meses, el propósito de entrevistar
a Sergio del Molino se transformó en una peripecia improbable, en un encuentro
postergado por los avatares del tiempo y esas ausencias forzosas a las que nos
somete la vida. Sin embargo, los primeros fríos de diciembre, a priori el
momento más insospechado, se tradujeron en la fecha propicia para entrevistarle
tras la publicación de su nueva novela, ‘La mirada de los peces’, editada por
Literatura Random House, donde habla del suicidio de su antiguo profesor,
Antonio Aramayona, de las circunstancias que lo rodearon y de su propia
adolescencia, transcurrida en un barrio periférico de Zaragoza. Una mesa del concurrido
Lounge Bar del Hotel Astoria de València, desacostumbrada, sin muchos focos, redonda,
fue el escenario forzoso para conversar con el escritor madrileño, que reside
en Zaragoza desde hace muchos años.
Sergio, como
escritor al que entrevisto por primera vez, esta pregunta es obligada: ¿qué significa escribir para ti?
Escribir es algo que llevo tan interiorizado
que no recuerdo cuando lo asocié a mi existencia. Tampoco sé atribuirle un
significado, porque está ligado a mi forma de vivir. Creo que es mi modo de
estar en el mundo, algo que relaciono más con un vicio o una patología de la que
no sé prescindir.
O sea, que has escrito desde siempre.
Sí, no tengo conciencia de que exista un
momento de revelación a partir del cual decidiera dedicarme a ello. Desde
pequeño me recuerdo escribiendo, contando historias, de hecho si estudié
Periodismo fue porque quería escribir, ya que la vocación periodística me llegó
después.
Tras el éxito de
tu anterior novela, ‘La España vacía’, que cosechó un gran éxito, ¿cómo
enfrentaste este nuevo proyecto: con miedo, inquietud, tranquilidad…?
Es verdad que noté presión o tensión, pero
procuré ignorarlas. En este sentido soy muy afortunado, porque mantengo una
relación de amistad con mis editores y ellos no me transmiten esa ansiedad. Además
conozco muchos amigos escritores en Madrid, así que si quiero relacionarme con
ellos me marcho y si no, pues me quedo en mi casa de Zaragoza, lo que me
permite distanciarme de todo lo que significa ese universo de expectativas que
se generan. La verdad es que hasta ahora he hecho lo que me ha dado la gana con
mis libros, sin preocuparme demasiado por el recorrido o la repercusión
posterior que pudieran tener.
Independientemente
de que recibieras el «encargo» por parte de Antonio Aramayona para escribir ‘La
mirada de los peces’, ¿cómo surgió la idea inicial?
Bueno, este libro creo que lo habría escrito
tarde o temprano, aunque probablemente no con este formato, ni con el
«urgentismo» de algo tan ligado a lo que está sucediendo. Tengo claro que
quería abordar la cuestión de la adolescencia, la de los maestros y la de la
periferia urbana. En este sentido, todo se precipitó cuando recibí la llamada
de Antonio. Tú lo has definido como encargo y me parece un término muy acertado,
porque en buena medida yo funciono así, sin plan narrativo previo. Mis libros
están ligados a las urgencias de mi vida y si no me hubiera telefoneado tal vez
no lo hubiera escrito o lo hubiera hecho veinte años más tarde. Para escribir
necesito una motivación muy fuerte, un motor inicial que me permita abrir ese
universo narrativo y que, curiosamente, parece un gancho comercial pero que
luego se comporta como un repelente. De hecho, si lees la sinopsis del libro,
observas que funciona casi como un ahuyentador de lectores.
Cuentas en el
libro que le diste a Aramayona un avance de la novela para que la leyese, ¿cómo
fue ese instante? ¿Te sentías juzgado?
No, no, en absoluto. Antonio conocía muy bien
mi obra, estaba muy ligado a ella, habíamos vivido juntos muchas cosas y sabía
lo que yo opinaba de él. Lo que leyó le gustó y yo hubiera deseado que lo hubiera
podido leer completo y que se enfadase con algunas cosas suyas que cuento. Aún
con su enfado, estoy seguro de que no hubiera puesto ningún impedimento al
libro, porque tenía un concepto muy generoso del conflicto. Es más, necesitaba
que lo leyese, que me diese su beneplácito. Era una necesidad casi jurídica de
que quedase constancia documental de ello, en previsión de posibles problemas
posteriores con su familia. En verdad, me daba más miedo entregarle el texto a
su hijo que a él.
Al profesor Aramayona
le gustaba poner en situación límite a sus alumnos, abocarlos al borde del
precipicio, ¿por qué obraba de ese modo?
Ese era un rasgo de su carácter que resultaba
especialmente molesto. Planteaba de modo continuo dilemas a los demás y
convertía la convivencia con él en algo muy difícil. Antonio era alguien que te
obligaba a manifestarte abiertamente. Eso le distanció de la familia, de sus
hermanos, de sus hijos, de sus amigos. Entendía la pedagogía a través del
conflicto, del cuestionamiento de la autoridad y trataba de inocular ese cuestionamiento
en sus alumnos constantemente. Era su obsesión. Sin embargo, para nosotros,
como la autoridad era él, no teníamos ningún interés en oponernos. Hay que
aclarar que cuando tenía en mente el concepto de autoridad, él estaba pensando
en los militares franquistas o en los curas, un tipo de personas muy
represoras.
También trató de
controlar su propio funeral, algo chocante si tenemos en cuenta que era ateo.
Parece que tenía un cierto interés en perdurar…
Ese deseo de controlar algo es uno de los
misterios y de las cosas más perturbadoras de su personalidad, en especial
tratándose de una persona terriblemente atea que no aceptaba la trascendencia.
Pero en este rasgo se manifiesta una de sus contradicciones, estaba lleno de
ellas, y demuestra que sí creía en algo. Antonio tenía la sospecha de que vería
nuestras reacciones en su funeral o ante la lectura del libro a través de una
pequeña ventana. En el fondo no estaba convencido plenamente de que sólo seamos
polvo.
Escribió un blog
muy extenso, ¿era eso una especie de carta de despedida dilatada en el tiempo?
Desde luego que sí y además dilatada a lo
largo de años, igual que sus artículos en el Huffington Post. En realidad su
suicidio estaba anunciadísimo desde hacía tiempo, por lo menos desde 2014, pero
nadie se lo tomó en serio. Antonio hablaba reiteradamente de su muerte y todos
estos escritos constituyen una larga e inquietante despedida, porque no sabemos
muy bien a quién va dirigida y desconocemos a qué obedecía esa obsesión suya. Este
es otro de sus puntos negros, de sus misterios, ante los cuales la literatura
no puede hacer otra cosa que bordearlos.
Dejar constancia
de su suicidio por escrito, anunciarlo e incluso participar en el rodaje de un
documental sobre su muerte, dirigido por Jon Sistiaga, ¿eran diversas formas de
obligarse a hacerlo?
No creo, él estaba muy decidido, de hecho ya
lo intentó y se echó para atrás porque su hijo tuvo un nieto y le pidió que no
lo hiciera. Antonio trataba de encontrar la fórmula de llamar la atención de
alguien que le permitiese crear una última gran performance con su suicidio. Él
no deseaba hacer mutis por el foro sin más, quería irse a lo grande. En este
sentido, el cortometraje de Jon Sistiaga le proporcionó la oportunidad de
conseguirlo y se convirtió en un altavoz para difundir su muerte por todo el
país.
El suicidio es
contagioso, ¿has tenido que tomar distancia o levantar alguna barrera para
escribir ‘La mirada de los peces’?
No tengo ningún problema con el suicidio, ni
con el tema de la muerte digna. Este es un debate que ya tengo resuelto y que
la sociedad también lo tiene. Creo que todo el escándalo suscitado es algo
artificial y que sólo es cuestión de tiempo para que escampe. Yo no utilizaría
la literatura con estos temas, la necesito para explorar mis dudas y mis
culpas. Con su llamada, Antonio me abrió la posibilidad de explorar una parte
de mi identidad que no sabía cómo abordar.
El libro está
escrito en primera persona. Borges decía que las cosas no le pasaban a él sino
al otro, al narrador, que en este caso se llama también Sergio del Molino, ¿te
sucede a ti igual que al autor argentino?
Siempre hay una elaboración literaria, pero
la ortodoxia dice que has de hacer una lectura con distancia y diferenciar al
autor del narrador. Sin embargo, a mí me interesa que se confundan, quiero obtener
una primera persona ambigua y forzar la destrucción de esos límites tan cómodos
para el lector. Lo inquietante es conseguir que las fronteras estén
difuminadas. Yo asumo esa primera persona más allá de la estructura literaria,
a pesar de que existe una evidente construcción del personaje, algo que todos
llevamos a cabo constantemente, aunque no escribamos. Esto es la versión más
sofisticada de lo que cada uno de nosotros hace cada día contando nuestra vida
y proyectando lo que queremos enseñar de nosotros mismos.
Esa proyección
diaria en la vida real es muy cierta.
Totalmente y, además, construimos muchos
personajes: uno para los amigos íntimos, otro para el ambiente de trabajo, otro
para la familia…
Un episodio curioso
de la novela lo constituye ese sistema de comunicación, que estableciste con tu
amiga Andrea, mediante notitas escritas. Sin duda fuisteis precursores del
WhatsApp.
O del Messenger [Risas]. Creo que el hecho de
que entonces no hubiera móviles nos obligaba a desarrollar un estilo literario,
que se manifestaba no solo en esas pequeñas notas, sino también en los
pupitres, que estaban llenos de mensajes escritos.
‘La mirada de los
peces’ suena, tiene banda sonora, ¿qué significa la música en la vida de Sergio
del Molino?
Desgraciadamente cada vez la escucho menos,
porque no encuentro tiempo, pero es muy importante para mí. Últimamente oigo música
clásica, porque me viene muy bien para mis nervios, pero mi gusto por el rock
americano, basado en el folk, se mantiene. Sin embargo, estoy demasiado
descolgado de modas y de los grupos que me atraen. En verdad, he de ponerme al
día.
¿Qué poso o qué
recuerdo te ha dejado la escritura de esta novela?
No vuelvo mucho a mis novelas, ni pienso en
ellas. Me obligo a hacerlo en días como hoy, cuando tengo entrevistas o
charlas, pero siempre se trata de reacciones mías a pensamientos de los demás.
Siempre miro hacia delante, no sé si eso es bueno o no, y sólo siento una
necesidad impulsiva de escribir. En verdad, el único libro que me ha dejado poso
es ‘La hora violeta’ y percibo que mi relación con él va cambiando con el paso
del tiempo. El resto trato de que quede atrás, no le veo sentido a pensar en su
significado.
¿Tienes ya algún
proyecto inmediato a la vista?
Sí, algo hay, en realidad llevo entre manos
varias cosas a la vez.
¿Seguirás
alternando ensayo y ficción?
En principio voy a intentar conseguirlo,
veremos si lo logro.
SOBRE SERGIO DEL MOLINO
Sergio del Molino (Madrid, 1979) es un escritor y periodista conocido fundamentalmente por su novela ‘La hora violeta’, donde narró la enfermedad y muerte de su hijo Pablo. La obra obtuvo en 2013 el Premio El Ojo Crítico de Narrativa de RNE y, el mismo año, el XXXV Premio Tigre Juan, ex aequo con la novela de Marta Sanz ‘Daniela Astor y la caja negra’. Es autor también de los libros ‘Malas influencias’, ‘Soldados en el jardín de la paz’, ‘El restaurante favorito de Nina Hagen’, ‘No habrá más enemigo’, ‘Lo que a nadie le importa’. ‘La España vacía’ y ‘La mirada de los peces’. Del Molino ha sido reportero y columnista del diario ‘Heraldo de Aragón’ y de otros medios escritos y colaborador de radio y televisión.