu
medida?
Me manejo mejor en lo breve, soy más concisa e intensa. Puedo
alargar la historia, pero sería solo por estirarla porque ya he terminado de
contar todo lo que quería. La primera versión de ‘Es un decir’ tenía cien
páginas más y, tres años después, al empezar a corregirla las suprimí. De
repente se me antojaba superfluo lo que en principio me parecía esencial. Tanto
es así que la tercera parte la reescribí completamente. El tiempo me ha
proporcionado una visión mucho más crítica sobre lo que había escrito entonces
y, además, tengo la suerte de que en Lumen tampoco me han exigido nada en este
sentido.
Después de leer tu
novela, la pregunta sale sola: ¿te interesa más la forma de narrar que la historia
en sí?
Sí, yo creo que eso es lo que te diferencia de los demás
escritores. Hay autores cuya escritura reconocería aunque no supiera la
procedencia del texto. Y eso me hace sentirme bien como lectora. En mi caso,
como la historia no nace completa, me recreo mucho en cómo la voy contando y
después avanzo en la trama, es esencial que no avancen solo los hechos. Cuando
corrijo lo hago en dos sentidos: progresar y embellecer la narración. Como la
primera persona me sale tan fluida y como uso un lenguaje tan coloquial, trato
de darle imágenes para hacerla más bonita. Esta es una costumbre que me llega a
través de la poesía. Por eso disfruto tanto con la escritora Clarice Lispector,
en cuyas obras no ocurren muchas cosas.
O sea que tú eres feliz
porque te leen por lo bien que escribes dejando a un lado la historia que
cuentas.
Eso me lo dijeron mis primeros editores: escribes bonito pero
tus novelas no enganchan, no hay curiosidad por ver lo que pasa. Carlos
González Peón, el del blog ‘La medicina de Tongoy’, me dijo una vez que estaba
leyendo dos libros simultáneamente. Uno de ellos era mío. Dejó el otro pero
acabó mi novela porque yo escribía bien. Eso para mí es un halago y me infunde
confianza a la hora de enfrentarme a la siguiente historia.
En poco tiempo, Jesús
Carrasco, Lara Moreno y tú, entre otros, habéis escrito novelas cuyo escenario
es el campo, ¿se marcha la literatura de la ciudad al medio rural?
Se está marchando pero no solo en el ámbito literario. Por
ejemplo, si entras a un supermercado ves que hay muchos alimentos que proceden
de cooperativas agrícolas. Eso es signo de que todo lo que proviene de allí es
más fresco y que lo ecológico está de moda. Mi primera novela, ‘Belfondo’,
también la ubiqué en un pueblo porque me resulta muy natural. Volver allí para
mí es señal de que todo está bien, de que todo funciona. Con referencia a la
literatura, el hecho de que varios escritores hayamos publicado novelas sobre
el campo me lleva a cuestionarme si no se tratará de una reivindicación.
Tendemos a pensar que la literatura ha de suministrar las
historias cerradas. Y eso no siempre es así. En la vida hay cosas que no se
cierran nunca y otras que sí. En el caso de la novela he dejado cabos sueltos a
propósito, no es ningún despiste. Es mi manera de conseguir que la narración
resulte auténticamente verosímil y natural.
La última por hoy: la
portada de tu novela me recuerda un poco el cartel de la película ‘El silencio
de los corderos’.
Álvaro Colomer, que presentó ‘Es un decir’ en Barcelona, dijo
que en el pasado mes de marzo se habían publicado más de quince libros en cuya
portada había una mariposa. Es posible que esté de moda, no lo sé, lo que sí te
digo es que antes de la publicación de mi novela no me fijaba en esos detalles
y ahora sí.
SOBRE JENN DÍAZ
Jenn Díaz (Barcelona, 1988). Filóloga, lectora editorial, articulista y escritora. Es autora de las novelas ‘Belfondo’, ‘El duelo y la fiesta’ y ‘Mujer sin hijo’. También ha participado en dos antologías de cuentos: ‘Última temporada’ y ‘Bajo treinta’. Gobierna el blog ‘Fragmentos de interior’, en el que ha publicado también otros textos suyos. Colabora en las revistas ‘Jot Down’, ‘Granite and Rainbow’ y ‘Mujeres’, blog del diario ‘El País’.