Nº 630.-
Asegura Carlos Marzal que acostumbra a ser un tipo puntual y que prefiere esperar a ser esperado. Y doy fe de que se aplica a ello. Unos minutos antes de la hora concertada, a través de la cristalera del Hotel Plaza, lugar de nuestro encuentro en pleno centro de València, le vi caminar entre los transeúntes hacia la puerta. La noche había caído ya. El servicio de bar permanecía cerrado a esa hora. Un caballero, enfrascado en la lectura de un libro, ocupaba la mesa colindante. No había nadie más. La ausencia de huéspedes, o de visitantes, en la cafetería resultaba apropiada para charlar sobre ‘Nunca fuimos más felices’ (Tusquets), la reciente entrega de Marzal, «un tratado literario de filosofía epicúrea que reivindica la felicidad y ensalza el amor, la amistad, los libros, la bondad… a partir del fútbol», según reza la contraportada. La tecla del poeta y escritor valenciano va y viene entre recuerdos, anécdotas, escenas divertidas, conversaciones con otros escritores y el presente futbolístico de su hijo, que lleva diez años practicando el deporte del balón redondo sobre la hierba. Natural o artificial. Es, sin duda, uno de los títulos del año. O, al menos, un libro que se va a recordar durante mucho tiempo y que quizá convenga tener a mano para releer a discreción. Sobre la mesa, el piloto rojo de la grabadora, iluminado, nos otorgó su nihil obstat. Embozados en nuestras máscaras, el covid-19 acecha, comenzamos la conversación. Mientras, al otro lado de la cristalera, en la calle, el cuatro de noviembre de dos mil veintiuno disfrutaba de sus últimas horas.Carlos,
según mis cuentas, llevas quince años sin publicar una novela o un artefacto
literario como este, ¿por qué tanta demora?
No sé si
hace tantos años, pero es verdad que llevo mucho tiempo sin publicar. Pero no
he estado tanto tiempo sin escribir, porque he publicado libros de poemas, de
aforismos y de relatos. Lo cierto es que a mí se me alargan los proyectos.
Empiezo con una idea y siempre tardo más de lo previsto. Mis libros resultan
más extensos de lo que pensaba y eso se debe a que disfruto mucho del proceso
de la escritura. Desde joven tuve suerte de publicar en buenas editoriales y,
como no he sufrido el ansia de la publicación, no me importa demorarme en ello.
‘Nunca
fuimos más felices’ lo estoy leyendo de una manera rara para mí. He leído
doscientas páginas, luego he saltado a la tercera parte, la ‘Prórroga’, y ahora
continúo donde lo dejé. En el fondo, pienso que no quiero que el libro se me
acabe.
Imagino
que es importante leer con el orden establecido. No pasa nada porque uno se
vaya a la parte final que, digamos, es una historia independiente, cuando ha
leído ya una buena parte como es tu caso. Pero no creo que comenzar por el
final sea bueno como iniciación a este libro, porque la ‘Prórroga’ es un
contrapunto al resto. Este es un libro hímnico, celebratorio, que canta la
amistad y el amor en general y, en particular, al fútbol. La parte final es muy
dura y me parece que permite apreciar mejor todo lo anterior, en el sentido de
que aceptamos la alegría de la vida a pesar de los pesares, aunque el final
siempre es trágico.
La
narración es intemporal, pero en un libro como este la intemporalidad es
irrelevante, ¿no?
Creo que
sí. El texto son anotaciones, que no tienen por qué estar datadas. Son
reflexiones que salen al paso. Las fui escribiendo con el transcurso de los
años y las he ordenado como me ha apetecido, con la intención de crear el ritmo
adecuado, alternando capítulos cortos con otros más extensos y páginas densas
con otras más escuetas.
Afirmas
que a la hora de escribir la primera persona es la más importante, ¿por qué?
Bueno,
porque creo que todo lo que escriben los escritores es autobiográfico. No
importa el género. Me parece que los tratados de matemáticas también lo son,
porque ¿qué hace un matemático escribiendo un libro sobre algo a lo que ha
dedicado el tiempo de su vida? Desde ese punto de vista, todo es
autobiográfico: la historiografía, la novela, la literatura confesional… En
definitiva, aunque a veces se adopten otras personas para narrar, todo está construido
desde el yo.
‘Nunca
fuimos más felices’ es un libro que versa sobre el fútbol, aunque no solo.
¿Quedaron atrás ya los tiempos en los que los escritores que escribían sobre
fútbol estaban mal vistos?
Han
pasado los tiempos en los que los escritores, a los que les gustaba el fútbol,
no lo confesaban. Sin embargo, sigue habiendo prejuicios con respecto al
universo del fútbol desde el mundo de la alta cultura, que considera que hay formas
de la cultura popular que no son dignas ni de estudio, ni de ser tratadas. Y a
mí me ocurre lo contrario. Pienso que no hay grandes temas, temas excelsos de
por sí, sino que hay talento o falta de talento en los artistas, en los
escritores en este caso, para tratar de ver las cosas de una manera u otra. En
principio, los conflictos entre ganaderos y agricultores en Wisconsin no tienen
por qué interesarme demasiado, pero muchas veces ese es el origen de un western.
Me gusta que los escritores me lleven al huerto, me seduzcan con un universo
que, en principio, me es ajeno o desconocido.
Tu
interés por el fútbol viene de lejos. De hecho, en tu libro ‘Los pobres
desgraciados hijos de perra’ ya escribiste algún relato balompédico. ¿Qué ha
significado el fútbol en tu vida?
El fútbol
significa muchas cosas. Para empezar, el título hace referencia a la época en
la que lo jugaba y jugarlo era una forma de la felicidad. Cuando digo ‘Nunca
fuimos más felices’ quiero decir que nunca fuimos más felices que cuando
jugábamos al fútbol, que cuando éramos jóvenes, que cuando todavía no habíamos
caído en el tiempo como caen los adultos… Por un lado, el fútbol me regaló el
propio juego y, por otro, me ha proporcionado muchas horas de entretenimiento. Cuando
se juega bien, el fútbol es muy divertido y el acto de matar el tiempo me
parece que es algo trascendente en la vida. Tratamos de matar el tiempo
mientras el tiempo se dedica a matarnos a nosotros. Finalmente, el fútbol me ha
hecho el regalo más grande como es el argumento de la complicidad con mi hijo.
Él lo juega desde los cinco años y ahora, con quince, sigue haciéndolo y yo le
acompaño en esa aventura y, al mismo tiempo, recibo el obsequio de estar,
hablar y viajar con él. Esa sola razón ya merecería mi agradecimiento y el
hecho de dedicarle un homenaje.
O sea
que el fútbol te ha ofrecido una segunda oportunidad: la de revivirlo de otro
modo.
Por
supuesto, me ha dado la oportunidad de permanecer a su lado, en un momento en
el que los hijos, como es ley de vida, se van hacia su destino y poco a poco se
alejan de sus padres. El fútbol me ha permitido que esa situación se postergue
o se ralentice.
¿Los
procesos de iniciación al fútbol de tu hijo y el tuyo propio hace años guardan
alguna similitud?
No tienen
nada que ver. Nosotros jugábamos en el patio del colegio y luego saltábamos
directamente a jugar fútbol once. De infantiles pasábamos a juveniles. No
existía el fútbol ocho, ni esa compleja estructura de liga federada que hay
hoy. El mundo del fútbol que yo viví era mucho más rudimentario, precario, pero
también más romántico. Jugábamos en campos de mala muerte, de piedras y tierra.
Si una vez al año jugabas en un campo de hierba llorabas de emoción. Usábamos
balones imposibles y unos materiales prehistóricos. Hoy, los niños juegan en
césped artificial de tercera generación o en maravillosos campos de hierba
natural y tienen cinco o seis entrenadores por equipo. Todo ha cambiado mucho
para bien, pero los nostálgicos como yo, también soñamos, como el Abuelo
Cebolleta, con aquellos tiempos que, evidentemente, fueron peores pero como
fueron los de nuestra juventud nos encantan.
Por lo
que dices, veo que te has convertido en su manager.
Un padre
con un hijo que practica el fútbol es chófer, masajista, ojeador, agente FIFA,
psicólogo, masajista, médico… Todo en el mismo paquete de lo que significa ser
padre.
Entre
otras muchas cosas, en el libro cuentas que Pasolini había sido un apasionado
del fútbol.
Pasolini
jugó al fútbol durante su infancia y juventud y estuvo a punto de debutar como
profesional. Hay muchos documentos y fotografías suyas, ya de adulto, en las
que se le ve vestido de calle y jugando al fútbol con chavales del extrarradio
de Roma. Se cuenta que en los descansos de los rodajes organizaba partidos de
fútbol, en los que procuraba rodearse de los
cámaras y ayudantes que sabían jugar, porque lo que no llevaba nada bien
era lo de perder.
Los
porteros de fútbol son gente extraña, porque juegan con las manos un deporte
que se juega con los pies.
Bueno,
eso es un tópico de la cultura futbolística. La desgracia más grande que le
puede ocurrir a un ser humano, aficionado al fútbol, es jugar de portero. Él es
el traidor a las reglas del juego, el único que puede usar las manos. Simbólicamente,
se ha interpretado que es la madre que ampara con los brazos al resto del
equipo y al balón, porque solo él puede acunarlo contra su pecho. Pero es el
destino más ingrato para un futbolista porque, si se gana, parece que no ha
participado del todo en la victoria y, si se pierde, suele ser uno de los
grandes responsables. Es el último jugador, el que cubre la puerta del templo y,
cuando él falla, el templo se viene abajo, se incendia y toda la
responsabilidad y la mala leche del universo se ceba con él. Pero aún hay una
cosa peor que ser portero: ser padre de un portero de fútbol. Conozco a muchos
y envejecen antes de hora, padecen grandes problemas gástricos y tienen el
corazón más débil que el resto de la población… Lo que le ocurre a un hijo, un
padre lo vive multiplicado por mil en su propia persona. Así que, cada vez que
a un portero le meten un gol, su padre sufre un infarto de miocardio.
"Hoy
es domingo, qué lindo, juega Maradona", eso decía Menotti refiriéndose al
Diego. Para los aficionados, ¿el fútbol le da vida a su vida?
Claro, que
sí. El fútbol es ilusión, pasión, es un universo como pocos en el que
diariamente se deposita una enorme cantidad de energía mental, que mueve parte
del engranaje del mundo. Imagínate la cantidad de gente que cada día piensa en
el partido que acaba de ver, en el que verá el próximo domingo, la prensa
deportiva que lee, las conversaciones con su taxista de cabecera, su camarero
filósofo detrás de la barra de su bar habitual… Alrededor del mundo del fútbol
hay una ebullición que hace la vida mucho más interesante, al tiempo que
constituye un gran tema de escritura y reflexión. Mientras tú y yo hablamos
ahora, se están jugando cientos de partidos en el mundo y miles de jóvenes y
niños están entrenando. A su alrededor hay familias y una estructura
industrial, porque el fútbol se ha convertido en una industria.
¿Continúa
siendo un camino de progreso social o eso ha cambiado?
Por
supuesto, en los países más desfavorecidos es una forma de salir del gueto,
pero no solo es eso. Es también un reconciliador universal. En las favelas de
Rio, en los arrabales de Johannesburgo, en las prisiones, en los campos de
concentración, en cualquier sitio si aparece un balón se juega al fútbol y
brota la alegría, la felicidad, la pasión… Es una especie de hilo que teje y
hermana a las gentes, reconcilia al multimillonario y al pobre de solemnidad,
al pintor de brocha gorda y al poeta o cineasta, que son hinchas del mismo
equipo. Se trata de un fenómeno muy complejo, muy especial, y eso sucede en
cualquier lugar del mundo.
El
vestuario de un equipo de fútbol es como un santuario donde se celebran ciertos
ritos: desvestirse, enfundarse la equipación, impregnarse de linimentos, conjurarse,
escuchar al entrenador…
Por
supuesto, el vestuario es el corazón del templo. Igual que en una catedral está
el sagrario donde se custodia el cáliz, el vestuario es el sagrario del campo
de fútbol, que es uno de los grandes templos civiles de la actualidad. En los
países del llamado primer mundo, hoy la religión ha ido perdiendo terreno, pero
en cambio hay una serie de lugares sagrados del universo civil y entre ellos
está el campo de fútbol.
¿El
gol es el resultado del esfuerzo colectivo de un equipo o es un estallido de
belleza?
Son ambas
cosas. No son incompatibles. Es el fruto del esfuerzo colectivo, a veces el
resultado de una genialidad individual del talento y, al mismo tiempo, se puede
convertir en algo grande, aunque no en una obra de arte. No hay que extralimitarse
en las comparaciones. Un gol es lo que es y El Quijote es otra cosa, evidentemente.
Una victoria en un partido es algo maravilloso, pero no es el cine de Visconti,
de Berlanga o de quien sea. El fútbol tiene una belleza muy evidente en la coordinación,
en la fabulación narrativa, que aparece siempre en un partido o que, al menos,
yo creo ver en un partido, y que se acerca bastante a una emoción estética.
Pero
sí podríamos hablar de «fútbol de autor», el fútbol de los grandes entrenadores
como Klopp, Guardiola, Michels, Tuchel, Sacchi…
Aunque se
exagera un poco, porque pienso que no hay tantas variaciones dentro del
universo del fútbol, sí que es verdad que esos individuos que has mencionado
han tenido la suerte de encontrarse con generaciones maravillosas de
futbolistas, a los que han sabido moldear, pastorear, ordenar e imprimir un sello
propio. Sin duda, esos entrenadores y sus equipos han marcado la historia.
En el
libro afirmas que cada uno llevamos dentro un seleccionador nacional. Tú
propones una Selección Española de escritores formada por Lope de Vega; Santa Teresa, Manrique, Quevedo, Fray Luis;
Antonio Machado, Cervantes, Clarín, Bécquer; San Juan y Juan Ramon. Yo le opondría
una Selección Inglesa integrada por: Dickens; Chaucer, Anthony Beevor, Preston
y Parker; Orwell, Burgess, Shakespeare,
Tolkien; Julián Barnes y Conan Doyle. ¿Cómo ves el partido?
Bueno, me
parece que hay grandes aciertos, pero tu selección me parece que necesitaría un
poco de músculo. Veo grandes historiadores, pero le falta algo más de fuerza.
Podríamos pasar horas y horas haciendo selecciones. Lo bueno de la literatura
es que nos permite caprichos. Nunca podré escoger mi selección nacional, por
desgracia para mí y también para el país, porque estoy convencido de que sería
un gran seleccionador. Así que, mediante la literatura, me he permitido el lujo
de preparar esa selección nacional e hispanoamericana, compuesta por grandes
escritores que me apasionan.
Puestos
a seguir por esta senda, ¿le pondrías el nombre de algún escritor a un campo de
fútbol?
¿Por qué
no? Imagínate que Inglaterra jugase en el Shakespeare Stadium o España en el
Nuevo Cervantes. Hay estaciones de tren con nombres de escritores, como la de
María Zambrano de Málaga, así que por qué no un Gran Estadio Olímpico que se llamase
Garcilaso. Sería magnífico.
Fútbol
aparte, en el fondo tu libro habla de la vida, fundamentalmente de las cosas
que nos hacen felices.
Por
supuesto, los escritores terminamos haciendo lo que sabemos hacer y no otra
cosa. Y un escritor de lo que habla es de las pasiones, de la aventura de estar
en el mundo, a través de todo lo que supone jugar con las palabras. La
escritura es siempre una aventura con el lenguaje, en el lenguaje y mediante el
lenguaje para tratar de contar las cosas que nos gustan y apasionan de la vida.
Y el fútbol reúne todos esos caracteres, porque al mismo tiempo es un tema lo
suficientemente metafórico, literal y profundo para hablar del corazón humano a
través de él. He afirmado que el libro es un libro cordial y lo he hecho en el
sentido metafórico del término. Cord-cordis significa corazón y quisiera
que el lector viese que lo que me interesa es hablar del corazón de la gente.
Para
medir la felicidad humana te has inventado una unidad de medida con nombre muy
significativo: euforia.
Me gusta
crear unidades de todo para medir las cosas y los acontecimientos alegres. Para
computar la felicidad he creado esa unidad que he llamado euforia. De acuerdo
con eso, hay comidas de amigos de cien euforias, salidas nocturnas de ciento
cincuenta, etcétera.
En el último
capítulo, que se titula ‘Prórroga’, dices que para transportar una paella en un
coche son buenas las páginas de deportes, sucesos y cartelera y desaconsejables
las de política. Desconocía ese aditamento de la gastronomía valenciana.
Hay que
tener mucho cuidado con las secciones. Nunca hay que poner encima ni debajo de
una paella la sección de deportes. Hay que procurar coger las páginas más literarias
y los artículos de opinión de los grandes maestros. Eso es algo científicamente
demostrado. Si, para no manchar el maletero del coche, le pones artículos de
Millás, del maestro Vicent o de cualquier buen escritor, esa paella reposa
mejor y adquiere un sabor más profundo.
Le
dedicas ‘Prórroga’ a tu amigo el poeta Antonio Cabrera. ¿’Nunca fuimos más
felices’ te ha servido como catarsis, como linimento – ya que de fútbol hablamos
– o bálsamo para cerrar heridas, tras lo ocurrido en aquella comida, celebrada
en Serra el 1 de mayo de 2017?
En
cualquier caso es un exorcismo. Es cierto. Yo creo en el valor curativo y
terapéutico de la escritura para nosotros los escritores. Es igual que cuando
hablamos con amigos sobre nuestros problemas. Si no se disipan, al menos, se
aligeran. Lo sucedido es algo que no encajaré nunca del todo, porque la desgracia
de un amigo en esas circunstancias fue un episodio muy cruel. Ocurrió en medio
de una celebración maravillosa, en un día perfecto, con un magnífico grupo de personas.
Habíamos paseado por el campo. Comimos estupendamente, bebimos con generosidad
y, al final, en un instante, se produjo ese accidente que transformó la vida de
Antonio y de su familia.
¿Tardarás
otros quince años más en publicar prosa? Te lo pregunto, porque es posible que
si es así no pueda entrevistarte de nuevo por mi edad [risas].
Tengo una
novela en marcha. Cada vez que vuelvo a ella me gusta y sé que la terminaré. He
concluido un libro de poemas, que se va a titular precisamente ‘Euforia’ y con
el que estoy muy ilusionado. Al mismo tiempo continúo escribiendo aforismos y,
en un futuro no muy lejano, quiero montar un libro con ellos. También desearía preparar
un volumen de títulos o sobre los títulos y de listas, que me apasionan. En fin,
que no paro. Tengo más proyectos de los que nunca conseguiré llevar a cabo.
La
última por hoy: ¿tu hijo está leyendo el libro? ¿Qué le parece?
Lo está
leyendo a su ritmo y le hace mucha gracia. Le pareció bien la idea de que
apareciera su fotografía en la contraportada, pero quiso intervenir en el
proceso de elección de la imagen. Quería que se le viera manejar el balón con
buenas maneras, llevándolo bien cercano a los pies y con la cabeza levantada. Le
ha hecho ilusión que su padre le haya convertido en protagonista, pero me da la
impresión de que el libro le gustará más en el futuro. Será un buen recuerdo de
su padre, cuando yo ya no esté para darle la lata.
Herme
Cerezo/Diario SIGLO XXI, 12/11/2021