¿Se pueden romper los lindes de la novela
histórica?
Sin duda que sí. Al menos, Antonio Soler
(1956, Málaga) lo ha conseguido en su última entrega, ‘Apóstoles y asesinos’,
editada por Galaxia Gutenberg. Siempre resulta dificultoso discernir en una
novela de este género dónde acaba el hecho constatado y dónde la invención.
Existe una suerte de territorio de nadie, fronterizo, en el que realidad e invención
se entremezclan para fraguar la argamasa que sustentará todo el artificio
literario. Es precisamente en ese punto donde el escritor malagueño ha hecho un
trabajo de primera. A priori sabemos, o creemos saber, que llevamos entre manos
una ficción, sin embargo, al adentrarnos en la lectura ya no está tan claro y
comprobamos, no sin admiración, que las costuras no se notan, tampoco los
pespuntes, que la voz narrativa apenas distingue entre una cosa y otra, que
todo está ensamblado en un discurso sin fin, donde se suceden el relato
académico más ortodoxo, al estilo de una crónica cualquiera; el diálogo entre
personajes, subrayados por comillas y no por guiones; o brillantes pasajes
literarios. En algunos de ellos, al autor le interesa advertirnos de donde ha
extraído lo que cuenta y lo hace notar, incluyendo su propia opinión, a veces
decepcionada, a veces crítica, sobre la fuente original. Un modo de comportarse
que aplaudo, bien alejado de esa moda absurda, que se ha instalado entre
algunos novelistas consistente en incluir la bibliografía utilizada durante el
proceso de escritura al final del libro, como si de un manual al uso se
tratase.
En estas cuatrocientas treinta y cuatro
páginas narradas en tercera persona, Soler traza un retrato del anarquismo y de
la sociedad barcelonesa del primer cuarto del siglo XX, donde la violencia
entre sindicatos y patronal, traducida en asesinatos, atentados callejeros o tiroteos,
terror en suma, era moneda de uso común. Por extensión, esta violencia se
trasladó a otras ciudades como Madrid, Zaragoza o Valencia, aunque nunca
alcanzó los niveles de brutalidad de la capital catalana.
Personifica la narración en la figura de Salvador
Seguí Rubinat (1886-1923), conocido como el «Noi del Sucre», un líder
anarquista que desarrolló sus actividades desde comienzos de la centuria hasta
la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera, que no llegó a conocer, porque
fue asesinado poco antes. No resulta irreverente citar aquí la muerte del
protagonista. Al contrario. Aunque asistimos a la presencia de pistoleros y
bandas organizadas, ‘Apóstoles y
asesinos’ no se adscribe al género policial, tradicional donde lo relevante es
conocer el desenlace final y descubrir al culpable. Ya desde la introducción, con
un recurso que no resulta nuevo, mediante un mínimo resumen del libro el lector
es puesto en antecedentes de que Salvador Seguí fue asesinado en la esquina de
la calle de la Cadena, mientras aguardaba que Perones, su amigo y compañero de brocha
gorda, saliera del estanco a donde había entrado a comprar tabaco.