Nº 594.- Faltan pocos días para que aterrice la
Navidad, aunque el frío parece haber olvidado las fechas que vivimos. Apenas
hace un mes que César Pérez Gellida ha regresado a las librerías con la
segunda, y última, parte de su bilogía formada por ‘Todo lo mejor’ y ‘Todo lo
peor’, su nueva entrega, publicada por Suma de Letras, también ambientada en el
Berlín de los años ochenta, el del muro, el de la división Este-Oeste. El
argumento se centra en la aparición de varios cadáveres de homosexuales
brutalmente asesinados en la zona comunista. Las autoridades no parecen preocuparse
hasta que un alto cargo de la Stasi, que maneja información sensible para el Estado,
aparece muerto en las mismas circunstancias. Viktor Lavrov, que no es otro que
Carapocha, buscará la manera de descifrar los asesinatos y atrapar al
despiadado criminal mesiánico que los lleva a cabo. Antes de su presentación
ante el público en la librería Primado de València, bajo la luz amarilla, sin
duda insuficiente, de las farolas, sentados alrededor de una mesa cuadrada,
conversé con César durante unos minutos sobre ‘Todo lo peor’, cuya carátula la describe
como «una novela fría como el acero, despiadada como el cruel asesino que la
habita».
¿César, lo de este asesino es para
tanto?
Sí, y mira hasta qué punto que yo no he
conseguido empatizar para nada con él. Es un tipo mesiánico, despreciable y cruel,
cuyo cometido es terminar con los sodomitas por mandato divino. He escrito
sobre muchos personajes de este estilo, pero con Asa me ha costado mucho
introducirme en su piel y narrar sus crímenes.
La primera página es fulminante, tienes
prisa por atrapar al lector desde el comienzo.
No es prisa, es una pretensión que para
mí es como una obligación. Necesito pegarle un hachazo a la cabeza del lector
desde el primer momento. Actualmente, hay tantas formas de entretenimiento que
cada vez se lleva menos esto de leer y de ser fiel al libro que lees. Yo, el
primero... Cuando empiezo una lectura, si no me atrapa le doy un par de
oportunidades, pero si me falla me voy a por otra cosa. ¡Hay tantos libros
buenos por leer!
Probaste con la Ciencia Ficción, pero regresas al thriller. Además de lo que puedan esperar de ti la editorial o tus lectores, ¿es el género donde te mueves más a gusto?
Lo cierto es que ni la editorial ni los lectores me
dicen nada. El thriller es el territorio donde me siento más cómodo. Escribir
‘Quimera’, que para mí significó la confirmación de que podía convertirme en
escritor y dedicarme plenamente a la escritura, me costó y me desgastó mucho.
Por lo tanto, esa experiencia distinta ya la tuve. Ahora, manteniéndome dentro
de los márgenes propios del thriller negro criminal, escribo novelas diferentes
y trato de que no se parezcan mucho a la anterior. Ni siquiera ‘Todo lo mejor’
y ‘Todo lo peor’ son lo mismo. Para nada.
"Planificación, procedimiento y perseverancia", así define Victor Lavrov el método que utiliza el asesino de esta novela. Salvando distancias, ¿ésta es también tu metodología para escribir dos libros al año?
[Sonrisa irónica de César] Perfectamente podría serlo,
pero yo no empleo demasiada planificación. Soy cortoplacista, no soy capaz de
planificar toda la trama de una novela en mi cabeza y luego escribir. Como
máximo, proyecto dos o tres escenas que, además, luego tampoco cumplo e
introduzco cambios. Los otros dos aspectos, procedimiento y perseverancia,
desde luego que sí son míos y es un guiño al método que luego inculcará nuestro
amigo Augusto Ledesma.
Carapocha es un tipo con mucha geta, tanta que incluso
la cita inicial del libro es suya: «Cuando la vida quiere ser cruel no hay
mayor crueldad que vivir». ¿Qué deuda pendiente tienes tú con él para haberle
dedicado esta bilogía?
[Risas]. Es verdad que yo tenía una deuda pendiente
con él. Cuando de alguna manera decidí prescindir de sus servicios, fue porque
estaba adquiriendo demasiado protagonismo y me condicionaba mucho la trama,
sobre todo si tenemos en cuenta que, en principio, era un tipo que no estaba
previsto que participase en mi primera trilogía, ya que me la había planteado
como una historia con dos personajes que me llevaban al eterno conflicto entre
los que representan el bien y los que representan el mal. Carapocha me permitía
salirme de ese corsé y jugar a mi antojo en uno y otro lado. Pero él iba
creciendo y creo que, de forma honesta, prescindí de sus servicios, al tiempo que
contraía una deuda con él. Y esta deuda es la que he pagado en el momento en
que he considerado que yo tenía ya el oficio suficiente para enfrentarme a un
proyecto de esta envergadura, sobre todo en lo que se refiere a retroceder en
el tiempo, algo que no había hecho hasta ahora en mis libros.
Dedicas un capítulo al Bloomsday y antes salió Trieste, lugares que conoció Joyce y que viviste tú mismo durante tu época de formación universitaria, ¿qué significa James Joyce o su ‘Ulises’ para ti?
Joyce es la representación de ese escritor al que
nunca he sido capaz de llegar ni de comprender. No soy de esos que afirman
haber leído y entendido el ‘Ulises’. No, todo lo contrario. Lo he intentado
muchas veces y de hecho he terminado su lectura, pero no puedo decir que lo
haya entendido en su globalidad. No sé, no termino de comprender el concepto,
ni la maquinaria de esa novela. Aun así, y aunque a mí me resulte hasta cómico,
estoy seguro de que el hecho de que se le considere un hito de la literatura
universal está bien fundamentado, pero yo no soy capaz de pillarle el hilo.
Igual que ocurría en la dictadura de Franco, en la D.D.R. tampoco había asesinos en serie.
Como concepto, en todo el Telón de Acero
no había asesinos en serie, era un fenómeno que pertenecía exclusivamente al
mundo occidental por el tipo de vida licenciosa que llevaban. Chicatilo, el
mayor asesino en serie de la historia, que comenzó a matar en 1976 hasta que
fue detenido en 1984, era de Ucrania, que entonces estaba bajo el yugo de la
URSS. Cuando hay algo que no quieres reconocer, termina por convertirse en un
problema. En la Europa del Este, al igual que en cualquier otro lugar, hubo
asesinos en serie, aunque no tantos como en Estados Unidos en los años setenta,
la época dorada de este tipo de criminales.
Para ambientar ‘Todo lo peor’ has tenido que buscar información acerca de la D.D.R., ¿te ha resultado fácil acceder a la documentación o los archivos alemanes son coto vedado?
Es fácil acceder a esta información, porque el
gobierno alemán decidió abrir todos los archivos de la Stasi, asumiendo las
implicaciones que ello pudiera acarrear. Fue una decisión muy valiente, pero
ellos querían quitarse de encima este problema, sin importar las implicaciones
que hubiera, ya que en esta documentación aparecen los nombres de los
denunciantes, aquellas personas que provocaron las detenciones y encarcelamientos,
que siguen vivas y son tus vecinos de la puerta de al lado. Hay que tener
presente que uno de cada cuatro habitantes de la Alemania del Este era informante
casual de la Stasi.
Las víctimas de este asesino en serie son homosexuales, ¿cómo se trataba la homosexualidad en la D.D.R.? ¿Se consideraba algo normal, se toleraba, se reprimía, se hacía la vista gorda...?
Creo recordar que en 1972 se despenalizó la homosexualidad en la D.D.R.,
algo que no ocurrió en la R.F.A. hasta veintidós años después. Los motivos
fueron esencialmente económicos, ya que les interesaba mucho el trasiego de la población
homosexual del lado occidental al oriental por los marcos que movían. Cuando se
hizo la división de la ciudad con el muro en 1961, todos los locales de
ambiente quedaron en la parte Este y no les quedó otro remedio que hacer la
vista gorda. No estaba tolerado, pero tampoco perseguido.
La pera de la angustia |
[Risas]. Al leer la novela ya has visto que sí. Los
sentimientos y las emociones que hay entre las personas creo que son más
fuertes que los escudos, los emblemas y las banderas. Ahora bien, los dos están
convencidos de que están en el lado correcto y eso conduce a un choque de
trenes. Erika piensa que obra bien trabajando para la Stasi, aunque sabe que
comete un error, y Viktor no tiene ese problema porque vive engañado. A mí me
parece una historia de amor bonita, con su peso en la novela, aunque las otras
tramas adquieren más importancia.
No se trata de hacer un spoiler, pero en la novela aparece un aparato de tortura muy importante: la pera de la angustia. ¿Ese artilugio existe o es invención tuya?
No, no, existe. Lo conocí hace unos años cuando visité
el Museo de la Tortura de Santillana del Mar. Entre otros instrumentos que allí
vi se encontraba la pera de la angustia y, en aquel momento, supe que algún día
la utilizaría en una de mis novelas. Y en ‘Todo lo peor’ encajaba
perfectamente.
Lavrov y Oldfield, dos apellidos con sabor a balonmano
y a música, dos referentes tuyos de siempre, tu impronta personal en las
novelas que escribes.
Exacto, me sigue gustando dejar mi huella personal en
las novelas y que parezca algo completamente aséptico para quien no sabe nada
de mí. Esas pinceladas son guiños para la gente que me conoce y sabe que aparecen
ahí por un motivo concreto.
Si volvemos la vista atrás hasta 2012 y contemplamos tu
trayectoria, ¿podemos decir que tus deseos literarios de entonces se han
cumplido?
Claro, el principal objetivo, que era dedicarme
profesionalmente a este oficio y vivir de él, sí está cumplido. Ahora bien, es
cierto que cada vez me cuesta más conseguirlo, porque son ya muchas novelas
escritas y es difícil ser original, honesto y verificar que no repito escenas. En
este momento se abre un panorama un tanto incierto y, si quiero seguir en esto tras
diez novelas publicadas en siete años, ignoro cómo podré mantener el ritmo.
En algún lugar he leído que también escribes audiolibros, ¿este tipo de soporte cultural representa el futuro de la literatura?
Los audiolibros que escribo son historias originales con
la misma extensión que una novela, pero ajustadas a unos parámetros
determinados, como son diez capítulos de diez mil palabras cada uno de ellos. Los
estructuro como una serie de televisión, con un guion donde el diálogo cobra un
peso específico mayor, la descripción es anecdótica, solo pinceladas, y el
ritmo ha de ser más intenso, porque hay que enganchar al oyente.
¿El futuro de la literatura pasa por ahí?
No creo que solo pase por ahí. El audiolibro ha venido a sumar, no a restar,
y todo lo que sume viene muy bien para llegar a un público al que ahora mismo
no alcanzamos como son los jóvenes. Estamos perdiendo los lectores que mueren,
no los recuperamos, y el ritmo de publicación es el mismo de siempre, pero con
menos lectores. Creo que hay que hacer una revisión de dónde estamos y a dónde
queremos ir. Eso requeriría hacer una parada, algo que no es posible ahora
porque la gente ha de trabajar, pagar, comer, vivir…
Actualmente, trabajo en un thriller negro que no tiene
nada que ver con este, que me recuerda bastante a mis escritos de la primera
etapa, al estilo de ‘Memento mori’ o ‘Sarna con gusto’. Es un libro cañero,
rápido, sangriento…
Lo que te es propio, claro.
[Risas].