Manuel Jabois (Fotografía: María Contreras) |
Manuel, aunque llevas ya varios libros de
periodismo publicados, esta es tu segunda novela de ficción. A la hora de
escribirla, ¿ha pesado mucho el éxito de ‘Malaherba’, tu anterior entrega?
Sí, sí que ha pesado. Realmente tenía mucha ilusión por la buena
acogida de ‘Malaherba’ y por todo lo que trajo consigo, referido a lectores,
presentaciones, críticas, etcétera. Si no hubiera sucedido así, probablemente
no hubiera escrito otra o hubiera tardado más en hacerlo, porque mientras la
escribía me lo pasé bien y el hecho de pasárselo bien siempre repercute en las
ganas de repetir la experiencia. No soy una persona muy segura de sí misma y,
cuando la publiqué, no tenía ni puñetera idea de lo que iba pasar. Por lo
tanto, el hecho de que funcionase y se leyese mucho influyó en mi autoestima y
escribir con autoestima es mucho mejor que hacerlo sin ella.
¿Cómo te cruzas tú con la historia que dio pie
a la escritura de ‘Miss Marte’?
Poco después de escribir ‘Malaherba’ asistí a la boda de una amiga
y aquello me indujo a querer contar lo que allí ocurría. Creo que en ese
momento comenzó a gestarse esta nueva historia.
No sé si eres devoto de García Márquez, yo creo
que sí, pero ‘Miss Marte’ huele a realismo mágico, incluso en algún momento
citas al propio escritor colombiano y también a Macondo.
Me gusta mucho García Márquez y quería que los personajes pisasen
la frontera del realismo mágico. Ellos juegan en esa línea divisoria, pero sin
atravesarla. Es cierto que hay como una evocación a todo eso, algo disparatado,
que se mueve entre lo cómico y lo surreal, pero no es realismo mágico del todo.
¿El hecho de que Galicia proyecte una imagen,
que oscila entre la bruma y el misterio, la convierte en un territorio propicio
para el realismo mágico?
Sí, creo que sí. No sé qué ocurre en los demás lugares, pero de
alguna manera Galicia provocó esa atmósfera, que hizo que mi escritura
resultase más natural. Tanto en ‘Malaherba’ como en ‘Miss Marte’, Galicia es un
personaje principal y también el Atlántico. Ambas novelas se han nutrido de la
gente que conozco y de las historias que escuché allí.
Lo habitual es que las novelas se adapten al
cine, pero aquí ocurre al contrario y ‘Miss Marte’ parece un documental que hay
que llevar a la literatura y convertirlo en una novela.
Es cierto [risas atenuadas por el teléfono]. Algunos compañeros
tuyos me hacen la pregunta de moda, que es la de si se va a convertir en una
serie, cosa de la que no tengo ni idea. Pero es verdad que se trata de una
grabación, en la que la documentalista le encarga a un periodista que escriba
un libro. Y creo que tienes razón, es el camino inverso de lo que suele ocurrir
en estos casos.
‘Miss Marte’ gira en torno a la desaparición de
Yulia, la hija de Mai. Ante las cámaras, la gente explica lo que recuerda de
aquella desaparición, acaecida veinticinco años antes. Y el punto de partida es
una boda, que en teoría es un acontecimiento feliz, pero que aquí se mezcla con
la trágica desaparición de la niña. Empiezas fuerte, con un juego de
contrastes.
Bueno es la mezcla de dos temperaturas muy extremas, el momento en
el que una persona, según los viejos rituales, oficializa sus sentimientos
mediante una boda y la desaparición de la niña. Del ajuste de esas dos
temperaturas extremas surge la historia, con la intención nada disimulada de
que el público continúe leyendo. Detenerse delante de un libro o de una
pantalla más de media hora es muy difícil, lo sé bien y, como periodista, me
interesa captar la atención del lector ante tantas ofertas de entretenimiento
como existen ahora.
A este potente inicio le siguen maniobras
literarias de distracción, ¿el secreto para mantener atrapado al lector es saber
dosificar la información? .
Hay muchas opciones. Desde luego yo quería mantener una línea de
suspense que atravesase toda la novela, para que hubiera misterio. En la vida,
no solo en las novelas, ha de haber siempre misterio, forma parte de ella,
aunque en ocasiones no reparemos en esta circunstancia. Pero la resolución del problema
no es el principal capital del libro. La novela es un caso abierto, cuya
resolución se va desvelando a medida que avanzan los capítulos. Pero hay más
cosas: una búsqueda de identidad; una reflexión sobre qué es lo que nos
interesa saber y qué es lo que no nos interesa; las relaciones entre amigos que
tienen que esforzarse para verse después de veinticinco años… Y también
descubrir qué ocurre en una comunidad cerrada, como es el pueblo de Xaxebe, que
guarda un gran secreto en su interior, del que no se sabe nada porque no se ha
mentido a nadie, pero tampoco se le ha dicho la verdad y esa duda permanece
latente entre sus habitantes.
Profundicemos un poco en eso. Tras la desaparición de Yulia, ¿qué ambiente se respiraba en Xaxebe?
Todo se olvida por el bien común, todo se mete debajo de la cama. Eso es habitual en pueblos como este, en familias y en ciudades y se hace para sobrevivir o mantener la armonía y la paz social. ¿Qué ocurre? Pues que tú sabes que aquello sigue allí, que es muy difícil no volver la vista cada dos por tres y no sentir el paso del tiempo, sin saber qué fue lo que ocurrió. Y esas cosas siempre acarrean una influencia negativa, claro.
Dentro de esa atmósfera de cierto realismo
mágico de la que hablábamos al principio, has dibujado unos personajes muy
propios de ese registro. El primero es Berta Soneira, la autora de un libro de
entrevistas ficticias que tuvo mucho éxito, ¿cómo es Berta?
Es una tipa que se ha tenido que buscar la vida y eso creo que
marca su carácter. Es una gran lectora que, tal y como cuento en la novela,
ejerce el periodismo de modo muy detallado y analítico, frío y desapasionado.
Es una profesional muy meticulosa con cualquier reportaje que emprenda.
Otro personaje, secundario pero fascinante, es
José Antonio Ventín, el director de un periódico de Xaxebe, sobre el que ya
habías escrito un cuento publicado en ‘El País’ en 2015. Un sujeto pálido como
un cirio, al que le asusta la actualidad y aterran las exclusivas y cuya
pretensión es publicar noticias que todos sus lectores ya conocen.
Es mi segundo intento de darle cancha a Ventín. Como bien dices,
escribí un relato sobre este personaje para ‘El País’ en el año 2015 y lo he
recuperado. Venía muy al caso y, además, no creo que su presencia muera en esta
novela. [Risas]. Mucha gente me pregunta si su perfil es real, y no lo es en
absoluto, claro, sobre todo partiendo de la idea de que «son las diez de la
noche, tío, el periódico lo tenemos a punto de cerrar, qué mala suerte que nos
llega justo ahora esta exclusiva»… Luego le afilas los rasgos y conviertes a un
director de periódico en alguien completamente contrario a la actualidad, que
odia a las noticias, que detesta que pasen cosas y que prefiere que las
publiquen otros…
Parece que Ventín tenga fobia a su profesión.
Es probable, quiere un trabajo de sellar y marchar y es un
personaje con el que he vuelto a disfrutar como la primera vez que hablé de él.
Un último secundario, don Eugenio, un cura
peculiar, bebedor y mal hablado, un curioso páter.
[Risas]. Don Eugenio es un alcohólico bendito, mal hablado y con
muy mal carácter, que se le dulcifica si bebe. Incluso habla mejor en esas
condiciones. De hecho tuvimos que quitarle algunos tacos en la edición final,
porque se nos iba de madre. Me hace gracia este personaje, porque he conocido
curas así.
Terminamos los personajes con Mai, la
protagonista femenina, una mujer que afirma que es Miss Marte, porque en ese
planeta hay otro canon de belleza.
Sí, ella dice eso y todos se quedan un poco a cuadros, porque la
tía no es precisamente guapa ni atractiva, de acuerdo con nuestros cánones. Ahora
que estoy hablando contigo, lo de Miss Marte pienso que tiene mucho que ver con
una forma de amor, porque el hecho de estar enamorado es un poco como estar en
Marte. Cuando descubres el amor por primera vez, como le ocurre a ella y a
Santi Galvache, su novio, parece que todas las leyes de la física se
distorsionan. Y desde luego, una mujer que llega en junio a un pueblo y que se
queda allí cuando los turistas se marchan al final de verano, es una marciana,
que subvierte toda la lógica. Justo ahí comienza la acción de la novela.
Hablemos un poco del escenario: La Costa de la
Muerte. ¿Qué significa este territorio para Manuel Jabois?
No la frecuentaba, pero era un lugar de grandes tormentas en mi
imaginario infantil, de grandes naufragios, de mares bravos y asesinos, un
lugar en el que, a veces, ir a buscar paz y tranquilidad precisamente por sus
condiciones naturales. Eso lo cuenta bien el personaje de Berta al afirmar que
solo duerme bien cuando hay caos, cuando todo arde a su alrededor.
‘Miss Marte’ tiene 201 páginas, pero ¿cuántas
has roto hasta dar con el resultado final?
Pocas, pocas, la verdad es que no he roto muchas. Es un defecto
como novelista que tengo. He aprovechado todo lo escrito y cuando no valía para
un sitio valía para otro. He tratado de que funcionase como un reloj, por lo
tanto, me han salido casi las piezas justas. Creo que un ejercicio mejor de la
novela es escribir más para quitar más. Eso me ocurre a mí en el periodismo,
donde tengo mucha práctica. Cuando escribo un reportaje o una crónica me sale
el doble de lo que debo escribir. Y así queda exactamente lo mejor. Pero tanto
en ‘Malaherba’ como en ‘Miss Marte’ he quitado cosas, claro, pero no demasiadas
a mi juicio. Ya sabes que escribir es borrar todo lo posible para que, al final,
solo quede el diamante de dentro.
En ‘Malaherba’ el protagonista, Tambu, era un
niño y en ’Miss Marte’ son dos adolescentes, Mai y Santi. ¿Qué tienen en común
estas dos novelas? ¿De qué manera dialogan entre sí?
Sí,
existe una transición entre ellas, una frontera que procede de un verso de Apollinaire
que dice «para nosotros que combatimos siempre en las fronteras
de lo
ilimitado y lo porvenir». Tambu vivía entre la niñez y la adolescencia, estaba
descubriendo las cosas importantes de la vida: la muerte, el sexo, el amor, la
amistad, la familia… En ‘Miss Marte’, Mai y Santi son dos adolescentes a punto
de acceder a la edad adulta. A Tambu se le empujaba a entrar en la adolescencia
por la conflictividad de sus padres; a Mai y al resto de la pandilla de Xaxebe,
de alguna manera, se les taponó el paso a la edad adulta con el ocultamiento de
la verdad, con la protección, porque uno se convierte en adulto de verdad
cuando ya no necesita tanta protección.
‘Miss
Marte’ es también una historia de amor, peculiar por cómo son los protagonistas
de la novela.
Sí, pero creo que todas las historias de amor, cada una a su
manera, son peculiares cuando uno las tiene por primera vez. Ese noviazgo
perfecto, que viven antes de la boda, me parece una relación igual a la que
puede tener cualquier adolescente en un verano, porque los primeros amores
tienen mucho de eso aunque sucedan en diciembre. Sin embargo, después de la
boda de Mai y Santi todo estalla en pedazos.
Vamos con la última por hoy: ¿Distingues fácilmente tu
momento periodista y tu momento escritor cuando te sientas a trabajar?
Es muy fácil para mí distinguirlo. Yo escribo en modo
periodismo consultando nombres, mirando notas, apoyándome en datos, yendo a
Internet continuamente para comprobar cosas o con una grabadora al lado
escuchando lo que me han contado. En la ficción eso no pasa. Aunque tengo
notas, no las miro tanto y puedo
escribir fácilmente mil palabras del tirón. Con la crónica, reportaje o columna
eso es imposible, hay que tener los pies en la tierra y hablar de suelos que
son reales. En la novela has de escribir verdades para que el lector las
perciba como tales. Tiene que haber verdad, pero puedes apoyar los pies en otro
tipo de suelo, inventado, dibujado a propósito para esa ocasión. Implantas tú
las normas, tu propio reglamento, que no tiene cabida fuera de la ficción. El
periodismo tiene un marco muy concreto y unas normas claras. Todo lo que
cuentas ha de haber sucedido, estar contrastado y las personas que citas deben
haber existido también.