El 2014 resulta un año a propósito para hablar de
fútbol. No es para menos, tras el Mundial celebrado en Brasil en el que,
rompiendo una tradición inveterada, Alemania importó para sus vitrinas el
campeonato, convirtiéndose de este modo en el primer seleccionado europeo que gana
el título en Sudamérica. Si semanas atrás hablaba de una novela, ‘La pena
máxima’ de Santiago Roncagliolo, que discurría alrededor del cuero redondo, hoy
le toca el turno a otro libro, este de relatos breves, de cuentos, que lleva
por título ‘La vida que pensamos’, escrito por el argentino Eduardo Sacheri (Buenos
Aires, 1967), seguidor del Club Atlético Independiente, y que también gira en
torno al fútbol. Aunque algunos de estos relatos podíamos ya encontrarlos en un
libro anterior suyo, ‘Esperándolo a Tito’, ‘La vida que pensamos’ reúne muchos más cuentos, en total veinticinco, una oferta generosa para los amantes del género corto. Y del fútbol, obvio.
¿Por qué escribir relatos futboleros? Esta es una cuestión
interesante que algunos escritores deben haberse formulado alguna vez, sobre
todo aquellos en cuya vida el deporte del once contra once ocupa un lugar destacado.
El propio Sacheri se la plantea en la Nota
preliminar que encabeza el libro. Y reconoce que para él es una pregunta
incómoda, “porque no estoy del todo
seguro de tener una respuesta. A veces siento que no tengo ninguna. Otras, que tengo varias.” La verdad es
que no muchos autores han publicado relatos de fútbol, pero los que se han
animado a hacerlo han aportado cosas interesantes.
A Sacheri no parece interesarle como material de escritura las grandes figuras del balompié, especialmente los grandes profesionales argentinos. Es inevitable, claro, que cite nombres ilustres como Maradona, Caniggia, Bertoni o Calderón, el hincha vive de sus mitos, pero no es este su objetivo. El fútbol vive en los estadios, pero también en la calle, en los barrios, en las casas, y se introduce, de tapadillo como un veneno irreparable, en la vida de las personas. Es la otra cara del fútbol. Y son esas personas, esa gente, su épica individual y futbolera, las que le interesan a Sacheri. Porque el fútbol, como casi todo, se aprende, bien como jugador, bien como hincha. Es como un proceso formativo invisible. Hay en ‘La vida que pensamos’ cuentos preciosos al respecto como ‘El cuadro de Raulito’ o ‘Independiente, mi viejo y yo’. En el segundo, un niño cuenta cómo aprendió a ver los partidos del Independiente con su padre, “su viejo”, cómo engalanaban con banderas la habitación donde el anticuado televisor Stromber-Carlson, al que encendían con premura para que calentase las válvulas, emitía las imágenes en blanco y negro. En el primero, otro padre y otro hijo ven juntos la confrontación entre Huracán y River. El padre observa que su hijo es de Huracán, como él, aunque trata de disimularlo, porque le ve llorar tras perder un partido. Y eso le pone triste y alegre al mismo tiempo, porque “una vez que uno llora por un cuadro, la cosa está terminada. Ya no hay vuelta. No hay caso. De la alegría se puede volver, tal vez. Pero no de las lágrimas”.
El fútbol, además, marca infancia y adolescencia. Y traza
historias de amor (‘Un verano italiano’). Los desafíos entre chavales de un
mismo colegio o entre grupos de amigos pululan por estas páginas (‘Lo raro
empezó después’ o ‘Por Achával nadie daba dos mangos’). Se pelea en la cancha por
el honor y el espíritu corporativo, porque el fútbol es un deporte colectivo, y
se asoman artistas anónimos que gambetean bien, manejadores tácticos, rápidos
wines, parejas de backs, arqueros espigados, chilenas de leyenda y matones de pierna
dura. Estos desafíos, tamizados con el barniz de la ficción, desprenden olorcillo autobiográfico de hazaña
doméstica y son precisamente con los que el lector común, el aficionado al
fútbol, se verá más identificado. Quien más y quien menos le pegó una patada a
un balón alguna vez en su vida.
‘La vida que pensamos’ alterna la primera y tercera personas,
pero la voz suena común en todos los relatos, imprimiéndoles un innegable
carácter propio, aderezado por el rico vocabulario del fútbol argentino: el pasto,
el arco, la cancha, el referí, cobrar la falta, hamacar la bola, sacar un
chumbazo… No les vemos las caras a los protagonistas, pero no hace falta, a
pesar de que nos las imaginamos porque Sacheri nos describe cómo son. Como
ocurre con otros personajes suyos, por ejemplo, los que habitan la película ‘El
secreto de tus ojos’, basada en su novela ‘La pregunta de sus ojos’, se
convierten en seres entrañables, que nos cuentan sus preocupaciones, sus
sensaciones, sus emociones, son tipos comunes que nos podríamos tropezar en la
esquina de cualquier calle o en el graderío de un campo de fútbol.
Algo que también llama la atención es que una buena parte de
los cuentos de ‘La vida que pensamos’ incluye final sorpresivo, alguno incluso
con un leve toque mágico. Aunque los finales sorpresivos, dicen, están pasados
de moda, sigo creyendo que son una opción perfectamente válida para rematar un
texto. En mi opinión, una cierta sorpresa final supone una recompensa para el
lector que ha leído el texto completo y no desea resultar defraudado con el
desenlace. Precisamente por eso, y con esto concluyo, hay que destacar que el
último cuento se llama ‘Epílogo’, con lo que el escritor argentino a priori
establece un pequeño juego con el lector al que le asalta la duda de saber si en
realidad se trata de otro cuento o de un epílogo del libro. Personalmente, me
inclino más por el primer supuesto que por el segundo, máxime después de haber
leído el relato.
Sólo me resta ya formular una recomendación: no lean los
todos los cuentos de un tirón. Dosifíquenlos, altérnenlos con otras lecturas,
saboréenlos individualmente. Cada noche, uno; cada noche, unos minutos de fútbol
escrito; cada noche, una sorpresa. Son veinticinco noches, nomás.
‘La vida que pensamos’ de Eduardo Sacheri. Editorial
Alfaguara, 2014. Tapa blanda. 336 páginas. 18 euros.
El Eco de las Voces Califica: 3