Perú. Un Tipo viaja al país
de los incas y atraviesa una serie de peripecias. Reparte su tiempo por Lima,
Cusco y Machu-Picchu y allí se mueve entre cervecitas, cebiches y llamas (o
alpacas). El Tipo recoge sus impresiones, toma notas y, sin caer en la
autoficción, más tarde les dará forma en ‘Bienvenidos a Incaland®‘, editado por
Páginas de Espuma, un volumen de relatos que se puede leer como una novela,
como estrictos cuentos, como libro de viajes o de simples aventuras. No busquen
en sus páginas ningún misterio esotérico, precolombino o policial. No lo hay.
David Roas, su autor y con toda seguridad también el Tipo, ha convertido en
atrayente un puñado de historias cotidianas, salpicadas de humor e hipocondrías,
que no se leen, se beben como las cervecitas -cusqueña, por favor- y marcan su
propio tempo de lectura. Todo un mérito.
David,
en la fotografía de la solapa del libro no has salido demasiado favorecido (en
lugar de su rostro aparece la cabeza de una llama (o alpaca)).
Al terminar la lectura del
libro uno entiende el porqué. Esa foto se la hice yo mismo a una llama (o
alpaca), la tengo colgada en la puerta de mi despacho y se me ocurrió
aprovecharla para la portada. Como el narrador tiene una obsesión constante por
este animal, me pareció que era aprovechable. Se lo propuse al editor y, como
daba juego, aceptó. Y ahí está.
¿Cuentista, escritor o todo
es lo mismo?
Soy cuentista, tengo claro
que lo mío es el cuento porque yo pienso en cuento. Si algo me ronda la cabeza
lo plasmo en un cuento. Tengo un par de novelas escritas, pero no sé si volveré
a escribir alguna otra. En el cuento puedo hacer lo que me da la gana y lo
prefiero.
Y ¿qué es un cuento para ti?
Es una narración breve, una
forma de buscar la esencia de lo que tú quieres contar, despojándola de
cualquier aderezo o material secundario. A mí me gusta ir al grano, entrar en
el momento del clímax. Por eso también practico el microrrelato. Un día se me
ocurrió pensar que el cuento era un arma de experimentación masiva, porque te permite
experimentar mucho más que la novela al no estar sujeto a una extensión tan
grande. Ya sé que algún novelista me dirá que me equivoco, pero creo que no. Mi
distancia ideal son los ocho o diez folios.
¿Todo
se puede contar bajo cualquier estructura, es decir, una misma historia admite
formato cuento y formato novela?
La verdad es que nunca he
medido la extensión final de un texto, pero cuando tengo una idea sé que
siempre va a ser un cuento. La única vez que vi que tenía que escribir una
novela fue cuando publiqué ‘La estrategia del koala’, un viaje por Galicia que
es un retrato de mi familia franquista. Desde el primer momento me di cuenta
que aquella historia no cabía en un relato porque había que utilizar muchos
planos.
¿De dónde surge la idea de
escribir ‘Bienvenidos a Incaland®’?
Este libro surgió al revés
de lo habitual, ya que yo no sentía ninguna atracción previa por el Perú. Nunca
había estado en Sudamérica y me llegó una invitación para asistir al Centro de
Cultura de España. Eso fue en el año 2008 y participé en la Semana del Autor.
Viajé sin saber qué me iba a encontrar y me gustó todo: la comida, como se
percibe en el libro, la gente, los colores… Mi fascinación por el país fue
absoluta. Tome notas e incluso escribí el bosquejo de algún cuento en la propia
ciudad de Lima. En 2011 ya estaba listo el libro y tuve la suerte de volver
allí a pasar dos meses más. Entonces surgieron los microrrelatos y pulí el
resto de cuentos.
Dices
que acabaste los cuentos en 2011, sin embargo, se han publicado en 2014,
después de ese tiempo transcurrido ¿David Roas reconoce su propia voz en ellos?
Sí, creo que sí y quien lo
ha leído ya me dice que es un libro muy “roasiano”. He visto que los textos
todavía mantienen la voluntad de contar la aventura y de demostrar al lector no
lo que yo veía sino cómo lo veía. En 2014, en el momento de publicarlo, comprobé
que no había que añadir ni quitar nada, que funcionaba perfectamente para lo
que yo pretendía conseguir. Lo único que no tenía claro era qué demonios era el
libro y si iba a gustar. Podía entenderse como una crónica, como un libro de
viajes, pero yo quería romper límites e ir un poco más allá de lo que es un
cuento en sí.
Efectivamente,
porque ‘Bienvenidos a Incaland®‘ podría considerarse también como una novela de
aventuras o de viajes.
Sí, sí, e incluso alguna
crítica ha aparecido calificándolo como novela. En mis clases a mis alumnos les
exijo una cierta estrictez, pero otra cosa distinta es cuando te sientas a
escribir. Se puede leer como tal, pero carece de la redondez que tienen las
novelas pensadas a propósito. He tratado de que los cuentos fueran diferentes,
variados, los hay grotescos, fantásticos y humorísticos, y de que el tono no siempre
fuese igual.
La
mayoría de historias está escrita en primera persona, ¿lo has hecho así porque
es un libro muy autobiográfico?
En segunda persona hay uno
solo y en sí mismo no es un cuento, porque es el autor quien se dirige a los
personajes, y el relato que abre el libro está en tercera, porque actúa como
presentador de las historias. El resto está en primera porque quería contar lo
que experimentaba el protagonista. Con todo esto pretendía presentar un juego
de voces que hiciera un poco más íntima la narración.
No
has caído dentro de ese género, que está de moda ahora, denominado autoficción.
En los cuentos hay un juego
de proyección autobiográfica, pero no son autoficción porque en el fondo no hay
un problema con el narrador. Tampoco he incluido la peripecia de la propia
escritura del libro, aunque he volcado mis gustos por la música, por la lectura,
por la comida... En mi novela anterior sí que contaba como el narrador se las
ingeniaba para hablar de los faros gallegos.
En
Lima los taxistas te llevan donde ellos quieren, es decir, hay trayectos que no
se tocan.
Desde luego. Fue uno de mis
flipes iniciales. Aquí estás acostumbrado a coger un taxi, pagar el trayecto y
que te lleve a donde tú quieras. Allí eso no sucede. Desde el primer momento
hay que regatear y estipular el precio. Aunque al principio me daba apuro,
aprendí a hacerlo pronto. Y hay taxistas que no te quieren llevar a un sitio
determinado no porque sea peligroso, sino porque no entra en sus planes pasar
por allí en aquel instante. Ahora voy para otro lado, te dicen.
Cuentas
también que las dimensiones de las calles limeñas son difíciles de precisar,
¿cabe todo en ellas?
Las calles de Lima se
estiran y se encogen, por eso utilizo la mecánica cuántica para explicar cómo
pueden caber tantos coches en un espacio tan reducido y limitado. Algo ocurre
que lo permite. Yo lo comparo con el Triángulo de las Bermudas, porque veo que
ahí pasa algo raro. De repente hay un autobús donde antes había un coche y tú
estás seguro de que no cabe, pero sí cabe.
No
sé si pasaste miedo en Perú, pero en algunos momentos el narrador se muestra un
poco asustado por lo que le rodea.
Soy un poco hipocondríaco,
pero hipocondríaco de los buenos, no de los que piensan enseguida que padecen
cáncer. Lo cierto es que caminas por allí en un cierto estado de alerta y, como
necesitaba darle algo más de cuerpo al personaje, le apreté un poco y fomenté
este tipo de situaciones: si el espacio era delirante, había que conseguir que
el protagonista delirase más todavía. Mejor que asustado yo diría que está
agobiado, porque le faltan las reglas de juego para manejarse.
En
uno de los relatos, el protagonista y unos amigos bastante achispados roban la
máquina de escribir de Vargas Llosa que se exhibe en el Museo O’Higgins, ¿la máquina
es tan accesible al público que visita el museo?
Totalmente. Unos amigos que
me publicaron uno de mis libros en Perú, me llevaron de cervezas y en nuestro
deambular pasamos por la Casa-Museo O’Higgins. Vimos la exposición que había allí
y, de golpe, descubrimos la máquina de escribir de Vargas Llosa dentro de una
urna sobre la que caía una luz cenital. Toqué la urna y no pitó ninguna alarma.
Aquel instante fue el momento de lucidez y de locura a la vez. Digamos que este
cuento narra lo que no ocurrió pero ha tenido una enorme repercusión. De hecho
hace dos o tres días, mis amigos peruanos me telefonearon y yo les dije que
teníamos que haberla robado [risas].
Tratas
también el miedo. En la página 56 leemos lo siguiente: “El miedo es que llamen a la puerta de tu casa a las cuatro de la
mañana, abras y te encuentres con un tipo vestido de payaso. Eso sí que da
escalofríos”. ¿Los payasos dan miedo o risa?
Creo que el miedo tiene que
ver también con algo que está fuera de su lugar. Si a las tres de la mañana
llama alguien a tu puerta y es un vecino o una vecina con batín y rulos en la
cabeza no pasa nada. Pero si es un payaso… No sé si esto se lo leí a Stephen
King o a algún escritor de terror y de ahí me vino la idea. No entiendo cómo
los payasos pintados producen risa
porque dan miedo. Y no hace falta que lleve un cuchillo en la mano ni nada por
el estilo, con la peluca y la pintura ya infunden suficiente temor. El juego de
cómo puedes convertir lo grotesco en algo siniestro me interesa mucho.
El
cuento ‘Idiosincrasia limeña 1 (Microrrelato en 10 planos y un instante)’ -el título es casi más largo que el relato-, está escrito en forma de enumeración, ¿qué
pretendías conseguir al hacerlo de este modo?
Lo hice por experimentar. Si
lo hubiera filmado, lo habría hecho utilizando varios planos alternos. Lo que
se cuenta duró tres segundos y el episodio es real. Como era tan breve
introduje frases muy rápidas de forma que cada una constituyese un plano
distinto dentro de una grabación cinematográfica.
Sobre
‘Bienvenidos a Incaland®’ sobrevuela el
humor. ¿El humor es una característica común a toda tu obra?
Sí, creo que es algo de lo
que me cuesta liberarme. Para mí el humor no es tanto tomarme a broma el mundo
como utilizar algo que me permite asomarme a la realidad, que para mí es
delirante y absurda. Cuando hablo de teoría del humor es una forma de
cuestionar la realidad. Si tomas distancia te puedes reír de las cosas. Y me
gusta el humor negro porque te sitúa entre lo inquietante y lo grotesco.
Incluso mis cuentos más negros y fantásticos tienen su toque de humor, de
ironía, y me parece que eso añade un punto más de distorsión a los límites de
lo real.
La
última por hoy es pregunta casi obligada: ¿por dónde caminarán tus nuevos
proyectos literarios: novela, cuento, hibridación, autoficción…?
Mi mujer y yo tenemos ahora
un niño de dos años y medio que me distrae de la escritura. Pero llevo en
marcha una novela ambientada en Suiza, que para mí es un lugar de terror, un
territorio cuadriculado, que conozco de primera mano, ya que durante cuatro
años viajé allí todos los meses. En esos viajes visité asiduamente un lago y a
mí me inquieta mucho ver una gran masa de agua inmóvil, lo que me sirve de
estimulante literario. Por otro lado, también he comenzado un libro de cuentos
y tengo la intención de que todos me salgan fantásticos con una pizca de humor.
De momento trabajo en ambas cosas a ratos perdidos.
SOBRE DAVID ROAS
David Roas (Barcelona, 1965) es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es autor del libro de micorrrelatos ‘Los dichos de un necio’; las novelas ‘Celuloide sangriento’ y ‘La estrategia del koala’; los volúmenes de cuentos y microrrelatos ‘Horrores cotidianos’ e ‘Intuiciones y delirios’; y del libro de crónicas humorísticas ‘Meditaciones de un arponero’. Con ‘Distorsiones’ obtuvo el Premio Setenil al mejor libro de cuentos del año 2010. Algunas de sus narraciones han sido recogidas en antologías como ‘Mutantes’, ‘Narrativa española de última generación’, ‘Perturbaciones. Antología del relato fantástico español actual’, ‘Por favor, sea breve 2’ y ‘Cuento español actual (1992-2012)’.
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