Nº 586.- El escritor Francisco
Aguilera (Santiago de Chile, 1974) acaba de publicar su nuevo libro titulado ‘La
Moneda, 11 de septiembre’, editado por Dràcena, una suma de testimonios de
cuatro personajes de la calle, un camarero, un policía, un recluta y un
bombero, que recuerdan sus vivencias el día 11 de septiembre de 1973, cuando se
produjo el golpe de estado que terminó con el mandato constitucional del
presidente Salvador Allende. A partir de aquel día, la realidad chilena cambió
por completo y una cruel, sanguinaria y represora dictadura, la del general
Augusto J. R. Pinochet, gobernó el país sudamericano durante casi veinte años. Pero
no quiero entretenerme más con los preámbulos. Es mucho mejor leer, casi
escuchar, las respuestas del escritor chileno.
Francisco, la
primera vez que entrevisto a un escritor siempre le formulo la misma pregunta: ¿por
qué escribe o qué significa para usted la literatura?
Difícil pregunta. Tal vez podría responder a ella con
una pirueta. Responder a lo que es la literatura con literatura. Con una cita
que me identifica. Es del poeta chileno Enrique Lihn: “Ahora que quizás, en un
año de calma, / piense: la poesía me sirvió para esto: / no pude ser feliz,
ello me fue negado, / pero escribí.”
¿Cómo se tropezó con la historia que le inspiró la novela? ¿Hubo alguna
imagen, algún recuerdo o alguna lectura que le impulsaron a escribirla?
El tema del golpe de Estado siempre me ha interesado. Se dice que el 11 de
septiembre es el
acontecimiento mas importante y definitorio del siglo XX en Chile, cuyo legado
permea la vida de todas las generaciones que lo habitan hasta el día de hoy. Por lo tanto, a primera vista, no se
trata de un tropiezo: el acontecimiento está ahí, como repitiéndose. Y sin
embargo, hay algo de tropiezo también, de encuentro inesperado. Con un libro,
por ejemplo. Recuerdo que había, en la biblioteca de mi casa, un libro
documental sobre el golpe de Estado. Era un libro grande, de tapas negras, sin
título, sin autor, sin señas. Era un libro clandestino, secreto, prohibido.
Pero a fuerza de querer pasar desapercibido o de ocultarse debajo de una
cubierta sin señas ni escritura, el libro producía un efecto contrario: resaltaba
y se distinguía sospechosamente entre los otros libros de la biblioteca que sí
tenían cubierta. Era como un llamado irresistible a la curiosidad. Yo era muy
chico entonces, y lo hojeaba en secreto. No recuerdo si lo leía, si podía
hacerlo, si sabía hacerlo siquiera. Pero recuerdo sus fotografías en blanco y
negro de La Moneda bombardeada el 11 de septiembre: fue mi primera experiencia con
respecto al golpe de Estado. Nunca ese libro me fue ofrecido o presentado, pero
allí estaba, como testimonio, como traza de un pasado que se transmite pese a
todo. Pese al silencio, pese al ocultamiento.
Introduzcámonos un poco en su vida. Nació usted en 1974 en Santiago de
Chile, por lo tanto, Augusto J.R. Pinochet apenas llevaba un año al frente de
la dictadura, que se extendió hasta 1990, ¿qué recuerdos guarda usted de esos
años?
Son muchos los recuerdos. Después uno tiene una imagen o una visión de ese
tiempo, la época de la niñez y de la primera juventud, en el que la dictadura
no es necesariamente lo más marcante, como si solo fuera un ruido de fondo, una
escenografía. Todo esto da para largo. Ahora bien, de entre los muchos
recuerdos, hay uno que tal vez grafica la disposición o la situación que era la
mía en esa época. Fue en los años 80, durante las grandes protestas nacionales
en contra del gobierno de Pinochet. Yo estaba en el colegio. Era un colegio de
curas, en pleno centro de Santiago. Nosotros estábamos jugando a la pelota y
afuera, sin que pudiéramos verlo, se desarrollaba la protesta: nosotros
escuchábamos los ruidos, los gritos, las consignas. Y de pronto, en medio del
partido, varias bombas lacrimógenas surgen de lo alto, surcando el cielo,
atravesando los muros del colegio, hasta caer en medio del patio central que
nos servía de terreno de juego, interrumpiendo el partido. Y ahí unos
muchachos, tal vez los propios jugadores o parte del publico, salen corriendo
detrás de estas bombas que rebotan en le suelo, y comienzan a patearlas como si
fueran unas pelotas, a dominarlas de alguna manera.
¿Ha pasado tiempo suficiente para escribir esta novela sobre la dictadura
pinochetista?
Yo no la veo como una novela sobre la dictadura. Pero entiendo la pregunta.
Ha pasado el tiempo necesario, en mi caso, pero no creo que se trate de una
cuestión de tiempo que pasa lo suficiente o lo necesario con el objeto de poder
poner en perspectiva un hecho histórico y así abordarlo como si estuviera fuera
del tiempo. Como si en algún momento el hecho histórico, digamos en su
significación o en su objetividad, quedara asegurado por el mucho tiempo que
pasa. No creo mucho en eso
Usted reside en París, ¿para escribir de su tierra, es mejor hacerlo desde
la distancia?
No creo. En términos generales, creo que la distancia estropea la lengua
materna. Aunque al mimo tiempo, puede que eso no sea tan malo.
De alguna manera, ¿escribir ‘La Moneda, 11 de septiembre’ le ha servido
para ahuyentar demonios del pasado o, al menos, espantar algún mal recuerdo?
No. No ha sido un terapia. Aunque uno nunca sabe.
Para construir la historia, qué fuentes ha utilizado preferentemente:
¿documentos históricos y periodísticos o testimonios de algunos supervivientes?
Hay un poco de todo. Libros sobre el 11 de septiembre, documentales, prensa
de la época, testimonios, etc.
A la hora de escribir, ¿se ha mantenido fiel por completo a la historia
conocida?
He tratado de mantenerme lo mas fiel posible a las fuentes históricas o
documentales, los testimonios. Dichas fuentes pueden a veces contradecirse u
oponerse, así que ahí uno también puede jugar con eso en el relato. Hay
invención, por supuesto, en el sentido por ejemplo de que uno construye una
escena, o un detalle de ella, a partir de un testimonio en el que dicho detalle
no aparece: pero el detalle inventado sigue siendo verosímil, como posibilidad,
ya que se construye siempre a partir del testimonio documentado. También hay
invención en otro sentido. Por ejemplo, ciertos personajes-testigos de la
novela (en especial el bombero y el conscripto) no corresponden a ningún nombre
propio de la realidad, no existieron históricamente, y sin embargo no son pura
invención: son una suma, una cifra, una sedimentación del testimonio de varios
bomberos y reclutas que sí existieron.
Para narrar ha escogido una mezcla entre la primera persona, representada
por los cuatro protagonistas, y la tercera persona, que es un narrador
omnisciente, ¿cómo se le ocurrió esta estructura y qué fin perseguía con ella.
Con respecto a la narración, la tercera persona
obedece, me imagino, a la necesidad de objetivar la representación del golpe,
de transfigurar el hecho histórico. El relato personal, en primera persona, por
su parte, obedece a la necesidad de encarnar el testimonio, con su
subjetividad, sus fallas, sus divagaciones.
Sus protagonistas son un conscripto, un mozo, un detective y un bombero,
gente corriente, de la calle, ¿por qué le interesaba el punto de vista de estas
personas como narradores?
En este sentido, los personajes me interesan en
cuanto figuras del testigo. Pero no de cualquier testigo: se trata de aquellos
testigos anónimos y menores, periféricos, que presenciaron los acontecimientos
de lejos o que llegaron a ellos una vez la catástrofe consumada. Como se señala
en la introducción de la novela, en el verso de Paul Celan, “nadie atestigua
por el testigo”. De ahí surge la necesidad de recurrir a la primera persona que
relata y rememora. Si embargo, por lo mismo, también utilizo la tercera
persona, el testimonio del narrador, como contrapunto para recordar que aquello
es solo un artificio retorico: que ya no es el testigo quien habla en realidad,
sino el narrador que se apropia de su testimonio. De hecho, ese es el segundo
sentido del verso de Celan, que algunos han traducido por “¿Quién atestigua por
el testigo?”. Ya no es solo la constatación de cierta imposibilidad o límite,
sino una apertura en forma de interpelación: si bien nadie puede atestiguar en
el lugar del testigo, el testimonio también es una transmisión, una herencia,
un “en memoria de” que hay que apropiarse de alguna manera.
El general Pinochet sufrió un atentado del que salió ileso por poco y no se
le ocurrió otra cosa que achacar su fortuna a la Virgen del Pilar, cuya
silueta, según explicaba había sido trazada a balazos en su coche, ¿esta
afirmación suya, disparatada a mi entender, tuvo mucho eco en la sociedad
chilena?
El atentado contra Pinochet fue después del golpe, el año 1986, durante la
dictadura. Yo creo que Pinochet estaba convencido de que la providencia lo salvó
de la muerte, lo que ciertamente facilitó que sus asesores (que yo creo menos
convencidos de ello) hicieran de dicha aparición todo un objeto comunicacional
de propaganda. ¿Su eco en la sociedad chilena? No sé cual habrá sido entre sus
partidarios, pero entre sus opositores fue más bien irónico y humorístico.
Unos meses antes del golpe definitivo, en junio de 1973, Allende sufrió un
primer golpe de estado, El Tanquetazo, que fracasó, ¿Salvador Allende estaba
condenado a ser derrocado desde el mismo momento en que tomó posesión de su
cargo después de ganar unas elecciones generales?
Con respecto al golpe, efectivamente, desde el momento en que asume su
cargo (e incluso antes, al momento de ser electo, cuando grupos ultraderechistas
asesinan al comandante en jefe del Ejercito René Schneider con el objetivo de impedir que el candidato electo asuma la presidencia), fuerzas
considerables se ponen en marcha (de la derecha y de la extrema derecha
chilena, de los militares golpistas, del gobierno de Estados Unidos) con el
único fin de derrocar, cualquiera sea el medio, al gobierno de la Unidad
Popular. Esto está ampliamente documentado. Sin embargo, yo no creo que Allende
estuviera condenado a ser derrocado. Yo no creo, de hecho, que los
acontecimientos históricos sean inexorables. Al contrario. Esa es mas bien una
conclusión retrospectiva con respecto a los acontecimientos ya ocurridos. Nada
estaba escrito de antemano con respecto al derrotero de la Unidad Popular y el
golpe de Estado. Las cosas pudieron haber sido de otro modo.
A la hora de la verdad, a la hora de defender la democracia chilena,
Allende se encontró solo en el Palacio de la Moneda, ¿por qué le abandonaron
sus propios correligionarios?
No lo abandonaron. Yo no lo pondría en esos términos. Si Allende acabó
“solo” en La Moneda, es decir, si no hubo una defensa mas férrea o numerosa
alrededor de su persona, es por las circunstancias propias del golpe: su
despliegue rápido, unánime y brutal. Ya a las nueve de la mañana La Moneda está
completamente rodeada por los militares: a esa misma hora, de hecho, estos ya
han tomado el control de todos los puntos estratégicos del país. En realidad, cualquier
posibilidad de resistencia al golpe, con miras a superarlo, pasaba por el apoyo
de unidades militares leales al gobierno, como pasó durante el tanquetazo del
29 de junio. Eso lo sabía muy bien el presidente. Y bueno, dichas unidades por
desgracia no existieron el 11 de septiembre. En consecuencia, Allende deja en
libertad de acción a la guardia de carabineros, que abandona el palacio, pero
también a todos los funcionarios, asesores y políticos presentes ese día: solo
los hombres de su escolta personal, el GAP, tienen la obligación de quedarse con
él hasta el final. Al mismo tiempo, a unos cuantos kilómetros de ahí, en la
población obrera de La Legua, se reúne el aparato militar del Partido
Socialista y otros grupos de izquierda para organizar la resistencia. Sin
embargo, los medios materiales para ello son bastante débiles. De hecho, ni
siquiera hay un plan muy preciso y a esa altura solo tienen como objetivo
avanzar hacia el centro de Santiago con el propósito de rescatar a Allende. Y
mientras están discutiendo sobre los itinerarios y medios de transporte para
llevar a cabo esta tarea, tiene lugar el bombardeo de La Moneda: ya es
demasiado tarde. Después serán rodeados por diversas fuerzas militares y habrá
varios enfrentamientos. Ahí se ven obligados a replegarse y a dispersarse. A
esa hora, mientras combaten para romper el cerco tendido por los militare,
Allende ya está muerto. Entonces, creo que no hay un abandono del presidente,
sino mas bien una imposibilidad material de poder acompañarlo en La Moneda ese
día.
Ese estar al pie del cañón hasta el final, revela una fuerte personalidad y
convicciones, ¿cómo era Salvador Allende?
Claro, una fuerte personalidad, convicciones y un gran carisma. Pero no
podría decir como era Salvador Allende. En todo caso, tampoco pretendo en el
libro esbozar una semblanza. Pero claro, siempre hay una imagen del personaje.
Para mí, en el momento de La Moneda, en el sitio mismo de los sucesos, su
imagen es doble: por un lado, la imagen del líder decimonónico consciente de
que está entrando en la historia (que es carne de estatua, como habría dicho él
mismo), con toda la gravedad y solemnidad que ello implica; y, por el otro, la
imagen del hombre detrás del personaje, enfrentado a unas circunstancias
excepcionales, que lo sobrepasan y frente a las cuales de alguna manera
resiste, con su sentido del humor, por ejemplo. Hay una anécdota que no aparece
en el libro. Uno de sus asesores, junto con uno de los miembros del GAP, entran
en un salón y sorprenden a Allende al teléfono: el presidente, en medio del
ruido del tiroteo, está increpando duramente a la persona con la que habla,
diciéndole que pueden hacer lo que les de la gana con él, matarlo si quieren,
pero que él no va a rendirse ni a renunciar a su cargo. Y en seguida cuelga
violentamente el auricular. El asesor y el GAP lo miran atónitos y alarmados.
Entonces Allende, percatándose de su presencia, se dirige a ellos sonriendo y
les lanza: “¿Cómo estuve, muchachos? Ven, este es su presidente.”
Cuenta usted en el libro que hubo gente común, de la calle, que se
aprovechó de la situación confusa, salpicada de fusilamientos, para satisfacer
venganzas privadas y disimular los cadáveres entre los fusilados, ¿eso fue así
en realidad?
En efecto, uno de los personajes, el detective, hace referencia al período
de intensa represión política que tiene lugar durante los tres meses que
siguieron al golpe de Estado: se estima, según diversas fuentes, que más de la
mitad de las victimas de la dictadura mueren en este corto periodo. La imagen
visible y emblemática del mismo, como señala el detective, son los cadáveres de
las victimas flotando en el río Mapocho, a vista y paciencia de todo el mundo.
En ese sentido, estamos ante un periodo con claros ribetes de exterminación, de
extrema arbitrariedad y de impunidad asegurada. Es por ello que el personaje
imagina que sería muy fácil matar a alguien por motivos personales y arrojarlo
a la calle o al río sin arriesgar gran cosa: todos esos cuerpos recogidos, como
ocurrió de hecho, no fueron el objeto de ningún tipo de investigación por parte
de las autoridades, por razones obvias. La imaginación del detective y sus
elucubraciones (presentadas es cierto de manera ambigua, como si fueran
certezas), permiten entonces imaginar o dar una cifra, por medio del absurdo,
del grado de impunidad total que constituyó este periodo de excepción. No hay,
sin embargo, casos documentados al respecto. Que yo conozca al menos. Yo he
escuchado rumores, pero nada concreto. Existe un caso comprobado, pero en otro
contexto, de una persona que es víctima de un crimen familiar y que es señalado
como detenido desaparecido político para disimular su asesinato. En todo caso,
de haber existido casos de este tipo, por su naturaleza misma serían muy
difíciles de consignar mas allá de las sospechas.
Como también ocurrió en España durante la dictadura franquista, en Chile mucha
gente, por temor a las represalias, destrozó libros, discos, documentos… ¿en
ese destrozo se perdió una buena parte de la historia chilena?
Hay una pérdida, claro. El objeto singular y único que desaparece, y con él
una memoria, una materialidad, una afección, tal vez un aura. Pero al mismo
tiempo se trata solo de ejemplares. Los libros y los discos de la época quedan
y sobreviven, en su mayoría.
Antes hemos hablado de la alternancia entre los narradores en primera y en
tercera persona. La pregunta ahora es, ¿dónde se encuentra usted en la novela?
¿En los personajes, en las vivencias, en la acción…?
Madame Bovary, c’est moi, podría contestar manidamente: yo soy el narrador probablemente, en parte o completamente. No creo que tenga mucha importancia. En realidad, no sé si me encuentro o reconozco biográfica o vivencialmente (en primera persona, diríamos) en los personajes o acontecimientos de la novela. Tal vez en el personaje del vagabundo frente a La Moneda, Pantojita, que es por así decirlo absolutamente autobiográfico (como una irrupción o entrada forzada por parte del autor-narrador en la realidad del texto) y al mismo el único personaje probablemente alegórico de la obra.
Madame Bovary, c’est moi, podría contestar manidamente: yo soy el narrador probablemente, en parte o completamente. No creo que tenga mucha importancia. En realidad, no sé si me encuentro o reconozco biográfica o vivencialmente (en primera persona, diríamos) en los personajes o acontecimientos de la novela. Tal vez en el personaje del vagabundo frente a La Moneda, Pantojita, que es por así decirlo absolutamente autobiográfico (como una irrupción o entrada forzada por parte del autor-narrador en la realidad del texto) y al mismo el único personaje probablemente alegórico de la obra.
La fotografía de la portada es magnífica. Ese perro mirando el Palacio de
La Moneda ardiendo, ¿qué le sugiere a usted?
Y sí, efectivamente, la fotografía del perro es muy notable. Me sugiere
muchas cosas. ¿Qué está mirando el animal? ¿El edificio, a una persona en
particular? ¿Y es que alguien lo mira de vuelta, es que la mirada del perro se
cruza en algún momento con la mirada de /lguno de los defensores de La Moneda?
Leía por ahí un refrán popular que decía que todo perro guarda un secreto, por
eso es incapaz de hablar. Es de alguna manera como el testigo, que siempre
guarda un secreto, es decir, aquello que no puede ser transmitido por el
testimonio: el hecho de haber estado ahí, y de haber presenciado lo que dice
haber presenciado. O el testigo que desaparece simplemente (como buena parte de
los defensores de la Moneda, asesinados por los militares, como el propio
Allende) y cuyo testimonio se vuelve un secreto. Un amigo mío, al ver la
portada del libro, me habló de la figura del perro en la cultura mapuche: cómo
en la relación entre el animal y el hombre hay una especie transmisión o
inversión de animalidades y humanidades entre ambos, de manera recíproca. Ahí está
toda la cuestión del perro como mediador, como figura del límite y de la
frontera en la cultura. También me hace pensar en el perro filósofo de
Diógenes, en eso de volverse perro para poder observar el mundo, ya que el
perro, como el filósofo, comparten y ejemplifican el atributo de saber
distinguir, al verlos, entre quienes son verdaderamente los amigos y los
enemigos.
Y la última por hoy, ¿lleva ya algún nuevo proyecto literario entre manos?
¿Puede adelantar algo?
Sí, estoy trabajando en otra novela. Está inspirada en un hecho policial
ocurrido en el norte de Chile en los años 80. Pero no puedo adelantar mas:
simple superstición.