«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 12 de abril de 2014

Jenn Díaz, escritora: “Cuando narro me dejo llevar y en función de lo que escribo se va ramificando la historia”.

Editada por Lumen, ‘Es un decir’ es la nueva novela, la cuarta ya con tan solo veinticinco años de edad, de la escritora barcelonesa Jenn Díaz. Una historia de la posguerra con protagonista infantil: Mariela, la niña en cuyo cumpleaños se produce un disparo mientras se disponía a soplar las velas de una tarta. Tras el disparo solo quedan el silencio de su madre, los secretos de la abuela y las preguntas de la propia Mariela, que se empeña en saber quién mató a su padre y por qué. La acción discurre en un pequeño pueblo, en cuyas calles aún se perciben los ecos de la guerra civil. Jenn vive para escribir, relatos, novela, artículos o poesía. Lo hace a cualquier hora, de día o de noche. No importa donde. A mano y con bolígrafo, sobre una libreta de rayas. Ahora ha parado un poco. Lo justo para promocionar su libro.
Jenn, los libreros ponderan tu novela, la ensalzan, ¿te ha costado mucho conseguirlo?
Nada, la verdad es que, desde el principio, he tenido mucha suerte con los libreros. Mi primer libro ya fue recomendado por ellos sin que yo los conociese de nada. La editora de Lumen también me conoció gracias a una librería de Barcelona que se llama Pequod, a la que entró a pedir algo para leer y le recomendaron una novela mía. La leyó, le gustó y se puso en contacto conmigo.
¿Te molesta que te digan que siendo tan joven escribas tan bien o ya te has acostumbrado?
Ser joven me ha abierto puertas siempre, aunque creo que en el lector final y en ciertos ámbitos del mundillo literario existe una especie de prejuicio, como si ser joven implicase escribir mal o ser frívolo. Pero también precisamente por eso, ser joven y escritora resulta una combinación atractiva para la prensa y hasta ahora me ha ido bien. Por suerte, creo que todavía me quedan diez años de autora joven.
‘Es un decir’ empieza con una frase escogida y cuidada: “El día que cumplí once años mataron a mi padre”.
Lo cierto es que el primer párrafo sí que está corregido, pero la primera frase no. Me salió así y así ha quedado. No he sido consciente de que era un buen principio hasta que se editó el libro y empezaron a decírmelo. Siempre pienso en comienzos al estilo de ‘Lolita’ de Nabokov o de ‘Pedro Páramo’ de Rulfo y, por eso, creía que esta primera frase era como si la hubiese extraído de un capítulo de la mitad de la novela.
La última tampoco está nada mal: “La verdad, es un decir, son tan malas como cualquiera, como todas las demás”
Eso es una pelea que tuve con mi editora. Ella quería que acabase un pelín  antes la novela, pero a mí me interesaba que terminase así. La frase habla de que la bondad absoluta no existe y yo quería demostrar que las monjas no son buenas ni malas, son tan imperfectas como cualquiera.
A la hora de plantearte las novelas, ¿te dejas llevar por la historia o eres escritora de plano?
Cada vez que he escrito un guión para un libro me ha salido un desastre. Cuanto menos planeo las cosas, mejores resultados obtengo. Me dejo llevar y en función de lo que escribo se va ramificando la historia.
En la novela no queda claro a qué bando pertenecía el padre de Mariela, ¿al hacerlo así conviertes su asesinato en una cuestión más universal que política?
Sí. Ocurre que yo estaba muy influenciada por las lecturas de los libros de Ana María Matute.  Su familia era de derechas y para ella el drama se producía cuando le sucedía algo a un cura. A mí me interesaba que el pueblo condenase a un rojo, porque era justo lo contrario de lo que yo habría hecho. Cuando era adolescente y mis amigos trataban estos temas, yo no tenía ni idea de lo que significaba ser de derechas o de izquierdas, ni de qué partidos había en cada bando. Entonces reflexionaba sobre el significado de esas palabras, derechas, izquierdas, sin conocer su segunda acepción. Lo mismo me ocurría con otros términos como rojos, grises, azules…
¿Hay mucho componente autobiográfico en ‘Es un decir’?
No, no hay nada autobiográfico pero sí que contiene cosas de mi familia. Mis abuelos son de un pueblo de Badajoz y algunas ideas las he extraído de mis veranos allí. He incluido también libros que leí entonces y que formaban parte de mi universo. Yo comencé a leer y a escribir casi simultáneamente y todo lo que escribía guardaba relación con lo que leía: autores españoles cuyas obras respiraban un poso de guerra, de posguerra, de república.  Si la escribiese ahora ya no la ambientaría en una España rural de posguerra, pero entonces me salió de la forma más espontánea.
Quizá eso se deba a que el pueblo de tus abuelos todavía conservaba ecos de aquella época pasada.
En casa mis padres no hablaban de todo eso, ni mis abuelos tampoco. De hecho mi abuelo nació el año en que terminó la guerra. Las historias de la novela no corresponden a la posguerra en absoluto, son historias del propio pueblo, un territorio que conozco muy bien y que me ha proporcionado cierta soltura para moverme por sus calles. Cuando regresó lo veo como siempre. Allí todo ha ido más lento, el ambiente es más cerrado y se conserva igual.
¿Por qué  has escogido la primera persona para narrar?
Las dos primeras novelas que escribí estaban en tercera y tenía unas ganas tremendas de hacerlo en primera persona. Al escribir en primera todo me sale a chorro, muy instintivamente. Tras una novela tan coral como la anterior, me apetecía reducir el número de personajes, profundizar en ellos. Y para conseguirlo, lo ideal era la primera persona.
Observo que tus novelas se mueven en parámetros casi fijos, entre 160 y 170 páginas, ¿es esta tu medida?
Me manejo mejor en lo breve, soy más concisa e intensa. Puedo alargar la historia, pero sería solo por estirarla porque ya he terminado de contar todo lo que quería. La primera versión de ‘Es un decir’ tenía cien páginas más y, tres años después, al empezar a corregirla las suprimí. De repente se me antojaba superfluo lo que en principio me parecía esencial. Tanto es así que la tercera parte la reescribí completamente. El tiempo me ha proporcionado una visión mucho más crítica sobre lo que había escrito entonces y, además, tengo la suerte de que en Lumen tampoco me han exigido nada en este sentido.
Después de leer tu novela, la pregunta sale sola: ¿te interesa más la forma de narrar que la historia en sí?
Sí, yo creo que eso es lo que te diferencia de los demás escritores. Hay autores cuya escritura reconocería aunque no supiera la procedencia del texto. Y eso me hace sentirme bien como lectora. En mi caso, como la historia no nace completa, me recreo mucho en cómo la voy contando y después avanzo en la trama, es esencial que no avancen solo los hechos. Cuando corrijo lo hago en dos sentidos: progresar y embellecer la narración. Como la primera persona me sale tan fluida y como uso un lenguaje tan coloquial, trato de darle imágenes para hacerla más bonita. Esta es una costumbre que me llega a través de la poesía. Por eso disfruto tanto con la escritora Clarice Lispector, en cuyas obras no ocurren muchas cosas.
O sea que tú eres feliz porque te leen por lo bien que escribes dejando a un lado la historia que cuentas.
Eso me lo dijeron mis primeros editores: escribes bonito pero tus novelas no enganchan, no hay curiosidad por ver lo que pasa. Carlos González Peón, el del blog ‘La medicina de Tongoy’, me dijo una vez que estaba leyendo dos libros simultáneamente. Uno de ellos era mío. Dejó el otro pero acabó mi novela porque yo escribía bien. Eso para mí es un halago y me infunde confianza a la hora de enfrentarme a la siguiente historia.
En poco tiempo, Jesús Carrasco, Lara Moreno y tú, entre otros, habéis escrito novelas cuyo escenario es el campo, ¿se marcha la literatura de la ciudad al medio rural?
Se está marchando pero no solo en el ámbito literario. Por ejemplo, si entras a un supermercado ves que hay muchos alimentos que proceden de cooperativas agrícolas. Eso es signo de que todo lo que proviene de allí es más fresco y que lo ecológico está de moda. Mi primera novela, ‘Belfondo’, también la ubiqué en un pueblo porque me resulta muy natural. Volver allí para mí es señal de que todo está bien, de que todo funciona. Con referencia a la literatura, el hecho de que varios escritores hayamos publicado novelas sobre el campo me lleva a cuestionarme si no se tratará de una reivindicación.
La historia de ‘Es un decir’ deja algunos cabos sueltos.
Tendemos a pensar que la literatura ha de suministrar las historias cerradas. Y eso no siempre es así. En la vida hay cosas que no se cierran nunca y otras que sí. En el caso de la novela he dejado cabos sueltos a propósito, no es ningún despiste. Es mi manera de conseguir que la narración resulte auténticamente verosímil y natural.
La última por hoy: la portada de tu novela me recuerda un poco el cartel de la película ‘El silencio de los corderos’.
Álvaro Colomer, que presentó ‘Es un decir’ en Barcelona, dijo que en el pasado mes de marzo se habían publicado más de quince libros en cuya portada había una mariposa. Es posible que esté de moda, no lo sé, lo que sí te digo es que antes de la publicación de mi novela no me fijaba en esos detalles y ahora sí.


SOBRE JENN DÍAZ

Jenn Díaz (Barcelona, 1988). Filóloga, lectora editorial, articulista y escritora. Es autora de las novelas ‘Belfondo’, ‘El duelo y la fiesta’ y ‘Mujer sin hijo’. También ha participado en dos antologías de cuentos: ‘Última temporada’ y ‘Bajo treinta’. Gobierna el blog ‘Fragmentos de interior’, en el que ha publicado también otros textos suyos. Colabora en las revistas ‘Jot Down’, ‘Granite and Rainbow’ y ‘Mujeres’, blog del diario ‘El País’.