A pesar del fresco, el sol pintaba con gracia la plaza de
Rodrigo Botet de Valencia. Era martes, primera semana de diciembre. El agua de
la fuente fluía con regularidad, sin demasiado alboroto, desde los surtidores
que circundan las tres figuras centrales. Algunos transeúntes aprovechaban la
bonanza para hacer un alto, ocupar alguna de las mesas libres y tomar algo en
la cafetería de la esquina. El portal número 4 de la plaza, cerrado en doble
hoja, se erigió como fondo improvisado para retratar a Antonio Muñoz Molina, de
pie, exento o apoyado en el murete lateral. El escritor jienense acababa de
llegar a la ciudad del Turia, a bordo del AVE, para presentar su nueva obra,
‘Como la sombra que se va’, editada por Seix Barral, en la que narra los diez
días que James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, pasó en Lisboa
durante su fuga, tratando de conseguir un visado para viajar a Angola. Ya en la
cafetería del Hotel Ayre Astoria, sentados en cuadro con otros colegas, a modo
de tertulia del mediodía, compartimos unos minutos, que supieron cortos, hablando
de la novela y de su experiencia escritora.
Como comienzo, Muñoz Molina dejó constancia de que la voz
narrativa era la suya propia. “Soy muy
claro en estas cosas: el narrador en primera persona soy yo y la que aparece
ahí es mi vida sin trampa ni cartón”. La coincidencia o la casualidad, o
quizá ninguna de ambas cosas, quiso que la segunda novela del escritor
jienense, ‘El invierno en Lisboa’, y la última,
‘Como la sombra que se va’, tengan como escenario común la capital
lisboeta. De alguna manera y sin proponérselo, la ciudad ha actuado como
disparador efectivo para contar dos historias distintas. “Resulta
curioso observar como a lo largo del tiempo Lisboa ha formado parte de ambas
novelas. Sin duda los chispazos iniciales de donde arrancan las historias
proceden de sensaciones muy primitivas. Hasta que no escribí ‘El invierno en
Lisboa’ yo no había estado nunca allí y en ‘Como la sombra que se va’ Lisboa se
yergue como eje absoluto de la novela, hasta tal punto que ésta no existiría
sin ella, porque precisamente lo que hace que la historia fragüe como
construcción narrativa es la ciudad. Lisboa ha servido para fusionar la
estancia de James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, con los dos
viajes que hice: uno para comenzar a escribirla y otro para terminarla”.
VERDAD Y VEROSIMILITUD, REALIDAD Y
FICCIÓN.
Habitualmente, los escritores se preocupan porque las
historias, reales o no, resulten verosímiles para los lectores, capaces de
hacerles emocionar hasta el punto de que asuman a pie juntillas lo que el
narrador les cuenta. “Hay una diferencia
entre la realidad y la ficción que consiste en que la ficción puede utilizar
elementos de la realidad, todos los que quiera, pero la realidad no puede hacer
lo mismo. Es como el periodismo, los que escribimos en prensa deberíamos tener
la limitación de que lo que contamos sea verdad. Podemos jugar con la
diferencia que hay entre ambas cosas, pero para emitir juicios necesitamos
saber que la información que manejamos es fehaciente. El escritor suscribe una
especie de contrato con el lector. Si rompe las normas, se carga la historia. El
lector ha de disponer de suficientes elementos para discernir si lo que se le
cuenta es ficción o no. Otra cosa distinta es que la ficción nos permita
acceder a otro tipo de conocimiento”. Muñoz Molina traslada su forma de
pensar a lo concreto, a ‘Como la sombra que se va’. “En la forma introspectiva y en la información general de los personajes
de la novela, no me he permitido ni un gramo de ficción. Ahora bien, cuando me
coloco en la conciencia de Martin Luther King utilizo material que he obtenido
de lugares bien informados, pero lo que él piense me lo estoy inventando yo. Como
decía antes, creo que es muy importante saber dónde está la ficción y dónde no”.
LA AUTOFICCIÓN
La autoficción, entendida como la alianza ambigua ente la
autobiografía y la ficción, se caracteriza porque narrador y autor se
identifican en un mismo personaje. Antonio Muñoz Molina, sin embargo, no lo
tiene tan claro. “No sé qué significa
autoficción. Hay veces que escribo ficción conscientemente y otras no ficción.
Eso es algo que se ha venido haciendo a lo largo de la Historia de la
Literatura. Ya estaba en ‘La Política’ de Aristóteles, donde el filósofo decía
que él narraba las cosas como fueron y la poesía las contaba como deberían ser.
A mí me gusta tocar registros distintos al escribir, porque disfruto mucho
variando. En mi novela ‘Ardor guerrero’ quise contar una experiencia en primera
persona y era importante para mí hacerlo así, porque aquello tenía una
dimensión pública y no podía mentir, ya que se trataba de una memoria. Si
hubiera mentido, habría hecho trampa con respecto a las reglas de juego que yo
mismo me impuse. En ‘El jinete polaco’ y otros libros construí personajes que,
en cierta manera, se parecen a mí pero son inventados. Todo esto no tiene nada
de autoficción, es ficción en todo caso autobiográfica”. Y es que la
escritura es una manifestación artística de enorme riqueza. “Todo eso son las distintas e interesantes
posibilidades que ofrece la Literatura, que se pueden utilizar o no, y lo que
da textura a un escrito es que pueda funcionar del mismo modo con distintos
registros”.
‘COMO LA SOMBRA QUE SE VA’
En toda novela hay un primer momento. Un flash, un punto de
arranque. En ‘Como la sombra que se va’, también. “El hallazgo de la estancia de James Earl Ray en Lisboa desató en mí una
curiosidad enorme, una curiosidad ni objetiva ni histórica, esa sensación
distinta que te lleva a escribir una novela. Y te sientas a hacerlo porque la
historia te atrapa y te araña, porque intuyes que en su interior existe algo
que sólo puede ser tuyo”. Pero esta novela tuvo unos antecedentes que,
finalmente, y quizá en contra de lo esperado, condujeron a su escritura
definitiva. “Hace cinco años escribí un
artículo sobre este asunto. Después incluso pensé en escribir un cuento o una
historia inventada más corta. Lo empecé y lo he incluido en el segundo capítulo
de la novela, es la historia de un tipo caminando por la calle que llega a la Plaza
del Comercio en Lisboa. Sin embargo, al descubrir la cantidad tan grande de
documentación que existía sobre este asesino, cambié la naturaleza del proyecto
por extensión y porque no hacía falta inventar nada. Existe un informe de la
PIDE, la policía secreta de Salazar, sobre James Earl, en el que se describen
sus movimientos, los lugares por los que pasó y los que frecuentó. Este
material le añade una enorme riqueza al relato y demuestra el carácter
novelesco de lo real. Sí, porque hay historias en la realidad que no necesitan
para nada a la ficción”. Pero aunque los datos manejados sean reales y
ciertos, ‘Como la sombra que se va’ es una novela. “No es una biografía del asesino, sino una novela. Y lo es porque, aunque
se base en un personaje real, al introducirte en su conciencia, estás construyendo
ficción. Cuando escribes una biografía te sientes limitado, los datos que
manejas son concretos y tu trabajo consiste en contrastarlos con la realidad.
En este caso, la información era inmejorable y hay momentos en los que me
introduzco en su conciencia y no sé nada más. La narración también incluye
pasajes ficticios, completamente inventados por mí”. Resulta emocionante
deambular por los territorios que James Earl Ray transitó un tiempo atrás. “En realidad, más que una emoción, es la
sensación que te impulsa a escribir. Hubo un instante en el que me di cuenta de
que, entre el apartamento en el que yo me encontraba y el lugar donde él se
alojó, había poca distancia. Eso despertó enormemente mi curiosidad, porque vi
que la separación que existía entre lo que él vivió y lo que yo había leído
sobre su persona se podía romper. Es el acicate para escribir. Sin eso no
habría novela”. Cuando Muñoz Molina recorrió calles por las que el asesino
de Martin Luther King había transitado sintió una conmoción especial. “Descubrí una pensión en la Travessa do
Fala-So, al final de una escalinata, a la que el asesino había acudido. Saber
que allí estuvo el tipo y que subió la misma escalera que yo es una atracción
muy irracional, muy poderosa, extraordinaria”.
LA HISTORIA QUE TIRA DEL ESCRITOR Y
EL VACÍO FINAL
A veces las novelas tiran del escritor, a veces sucede lo
contrario. En otros casos, la escritura discurre con altibajos, con
sobresaltos, a trompicones. Aquí ocurrió lo primero. “En mis novelas nunca hago guiones, me dejo arrastrar. Esta historia era
tan poderosa que me tenía atrapado. Al escribir un libro sientes varios
momentos de arrebato. Uno al comienzo, cuando descubres e intuyes una forma.
Otro a la mitad, cuando percibes que la escritura te atrae irremediablemente.
Lo que ha ocurrido en ‘Como la sombra que se va’ es que la escritura tiraba
continuamente de mí y yo me preguntaba cómo podía estar tan atrapado por la
historia. Como experiencia subjetiva es increíble observar que vas descubriendo
cosas que te hacen falta para proseguir. Parece que alguien te las pone
delante para que las encuentres”.
Esta sensación ha perseguido a Antonio Muñoz Molina hasta en el último aliento
del libro. “En el capítulo final de la
novela, cuento que dejo de escribir tras pasar todo el día haciéndolo y que
salgo a dar una vuelta. En cualquier otro libro eso pasa y ya está, a fin de
cuentas el escritor escribe y sale a airearse, pero en esta ocasión noté que
hacía falta reflejarlo en el texto, es decir, tenía que estar todo, incluso lo
que aconteció después de terminar la escritura”. Al contrario de lo que les
sucede a muchos escritores, Muñoz Molina no sintió ningún vacío al finalizar su
trabajo. “En el proceso de escribir, tú
sabes cuál es la última frase, porque has cerrado ya el arco que abriste al
comenzar, y aunque luego regreses al texto para reescribirlo, ya no avanzas en
el camino de lo incierto. Reescribes pero sin la sensación de acabar porque ya
has terminado. Por eso, cuando envié las últimas correcciones a la editorial,
sabía que era lo último que hacía y no tuve ninguna sensación de vacío”.
SOBRE ANTONIO MUÑOZ MOLINA
Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda (Jaén) en 1956. Su obra narrativa comprende ‘Beatus Ille’, ‘El invierno en Lisboa’, ‘Beltenebros’, ‘El jinete polaco’, ‘Los misterios de Madrid’, ‘El dueño del secreto’, ‘Ardor guerrero’, ‘Plenilunio’, ‘Carlota Fainberg’, ‘En ausencia de Blanca’, ‘Ventanas de Manhattan’, ‘El viento de la Luna’, ‘Sefarad’, ‘La noche de los tiempos’, ‘Nada del otro mundo’ (relatos) y ‘Todo lo que era sólido’ (ensayo). Ha sido galardonado, entre otros, con los premios Príncipe de Asturias de las Letras, Nacional de Literatura (dos veces), de la Crítica, Planeta, Liber, Jean Monnet de Literatura Europea, Méditerranée Étranger, Jerusalén y Qué Leer, concedido por los lectores. Desde 1995 es miembro de la Real Academia Española. Vive entre Madrid y Nueva York y está casado con la también escritora Elvira Lindo.
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