Nº 527.- Sabina Urraca (San Sebastián, 1984) es periodista (ha
colaborado en numerosos medios escritos), bloguera y ahora escritora. También
ha sido vendedora de seguros, camarera, guionista, locutora, creativa de
televisión y publicidad y bastantes cosas más. Apenas hace un mes que acaba de
debutar con su opera prima en el terreno de la ficción, ‘Las niñas prodigio’,
que su editorial, Fulgencio Pimentel, define como una «novela solo parcialmente
autobiográfica, agitada por el estigma del amour
fou por un hombre maduro y alcohólico, ‘Las niñas prodigio’ es también una
comedia en varios actos y un cuento con tintes de terror gótico. Pero sobre
todo es un relato contemporáneo sobre la identidad que arranca en un presente
imperfecto para regresar a todas las edades de una mujer». Con esta carta de
presentación, Sabina se plantó en la Librería Bartleby de València, para
presentar su obra a los lectores. Llegó con tiempo apretado y, sentados en un
sofá, desgranamos una conversación apresurada, pero certera, sobre su debut
literario. Después vinieron las fotos y un breve paseo de la escritora donostiarra
por la calle Cádiz, antes de comenzar la presentación.
Sabina, ¿qué significa para ti escribir?
Para mí escribir significa muchísimas cosas, es como
compartir la visión del mundo que tengo, una visión constante de la realidad
que yo transformo en mi cabeza un poco para entretenerme y contarlo. Es algo
que he hecho desde pequeña, porque cuando vivo algunas situaciones necesito
transmitirlas de una manera determinada y lo más completa posible. Es casi como
un exhibicionismo emocional.
Periodista y ahora
escritora de ficción, ¿te sientes igual de cómoda en ambas facetas?
Obviamente, si pudiera vivir de la literatura y, de vez en
cuando, hacer un reportaje largo y documentado sería lo ideal. Me encanta el
periodismo, meterme en un tema e investigarlo a fondo, pero justamente eso es
lo malo de una profesión que, hoy en día, no permite vivir de ella y eso hace
que no me guste tanto como podría llegar a gustarme.
Los escritores suelen
escribir para responderse preguntas que les inquietan, en tu caso, ¿cuál era la
pregunta cuando comenzaste a escribir ‘Las niñas prodigio’?
No era una pregunta lo que quería responder, era una
necesidad de escribir sobre un tema que me había obsesionado durante mucho
tiempo, como si fuera el germen de esta especie de pasión, envidia, adoración y
odio a la vez que sentía por las niñas prodigio. El libro era como una
adoración, como un querer ser como ellas, una necesidad de contar todo esto.
Pero estas niñas
prodigio son como la cara b de lo que generalmente se entiende por este
concepto.
Sí, claro, el libro va de eso, la protagonista es lo
contrario de las niñas prodigio, pero ella sí que habla de la adoración que
siente y de que desea ser como ellas. Estos días estaba leyendo un libro sobre
niñas santas, que querían ser buenas y virtuosas, y me acordaba de la
protagonista de mi novela. También he recordado un libro de Celia, que tiene un
capítulo llamado ‘Quiero ser santa’, donde ella averigua cómo ser desgraciadita
para conseguirlo. Y todo eso me traía a la memoria la búsqueda de la
protagonista de la perfección y de la aprobación del resto.
Has calificado ‘Las
niñas prodigio’ como novela, pero el libro también podría leerse como un puñado
de cuentos, ¿no?
Sí, pero no todos, hay algunos que no se pueden comprender
bien si no has leído lo anterior. En realidad, cada parte del libro necesita de
las demás.
Entonces supiste desde
el principio que lo que estabas escribiendo era una novela y no un libro de
cuentos.
No me acuerdo bien, porque creo que no lo pensé. Únicamente
me preocupé de cómo contarlo y salió así. La verdad es que no podría
clasificarlo de modo exacto en ninguna categoría.
Has escogido la primera
persona para narrar, ¿por qué?
Bueno, en primer lugar, porque es un libro en el que queda
claro que hay bastantes componentes autobiográficos y, en segundo, porque
escribo mucho en primera persona y me gusta hacerlo. Incluso mis artículos los concibo
así porque me desnudo emocionalmente.
Por algún lugar he leído que lo pasas
mal escribiendo.
Es verdad, lo paso horrorosamente
mal. No me gusta escribir, odio escribir, pero me encanta haberlo escrito. Esa
frase es de Dorothy Parker y me identifico absolutamente con ella. Haber
escrito un libro me resulta una experiencia pavorosa, excepto los últimos capítulos
y la corrección, cuando parece que voy cabalgando sobre un caballo a toda virolla.
Esos momentos son maravillosos, es como si estuviera en trance, aunque sólo
ocurre de modo puntual como digo. Lo cierto es que más adelante me gustaría
disfrutar durante la escritura.
Bueno, esa sensación que describes, creo que se transmite un poco en la
novela.
Puede ser.
A veces el texto incluso es un poco perturbador.
Pero yo no sufro porque lo que
escribo sea perturbador, sino porque escribir me parece muy difícil y me
encuentro sometida a distintas presiones. Es una locura.
Entonces ¿la escritura para
ti no tiene nada de terapéutica?
Desde luego terminar un libro sí que tiene algo de
terapéutico porque, como te contaba al principio, constantemente tengo ideas.
Mi problema es la sobreinformación en el cerebro. Soy consciente de que no
puedo sacar al exterior todo lo que llevo dentro, pero sí algunas cosas y hacer
eso, de alguna manera, me alivia. También es gratificante que lo que escribo
haya gente que lo disfrute. Eso hace que me sienta bien y, sin duda, también es
terapéutico.
A esa angustia durante
el proceso creador, tú le has sumado el hecho de que has escrito ‘Las niñas
prodigio’ casi encerrada en una casa solitaria de La Alpujarra y sin luz
eléctrica, ¿por qué esa exigencia?
Venía de una situación complicada. Había dejado mi empleo,
había decidido no trabajar en la oficina de publicidad donde lo venía haciendo
y me fui a vivir un tiempo fuera. Regresé a España y mi editor me dijo que le
interesaba publicar lo que estaba escribiendo. Entonces pensé que era ahora o
nunca. Si vivía en Madrid tenía que trabajar mucho en otras cosas para
mantenerme y no podría escribir el libro. Y yo quería hacerlo. Así que decidí
marcharme. Fue una decisión casi económica. Lo que ocurrió es que el campo
tiene otros componentes, como el retiro bucólico del escritor, lo cual siempre
es interesante, y además me empezaron a suceder una serie de cosas, que no tuve
otro remedio que autoficcionar e incluir en la novela.
¿Todo lo que ocurre a
tu alrededor es susceptible de que lo transformes en material literario?
Sí, todo: lo que me cuenta la gente, lo que les ha ocurrido a
amigos míos… Me acuerdo yo más de esas cosas que ellos, es como que tengo un
archivador lleno de basura de la que tomo notas, a mano o mentalmente.
Dado que incorporas al
texto las cosas que te suceden mientras escribes, me imagino que eres escritora
de brújula más que de guiones.
Sí, sí, soy más escritora de brújula que de guión, para la
novela no he utilizado ningún esquema previo. Sin embargo, en el libro que
llevo ahora entre manos sí que he tenido que preparar una pequeña estructura,
pero eso me ha hecho sorprenderme de mí misma, porque veo que me cuesta
escribir sujetándome a un guión.
Hablabas antes del momento
de la corrección, la lectura del texto fluye con facilidad, sin duda hay mucho
trabajo detrás del resultado final, ¿has corregido mucho?
Es verdad eso que dices, excepto mis padres, a los que les
cuesta mucho, la gente lo lee con facilidad. Escribo del tirón, a gran
velocidad, gracias a mi trabajo de periodista, lo que a veces es malo, porque
no revisas el texto lo suficiente. Se ha producido una labor conjunta entre el
editor y yo, pero no hay demasiadas correcciones. Sí que ha habido algunos
cambios en el orden del relato, en todo caso son modificaciones sin excesiva
trascendencia.
Sigamos con el trabajo
del texto, ¿qué te preocupa más: la forma o el fondo?
Me importan ambas cosas, aunque creo que quizá presto menos
atención a la forma de lo que debiera.
¿‘Las niñas prodigio’
funcionarían igual de bien con una escritura más barroca?
Uff, tengo la sensación de que escribo unas frases
larguísimas, muy pesadas. Mi impresión es que mi estilo es mucho más barroco de
lo que debería ser. Admiro a los escritores que escriben a latigazos, yo me
enredo mucho en sobreexplicaciones. Es algo que debo pulir.
Vamos con las dos
últimas cuestiones por hoy. Por tu fertilidad mental, no debes conocer el mito del miedo al folio en
blanco en la segunda novela, ¿es así?
No, para mí no existe ese miedo. Hacía tiempo que llevaba
dándole vueltas a algunas cosas y, de repente, hace unas semanas, lo vi claro. Como
te decía antes, la verdad es que muy pocas veces siento un vacío, las ideas
siempre están rondándome.
¿Qué poso te ha dejado la escritura
de ‘Las niñas prodigio’?
En el proceso de creación he perdido el miedo a muchas cosas.
De hecho ahora tengo menos miedo de casi todo, voy más segura y creo que, tal
vez, un día podré disfrutar durante la escritura.