Nº 581.- El jurado del Premio Alfaguara de novela
2019 manifestó que ‘Mañana tendremos otros nombres’, la obra ganadora, era «la
autopsia de una ruptura amorosa que refleja la época contemporánea de manera
excepcional». Escrita por el argentino Patricio Pron (Rosario, 1975), cuenta la
ruptura de una pareja. Ellos viven en Madrid en un tiempo actual. Ambos rondan
los cuarenta. Ella es arquitecta, tiene miedo a hacer proyectos de futuro y
busca algo que no puede definir. Él escribe ensayos, lleva cuatro años a su
lado y nunca pensó en verse soltero de nuevo, en un «mercado» sentimental del
que lo desconoce todo. Por las grietas de su derrumbe como pareja se filtran
las amistades, sus consejos y sus vidas, la mayoría de las veces con más dudas
que certezas. Es la generación Tinder, la de unas personas que eliminan a otras
con un dedo; una generación en la que todos están expuestos y a la postre
desencantados. Y hasta ahí puedo leer… ‘Mañana tendremos otros nombres’ es una
mirada a las relaciones sentimentales del animal humano desde una óptica
sociológica que no excluye la ternura y una novela del amor en tiempos de las redes
sociales.
Patricio Pron lleva una mañana desatada en
València. Apenas sale del estudio de Cv Radio, con los cascos colgando, cuando
me atiende. Es la primera hora de la tarde. Se le ve cansado por la promoción,
larga, interminable aparentemente, que le exige viajar por toda Sudamérica para
presentar la novela. Hay unos cafés de por medio. Ambos con sacarina. Ruido de
cucharillas. Trasiego de parroquianos y camareras. Empezamos.
Enhorabuena,
por el Premio Alfaguara de novela 2019, Patricio, ¿qué significa para ti haber obtenido
este galardón?
Gracias. El premio significa una magnífica
oportunidad para que esta novela obtenga una mayor resonancia de la que habría
tenido si no lo hubiera ganado. Es también una puerta privilegiada para que los
lectores entren a mi trabajo y me permite pertenecer a la lista de escritores
que han ganado el Premio Alfaguara que, con sus más y sus menos, es uno de los
más respetados en el ámbito del español. Resumiendo es un enorme placer, un
cierto orgullo, una gran oportunidad y la responsabilidad de que el libro esté
a la altura de lo que se espera de él.
‘Mañana
tendremos otros nombres’ respeta esa alternancia tuya de escribir un libro de
cuentos, una novela, otro libro de cuentos, otra novela y así sucesivamente.
Creo que sí, porque lo último que publiqué
fueron cuentos. Me despisto un poco porque se mezclan con mis traducciones y
ediciones en otras lenguas. Lo que es seguro es que en mi lista de títulos, es
el segundo más largo.
¿Cómo surge la
idea para escribir esta novela?
Pocas personas escriben por un solo
estímulo, hay muchas motivaciones para hacerlo. Es el caso de esta novela. La
primera chispa sucedió en el metro, un día en el que me encontré con dos
personas que, sin conocerse, utilizaban Tinder a la vez; luego vinieron las
conversaciones con algunos amigos que, tras sus separaciones, sentían que no
hacían pie en sus nuevas relaciones amorosas; a esto hay que sumarle que
ciertos términos como pareja, sentimiento o seducción están sufriendo una seria
transformación de la que no está dando cuenta la literatura en español. Todo
ello me ofrecía la oportunidad de abordar este tema de una manera menos
tradicional, más vinculada con la realidad que vivimos que con el ideal de
novela romántica que conocemos hasta ahora.
Tú eres un
hombre felizmente casado, ¿por qué se te ha ocurrido explorar una ruptura
matrimonial? ¿Es por miedo, por previsión o por ambas cosas a la vez?
Me temo que mis libros tienen un cierto
carácter profético, que espero que ahora falle y no sea el preludio a la
ruptura real con mi pareja [risas]. He podido escribir esta novela porque los
cambios que percibía podía verlos desde una cierta distancia, ya que no me
encontraba en esa incertidumbre que experimentan ciertas personas con los
cambios que se producen en este territorio. Quizá estar enamorado un cierto
tiempo, pero no en la cúspide del frenesí amoroso, me permite escribir sobre
ello.
Dice la fajita
que acompaña al libro, que la novela es la autopsia de una ruptura amorosa,
desde luego los escritores cada vez escribís cosas más raras, ¿no te parece?
Esa es una opinión de los jurados del
premio, que en algún sentido implica un sesgo generacional. Ellos hablan de
autopsia, lo que supone inevitablemente una concepción de la experiencia
amorosa como algo que ha muerto. Mi opinión, al margen de la suya que respeto
mucho – sobre todo su decisión –, no es que haya muerto sino que ha cambiado,
cambia y seguirá cambiando. Lo que hemos hecho no constituye sino una
manifestación de los signos de apego que caracterizan a nuestra sociedad. En un
tiempo eran los padres los que determinaban quien se casaba con quien; luego
vinieron matrimonios por cuestiones políticas o religiosas y ahora hay otros
motivos, que tienen que ver con las condiciones socioeconómicas que vivimos. Lo
que no puedo predecir es en qué sentido o hacían donde caminarán las cosas.
Los personajes
que rodean a los protagonistas también evolucionan y, de alguna manera, muestran la sociedad en que se desenvuelven, ¿pretendías ofrecer un retrato de todo esto?
Al margen del tema principal, creo que
todo el libro de forma directa habla del momento en que ha sido escrito y, si
la novela es buena, no solo cuenta cómo viven y cómo son sus personajes. En
este sentido, mi apuesta era que el relato aparentemente banal de una ruptura
ofreciese la oportunidad de contar el presente de un país como España. Poco a
poco, el lente se va abriendo y vemos que no son solo ellos lo que le importa
al narrador, sino también todo lo que les rodea.
Al final
de la película ‘Annie Hall’ de Woody Allen, el narrador cuenta una historia
sobre las relaciones humanas: «Doctor, mi hermano está loco, cree que es una gallina. Y el doctor responde:
¿Pues por qué no lo mete en un manicomio? Y el tipo le dice: Lo haría, pero
necesito los huevos. Pues, eso más o menos es lo que pienso sobre las
relaciones humanas, saben, son totalmente irracionales y locas y absurdas, pero
supongo que continuamos manteniéndolas porque la mayoría necesitamos los huevos».
Tras escribir tu
novela, ¿has llegado a una conclusión parecida a la del famoso clarinetista de
Brooklyn?
Es posible, la capacidad de autoengaño de
la especie humana es inextinguible, enorme. Creo que los personajes tienen
experiencias que no son muy distintas de las nuestras, independientemente de la
edad. Lo que les diferencia es esto de dar un paso atrás y contemplar las
relaciones amorosas cinco años antes. Ahí ven que han cambiado mucho. Observan
a las personas de su alrededor, que viven experiencias amorosas diferentes o no
a las suyas, y se dan cuenta de que estas relaciones responden al deseo de
proximidad y apego y detectan una extraordinaria dificultad por generar más
cosas. A esa complejidad, que es inherente a la naturaleza humana, si nos
queremos poner pomposos, se le puede sumar una serie de desarrollos muy
contradictorios, que afectan hoy a la forma de entender las relaciones amorosas
de pareja. Estamos sometidos a mandatos contradictorios, por ejemplo, se nos
pide que en el ámbito de trabajo seamos flexibles a todos los niveles y, al
mismo tiempo, se espera de nosotros que tengamos relaciones amorosas estables y
duraderas en el tiempo, lo cual es imposible ante una dinámica laboral que
encadena precariedades. Nos piden que no establezcamos relaciones en el ámbito
de trabajo cuando ocurre lo contrario, que el ochenta por ciento de nuestro
tiempo lo pasamos allí y compartimos intereses y problemas con la gente que
tenemos al lado. Los contratiempos que se pueden producir en este terreno hay
que solucionarlos con herramientas tipo Tinder o similar, son promesas que
provocan una enorme satisfacción porque son continuamente frustradas. Los
personajes, además, constatan que esas herramientas no funcionan y vislumbran
que una forma de intervención en el ámbito de lo político puede proceder de las
decisiones que ellos toman en el seno de la pareja.
En las rupturas
hay una primera reacción: los libros de Él, los libros de Ella, ¿qué hacer? Él
opta por arrancar una de cada dos páginas de cada libro, algo que resulta
cansado y lento, ¿no crees?
Sí, es un gran trabajo, pero en él está la
resolución de varios problemas. Las personas toman caminos distintos y la
separación material no sólo es dificultosa por el valor económico de las cosas,
sino por el valor sentimental que les atribuimos. Tras una separación de
bienes, la posibilidad de que se produzca la reconciliación se reduce al
mínimo. Y en este asunto, lo que hacemos muchos es quedarnos con los libros de
nuestras parejas – una cosa muy fea y de la que me avergüenzo personalmente – y
el hecho de que Él decida quitar una de cada dos páginas es un intento de
distribuir equitativamente los bienes, pero también la promesa de que si uno
quiere leer el libro entero ha de recurrir al otro, ha de ir a buscarlo. Es una
forma bonita de invitar a la reconciliación.
La novela está
dividida en siete partes, con títulos temporales como Veinticuatro horas, Una semana, Cinco años, etcétera… ¿Una
separación no se acaba nunca, simplemente evoluciona con el paso del tiempo?
Mmm, creo que no. En realidad, si lo
piensas bien las consecuencias negativas y positivas de una ruptura se
extienden más allá del momento de la separación e imprimen su aspecto
definitivo a las relaciones amorosas que tendremos en el futuro. Pasado el
dolor de los primeros momentos y si somos afortunados en pensar qué hemos hecho
bien o mal con nuestra anterior pareja, tenemos la oportunidad de mejorar y
crecer, y esa es la oportunidad que tienen los personajes de esta novela. Del
reconocimiento de los errores cometidos, se beneficia nuestra siguiente
relación. No son cosas agradables, pero sí pueden ser instructivas.
Has escrito ‘Mañana
tendremos otros nombres’ utilizando capítulos cortos, divididos en párrafos
compactos, sin puntos y aparte, con diálogos sin guiones, ¿es una condición que
te has impuesto a ti mismo?
Correcto. No me gustan los puntos y aparte
por cuestiones técnicas y estéticas. Podría decir por qué no me gusta, pero
estaría engañándote ligeramente. Dejémoslo así, en que no me gustan. Cuando leo
novelas no me molestan, pero sí cuando las escribo. De todos modos, en ‘Mañana
tendremos otros nombres’ los párrafos son un poco más breves que en libros míos
anteriores, lo que también facilita la lectura.
Él y Ella, los
protagonistas de la novela carecen de nombres propios, son prototipos de
personajes. En ocasiones, la utilización de Él y de Ella produce cierta
perplejidad durante la lectura, ¿has buscado estas cacofonías a propósito?
Sí, sí, claro. Existía la posibilidad de
que la novela se leyera rápidamente, al menos esa era la opinión de los
primeros lectores y me parecía que eso podía entorpecer la participación activa
del lector a la hora de dirimir algunas de las cuestiones centrales del libro. Por
ello, pensé en ofrecer una pequeña resistencia a través de personajes sin
nombre que, al tiempo que entorpeciese un poco la lectura, permitiese al lector
identificarse más con ella. De todas maneras, en mis libros anteriores, la mayor
parte de los personajes tienen nombre propio, no es algo nuevo para mí.
Él ha perdido
su capacidad de relación con sus amigos, ha descuidado a sus amistades, le
basta con relacionarse con Ella, ¿sucede esto muy a menudo en la vida real?
Creo que nos pasa a todos, aunque cada
persona es distinta y quizá deberíamos hablar caso por caso. En el mío
particular y a pesar de que he tratado de que la novela no tenga rasgos
autobiográficos, sí que comparto con el protagonista este rasgo, que me vincula
a una especie de obsesión por mi pareja. Si mi relación es satisfactoria, no
preciso nada más, aunque acepto que la otra persona sí que quiera relacionarse
con otras personas. Llevo diez años conviviendo con mi esposa y no es que el
amor haya disminuido, sino que, por el contrario, ha aumentado y se ha
intensificado a medida que he descubierto complejidades y aspectos en los que
antes no había reparado. Percibo como una especie de amor supremo, que es lo
mejor que me ha sucedido y que constituye un sostén y un alimento vital, que he
buscado en todas mis relaciones sin encontrarlo hasta ahora. Se trata de una
experiencia muy transformadora y los que la experimentamos, sólo podemos desear
que el resto de las personas la tengan al menos una vez en su vida.
Por las páginas
de ‘Mañana tendremos otros nombres’ aparece el Museo de las Relaciones Rotas de
Zagreb, un museo muy especial, que parece creado con fines terapéuticos.
En la novela, todo lo que es verosímil no
es verdadero y lo que es verdadero no es verosímil. Este museo pertenece a la
categoría de lo verdadero. Fue creado por dos artistas croatas, que se habían
separado y, mientras dirimían la propiedad de algunos objetos que tenían valor
sentimental para ellos, se dieron cuenta de que a sus amigos les hacía gracia
el trastero donde los guardaban. Poco a poco les fueron llevando cosas que hablaban
de sus propias separaciones, de modo que el trastero, se convirtió en un
repositorio del grupo de amigos y, finalmente, en un museo, primero clandestino
y luego público. Cada objeto expuesto viene acompañado por un pequeño escrito
que explica el motivo que le ha llevado a formar parte de la colección. Existe
una materialidad de las rupturas en la que, movidos por una cuestión de sentimientos,
no pensamos en principio y esa separación de bienes, de la que hablábamos antes,
preside toda la relación.
Acabamos por
hoy. Los gatos ocupan un papel importante en tu vida, ¿qué opinan de ‘Mañana tendremos
otros nombres’?
Sí, tenemos dos gatos, Benito y Rodolfo,
que son una pesadilla amable. Los amo mucho, por supuesto, Son lo más parecido
que tendré nunca a un hijo, aunque esto puede suponer una desvergüenza para
quienes tienen hijos. A estos dos hay que darles dosis muy puntuales de
alimento material y simbólico. Son muy cariñosos, pero si están alimentados en
ambos sentidos se entretienen entre ellos. Es la ventaja de tener dos. Al
principio, se iban a llamar Ven y Vete, de hecho lo intentamos durante dos
días, pero mi esposa se hartó y se quedaron como Benito y Rodolfo. Benito es
todo un amor, pero Rodolfo es distinto. Son lo más parecido que tengo a dos
compañeros de escritura y no deben de estar muy contentos, porque no los he
mencionado en la novela. Lo haré en otra, seguro.