Gonzalo es un buen hombre. Quiere
a su familia, es un abogado laborioso, una persona sin nada que ocultar. Pero
nadie puede ser tan transparente en un mundo donde la inocencia no existe. Tras
recibir la noticia del suicidio de su hermana Laura, con la que le unía una
profunda relación en la niñez que se truncó al hacerse mayores, hasta el punto
de perder por completo el contacto, Gonzalo deberá volver a su pasado, al de su
padre Elías, que siempre ha mantenido bien guardado. Ese viaje del abogado nos
llevará de la mano desde los tiempos de las grandes utopías en La Unión
Soviética en los años 30 a la Guerra Civil Española, los campos de
concentración de Francia, la II Guerra Mundial y la resistencia interna contra
Franco. Pero Gonzalo llegará mucho más lejos, nos conducirá a trazar un mapa
exhaustivo de la condición humana, a conocer una historia de amor increíble, la
traición, la culpa, y en fin a un mundo donde la memoria es una invención que
nunca es del todo cierta. En ‘Un millón de gotas’, la última novela de Víctor
del Árbol, editada por Destino, cada acción tiene su consecuencia, aunque se
produzca cuarenta años después. En ‘Un millón de gotas’, pasado y presente se
confunden una y otra vez. Precisamente sobre esta novela anduve conversando un
buen rato con su autor con motivo de su visita a Valencia para presentarla y
participar en Valencia Negra. Víctor se define como un autor que observa muchas
liturgias y que tiene pocas manías a la hora de escribir. Sólo necesita tabaco
y la estilográfica para que su mano izquierda, es zurdo, comience a deslizarse
por las hojas de su cuaderno.
Las vidas suelen ser azarosas y
la mía lo ha sido siempre, lo cual es una maravilla porque me ha permitido
conocer varios registros. Es cierto que pasé por el seminario, viajé mucho, fui
soldador y terminé como mosso d’esquadra
pensando que sería algo anecdótico. Pero la anécdota duró veinte años. Sin
embargo, quiero aclarar que yo siempre fui escritor. Desde mi niñez, el hilo
conductor de mi vida ha sido y es la escritura. Me convertí en lector como una
manera de escapar de una infancia un poco complicada. Descubrí que la lectura y
la biblioteca eran lugares seguros y apacibles y me refugié en ellos. Luego,
poco a poco, me vino el deseo de escribir, aunque el primer libro lo publiqué
muy tarde, en el año 2006.
El periplo de ‘Un millón de gotas’ abarca casi setenta años, 1933-2007,
¿de alguna manera recreas la Historia de España en ese periodo?
En mi mundo literario, utilizo el
pasado y el presente como si fueran entidades univocas, pero teniendo claro que
me interesa la memoria individual, saber cómo construimos las ficciones que acaban
explicando el presente, cómo dejamos de lado lo que nos incomoda y tejemos
nuestro pasado desde una realidad imposible. Y eso solo puedo hacerlo
utilizando dos tiempos diferentes. No escribo dos historias y las voy enlazando,
se trata de la misma historia contada desde dos perspectivas temporales
distintas. Eso ayuda al lector a tener dos puntos de vista y una panorámica más
amplia de la realidad que estoy tratando. Además le proporciono claves para
entender al personaje, en este caso Gonzalo, antes de que viva su propio
presente. Eso proporciona un relieve distinto, una visión más profunda sobre el
relato y el protagonista. El lector anticipa su comportamiento, sabe qué le va
a ocurrir y eso le convierte en cómplice del autor.
¿Es la primera vez que practicas esta técnica? ¿Sabías que la ibas a
utilizar antes de sentarte a escribir la novela?
Nunca trabajo con ninguna opción
a priori, no es algo inherente a mi estilo como escritor. Esta técnica ya la
utilicé en ‘La tristeza del samurái’, una historia que hablaba sobre la
herencia de la culpa. Aquí me interesaba hablar sobre la construcción del héroe
y la de los mitos. Con los géneros me ocurre lo mismo. Creo que la novela
tiende al mestizaje y me parece bien que así sea, porque de este modo eludimos trabajar con el corsé que te imponen
unas normas fijas. A mí los géneros me sirven para distorsionarlos y deformarlos porque lo que realmente me
interesa es la historia.
En ‘La tristeza del samurai’ y también ‘En un millón de gotas’
alternas, por tanto, pasado y presente, ¿el pasado es un elemento fundamental
de la literatura?
Cuando el presente y el futuro no
te ofrecen garantías, miras hacia atrás. Machado decía que el presente no se
termina nunca y cuando buceas en el pasado estás dando por supuesto que fue mejor
y que guarda algo que el presente no te ofrece. Y eso es muy nuestro. Cuando
voy al extranjero y hablo del thriller español
digo que una de sus características es ese tono nostálgico que le diferencia
del hard boiled, un sentimiento
trágico de la vida que se basa en esa falacia de que cualquier tiempo pasado
fue mejor. El pasado es un elemento de la literatura, pero el elemento
indispensable para que exista literatura es el conflicto. Si no hay conflicto,
no hay literatura.
Contaba el otro día un escritor que a un amigo suyo, que era policía,
le resultaba inevitable desnudar psicológicamente a su interlocutor mientras
hablaba con él. Por tu anterior trabajo de mosso d’esquadra, ¿te ocurre a ti
algo parecido?
Sí, es inevitable. No me gusta pontificar, porque
cada vida es distinta, pero creo que hay dos cosas que un escritor ha de tener
siempre presentes. Una, ser persona curiosa y observadora; y dos, ser lector.
Ser observador es algo intrínseco a la profesión. Mientras respondo a esta
pregunta, de alguna manera, te estoy chequeando al tiempo que me formo una idea
del espacio que nos rodea. He de reconocer que mi pasado por los mossos, el seminario y mis viajes me han
ayudado a observar, a no juzgar y a escuchar lo que me cuentan y lo que no me
cuentan, que es más importante aún.
Decías antes que lo que más te importa al escribir una novela es la
historia que planteas.
Sí, a mí me interesa la historia
aunque no es incompatible con el estilo, pero si el lector, tras leer una de
mis novelas, es el mismo que comenzó a hacerlo, yo he fracasado porque no he
conseguido transmitirle emociones. Me da igual que sea bonita o fea la historia
que cuento, lo que yo persigo es emocionar. Mi obra no trata de ser
admonitoria, ni moral, busco plantear una serie de cuestiones, que a mí me
interesan, y provocar una reflexión sobre ellas. Lo mismo me ocurre con los
libros que leo, quiero que me inciten a pensar y que me ayuden a formarme como
persona.
¿Tus personajes dicen lo que tú quieres que digan o son autónomos?
Si utilizo a los personajes para
transmitir mi voz estoy pontificando, pronunciando un discurso disfrazado de
diálogo, pero si construyo mi sistema a partir de mis personajes, una forma de
evitar lo anterior es que cada uno tenga su propia voz, su propio carácter y su
propia personalidad. Y creo que eso lo consigo. Me pongo en la piel de
personajes muy distintos, incómodos incluso, y eso creo que me enriquece mucho.
Unos están próximos a mi modo de pensar, pero hay otros que están en las
antípodas. Por ejemplo, en ‘Un millón de gotas’, aparece un personaje que se
llama Ígor Stern, que es un tipo muy siniestro, quizá el más alejado de mí,
pero sin embargo es el que me resulta más estimulante y fascinante.
Las series de televisión y el cine nos han enseñado que los personajes
no se dividen en buenos y malos, sino que son relativos, ¿ocurre lo mismo con
los tuyos en ‘Un millón de gotas’?
Volvemos otra vez a lo que es la
experiencia personal. Cualquiera es un ser contradictorio, yo no me creo la vida
monocorde y ascendente de nadie. La contradicción forma parte de nosotros y
nuestro lado oscuro, que también puede llegar a convertirse en un cliché, tenemos
que aceptarlo. Esa dicotomía entre el bien y el mal, entendida no desde el
punto de vista religioso sino humano, la tenemos todos. Lo que me atrae de la
novela negra es afrontar ese lado oscuro del alma desde una óptica realista,
dejando claro que el lado oscuro también tiene matices, porqués y razones.
Precisamente a mí me interesan mucho las razones.
Como tus anteriores novelas, ¿’Un millón de gotas es una novela coral?
Sí lo es, aunque no tanto como
las otras porque hay menos personajes. He aprendido una cosa que me han
enseñado los lectores y es que, en tramas muy complejas, necesitas a alguien bien
identificado, que te conduzca por la historia. En ‘Un millón de gotas’ hay dos
protagonistas: Gonzalo, que encarna el presente, y Elías, que representa el pasado.
Hay otros también, claro, pero ellos dos siempre están presentes y eso evita que
el lector se confunda. Si quieres llegar a que el público te lea, puedes
escribir lo que te apetezca pero haciéndolo comprensible para todo el mundo.
Has escogido la tercera persona para narrar, ¿por qué?
El narrador en tercera me permite
jugar a demiurgo, ordenar sin dar tu propia visión, y eso en mi opinión hace
que el libro resulte mucho más interesante. Algún día escribiré en primera
persona aunque hasta hoy no lo he hecho, quizá porque mi tradición como lector
proviene de la generación de grandes narradores rusos que cuentan tragedias
dejando al narrador al margen. El narrador omnisciente está en todas partes y
puede llevar la acción hasta donde le interesa, lo que constituye una gran
ventaja. En este sentido, la primera persona te condiciona mucho más. A pesar
de eso, en la novela incluyo un epílogo escrito en primera persona, que soy yo,
donde hago una caricatura de mí mismo explicando los motivos que me han
conducido a contar esta historia.
El otro día, en una rueda de prensa, Juan José Millás se hacía la pregunta
de por qué hay que creer lo que cuenta el narrador omnisciente, ¿te asalta a ti
también esa duda?
Sobre ese juego, que me parece
interesante, he de decir que a mí me gusta que los personajes contradigan a la
voz narrativa, esa voz que da por sentada una serie de circunstancias. Pienso
que es una forma de restarle solemnidad al narrador, incluso de burlarse de él.
Mi narrador no existe, es una voz en off,
es un dios. Pero dios también se equivoca [risas].
¿Algún personaje se te ha escapado de la historia mientras la escribías?
Cuando empiezo a escribir una
novela es porque ya la tengo muy estructurada, en caso contrario no podría funcionar.
En mi cabeza ya está el inicio, el desarrollo y el final. ‘Un millón de gotas’
no es una novela al uso, aquí siempre hay un porqué para cada cosa y todo ha de
estar muy medido. Y por supuesto no puedo permitir que los personajes se me
escapen, no les dejo moverse más de lo que les toca.
La última por hoy: tienes una novela inédita, ‘El abismo de los sueños’,
que fue finalista del Premio Fernando Lara, ¿algún día verá la luz o dormirá
para siempre en el cajón del olvido?
Con esa novela me ocurre que no
me reconozco porque soy yo cuando comenzaba a escribir. Es una novela policiaca
y he luchado mucho por alejarme de la etiqueta de escritor policíaco. ¿Quién sabe?,
tal vez dentro de diez o quince novelas aparezca publicada, porque es una
novela interesante. Pero si ahora se
editase, me haría retroceder y confundiría a los lectores que ya identifican mi
voz narrativa.
SOBRE VÍCTOR DEL ÁRBOL
Víctor del Árbol (Barcelona, 1968).
Seminarista y mosso d’esquadra
durante dos décadas, estudió Historia en la Universidad de Barcelona y
participó durante dos años como locutor y colaborador en un programa de
realidad social de Radio Estel. Fue finalista del Premio Fernando Lara en 2008
con ‘El abismo de los sueños’, obra que permanece inédita, y ganó el Premio
Tiflos de Novela en 2006 con ‘El peso de los muertos’, que fue su primer libro
publicado. El éxito nacional e internacional le llegó de la mano de su segunda
novela, ‘La tristeza del samurai’, que le abrió las puertas de las librerías de
medio mundo. Fue finalista del Premio Novelpol en 2012 y galardonado con La Prix du Polar Européen a la mejor
novela negra europea por la revista francesa Le point. A principios de 2013 se editó ‘Respirar por la herida’ y
en 2014 acaba de aparecer en el mercado su nueva y esperada novela, ‘Un millón
de gotas’, editada por Destino.