«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 28 de marzo de 2019

Ana García Herráez: «Trato de atrapar al lector a través de las emociones que transmiten los personajes»


Nº 565.- Marzo. Viernes, doce y media de la mañana. Calor por València. Apenas hace tres días que las fallas fueron reducidas a cenizas por las llamas, pero la ciudad no termina de desperezarse. Bosteza aún. La primavera quiere disfrazarse de verano antes de tiempo. La plaza de la Reina se muestra repleta de visitantes, gente de la casa, gente de fuera, sentados, ante una cerveza, ante un café, caminando sin pausa. Finnegans of Dublin es la cervecería con aroma irlandés donde quedé citado con Ana García Herráez, la escritora segoviana, afincada en València, que acaba de publicar su primera novela, ‘El sendero de la palabra’, editada por Apache Libros, en la que cuenta la peripecia de Connell, un profesor universitario, cuya familia procede de Irlanda, que intenta encontrar su identidad en un mundo que no siente como suyo propio. Su afición por narrar historias, heredadas de su madre, y la trágica muerte de su hermana, precipitarán su marcha a la tierra de sus antepasados. Una vez allí, la fuerza de la amistad y el amor contribuirán a enseñarle un camino, que se resistía a tomar, y la memoria comenzará a moverse de nuevo. ‘El sendero de la palabra’ fue galardonada con el Premio Tagus de Novela, organizada por La Casa del Libro en 2017.

Ana, ¿una pinta de cerveza, como la que estamos bebiendo aquí, sabe igual en València que en Irlanda?
No, no, por mucha imaginación que le eches no sabe igual. Tal vez sea cosa del agua, aunque imagino que llegará ya elaborada. Lo cierto es que una cerveza en Irlanda significa muchas otras cosas: el ambiente, el cielo, la conversación y la música en vivo mientras la bebes. En un pub irlandés se produce un hermanamiento entre músicos y parroquianos que aquí no se da. 


Aparquemos un poco la cerveza, ¿qué significa la escritura para ti?
Para mí escribir es volcar todo lo que llevo dentro. Lo que te voy a decir ahora puede parecer algo manido, pero es así: escribo narraciones que me gustaría leer y que no encuentro publicadas. Llevo muchas historias dentro y me parece que el punto más importante es compartirlas con los demás. Escribir sin lectores carece de sentido. Me apetece que me lean. Por muy satisfactoria que sea la fase de creación, los libros están incompletos sin la presencia del lector. Su «feedback» para mí es muy importante.

Al leer ‘El sendero de la palabra’, uno descubre enseguida tu entusiasmo por Irlanda, ¿de dónde arranca esa pasión?
Arranca a través de mi formación como filóloga en lengua inglesa y también por mis viajes a la isla. Probablemente entré en el mundo celta a través de la música, que es muy evocadora y me provocó imágenes suficientemente atractivas para seguir profundizando en el conocimiento de su cultura. La música me llevó al folklore y el folklore a la historia irlandesa, tanto a la antigua como a la moderna.

¿Cómo tropezaste con la historia que dio origen a ‘El sendero de la palabra’?
La idea me llegó mientras trabajaba en la Universidad de València. Uno de los temas que impartía en clase fue la poesía elegíaca de los siglos VIII y IX, escrita en inglés antiguo. Encontré una serie de poemas que trataban del exilio y de la pérdida en un entorno medieval. Uno de ellos, ‘The Wanderer’, que hablaba sobre un guerrero desterrado porque había perdido el favor de su rey, me impactó mucho y me aferré a él. Simultáneamente, alguien me contó la experiencia de un chico que se había ido a trabajar a Irlanda como titiritero. Ambas historias confluyeron y dieron origen a Connell, este narrador, este «seanchai», que va contando relatos por los pueblos. Investigué un poco más y comprobé que los «seanchaite» eran unas figuras muy tradicionales, procedentes de la época de los druidas y que, por su carácter itinerante, se consideraban autoexiliados. La evolución del protagonista, compartiendo historias y congregando extraños a su alrededor, fructificó en ‘El sendero de la palabra’.

¿Los «seanchaite» existen hoy en día aún?
Sí, todavía existen, pero ahora se les conoce como «storytellers». Van de pub en pub y siguen un itinerario. Actualmente hay montado un negocio de narradores, enfocado hacia el entretenimiento de turistas. Les ofrecen el lote completo: cena y narradores. Esto es lo que más se aproxima a lo que había antes.

Uno de los personajes de la novela, Mr Willoughby, no tiene muy buen concepto de los «seanchaithe» y les llama «gentuza que no se ha molestado en trabajar en algo honrado y que prefiere vivir de lo que otros les den», ¿tienen mala prensa los «seanchaithe»?
Mr Willoughby es un tipo bastante ruin y, además, he querido reflejar en él ese antagonismo que existe entre Inglaterra e Irlanda. Se trata de un inglés con abolengo, que no se recata lo más mínimo en exponer opiniones negativas sobre el país donde él mismo vive. Pero la realidad irlandesa es muy distinta, allí valoran mucho a estos narradores, porque les encanta escuchar relatos. En la antigüedad, había druidas especializados en memorizar estas leyendas y transmitirlas. Era su forma de mantener viva la historia de su país. Nunca te sientes solo en Irlanda y, sin que tú te des cuenta, enseguida se sienta alguien a tu lado, te cuenta cosas suyas y te pregunta por tu vida. Son muy abiertos, más cálidos que nosotros y creo que no pueden evitarlo. Entablar conversación contigo es su forma de demostrarte su cariño, porque estar un rato con alguien es mucho más importante que todo lo demás.

Con la que está cayendo – y con la que nos puede caer –, ¿escuchar las narraciones de los «seanchaithe» tiene màs sentido hoy que nunca?
Sí, sin duda es una distracción muy deseable. El mundo de la narración y el de la lectura pueden ser un buen refugio para como están las cosas actualmente. Dicen que cada vez hay menos lectores, pero yo creo que sigue habiendo mucha gente que lee. Incluso hay personas que, por sí solas, leen lo mismo que podrían leer las que no lo hacen. Así se equilibra un poco la balanza entre unos y otros.

Hemos hablado mucho de los «seanchaithe» y nos estamos olvidando de la novela. ‘El sendero de la palabra’ permaneció guardada en un cajón de tu mesa durante cuatro años, ¿cuando pasa tanto tiempo sin que ninguna editorial se interese por ella, aparece la desesperación?
Efectivamente, permaneció cuatro años guardada en el cajón de mi mesa y en el de la de Susana Alfonso, mi agente literaria, y la verdad es que te entran ganas de abandonar. La enviamos a varios sitios sin resultado alguno y eso al final te derrota, sobre todo si, como es mi caso, hay un escritor inseguro que necesita que alguien le diga si el texto está bien o mal, porque no hay que olvidar que se trata de una primera novela. Susana creyó en mí, pero necesitaba otros ojos, objetivos, que me dijeran si estaba bien o mal, si valgo para esto o no.

Han etiquetado ‘El sendero de la palabra’ como una novela fantástica, ¿pero en verdad pertenece a ese género?
Es una novela fantástica porque en ella hallamos cosas inverosímiles: un viaje por el tiempo, magia, personajes con poderes… Si por fantasía entendemos eso, diría que sí es una novela fantástica. En mi caso, sin embargo, la fantasía sólo ha supuesto un recurso que me permitía tratar otras cosas y llegar a todo tipo de lectores. Hoy en día te obligan a clasificar las novelas, pero no es tan sencillo, porque ‘El sendero de la palabra’ contiene aspectos no fantásticos como los valores románticos, el intimismo de los personajes, la música o la fuerza del paisaje y trata temas universales como la pérdida, el amor de la madre y la unión del individuo con su tierra de origen. Todas esas cosas se pueden encontrar en muchos géneros y me parece injusto etiquetar las novelas porque al hacerlo, de alguna manera, reduces el horizonte de los lectores.

Apuestas por una escritura sin prisas y no parece interesarte atrapar al lector desde el primer momento, eres escritora de largo aliento.
A lo mejor es torpeza de narrador inicial, pero me gusta crear en primer lugar el marco en el que se va a mover la trama y proporcionar detalles de los personajes: explicar de dónde vienen y cómo son. Desde luego, todo depende del tipo de público, pero trato de atrapar al lector a través de las emociones que transmiten esos personajes, en lugar de hacerlo con una acción trepidante.

A la hora de contar, has escogido la tercera persona.
Bueno, la tercera persona te permite mayor libertad. Sobre todo al comienzo, resulta más fácil escribir utilizando un narrador omnisciente, que te permite observarlo todo desde la posición de un dios, que organiza las piezas de su puzle como prefiere.

Parece claro que la novela se ubica en una época actual, pero ¿en cuál? Los personajes, por ejemplo, no usan móviles e Internet ni se nombra. Los lugares también están difuminados.
Sí, los personajes no usan móvil. Podríamos ubicar la acción en los años ochenta o en un tiempo actual visto de un modo muy romántico. Sobre los lugares, tampoco dejo claro donde viven. Es una amalgama. Hay rasgos de Segovia, de Madrid o de València, pero no he querido decir explícitamente donde transcurre. En las zonas de Irlanda sí soy más clara, pero he transformado un poco el paisaje, adecuándolo a mis necesidades.
En un momento dado, Connell, el protagonista, experimenta la necesidad de regresar a la tierra de sus ancestros, ¿esa necesidad la sienten todas las personas en general o es mucho más perentoria en el mundo celta?
Si te pones a buscar en Google las páginas de localización de ancestros irlandeses, compruebas que hay muchísimas. No sé si en Galicia o en Bretaña, también territorios celtas, ocurre algo parecido, pero todos los irlandeses que emigraron a Estados Unidos sintieron la necesidad de buscar sus orígenes, de regresar para ver a la gente que se quedó en su país. Particularmente, yo me siento unida a mi tierra segoviana, pero soy una ciudadana del mundo y creo que al final lo que te marca son las vivencias y la gente que has conocido en los diversos sitios por los que has pasado.

‘El sendero de la palabra’ mezcla realidad con leyendas y relatos, ¿en el libro hay algún afán por recopilar estas antiguas narraciones irlandesas?
Sí, de hecho menciono algunas de ellas. Realmente, no todas las historias que aparecen en la novela las he inventado yo, también hay narraciones tradicionales. Me gusta mucho este tipo de cuentos y me apetecía compartirlos con los lectores. El irlandés William Butler Yeats también era folklorista y recopiló historias orales reunidas en varios tomos. En ellas hay de todo: cuentos de fantasmas, de humor, de miedo a la muerte…

Desfila por la novela Brian Boru, un rey muy importante en la historia irlandesa.
La gente se siente muy orgullosa de él, porque plantó cara al invasor vikingo y el hecho de que muriera en una batalla lo convirtió en un héroe muy magnificado. La lucha contra el opresor, no sólo vikingo, que Brian Boru representa, se mantiene en vigor todavía hoy. En el «Brexit» están aflorando cosas que vienen de muy atrás, como por ejemplo la conversación sobre las dos Irlandas. Mitos como este ayudan a mantener su identidad cultural.

Ya hemos hablado antes un poco de la música como uno de los pilares básicos de la cultura celta, pero ¿qué significa la música para un irlandés?
Los irlandeses llevan la destreza musical casi de serie. Toda familia cuenta en su casa con un músico por lo menos y el momento de acudir al pub es especial. Suele empezar a tocar uno de ellos y, en menos de una hora, hay siete u ocho personas que se suman y aportan cosas a la melodía. Y, aunque no se hayan visto nunca, la música suena perfecta. Es un momento de unión con los otros, en el que demuestran que son capaces de hacer cosas que los demás esperan que hagan. Sin duda, se trata de un instante mágico en su cultura.

Para acompañar la lectura del libro, has elaborado en tu blog personal una lista de temas interpretados por Wim Mertens, Loreenna Mckennitt o Clannad, entre otros. Particularmente echo en falta a un grupo fundamental en la música irlandesa: The Chieftains.
No soy muy de The Chieftains, aunque sí me gusta acudir a un pub para escucharlos. En casa prefiero a Clannad y también música New Age. De todos modos se pueden añadir a la lista, en la que he incluido música que me induce a concebir escenas, como me ocurre con los temas de Mertens o Einaudi. Los músicos de pub son más ambientales, más festivos y yo soy un poco más intimista.

Estamos terminando, Ana, ¿por dónde andas tú en ‘El sendero de la palabra’?
¿Qué dónde estoy yo? [Risas] Estoy en todas partes: en el profesor universitario; en los cinco años de trabajo en la universidad; en esa persona con una madre enferma a la que le gusta mucho contar historias y cree en la magia; en la que ama mucho, pero es un poco inconsciente con el amor; en la que le gusta el folklore y los acantilados… Estoy repartida por todos lados, en semillitas, también en el paisaje, en las tormentas que se repiten en otras novelas mías. Creo que, incluso, me encuentro en la portada del libro, dibujada por Juan Alberto Hernández, porque refleja muy bien mi personalidad y lo que he pretendido contar en la novela.

Ahora sí la última por hoy: ¿futuros proyectos literarios?
Tengo ya dos novelas escritas, que espero que se publiquen algún día. La primera pertenece al género especulativo y se ubica en la Inglaterra Victoriana. Tiene que ver con H.G. Wells y también con Julio Verne. La segunda es intimista y se desarrolla en Irlanda, en la zona de Connemara donde estuve hace tres años y escribí la historia de una mujer que trata de recuperar sus raíces. A su vez constituye un pequeño homenaje a Shakespeare. Ahora estoy trabajando en una novela negra. Como ves, voy cambiando de género, porque me interesan cosas muy diversas.

Herme Cerezo