En
menos de veinticuatro horas se han marchado de este mundo dos personas a las
que, por motivos muy diferentes, quería. Ambos me habían enseñado muchas cosas.
La primera de ellas es un personaje popular, Michael Robinson. Este periodista,
futbolista primero, se ha ido esta misma mañana, después de pasar los dos
últimos años de su vida luchando contra un cáncer que no ha podido superar.
Hasta el comienzo de la crisis del covid-19 se mantuvo al pie de cañón, a pie
de cámara, micrófono en ristre, comentando los lances de todos los partidos que
le asignaban, haciéndonos las delicias con sus puntos de vista sobre el fútbol,
expresados con ese castellano suyo tan peculiar, tan tiznado de british
accent. Michael amaba este país, el fútbol, y también su tierra inglesa, su
familia, pero sobre todo amaba la vida. Y eso era lo que hacía únicos sus programas
y sus intervenciones: le gustaba disfrutar de la vida y nos la hacía disfrutar
a los demás. Su sonrisa era franca y contagiosa. Nunca pude entrevistarlo,
aunque lo intenté en una ocasión cuando vino a Mestalla a retransmitir uno de
tantos partidos suyos. No fue posible. Lo entendí. Yo colaboraba en un diario
modesto y ellos, me refiero al equipo de locutores, tenían el tiempo tasado, en
el que veinte minutos de conversación era una eternidad para un planning tan
ajustado. Me dio igual. Seguí, he seguido hasta última hora escuchando sus
palabras, incluidas las del último partido que retransmitió desde Anfield,
escenario entrañable. Las he disfrutado tanto como creo que él pretendía que lo
hiciéramos cada uno de los televidentes que, desde nuestros sillones, veíamos
el Partidazo o la Champions o su Informe Robinson. «You’ll never walk alone,
Michael»,
La
segunda persona me pilla mucho más cerca. La he palpado. Se llamaba, porque
falleció ayer, Salvador Sánchez Ruiz. Era delineante de oficio, pero por sus
méritos personales y profesionales llegó a ser gerente de la Sociedad Anónima
Laboral de Transportes Urbanos de València, popularmente conocida como SALTUV. Creo
recordar que había entrado en la sección de Billetaje en la antigua Compañía de
Tranvías, a los dieciséis años, pero su constancia y afán de superación le llevaron
a estudiar delineación y, poco a poco, fue ascendiendo dentro del escalafón de
la sociedad. Cuando se creó SALTUV, abandonó la Compañía de Tranvías y, por sus
características, Macario Bolado, el primer gerente y fundador de la nueva entidad,
vio en él a su futuro sucesor y fue preparándole para que algún día ocupara su
puesto. Y eso ocurrió, aunque no de la manera que Bolado había previsto, ya que
Salvador, por disparidad de criterios, pidió la excedencia y se marchó a trabajar
a una agencia de patentes. Sin embargo, a finales de los años 70, regresó a
petición del nuevo consejo de administración de SALTUV y fue nombrado gerente.
Dotado de una enorme capacidad para la oratoria, hábil, rápido de reflejos,
astuto y siempre bien informado, Salvador Sánchez era capaz de desarmar con
argumentos a cualquier rival dialéctico, que tuviera enfrente. Eso iba en su
genética, ya que su padre había sido un líder sindical al que sus compañeros
apodaban «Pico de Oro». Poco antes de la municipalización de la Sociedad
Anónima Laboral y tras participar en la elaboración del llamado Acuerdo Marco
Ayuntamiento Saltuv, un documento indispensable para la creación de la Empresa
Municipal de Transportes de València en 1986, cesó en su cargo como gerente,
integrándose en la Oficina de Planificación hasta el momento de jubilarse.
Colaboré
muchas veces con Salvador en diversos trabajos y de él aprendí su capacidad
para controlar situaciones, su habilidad para rodearse de gente que le aportaba
puntos de vista distintos, en ocasiones incluso en contra de la opinión de
alguno de los mandos que tenía a su cargo. Era como el jugador de ajedrez que
sabe lo que va a suceder cinco jugadas más tarde. El tiempo nos fue
distanciando, pero después de su jubilación nos reuníamos a comer de vez en
cuando, junto con su hijo Salva, Nacho y Rubén. Compartimos largas sobremesas,
animadas con cafés y algún chupito. Sin embargo, el Alzheimer irrumpió en su
vida y, paulatinamente, le fue privando de su memoria.
Nunca
tuve el valor suficiente para verlo enfermo. Quizá sea algo difícil de
entender, quizá lo que hice se llama cobardía, pero preferí conservar en mi
memoria su imagen de persona decidida, audaz y vital, que me enseñó a
desenvolverme en situaciones diversas. Hoy, veinticuatro horas después de su
fallecimiento, en la misma mañana que ha muerto Robinson, he llorado por los
dos, Salvador Sánchez Ruiz & Michael Robinson, Michael Robinson &
Salvador Sánchez Ruiz. A ambos solo me queda agradecerles todo lo que aportaron,
cada uno desde su lugar en la vida, a mi existencia, a mi día a día, que ha
sido mucho. Descansen ambos en paz.
Herme
Cerezo