‘El libro del Sepulturero’ de Oliver Pötzsch, el thriller histórico que triunfa en toda Europa con más de 3.500.000 lectores.
«El hombre del ataúd abrió los ojos y escuchó su propio sepelio». Son estas las palabras de alguien que está viendo como le entierran vivo. Siente las paletadas de la tierra y el descenso del ataúd en el hueco, excavado momentos antes. Pocas maneras más sugerentes, y aterradoras, para iniciar la narración de un thriller. Justamente así es como arranca ‘El libro del Sepulturero’ (Editorial Planeta), segunda novela publicada en nuestro país por Oliver Pötzsch (Alemania, 1970). Pötzsch es periodista y escritor. Desciende de una antigua familia de verdugos, lo que en su momento le dio pie para escribir una serie de novelas, de gran éxito en Alemania, que no guardan relación con ‘El libro del Sepulturero’.
En esta ocasión,
el escritor germano elige una ciudad y una época tremendamente sugestivas: la Viena
del año 1893. En aquellos momentos, la capital austriaca es una ciudad moderna,
cosmopolita, próspera y con una vibrante vida cultural y también nocturna, protagonizada
por la rica y alta sociedad vienesa que, de alguna manera, sirve de tapadera
para ocultar una segunda cara, la de los bajos fondos, la de los vicios y la
depravación, y, cómo no, la de los asesinatos. Precisamente, ‘El Libro del
Sepulturero’ se centra en la aparición del cuerpo de una mujer brutalmente
asesinada, un crimen ritualizado, en el Práter, el parque más importante de
Viena. Leopold von Herzfeldt, joven inspector recién incorporado a la policía
metropolitana, será el encargado de llevar a cabo, de manera bastante
accidentada por cierto, la investigación del caso. Como todo novato, Von
Herzfeldt sentirá en sus carnes el rechazo de sus compañeros, ya que procede de
una ciudad más pequeña, Graz, donde ha bebido los conocimientos criminalísticos
de su mentor, Hans Gross, fiscal y juez de instrucción, que ha reunido en un
manual los nuevos procedimientos de investigación criminal. Este manual todavía
es utilizado hoy por algunos cuerpos nacionales de policía. En la comisaría
vienesa se respira entre sus miembros un cierto aire antisemita, que por
momentos parece también afectar al recién llegado inspector. A lo largo del
libro, el lector detectará un innegable complejo de inferioridad por parte de
las fuerzas de orden vienesas con respecto a las de otras ciudades europeas,
como París o Londres, mejor dotadas económicamente y que ya han incorporado las
nuevas técnicas de investigación en sus operativos diarios.
El momento
histórico que ha elegido Oliver Pötzsch, última década del XIX, es interesante.
No hay que olvidar que todos los finales de siglo suelen ser momentos de
crisis, de miedos, de incertidumbres y también de novedades. Son años en los
que la electricidad, el teléfono, el automóvil, el cine y la propia fotografía
irrumpen con fuerza en la vida diaria. No es de extrañar, por tanto, que los
métodos detectivescos de investigación también sufrieran un vuelco justamente
en ese momento. La aparición de la fotografía en el trabajo policial y el
estudio de las huellas y otros avances van a facilitar, a partir de entonces,
la solución de casos que antes se presentaban como difícilmente resolubles. Y
es justo en estos momentos cuando la policía vienesa se debate aún entre
policías adeptos a la vieja escuela y los partidarios de los nuevos métodos,
representados en este caso por Von Hertzfeldt y uno de sus superiores en la
cadena de mando.
La narración
conjuga la tercera persona, voz omnisciente que narra todo lo que acontece, con
la primera, si bien esta última la reserva Pötzsch para la escritura de un
diario por parte de Augustin Rothmayer, sepulturero del Cementerio Central de
Viena. Rothmayer es un curioso, y eficaz, personaje secundario que alterna los
entierros y los cuidados del camposanto con sus interpretaciones al violín y la
escritura del diario ya citado. Para completar el elenco de secundarios, que
forman un contrapunto más que adecuado para
el inspector Von Herzfeldt, el escritor alemán ha colocado a una mujer,
Julia Wolf, una telefonista de la policía metropolitana, que con su
protagonismo contribuye a romper la tradicional pareja de investigadores, que
pueblan un buen número de novelas policíacas, en favor de la aparición de un
trío de investigadores. Ya que hemos citado la figura del sepulturero, no
podemos olvidar la presencia destacada en estas páginas del Cementerio Central
de Viena, que se erige como un personaje más de la novela.
La música de
los Strauss sobrevuela como telón de fondo. Resulta imposible sumergirse en la
lectura de estas páginas sin percibir los acordes del celebérrimo ‘Danubio Azul’
o de cualquiera de las polcas, marchas o galopes compuestos por la familia
Strauss, algunos de cuyos miembros aparecen también en la novela, dentro de esa
conseguida mixtura de personajes reales y ficticios llevada a cabo por Oliver
Pötzsch.
Antes de
concluir, solo me resta expresar el deseo de que la novela tenga el éxito
apetecido y que pronto veamos en nuestras librerías más libros con los
siguientes casos protagonizados por el inspector Leopold von Hertfeldt. En
alguna entrevista, he podido leer que el escritor alemán invita a sumergirse en
la lectura de ‘El libro del Sepulturero’, bajo el amparo del silencio y la
quietud de la noche. Quien esto escribe, mis improbables lectores, les anima a
probar, a intentarlo, a aceptar de buen grado el reto sugerido por Oliver
Pötzsch. Atrévanse. Solo se trata de una buena historia. Que no es poco.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 03/10/2022