Nº 546.- Gris. El 29 de abril de 2018
amaneció gris en València. El sol apenas consiguió perforar la frontera nubosa
en algún instante. Era la hora punta de la mañana en la Fira del Llibre, 53ª
edición. Muchos, muchos visitantes. Unos curioseaban, hojeaban libros a peso;
otros preguntaban por algunos títulos, tal vez inencontrables; bastantes
conversaban en animados corrillos; por último un número indefinido de paseantes
saludaban, alborozados, fortuitos encuentros sin duda postergados en el tiempo.
En la caseta de Organización, detrás de una mesa rectangular, blanca,
suficiente, Marta Sanz firmaba su nuevo libro publicado en Anagrama, ‘Amor fou’,
una novela arrebatada al olvido editorial. Sentado junto a ella, entre pregunta
y pregunta de sus lectores, entre firma y firma, hablamos de esta historia que tiene como
protagonistas a Lala y Raymond, y también a Adrián. Una historia triangular, dos
relatos de amor, trazados en escenarios
distintos, un cuaderno de agravios y unas reflexiones en voz alta, que se unen
y desunen, que se atacan y defienden. Raymond, desde su observatorio, vigila la
felicidad conyugal de Lala, su antigua novia, y Adrián, su nueva pareja. No
puede soportarla y decide intervenir en ella con su mirada evocadora y su
presencia disfrazada. Pero hasta las pequeñas maldades pueden tener horrendos
efectos secundarios… Entre nuestra conversación, la de Marta y la mía, no la de
Lala y Raymond, se ha instalado definitivamente el color gris. Por un momento,
pensé que vivía en 1950 y entrevistaba en blanco y negro. La portada de ‘Amor
fou’ también es gris.
Marta, ¿por qué una
reedición de Amor fou ahora?
‘Amor fou’ nunca había sido publicada
en España. La escribí en dos mil cuatro con la idea de que se trataba de una novela
distópica a medio o corto plazo, ya que la ambienté en torno a los años dos mil
once y dos mil doce. Sin embargo, me encontré con la sorpresa de que la
compraron dos editoriales y ambas la guardaron sin publicarla. En dos mil
catorce, la editorial estadounidense La Pereza, que entonces comenzaba a
funcionar, se puso en contacto conmigo para ver si tenía algún texto en plan
altruista y se la regalé. La edición no fue demasiado perfecta, pero más tarde
Anagrama encontró el libro, le gustó y lo ha publicado ahora en España. Por lo
tanto, podemos decir que se trata de una reedición relativa.
¿Había mucho que retocar en
la novela?
Después de haber
transcurrido tanto tiempo, cuando relees un libro observas que, desde el punto
de vista estilístico, ya no eres la misma escritora. Por otro lado, he tenido
que cambiar algunas referencias temporales, porque en su concepción ‘Amor fou’
era una novela distópica y ahora es una novela realista. He introducido también
algún cambio en el final del texto.
La
contraportada del libro anuncia que, a causa de ‘Amor fou’, estuviste a punto
abandonar la escritura, ¿qué ocurrió ahí?
Básicamente fue debido al
hecho de que ‘Amor fou’ no se publicaba. Yo entonces no me ganaba la vida con
la literatura – ahora tampoco – y para mí era un espacio donde podía expresar
libremente mis preocupaciones más profundas y compartirlas con mi comunidad. Si
la literatura no me servía para establecer este tipo de conversación, ¿entonces
para qué la quería? Sin embargo, sientes una pulsión que constantemente te hace
volver a escribir y, además, tuve la fortuna de contar con el respaldo
incondicional de mi familia y de algunos autores amigos, como Isaac Rosa, autor
del prólogo, que me decían que la novela valía la pena y que siguiera
escribiendo.
¿Qué
tiene en común ‘Amor fou’ con tu anterior novela ‘Clavícula’?
Tienen en común una
concepción general de la escritura como vehículo para establecer una conexión
con la comunidad y también la idea de que la palabra ciertamente tiene
capacidad para intervenir en la realidad, que los libros, dejando aparte toda
la maraña literaria que conllevan, sirven para señalar de verdad las cosas que
nos están sucediendo. ‘Amor fou’ le da vueltas al porqué esta democracia es de
mala calidad, mientras que ‘Clavícula’ gira en torno a la duda de porqué somos
seres autónomos autoexplotados en una sociedad en la que cada vez hay más miedo
al futuro y a la muerte, condicionados por la precariedad.
El título ‘Amor fou’ sugiere un amor loco, divertido,
positivo, sin embargo en la novela tropezamos con un amor tóxico, ¿por qué la
titulaste así?
En la novela se pretende
contraponer una idea de amor fou, juguetón, loco, espectacular y de alguna
manera también vampírico, posesivo, paradigmático y muy publicitario, a esa
otra concepción de un amor basado en el compañerismo, en la solidaridad, en la
empatía, que no sustenta la relación de pareja en una lucha permanente de poder
sino en la visión de un proyecto común, que impide que la relación se enquiste
y ofrece la posibilidad de mirar más allá y ser solidario con una realidad más
amplia que la de tu pareja. En ‘Amor fou’
cristaliza la idea de que todo lo personal es político, algo que supone una
constante en mi escritura.
Estructuraste
la novela en una suerte de diálogo o de dos narraciones paralelas.
Efectivamente, la novela
está construida a partir de dos discursos que, de algún modo, rebotan uno en el
otro y al final se empastan un poco y llegan a tener una cierta coincidencia. El
discurso de Raymond es un cuaderno de observación, porque él es un mirón, interrumpido
por las reflexiones de Lala, que es la receptora del cuaderno, en el que sólo encontramos
la justificación de todos los horrores que le ha hecho padecer a Lala.
Hay
un contraste evidente entre las dos historias de amor de Lala: la primera es
atormentada, violenta, tóxica; para definir la segunda, la que mantiene con
Adrián, sólo se me ocurre una palabra: apacible.
Es verdad que la relación
con Raymond es tóxica y violenta, algo que se observa tanto desde el punto de
vista de la sexualidad como en la forma de entender el vínculo amoroso. Frente
a todo eso, está el amor que siente por Adrián, que es algo así como dos
cuerpos que se dejan fluir en el agua, uno de los cuales enseña a nadar al otro
pero sin brusquedades, dejándose ir, un amor natural, apacible como tú dices, con
poca reflexión.
En
la página 84, Lala dice «mi única justificación para quererle [se refiere a
Raymond] era que me gustaba acostarme con él. Y eso no suponía para mí ninguna
culpa». Socialmente este detalle se vería bien desde el punto de vista
masculino, sin embargo, desde el femenino no estaría tan bien visto.
Eso forma parte del
pensamiento feminista de Lala. Es cierto que los hombres pueden enamorarse legítimamente
de una mujer por su magnetismo erótico o por su sexualidad. Ahora bien, si lo
hace una mujer inmediatamente sería acusada de guarra, fresca, por sentir ese
tipo de pulsión sexual hacia un hombre. Procedemos de un modelo
nacionalcatolicista, que ha originado que la sexualidad femenina esté
estigmatizada. Dentro de la novela, Lala sabe que este tipo de relación con Raymond
no llega a ninguna parte y lo que yo planteo es que hombres y mujeres deberíamos
mirar a los demás sin objetualizarlos, sin convertirlos sólo en carne. Quererse
implica carne, sí y muy deseada, pero también debe incluir otra cosa.
Hace
tiempo manifestaste que «cuando escribí ‘Clavícula’, me di cuenta de que no
podía separar el dolor físico del psicológico y del social; que la ansiedad y
la angustia que me generaban mis miedos estaban en estrecha relación con el
hecho de que soy una trabajadora autónoma autoexplotada». En ‘Amor fou’ también haces referencia a este
asunto y, a través del personaje de Esther, estableces una relación de cosas
que producen cáncer, en la que hay de todo.
Cuando Esther escribe ese
listado y dice que saber demasiado produce cáncer, estamos ante una metáfora.
Todo lo que ella relaciona genera una sensación de incomodidad, de tristeza y
en ocasiones de profundo dolor. Sin embargo, quiero creer que detrás de esa
tristeza existe una profunda alegría. Yo puedo contar cosas sórdidas, pero lo hago
con el optimismo y la creencia de que la palabra todavía sirve para visibilizar
todos esos aspectos que queremos transformar. ‘Clavícula’ la escribí desde un
deseo real de curarme, porque me dolía la clavícula de verdad. Poco a poco me
di cuenta de que esos dolores, que pensaba propios y exclusivos, nos concernían
a todos, y mi objetivo fue sacar esa autobiografía del espacio del onanismo
para llevarlo al ámbito de lo político, porque no se pueden separar ambos
dolores, físico y psicológico, del ámbito social. A mí me duele la clavícula
porque soy una señora menopáusica, porque estoy envejeciendo, porque sé que me
voy a morir, porque tengo una enfermedad, porque me encuentro en una etapa poco
fotogénica, porque mi marido es un parado de larga duración, porque para vivir
trabajo dieciséis horas al día en una sociedad donde la cultura está
precarizada y, encima, están desmantelando la sanidad pública. Su relación con
‘Amor fou’ es que cuando la escribí en 2004, ya percibía que vivíamos en una democracia
de mala calidad. No hago una enmienda a la totalidad de la Transición, pero sí
trato de poner el dedo en la llaga en aspectos fundamentales como la justicia,
que no es ciega y tampoco igual para todos.
Por
un momento me transporto a ‘Clavícula’. En un momento dado, el personaje de tu
madre dice «que tu marido te acompañe al médico» y proyecta una imagen de
persona poco posesiva, algo no muy frecuente en casos de hijos únicos como tú.
Mi madre, y esto es una
opinión muy personal, hace el esfuerzo de distanciarse, algo que tiene bastante
que ver con el respeto hacia mi pareja y se lo agradezco mucho, porque requiere
de un gran sacrificio por su parte. Si enlazamos ‘Clavícula’ y ‘Amor fou’,
podemos decir que son dos libros de amor, en los que hablamos de personas que
nos quieren y nuestros propios relatos del dolor nos ayudan a crear vínculos
fraternos con los que superar los malos momentos de la vida. ‘Clavícula’ es un
canto de amor ácido con toques de humor negro hacia mis padres, mi marido y mis
amigos y no me produce ninguna vergüenza decirlo. Hay que reconocer esas cosas
de un modo bien alejado de la cursilería y de lenguajes relamidos, pegajosos y
chiclosos.
Dentro
de una entrevista muy reciente, el escritor Manuel Vilas, refiriéndose al hecho
de que introducía a familiares en sus libros y afirmaba cosas que podían
resultar delicadas, comentaba que era consciente de que había trabajado con
«nitroglicerina literaria», ¿te sucedió a ti lo mismo cuando hablabas de tu
marido, de tu madre, de tu padre o de tu tía Alicia?
‘La lección de anatomía’, mi
primera obra autobiográfica, fue mi campo de pruebas y de experimentación. Y
efectivamente comprobé que trabajaba con nitroglicerina, porque lo haces con
los sentimientos y la imagen pública de gente a la que quieres y que te
importa. Así descubrí que estaba rodeada de personas inteligentes, que se
dieron cuenta de que cuando los retrataba con palabras y los convertía en seres
humanos no idealizados, sino de carne y hueso, cuando dibujaba los claroscuros y
contraluces que todos tenemos, dentro de nuestra mezcla de mezquindad,
generosidad, prodigalidad y egoísmo para aproximarlos a los lectores,
entendieron que en ese ejercicio había ternura. Y nadie me ha reprochado nada, al
contrario, creo que se sienten orgullosos de aparecer por mis libros.
En
un par de ocasiones citas el balonmano, incluso señalas que lo jugabas, ¿qué
significó el balonmano en tu vida?
[Risas] Hablaba de eso sobre todo en ‘La lección de
anatomía’. Siempre he señalado que el deporte me convierte en una mala persona,
porque me hace sacar mi parte competitiva y también lo peor que hay en mí. Hay
personas a las que la competitividad les parece maravillosa, pero es una faceta
mía en la que no me gusta reconocerme. En ese mismo libro, hablo del balonmano
para criticar esa especie de mirada masculina, que las mujeres tenemos por
educación, porque estamos colonizadas por un lenguaje que no es el nuestro y
que nos lleva a mirar a otras mujeres con ojos de camionero, inclementes. En el
balonmano una se tensa y ahí me di cuenta de que en mi parte interior había un
ser, una especie de hombrecito, que no me gustaba. Yo jugaba de extremo, me
recorría el campo de un lado a otro, pero nunca lanzaba. Siempre esperaba a
otra compañera para pasarle el balón, porque no me atrevía a asumir esa
responsabilidad.
Acabamos
por hoy, Marta, ¿llevas ya en mente algún nuevo proyecto literario?
De momento, no. No tengo
tiempo material. Trabajo en un pequeño ensayo, que probablemente se publicará
en Cuadernos Anagrama y que reflexiona un poco sobre el papel del feminismo en
la sociedad que vivimos. Seguramente se titulara ‘Monstruas y centauras’. Estoy
en ello, pero no sé todavía cuando lo concluiré.
SOBRE MARTA SANZ
Marta Sanz (Madrid, 1967) es doctora en Filología. Ha publicado las novelas ‘El frío’, ‘Lenguas muertas’, ‘Los mejores tiempos’ (Premio Ojo Crítico 2001), ‘Animales domésticos’, ‘Susana y los viejos’ (finalista del Nadal en 2006), ‘La lección de anatomía’, ‘Black, black, black’, ‘El diario de Edith’, ‘Daniela Astor y la caja negra’ (Premio Tigre Juan, Premio Cálamo y Premio Estado Crítico), ‘Farándula’ (Premio Herralde de Novela) y ‘Clavícula’, «uno de los libros más crudos, brutales e impíos que haya leído en mucho rato» según palabras de la periodista y escritora argentina Leila Guerriero. En 2007 recibió el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos. Marta Sanz, además, es autora de cuatro poemarios (‘Perra mentirosa’, ‘Hardcore’, ‘Vintage’ y ‘Cíngulo y estrella’) y dos ensayos (‘No tan incendiario’ y ‘Éramos mujeres jóvenes’). En 2018 acaba de publicar su, de momento, última novela: ‘Amor fou’.