«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 5 de junio de 2019

Ramon Solsona: «Recordar a las víctimas de las dictaduras es una forma de evitar su repetición»

Foto cedida por Proa

Nº 575.- Conocí la literatura de Ramon Solsona por casualidad pura. Fue uno de esos rebotes de la curiosidad humana. Ocurrió hace dos años, una tarde de invierno, saboreando un paseo. El escaparate de una librería, Tres i quatre, de la calle San Fernando de València, exhibía un surtido de buenos libros. Generoso. Interesante. Diverso. La portada de uno de ellos atrajo mi atención: un hombre y una mujer bailando en una cocina. Blanco y negro. No había música, pero sonaba una melodía. Su título: ‘Allò que va pasar a Cardós’ (‘Todo lo que sucedió en el valle’, en su versión castellana). Lo compré. No lo leí, lo devoré. A partir de aquel momento, decidí seguir, dentro de lo posible, la trayectoria literaria de su autor, Ramon Solsona (Barcelona, 1950). Otro de sus títulos, ‘L’home de la maleta’ (‘El hombre de la maleta’), cayó en mis manos después. Me gustó. Mucho. En 2019, ahora, es cuando termina de publicar ‘Disset pianos’ (‘Diecisiete pianos’), editada por Proa, una novela que parte de un encargo: «No malvendas los pianos», las últimas palabras que el restaurador rumano Peter le dijo a la Mei, su pareja, una mujer que trabaja en una agencia y que no sabe nada de pianos. Y de venderlos, menos. A partir de ahí, la peripecia de la venta y las nuevas relaciones que la Mei establecerá con otras personas constituyen la primera parte del libro. La segunda, que transcurre en Bucarest, desvela un enigma vital: la cara B de Peter y su familia, al tiempo que traza un retrato de la Rumanía de la postdictadura, del capitalismo, de las cicatrices malcuradas. Son las cinco de la tarde cuando comienzo a conversar con Ramon Solsona. Por teléfono. En catalán. La grabadora graba todos los idiomas. Es la suerte que tenemos los que nacimos asomados al Mediterráneo y hablamos más de una lengua. Es la suerte de compartir un territorio lingüístico común. Es la suerte de poseer la capacidad para leer libros en su versión original, sin doblajes.  

Ramon, después de una trayectoria tan larga y provechosa como la suya, ¿qué significa para usted escribir?
Bueno, la respuesta a esta pregunta es muy sencilla: escribo porque no lo puedo evitar. Se me presentan delante de mí una serie de temas y no soy capaz de negarme a escribir sobre ellos, dedicándoles todo mi esfuerzo y trabajo durante un tiempo.
¿Algo parecido a una enfermedad?
Digamos que es un impulso irresistible.
¿Cómo surgió la idea para escribir ‘Disset pianos’?
A diferencia de ocasiones anteriores, esta historia me la encontré un poco hecha. Conocí a una mujer que había perdido a su pareja, que había sido afinador y restaurador de pianos. De pronto, ella se vio inmersa en el compromiso de vender diecisiete pianos. El piano es un instrumento muy bonito, pero es un trasto que pesa entre doscientos y trescientos kilos y, si no tienes ni idea de cómo hacerlo, la tarea resulta harto complicada. A partir de este hecho real, aproveché otras cosas, también sucedidas en la realidad, y comencé a escribir la novela, cuya segunda parte discurre en Bucarest y tiene poco que ver con la primera.


Ha escogido la tercera persona para narrar, ¿por qué?
Ah, porque probé la primera y no me funcionaba [risas]. Es así de sencillo.
Dentro del proceso creativo, siempre hay dos etapas: la documentación y la propia escritura: ¿en cuál de las dos disfruta más usted?
En las dos. Mientras me voy documentando y tomando notas, mentalmente ya voy construyendo la novela y su estructura. Es entonces, mientras lo estás pensando en crudo, sin escribir aún, cuando sientes el placer y el gozo de saber que estás montando algo partiendo de cero. Luego, en el momento de escribir, es cuando realmente los personajes toman cuerpo, crecen y tienen nombre. En verdad, las dos fases me resultan muy interesantes.
¿Para usted lo importante es el viaje durante la escritura o lo tiene todo planificado de antemano?
Intento tenerlo todo claro desde el principio, aunque durante la marcha has de tomar ciertas decisiones en momentos puntuales.
A sus sesenta años, la Mei, la protagonista, tras recibir el encargo de su pareja fallecida, decide cambiar su vida. ¿Los sesenta años es una edad propicia para llevar a cabo estos cambios?
La Mei está a punto de cumplir los sesenta y dos. Tras recibir el encargo de vender los pianos y llevarlo a cabo, se replantea todo, su futuro y su pasado.  Hay circunstancias en la vida que no dependen de la edad, son momentos que provocan una sacudida tan fuerte que hacen que las personas piensen detenidamente por dónde va a continuar su camino.
La que viene ahora es una pregunta que se está convirtiendo en recurrente en mis entrevistas: ¿el diseño de buenos personajes secundarios es la clave para que una novela funcione bien? Aquí hay varios: la abuelita, Sergiu, Cornelia, Pensilvania, Dina…
Seguramente, en todas las novelas los personajes secundarios son los que aportan color y ayudan a mantener la historia principal. De todos modos en ‘Disset pianos’, como la protagonista es la misma, ya que no se trata de una novela coral como lo era ‘Allò que va passar a Cardós’, es muy importante crear un retablo de secundarios que actúen como contrapeso de la presencia constante de la Mei durante la narración.
‘Allò que va passar a Cardós’ fue la primera novela suya que leí, cosa que hice también con ‘L’home de la maleta’.
La verdad es que no resulta muy frecuente que me entreviste alguien que haya leído mis novelas, pero esos dos títulos que has citado, junto con ‘Disset pianos’, son libros muy distintos. Precisamente, mi intención es no repetirme y que cada novela sea diferente de las anteriores.
La música es una constante en sus novelas, desempeña un papel relevante, ¿qué significa la música para usted?
Lo mismo que para el resto de los mortales: me ayuda a vivir, a tirar adelante, no se puede pasar sin la música, cada uno la suya, naturalmente. En este caso, la novela comienza con un golpe sentimental muy fuerte para la Mei, ella recurre a la música anglosajona y las letras de Bruce Springsteen le ayudan a sobrevivir. Pero ha de quedar claro que es la música de la Mei, no se trata de una proyección del tipo de música que me gusta a mí.


Hablemos un poco de los pianos. En la página 102 podemos leer que «El piano porta frac» (El piano lleva frac), ¿el piano es el instrumento más elegante de todos?
Seguramente es el más solemne. Es versátil, es el Rey León, es un poco la antonomasia de los demás instrumentos. Y es un mueble y, como mueble caro ha de estar vestido con elegancia, con frac. Un saxo, un poco abollado, puede ir pasando, pero un piano lleno de golpes no funciona bien, de ninguna manera.
Que es un instrumento elegante, parece claro, pero sus pianos son un poco especiales: según leemos en los poemas que incluye en la novela, tienen sentimientos, están sindicados e, incluso, llegan a tener hijos o a no querer tenerlos…
Si te fijas, la segunda parte de la novela tiene otro enfoque. La historia progresa por un camino distinto. Yo tenía noticias de la vida en Bucarest durante la dictadura comunista de Ceaucescu y sabía que había restricciones importantes en la vida cotidiana, en el comer, en la atención sanitaria, en las libertades personales y de expresión, con graves perjuicios para aquellas personas que criticaban el régimen. A partir de ahí, como Rumanía es un país de escritores, poetas y de gente de letras, me inventé el personaje ficticio de un poeta, Dumitru Costadinescu, que escribe poemas referidos a la dictadura, absolutamente impublicables, donde utiliza los pianos como tapadera para su doble lenguaje.
Veamos uno de los poemas de Costadinescu, que usted ha incluido al final de cada capítulo:
Desconfio dels veins.
(Desconfío de los vecinos)
Aporrinen un timbal
(Aporrean un timbal)
per fer-me creure
(para hacerme creer)
que toquen el piano
(que tocan el piano)

Aunque algunos poemas son satíricos y humorísticos, otros, como el que antecede, contienen una clara invitación a la reflexión por parte del lector, ¿me imagino que usted es plenamente consciente de ello?
Hay un poco de todo, de sátira política, de humor descarnado y de mucha reflexión sobre la libertad personal y la libertad de expresión… Necesitaba poemas que hablaran del día de la dictadura y también sobre los pianos. Son poemas inéditos, no existían antes y poseen un valor simbólico, de tal manera que los pianos representan la libertad, el color, la esperanza, la primavera... Son el contrapunto a la oscuridad de la dictadura rumana.
Hay un innegable paralelismo entre la dictadura que vivió Rumanía y la que padeció España, ¿no cree?
Las dictaduras son siempre dictaduras, suprimen la libertad, limitan al individuo, lo persiguen, se basan en el abuso del poder, en el dominio del poderoso sobre el pobre, esclavizan a las personas en nombre de una supuesta bandera, da igual que sean de un signo u otro.
¿Cómo es el Bucarest que encuentra Mei al viajar allí?
Es una ciudad donde todavía quedan restos de la dictadura. A veces son restos físicos, monumentos y bloques de edificios sociales construidos sobre antiguos barrios derribados por el anhelo faraónico de Ceaucescu. Por sí solo, esto ya constituye un testimonio de la existencia de una dictadura, pero también se observa el contraste, a veces violento, entre el capitalismo del siglo XXI y la sociedad rumana, que es pobre.
En una pared de la capital, la Mei se tropieza con esta leyenda: «Memory as a form of justice» («La memoria como una forma de justicia»). A su lado hay doscientas fotografías de personas asesinadas por la dictadura de Ceaucescu. Por desgracia, ¿en muchos casos la única forma de hacer justicia es recordar a los desaparecidos?
Seguramente no es la única, pero es una buena manera de recordar que ha habido perseguidos y muertos y que esas víctimas no son algo abstracto, sino que tenían nombre y apellidos, casa, familia, biografía… Y eso afecta a todos los lugares que han padecido un periodo oscuro de este tipo. Recordarlo es una manera de evitar su repetición. Se trata de un tema universal. Un caso muy claro es Argentina, allí hubo mucho interés en recuperar la memoria de los desaparecidos.
Petru o Peter o Petrisor era la pareja fallecida de la Mei, un rumano al que no oímos hablar, pero que está presente en ‘Disset pianos’, ¿resulta difícil escribir con la presencia de un personaje ausente?
Bueno, no sabría decírtelo. Yo trabajo muy pendiente de que las cosas queden bien trabadas y nunca de modo previsible, porque está claro que si el lector lo descubre todo anticipadamente se diluye su interés. Procuro plantear las situaciones de modo que queden cosas por averiguar, y trato de dotar suficientemente bien a los demás personajes para que no me resulte difícil hablar de alguien que no está.
Llegamos a la última pregunta por hoy: ¿lleva ya algún proyecto literario entre manos?
Ah, eso es algo que no te explicaré ahora [risas]
Por lo menos, dígame sí se trata de otra novela.
Sí, es una novela y puedo adelantarte que ‘Disset pianos’ se interpuso sobre otro proyecto que llevaba entre manos y que ahora he retomado.