Miguel Ángel Muñoz llegó a
Valencia para presentar en la Librería Ramon Llull de la calle de la Corona, su
último libro de relatos, ‘Entre malvados’,
publicado por Páginas de Espuma, un retrato poliédrico, troceado en diez
segmentos, acerca del miedo y la violencia que, como señala la contraportada,
nos rodea y acobarda, temerosos como estamos de todo lo que pueda ocurrirnos a
nosotros y a quienes queremos. Este es su tercer libro de relatos y por sus
páginas desfilan historias de un realismo bien cruel, que tienen como
protagonista desde el yihadismo del 11-M hasta el terror fantástico y
legendario. Nuestra conversación tuvo lugar en la propia librería, mientras en
la calle se rompía el cielo y comenzaba una lluvia tenaz, que invitaba al
refugio bajo los tejadillos de las antiguas casas, algunas ya remozadas, del
Barrio del Carmen.
La primera pregunta es obligada, Miguel Ángel, ¿qué significa para ti
la escritura?
Te diría que para mí la escritura
casi es una forma de relacionarme con la vida. Desde niño tuve claro que quería
ser escritor y escribir es la manera que tengo de entender el mundo.
Publicas novelas y cuentos, ¿te sientes más a gusto en alguno de estos
dos géneros o hay un tiempo para cada uno?
Aunque donde más repercusión he
tenido es en el cuento, he de confesar que me atraen igualmente uno y otro. No
soy de los que defiende el cuento a capa y espada, porque cada género tiene sus
complicaciones y los trabajo con el mismo interés, tanto como lector que como
escritor. Hasta hoy y de modo casi involuntario, los he ido alternando, porque me
parece sano variar y porque para crear necesito el estímulo nuevo que me
proporciona ese cambio de registro.
En alguna entrevista has confesado que ante todo eres un lector, ¿qué
circunstancia motivó que decidieras convertirte en escritor?
Mi caso es muy difícil de entender
porque, como te decía antes, desde bien pequeño quería ser escritor. Como
lector pertenezco a la generación de los tebeos y de ahí salté a la literatura
de un modo apasionado porque me fascinaba. Yo escribía reflexiones sobre lo que
me parecía cada libro que leía y llegó un momento en ya no sabía distinguir
cuando escribía y cuando leía. Por tanto, pasar de la lectura a la escritura fue
algo muy natural.
Rosa Montero me dijo en una ocasión que en determinados momentos no
distinguía muy bien a los personajes de ficción de los reales.
Con la experiencia que ella tiene
no me extraña que le ocurra, porque llega un momento en que la literatura
necesita que te sumerjas un poco en ella y te olvides de lo demás. Sin embargo,
también precisas mantener un lazo muy fuerte con la realidad. Yo dispongo de
libertad absoluta para crear, porque tengo otro trabajo, distinto, que es el
que me mantiene en contacto con ella, pero es verdad que a veces recuerdas
cosas y no tienes claro si eso lo escribiste en un libro o lo viviste.
¿Cómo surgen las
chispas para escribir estos cuentos?
Me ha ocurrido de todo. Unos
cuentos los he escrito como un chispazo, mientras que otros han fluido de una
manera muy fácil y, como uno desconfía de esa facilidad, pues me cuestan más.
Pero me gusta mucho reflexionar sobre la materia que estoy tratando, no soy
impulsivo, soy lento tanto a la hora de escribir como a la de publicar, me
parece que hay que tomarse todo el tiempo necesario. La urgencia del chispazo
es como esa idea que te asalta por la noche. Te levantas y la escribes porque
te parece indispensable y, luego, al día siguiente, cambias de opinión y
piensas que lo que hiciste de madrugada carece de sentido.
En ‘Entre malvados’, a través de diez historias distintas aportas una
visión poliédrica sobre un mismo tema: la violencia, el miedo…
Sí, el cuento como género te
permite observar un mismo tema desde distintas perspectivas, como un
caleidoscopio con gran amplitud de miras. De alguna manera yo tenía muy claro
lo que quería contar y me ha gustado mucho la evolución del libro, porque
comencé a escribirlo poco después del 11-M y los últimos cuentos fueron terminados
ya en los tiempos del yihadismo y reflejan los cambios producidos en la
sociedad actual, donde además de terrorismo también hay crisis. Por lo tanto,
son cuentos de una filosofía extensa, porque necesitaba que la realidad
estuviera presente en ellos, ya que así no pierden validez con el paso del
tiempo.
O sea que podríamos considerar que estos cuentos dibujan un retrato de
nuestra historia más reciente.
Sí, en algunos de mis cuentos
anteriores ya se filtraba la realidad, pero yo echaba de menos que, al leerlos,
alguien pudiera darse cuenta también del mundo que estaba viviendo. Y creo que aquí
lo he logrado.
Cuando digo que los he escrito
durante doce años no quiero decir que me dedicara a ellos en exclusiva, pero sí
es cierto que desde siempre la maldad y la violencia son temas que me han
interesado mucho como reflexión vital. Preguntarse por qué un ser humano actúa
de un modo tan cruel y hace determinadas cosas es una de las tres o cuatro
cuestiones más importantes de la vida. Esa preocupación ha hecho que, en un
momento determinado, una serie de cuentos sueltos se hayan engarzado y
alcanzado un carácter más unitario. Mi pretensión era que el libro acabase
convirtiéndose en una reflexión sobre este asunto que, repito, para mí es muy
importante.
Ignoro si has trabajado alguna vez sobre el humor, que tiene fama de
ser un género difícil, ¿la dificultad es la misma para escribir sobre la
violencia?
Ambos géneros son complicados.
Antes daba la impresión de que el humor estaba desprestigiado y, ahora, sin
embargo, si no aparece en ciertos libros resulta que están vetados o pasados de
moda. En mis obras anteriores, más que el humor me ha gustado trabajar la
ironía y el sarcasmo, pero en ‘Entre malvados’ trato unos temas en los que es
difícil tocar el humor, aunque en alguno de ellos he podido introducir cierta
retranca.
¿Es necesario poner una barrera, tomar distancia, para narrar sobre la
violencia y el terror?
Efectivamente, estos cuentos
están escritos para impactar, pero no con un método directo, sino tomando
distancia. Hay alguno, como el del periodista secuestrado en Siria, que me ha
costado mucho escribirlo, pero estoy muy satisfecho del resultado, porque lo
importante es llegar al lector, hacerle sentir. Cada cuento requiere un ritmo,
un tipo de frase concreto, y el único material que posee el escritor es el
lenguaje, que hay que modelar en función de la emoción que quieras transmitir. Trabajar
el lenguaje que emplees es completamente fundamental.
Junto a los títulos, incorporas citas en varios cuentos.
Sí, me gusta insertarlas, me
parece interesante relacionar el texto con una cita; en este sentido es
importante la primera, la del ilustrado español Lorenzo Hervás, que dice «Es mejor el hombre criado entre las
fieras que el que se crió entre malvados», porque uno de los temas sobre los
que gira este libro es precisamente la lucha entre el proyecto ilustrado y la
incapacidad que tenemos ahora para crear otro modelo que lo sustituya, un
modelo al que agarrarse para salir del atolladero en que nos encontramos.
‘Entre malvados’ contiene
cuentos escritos al estilo tradicional y otros no tanto, incluso algunos parecen
un artículo periodístico o un ensayo, ¿en el cuento contemporáneo cabe de todo?
En general, creo que en la
literatura cabe de todo y cuando en ocasiones se hace una diferenciación entre
cuento y novela me resulta artificial. Si uno analiza la prosa contemporánea,
se da cuenta de que muchas novelas están trufadas de cuentos. Hace mucho tiempo
que los cuentos se incrustaron en las novelas y el ensayo en los cuentos. Esa
fragmentariedad ya es antigua y a mí me interesa mucho esta mezcla de géneros. Sobre
los cuentos de estilo periodístico que aludes, te diré que los escribí al modo
borgiano de ‘Historia de la infamia’, que es un modelo que me servía para que,
a través de una aparente relación fría, existiera una cierta crítica, una
cierta sorna, sobre esa realidad que nos cuentan las enciclopedias, llenas de
pequeños hechos a los que, a veces, no les otorgamos la importancia que merecen
y que hace que Arthur Miller o Rousseau queden en evidencia.
Leyendo ‘Entre malvados’, descubrimos que la violencia vive a nuestro
alrededor, que nos llega por la televisión y por otros muchos conductos y que
la tenemos tan interiorizada que no nos damos cuenta de su presencia.
No me gustaría que el libro transmitiera
la sensación de que defiendo la idea de que nos encontramos en una época muy
violenta. Todas las épocas han sido iguales y la violencia se ha manifestado de
formas muy diversas, cambia el modo de narrarlo y el contexto. A mí lo que me
interesa es ver cómo se filtra hoy en la realidad que vivimos. Por ejemplo, en ‘Modos
de pasar la tarde’, uno de los cuentos, un niño ve la tele y asiste a cosas terribles
con una enorme naturalidad; y en otro, ‘Pronto seré bueno’, que se desarrolla durante
el régimen de Franco, en la Transición y también en la actualidad, observamos
que también se producen situaciones de este tipo.
¿Produce más morbo ver cómo se comportan los malvados, los villanos,
que las personas buenas?
Sí, sin duda.
Una de las cosas más difíciles para un escritor es transmitir interés en la bondad. A todos nos ha gustado
ver cómo se comportaba el malvado, porque en las películas siempre era un
personaje complejo, mientras que el bueno tenía una bondad ñoña. Actualmente,
los medios de comunicación muestran un culto a la muerte total. Por la radio se
habla de asesinatos, atentados, secuestros… Solo hay muerte, y esa otra parte
que necesitamos sentir para comprender que podemos llegar a cualquier lugar
desaparece. Lo que no tengo muy claro es si existe una necesidad morbosa de
revolcarnos en lo malo.
¿Quizá es por esa morbosidad que el género negro goza ahora de tanto
predicamento en nuestro país?
No lo sé, pienso que a esa
circunstancia, que es verdad, se une el hecho de que ahora la novela negra
procede de países nórdicos y siempre se nos había explicado que allí no había
asesinatos, que eran lugares idílicos; tampoco sé si ese género sirve para
exorcizar miedos colectivos, es posible; lo que sí creo es que existe un fuerte
interés comercial en este asunto.
El cuento ‘Los nombres’ está escrito de un tirón, sin puntos y aparte,
¿efecto estético o reto como escritor?
Volvemos al tema del ritmo del
que hablábamos antes. Según estén escritos los cuentos terminan con un ritmo u
otro y transmiten un cierto clima al lector, porque uno lee de acuerdo con la
música que le llega del texto; ‘Los nombres’ transcurre todo casi en un segundo
de existencia y dilata ese tiempo. Me interesaba que así fuera porque existe un
cierto paralelismo entre ese personaje, que luego descubriremos que será una
víctima del 11-M, y el hecho de que, en un momento determinado, puedes tener en
tu cabeza el resumen de tu existencia centrado en algo tan concreto como decidir el
nombre de tu futuro hijo, y un segundo después, desaparecer sin que nadie lo
narre. Me parecía un reto estéticamente muy atractivo y por eso lo escribí así.
Thomas Bernhard, que es un escritor que a mí me interesa mucho, hace cosas
parecidas a ésta.
La última por hoy: ¿qué poso te ha dejado la escritura de ‘Entre
malvados’?
‘Entre malvados’ no significa un
punto y aparte en mi carrera literaria, pero quizá sí es el libro del que más
satisfecho me encuentro en su conjunto; al escribir siempre te quedas lejos de
la idea inicial, pero en este caso me gusta el resultado final; no sé por dónde
tiraré en mi nuevo proyecto, pero percibo ciertas cosas y como me interesan
otros géneros, por ejemplo el ensayístico, quizá haya llegado el momento de variar
el rumbo y caminar por otros derroteros.
SOBRE MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
Miguel Ángel Muñoz nació en 1970 en Almería. Ha publicado los libros de relatos ‘El síndrome Chéjov’ (2006) y ‘Quédate donde estás’ (2009), así como ‘La familia del aire’ donde reunió una treintena de entrevistas a los principales escritores de relatos del panorama español, que habían ido apareciendo en su blog. Sus dos novelas son ‘La canción de Brenda Lee’ (2012), que recibió el Premio Sintagma y el Premio de los Libreros de Almería, y ‘El corazón de los caballos’ (2009). Cuentos suyos han sido incluidos en las más notables antologías del género, entre las que destacan ‘Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual’ (2010) y ‘Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español’.
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