Fotografía P.Cosano/Anaya |
Suso, entre otras cosas, ‘Un señor elegante’ es un libro que
nos habla del nacionalismo gallego, un movimiento político no demasiado
conocido hasta hace poco tiempo.
En verdad, como hizo con tantas otras cosas, el franquismo no
solo eliminó con la muerte y el exilio un proyecto cívico propio, pensado desde
Galicia, sino que además nos privó de esa parte del relato, del conocimiento de
esa realidad. Precisamente, en Galicia el libro se está revelando como una
fuente de información novedosa para muchas personas, porque la versión que nos
contaron fue la del NO-DO, la de un país que se desangró y sufrió una
emigración masiva, que destruyó el tejido social gallego. A finales de los años
cincuenta, los nacidos aquí se asomaron al nacionalismo, dentro de un
movimiento asociado al de liberación de los pueblos del tercer mundo, de
ideología marxista-leninista. Sin embargo, lo hicieron habiendo interiorizado también
la visión de que los gallegos éramos un país atrasado, pobre y casi iletrado,
que fue como Franco planificó nuestra sociedad, eliminando a sus cuadros
dirigentes e imponiendo una dirección franquista.
En la página 24 de ‘Un hombre elegante’ podemos leer: «escribimos
literatura de lo que no sabemos, para conocer. Y con la literatura llenamos los
huecos de la vida tal como nos llega». ¿Es este tu caso? ¿Qué significa para ti
la escritura?
Bueno, siempre enfoco un libro como una tarea a realizar,
como un trabajo. Cuando escribo historias imaginadas, con personajes ficticios,
lo que hago es desvelar, como decía Platón, algo que preexistía. Es como si los
personajes se me manifestaran. Sé de qué va la historia, pero no lo sé todo de
ellos ni de la trama. En este caso, escribir es una suerte de investigación y
de desvelamiento. Pero en ‘Un hombre elegante’ es distinto, porque los
personajes eran seres que habían vivido y la historia a contar eran cosas que
habían sucedido. Así que mi cometido consistió en hacer el trabajo puramente
policial: investigar lo ocurrido, saber cómo fueron esas personas a las que yo
no había conocido en vida. Para ello disponía de documentación y, sobre todo,
del testimonio de sus descendientes, Y precisamente ahí me encontré con algo
muy específico, complejo, como era obligar o conducir a los descendientes en un
proceso casi psicoanalítico de reconocimiento de quiénes eran sus padres y sus
abuelos. Es un trabajo delicado, porque si cualquiera de nosotros hiciera lo
mismo, se sorprendería del resultado. Ellos fueron muy valientes en verdad,
porque es una situación incómoda, y en algún caso me ofrecieron miradas
distintas.