Fotografía cedida por la editorial. |
Benjamín, la verdad es que ‘Todo lo carga el diablo’ es una
novela que engancha, que se resiste a dejar de ser leída.
Me alegra oír eso. Más allá de las valoraciones literarias o
históricas, lo que más me gusta es que me digan que se lo han pasado bomba con
el libro o que no podían dejar de leerlo. Para mí el lector ideal es el lector
con ojeras, ese que pierde horas de sueño porque le apasiona lo que está
leyendo.
Esta es una novela temporalmente larga, aunque comienza en
los tiempos de la Segunda República.
A veces veo con sorpresa que la gente dice que se trata de
una novela de los años treinta. Y eso es verdad, pero también lo es que abarca
un espacio de tiempo mucho más grande y llega hasta nuestros días. En este caso
el escritor corre el riesgo de contar menos de lo que debiera sobre
determinadas épocas y de que la trama pierda verosimilitud por su extensión.
Para mantener a los lectores atentos e intrigados he tenido que utilizar
recursos propios de la novela negra, un género del que creo que este libro bebe
bastante.
¿Hubo alguna imagen que desencadenó la escritura de ‘Todo lo
carga el diablo’?
Curiosamente eso no me lo han preguntado nunca. Y justo fue
una imagen la que dio origen a todo. Es la de la portada, donde aparece la
figura de Margot Moles, a la que el dibujante le puso la cabeza de María Teresa
León. Yo vi esa foto y me leí una biografía de Margot. A partir de ahí, empecé
a pensar. Cuando escribo una novela me gusta aprender cosas y, aunque de la Segunda
República sabía bastante, de deportistas de entonces no conocía nada. Me
pregunté cómo habría sido su vida y rápidamente descubrí que Margot Moles había
sido la primera española en participar en una olimpiada, la de invierno de
1936, la de Hitler, y que la había acompañado Ernestina Maenza, que estaba
casada con un famoso dibujante, Enrique Herreros, próximo a la generación de Miguel
Mihura y Jardiel Poncela, y de la que no se sabía mucho más.
Hasta ahí todo parece normal, pero a estas mujeres pioneras,
de repente, las apartaron y las cubrieron con el manto del olvido.
Fui a ver un documental que Javier Rioyo había rodado sobre
Enrique Herreros. Tras verlo, le telefoneé para decirle que no hablaba de su
mujer. Me contó que la familia de Herreros no le habría dado permiso para rodarlo,
si ella aparecía. Así que entonces pensé lo que cualquier novelista: si no
quieren que cuentes algo es porque ahí hay una buena historia. Y me puse a
indagar para saber qué había ocurrido con aquellas dos mujeres. Luego me enteré
de que Margot fue una mujer comprometida, que se alineó enseguida en el bando
republicano, y por ahí podía entender su desaparición. Sin embargo, Ernestina
era de derechas y partidaria de los sublevados, ¿por qué la habían proscrito a
ella también? ¿Por qué en su esquela no aparecía el nombre de su marido, ni el
de su hijo? A raíz de estas dudas surgió la novela.
Cuentas en el libro que, hasta 1962 las mujeres no
practicaron deporte durante la Dictadura. Sin embargo, la Sección Femenina en
algunos deportes, como el balonmano, se mostró muy activa, tanto en hombres
como en mujeres. Me llama la atención que el balonmano se basa en correr,
saltar y lanzar al igual que el atletismo, donde se corre, se salta y se lanza.
Un sinsentido.
Yo jugué al balonmano durante once años como portero.
Entrenaba con Cecilio Alonso y con Uría en el Colegio Virgen de Europa y
desconocía ese detalle. Pero creo que la Sección Femenina fomentaba los bailes
regionales y la práctica del deporte les parecía algo descocado, sin olvidar
que algunas eminencias como Marañón afirmaban que era malo para la concepción, que
era el destino final de las mujeres según su criterio. Hay que ver cómo recurrían
a supuestos argumentos científicos para justificar sus ideas y convertir a la
mujer en un ser gregario, de segunda división, cuya única misión era tener
hijos. Durante la Segunda República se realizó un gran esfuerzo para que las
mujeres adquirieran derechos que no tenían, entre ellos el del voto, y cuando
llegó la Dictadura todo eso se acabó. El deporte femenino también.
En ‘Todo lo carga el diablo’ a Margot Moles y a Ernestina
Maenza hay que sumarle una tercera protagonista: Caridad Santafé.
Cuando empecé con esta historia creí que reconstruir la vida
de Ernestina Maenza resultaría difícil, porque no se sabía casi nada de ella.
Esta novela tiene un personaje de ficción completo, que es Caridad Santafé y,
como novelista, se me juzgará por ello. Pero no hay que olvidar que el perfil
de Ernestina es casi inventado también, ya que tiene un quince por ciento de
realidad, un cuarenta por ciento fácilmente deducible y el resto es pura
creación.
Margot, Ernestina y Caridad coincidieron en la Residencia de
Señoritas de la Institución Libre de Enseñanza, rebautizada tras la Guerra
Civil como Colegio Mayor Teresa de Jesús y regida por la Sección Femenina,
¿cuál fue el nuevo cometido del centro?
Lo convirtieron en un instituto, el Ramiro de Maeztu, donde
daban clases, pero con las nuevas consignas de la Formación del Espíritu
Nacional. La bestia negra de cualquier dictadura es la cultura y la educación,
porque los dictadores no quieren educar sino adoctrinar. Poco a poco, el
franquismo fue asumiendo todas las instituciones republicanas para convertirlas
en otra cosa. En este país ha sido imposible lograr un pacto educativo a lo
largo de la democracia. Después de cada cambio de gobierno ha habido también un
cambio de ley de educación. Si esto ocurre en una democracia, ¿qué no haría una
dictadura en su propio beneficio?
Además del puro entretenimiento y del aprendizaje, ¿qué otras
conclusiones pueden sacar los lectores de esta novela?
Creo que leer una novela como esta puede servir para que la
gente compare lo que teníamos con lo que tenemos ahora. Mucho se perdió durante
la Guerra Civil y mucho se ganó con la Transición, una época con la que yo
guardo ciertas distancias, como ya expliqué en ‘Operación Gladio’. La
Transición tuvo perdedores con los que creo que no se ha sido justo, pero lo
más triste es que hoy todavía quedan cuatro desalmados, que sienten nostalgia
de un régimen perverso como el franquismo.
Siempre me ha llamado la atención cómo la gente que vivía en
1936 no vio venir el golpe de estado. Me cuesta mucho creer que nadie se diera
cuenta de nada, ¿en verdad fueron tan ingenuos?
Como se comenta en otra parte de la novela, la felicidad es
una forma de ceguera. Cuando todo va bien y uno se siente orgulloso de su país,
y la gente comenzaba a sentirse así en la Segunda República, llegó la Dictadura
y durante cuarenta años el español se convirtió en un ser acomplejado. La
Dictadura solo aportó ignorancia, analfabetismo y un retraso bestial.
Independientemente de ello, creo que muchas veces, cuando ves venir al lobo,
finges que no lo ves. Recientemente hemos tenido el ejemplo de la pandemia. Cuando se detectó su aparición en China y pasó
a Italia la gente pensaba que aquí no iba a llegar, sin disponer de una base
científica en la que apoyarse.
Los franquistas quemaban libros para erradicar las ideas «que
sirvieron para corromper y engañar a la juventud», como leemos en el capítulo
18 de la novela. ¿Estos actos inquisitoriales, de los que antes no se hablaba
tanto, fueron muy frecuentes en España?
Todas las dictaduras queman libros. Hay muchas fotos de eso.
En España no es que las cosas se oculten, sino que la gente no quiere hablar de
ellas. Venimos de una larga Dictadura y los que ya tenemos una cierta edad
sabemos que, en las casas cuando no había nadie delante, tampoco se nombraban
estos temas. Siempre alguien te mandaba callar. Había muchísimo miedo, porque
estamos hablando de un criminal desalmado como Franco. Y ese «calla, calla» y
ese «no te metas en política» han dejado un poso, una idiosincrasia, que no es
una forma natural de comportarse, sino la que nos han inculcado.
A Margot Moles y a Ernestina Maenza les privaron de su
expediente deportivo del mismo modo que rompieron las partidas de nacimiento de
otras personas. No se conformaban con su exterminio físico, también querían borrar
su existencia.
Franco era un genocida y su régimen lo fue también. Lo conté
en ‘Mala gente que camina’. Ellos querían exterminar, pero hace falta ser cretinos
para pensar que puedes suprimir una idea. Puedes matar a la gente, pero no la
idea. Vallejo Nájera creía que se podía extirpar el socialismo de la cabeza de
las personas, matando a los padres y reeducando a los hijos. Por eso robaban
niños y los educaban bajo su doctrina, en la creencia de que así acababan con
las ideologías. Como decía Jardiel Poncela, pensaban que el buen régimen era
aquel en el que todo lo que no fuera obligatorio estuviera prohibido. El
franquismo trató de borrar de la faz de la tierra a todas aquellas personas que
no eran afines a sus postulados, entre ellas las deportistas. Lo que sucede es
que una dictadura es mala incluso para los que la apoyan, exceptuando a los
grandes jefes. Y eso fue lo que le ocurrió a Ernestina Maenza que, por razones
de tipo moral impuestas por la Dictadura, acabó tan olvidada y proscrita como
su amiga Margot Moles.
Una de las protagonistas de la novela desaparece en un
momento determinado sin dejar rastro. ¿Era fácil hacer que una persona
desapareciera durante la Dictadura?
Absolutamente, los hospitales psiquiátricos, las casas de
locos como las llamaban ellos, acabaron como cárceles. Si alguien deseaba
librarse de una mujer que no le gustaba, la declaraban moralmente enferma, la
internaban y se olvidaban de ella. Una dictadura es un régimen corrupto en el
que, cuando desaparecen los derechos, aparecen los abusos. Y los hubo de todo
tipo.
‘Todo lo carga el diablo’ habla también de la historia de
amor entre Juan Urbano e Isabel Escandón. Pero poco a poco, ella le come la
tostada a Juan y llegará a convertirse en pieza fundamental de la
investigación.
Sí, aquí empieza esta relación amorosa y lo que comentas de Isabel
Escandón está perfectamente visto. Antes de sentarme a escribir, he de saber
todo lo que va a ocurrir. La narración no ha de guardar secretos para mí. Pero
lo más divertido es lo que te surge sobre la marcha mientras escribes. De
repente piensas «y si…» Y entonces aparece lo que más me gusta de la novela.
Como la narración habla de mujeres extraordinarias, que vivieron un mundo
hostil, me pareció oportuno que en la novela sucediese lo mismo. Y así Isabel
le va robando plano a Juan y algunos de los descubrimientos más relevantes son suyos.
Hasta este momento no te he preguntado cómo se te ocurrió el título:
‘Todo lo carga el diablo’.
Creo que el título explica muy bien la historia. La gente no
quería ver lo que se avecinaba y quizá hasta el optimismo lo carga el diablo. Todo
lo que parece producir felicidad guarda cosas ocultas y siempre hay que estar
vigilante, especialmente en los momentos de bienestar, cuando tendemos a
relajarnos, porque nos cascan una crisis que nos deja hechos polvo durante diez
años. No podemos olvidar que el mundo es muy grande, pero está en muy pocas
manos, unas manos que cortan el bacalao y siempre quieren más. Vivimos un mundo
donde los que roban son los ricos, no los pobres, que sería lo más lógico. El
que lo tiene todo quiere más.
Hay un último aspecto que no me gustaría dejar en el tintero:
el papel de los laboratorios farmacéuticos en la novela, otro núcleo de
corrupción más, donde lo importante es el negocio.
Es muy divertido ver todo lo que se cuenta en la novela
acerca de los medicamentos de los años treinta o cuarenta. Lo curaban todo y
explican perfectamente cómo la industria farmacológica se fue adaptando a las
necesidades inmediatas. En la posguerra y según el momento crearon
antiparasitarios, analgésicos, antidepresivos, antibióticos… Y con ello se
convirtieron en multimillonarios, igual que ocurrirá ahora cuando aparezca la
vacuna contra el covid.
Acabamos con una frase del capítulo 22: «A veces uno tiene la
perturbadora sensación de que en la historia de España nada más que cambian los
nombres y las fechas, pero el resto siempre es igual, excepto cuando evoluciona
para llegar a ser aún mucho peor».
Esa es la verdad de un pesimista. Yo no soy Juan Urbano, soy
más optimista que él, y esas frases son suyas, no mías. Benedetti diría que soy
un pesimista mal informado y, seguramente, tendría razón. Pero es imposible
vivir sin la idea de una cierta esperanza, sin creer que las cosas pueden ir a
mejor y que la gente no es mala por naturaleza. Me costaría mucho levantarme
por las mañanas y no pensar eso. Este país ha cambiado mucho, pero las cosas
han de seguir mejorando todavía.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 24/12/2020