El escritor barcelonés acaba de publicar su nuevo libro de relatos titulado ‘Niños’,
editado por Páginas de Espuma.
Nº 644.- David Roas (Barcelona, 1965), alto,
delgado, pelo canoso, irónico, escritor, cuentista, profesor, crítico y alguna
cosa más, acudió a València para participar en la IV Edición del Golem Fest y presentar
su nuevo libro de relatos, ‘Niños’, editado por Páginas de Espuma. En el
escenario del Auditorio Joan Plaça del Jardín Botánico de la capital del Túria,
acompañado por el también escritor Carlos Pitillas, habló sobre la huella que
dejan los miedos infantiles en la literatura. La charla supo a poco por breve,
pero fue suficiente para impregnar la sala con el aroma que dejan las cosas
interesantes en nuestros oídos. Y en nuestro ánimo. Precisamente ‘Niños’ trata
sobre esos miedos inexplicables − ¿quién no los sintió en su momento? −, que
acechan nuestra infancia. Los niños y niñas que fuimos, aquí representados por los
protagonistas de estos relatos, juegan, bailan, corren, saltan, se divierten y
perciben esos temores… Pero a la vez los provocan, porque ellos mismos son el
terror. Horas después, sentados en el
Café La Placita, justo frente a la Iglesia de San Sebastián, David Roas y quien
esto suscribe comenzamos a conversar sobre esas criaturas y esos temores. Eran
las cinco de la tarde. Minuto arriba, minuto abajo. El sol comenzaba a
declinar, mientras el piloto rojo de la grabadora señalaba el inicio de la
entrevista.
David, ¿escribiste los
relatos que forman ‘Niños’ de manera aleatoria o, desde el primer momento,
querías hablar de los miedos infantiles?
No, no, fue una
decisión plenamente consciente, nada aleatoria. En mi anterior libro,
‘Invasión’, había unos relatos titulados ‘Cuentos dictados’, llamados así
porque me los dictó David, mi hijo. Yo solo tuve que convertirlos en tinta y
papel. En mi cabeza se quedó el runrún de que era un tema que tenía que
continuar y mi mujer me animaba a seguir con ellos. Así que desde el año 2018
solo me dediqué a escribir cuentos para este libro. Alguno de ellos, como el de
‘Zoltar speaks’, hacía ya tiempo que lo tenía en mi cabeza. Es verdad que el primer
relato, ‘Vinieron de dentro de’ había sido ya publicado en aquel mismo volumen,
pero estaba convencido de que tenía que ser el primero de ‘Niños’, porque se
refería a un embarazo. Así que le pedí permiso a mi editor para incluirlo también
aquí. Por eso en la dedicatoria puedes leer «A Ana, por provocarlo. A Davichu,
por inspirarlo», que son mi mujer y mi hijo.
No sé, quizá lo haga
porque creo que, junto con el humor, la fantasía es la mejor perspectiva con la
que yo puedo ver e intentar entender la realidad. Es una doble vía que, a
veces, confluye en una sola, pero bien entendido que la realidad es una entidad
carente de sentido y que mi única manera de afrontarla llega a través de formas
que la ponen en cuestión.
Escribir relatos fantásticos
o de terror a veces resulta complicado o intimidador. ¿El humor podría ser esa
barrera que te permite hacerlo con una cierta distancia?
Es una buena pregunta.
El humor exige distancia y sin distancia no hay humor. Si estás demasiado cerca,
te deprimes, te horrorizas o empatizas, porque necesitas mirar la realidad con
un metro de separación. Y, a partir de ahí, te ríes y lo haces sabiendo que es
una risa que no conduce a ninguna parte, porque te estás riendo de la muerte y
tú te vas a morir también. No es más que una forma de capear el temporal.
Leyendo estos cuentos
acudió a mi mente el payaso de la película ‘Balada triste de trompeta’. ¿Los
niños pueden resultar tan terroríficos como el payaso sabihondo?
He visto esa película y
el payaso que aparece ahí es muy grotesco. ¿Qué hizo Stephen King con ‘It’? Ese
payaso parece la figura más atractiva y simpática para los niños, pero, si lo
vuelves del revés, puedes convertirlo en un ser terrible. Nunca me han gustado
los payasos, me parecen unas figuras absolutamente inquietantes, que se pintan
la cara. Me producen mucho miedo.
Ya que hablas del miedo
y de tus miedos, ¿cuánto tienen de terapéutico estos cuentos?
[Risas]
Mientras los escribía, lo cual no sé si es muy terapéutico o no, descubrí que
en los cuatro cuentos publicados en ‘Invasión’, donde hablaba de mi relación
con el niño, había cosas de las que no era consciente y este libro ha
continuado en esa línea. El niño de la cubierta, como comentaba en la charla de
esta mañana, me ha hecho darme cuenta de mi propia relación con mi madre, que falleció
en 2014, y de que la paternidad no es otra cosa que asumir que tú también has
sido niño e hijo de… Si eso significa ser terapéutico, entonces estos relatos
sí lo son. No sé si me han curado de nada, porque la terapia significa
curación, pero sí me han permitido ser consciente de miedos, pensamientos y
emociones, que ignoraba. Los dos últimos cuentos de ‘Niños’ tienen mucho que
ver con lo que vendrá después. El niño protagonista tendrá que sobrevivir y
seguir viviendo y eso, hasta ahora, jamás me lo había planteado y la literatura
me ha ayudado a verlo.
El título del libro induce
a pensar en los niños, indefensas criaturas a las que hay que proteger. Sin
embargo, tú has girado la tortilla y llevas al lector a pensar que quien
necesita protección es el padre.
Sí, es verdad, tienes
razón, porque aquí el padre descubre muchas cosas, que desconocía. Pero sobre
todo esos cuentos, en los que aparece mi madre, mejor dicho, la madre del
narrador, me han proporcionado a través de la ficción nuevas perspectivas de la
realidad y también de mí mismo. Y eso me resulta muy interesante.
Cuando terminé de leer
los cuatro o cinco primeros relatos, tuve la sensación de que en ellos se lloraba
mucho. ¿El primer temor hacia tu hijo es que, como no sabes por qué llora, te embarga
la angustia?
Claro, tú y cualquiera
que ha tenido hijos sabe que lo primero que te preguntas es qué tengo que hacer
con este ser, ¿dónde está el libro de instrucciones? A este respecto, en el
cuento titulado ‘La agonía del salmón’ me inspiré mucho en la experiencia de
una amiga mía que tuvo un hijo terrible. Pensaba en cómo un niño solo puede
comunicarse a través de la risa o el lloro y eso te deja descolocado. Ahora el
niño de los cuentos tiene ya diez años, me puedo entender con él y saber qué le
ocurre, pero antes…
Has citado ‘La agonía
del salmón’ y al leer ese cuento veo que los salmones tienen difícil lo de
ligar. Para copular una sola vez en su vida y después morir, han de remontar el
curso de los ríos, perder peso, estresarse y pelear con las hembras y otros
machos. Creo que no me gustaría haber nacido salmón.
Exactamente. La
compañera de trabajo a la que me refería antes, me contaba que no podía dormir,
porque lo que le ocurría a su hijo no obedecía a los cólicos normales de los
lactantes, sino que era algo especial. Una tarde, mientras veía un documental
sobre los salmones, me dije que éramos exactamente eso, salmones. Toda tu vida
ha consistido en reproducirte para tener un hijo y ya está. En el cuento he reflejado
lo que explicaba el documental con fidelidad. No he añadido ni una palabra de
más. Y el remate de la vida del salmón es que, cuando las crías nazcan de los
huevos, devorarán al padre como su primer alimento, lo que me parece una
metáfora magistral de nuestra vida.
¿La llegada de un hijo
al hogar de un escritor condiciona el tipo de lecturas y escrituras que va a
llevar a cabo por falta de tiempo libre?
No. Mi problema siempre
ha sido vivir en cuatro o cinco medios: profesor, investigador, escritor… Escribo
cuando puedo. Excepto ‘Zoltar speaks’, que lo escribí en Nueva York, los
relatos de ‘Niños’ están escritos en la maravillosa plaza del rectorado de
Alcalá de Henares, mientras mi hijo jugaba por allí. La verdad es que su
llegada tal vez ha coartado las posibilidades de salir, pero en el aspecto literario
ha servido de estímulo. El año pasado, cuando él tenía nueve años, escribió un
libro de microcuentos que autopublicamos. Así que nos retroalimentamos el uno
del otro.
Los cuentos de ‘Niños’
pertenecen al género de fantasía, terror y ciencia ficción, pero consigues que
parezcan absolutamente reales.
Bueno, creo que excepto
el cuento de los hermanos gemelos, todos los relatos parten de situaciones
cotidianas y reales. A mí me gusta que sea así. Siempre llevo la libreta
conmigo y observo lo que sucede a mi alrededor. Si alguien me cuenta alguna
cosa interesante y detecto que puede haber un cuento detrás, lo robo sin
problemas. La realidad es tan loca que se presta a ello. Conseguir que la
ficción haga creer al lector que lo que lee es cierto me parece muy
interesante.
Has estructurado
‘Niños’ como la evolución de las etapas de la vida de los insectos: huevo,
larva, pupa y adulto.
Muchas veces descubro
la estructura interna de mis libros con la escritura bastante avanzada, pero en
esta ocasión fue distinto. Surgió más pronto, cuando llevaba escritos tres o
cuatro relatos. Observé que las historias no las protagonizaban siempre los
mismos niños, que tampoco tenían la misma edad. En consecuencia, opté por una
organización cronológica, desde que el niño vive en el vientre de su madre
hasta que alcanza los diez años.
Introduzcámonos
un poco en los cuentos. El primero, ‘Vinieron de dentro de’, del que has
hablado antes, es como decir «ya estoy aquí. No sabéis la que os espera».
Justo es eso. Este
relato pertenece a mi época pre-padre y ya lo había publicado en ‘Invasiones’.
Pero le dije a mi editor que ‘Niños’ tenía que empezar por él y me lo permitió.
Esas risas, que pueden ser buenas o malas, que alguien oye y proceden de la
barriga de su madre embarazada, eran algo muy sintomático de todo lo que puede
venir después. Es como tu dices
«preparaos que vengo».
En ‘Terrores
nocturnos’, aparece un monstruo llamado Chupacabras, que atemoriza al niño y cuyo
dibujo incluyes en el relato. ¿La principal fuente de los temores infantiles
procede de los sueños?
No lo sé, yo me nutro
de las experiencias de mi hijo, que también está perturbado por el padre y la
madre que tiene, sobre todo por el padre. Hay miedos reales, por ejemplo, a que
papá y mamá se vayan o a la separación, pero en el sueño, igual que los
adultos, vuelcan de forma simbólica sus temores y fantasías. Todavía no sé por
qué soñaría él con el Chupacabras, pero yo le pedí que me lo contara para que
pudiera expresarse y llevarlo al relato. Desde luego fue un sueño terrible, que
le persiguió durante mucho tiempo. Y un día hizo un dibujo del monstruo, que he
incluido en el libro, y ahora mi hijo me pide derechos. Me dice que, si el
cuento se vende mucho, él quiere una parte.
Varios temas clásicos
del terror desfilan por los cuentos. En ‘Espejismos’ aparece el monstruo que se
oculta debajo de la cama.
Yo utilizo un video de YouTube maravilloso,
el de un niño y su padre, que aborda este tema. Cada año se lo pongo a mis
alumnos y les pregunto qué hacemos con eso. Cuando la realidad cotidiana deja
de funcionar, surgen los miedos más inquietantes. El hecho de que esto pueda
suceder en tu familia me parece algo profundamente perturbador y la idea de que
el monstruo anida en lo cotidiano, debajo de la cama, dentro del armario, en tu
habitación o en tu reducto más íntimo, es lo que produce el miedo. Yo me siento un lovecraftiano puro, pero esa
posición queda a kilómetros de distancia de este otro tipo de miedo.
La casa también es otro
tema recurrente. Aparece en ‘Niños’ (‘Ancestros’), y también en ‘Invasión’ (‘La
casa vacía’). Sé que no eres el único escritor fascinado por las casas, ¿por
qué te interesan tanto?
Es que la casa, como acabo de decir, es
tu espacio más cotidiano, más doméstico, valga la redundancia, y personal. Es
una proyección de ti mismo. La diseñas y acondicionas a tu medida y, si resulta
asaltada por algo incontrolable, no se lleva nada bien. La casa es una metáfora
de tu realidad y si tu realidad no funciona, ¿qué pasa? ¿Dónde estoy? Si a esto
le sumas la familia y dentro de ella está instalado el horror, le añades un
plus. Como entidad me interesa mucho la familia, porque es fuente de lo inquietante
y del terror. Es lo más cercano que tienes y resulta un campo fantástico para
ver cómo el monstruo puede estar ahí. El asesino morboso que viene de fuera
está bien, pero si la violencia la tienes dentro de casa es mucho peor.
Sigamos con la familia.
El cuento ‘Reunión familiar’ más que una historia de terror es una historia de
horror. Son términos parecidos, pero no idénticos.
[Risas] Sí, creo que
ese cuento junto el titulado ‘Subsistencia’ son los dos relatos más enfermos.
‘Reunión familiar’ fue un encargo, que me hizo una editora para formar parte de
una antología. En aquel momento yo tenía en mi cabeza la historia que Mark
Twain contó sobre el hecho de que él era gemelo de otro niño. Uno de los dos se
había ahogado y ambos llevaban puestas pulseras identificativas, que se
perdieron en el agua y nunca se supo cuál de ellos seguía vivo. Luego resultó
que era mentira, pero yo llevaba esa historia metida en la cabeza, porque me
parecía brutal la idea de que, ya de mayor, tu propia madre te dijese que no
sabe quién eres tú. Y me costó mucho escribirlo porque hube de bucear por zonas
muy oscuras. Pero estoy muy contento con el resultado, porque a la gente que lo
conoce le parece un relato muy perturbador.
‘El día de la marmota’,
donde el niño despierta cada mañana muy temprano a su padre, es un cuento de
venganza, no me digas que no.
[Nuevas risas]. Sí, sí,
que lo es, pero la situación todavía empeoró. Cuando mi hijo era más pequeño, cada
día se despertaba muy temprano y venía a mi lado de la cama. Le regalé un reloj
y, entonces, seguía viniendo, pero ahora para decirme «Papi, ya son las siete»,
con lo que el regalo del reloj no me sirvió de nada. Lo cierto es que perseguí
la escritura de ese cuento durante mucho tiempo, porque transmite sensación de
impotencia, ya que tú como padre no puedes quejarte, porque tu hijo te
despierte cada mañana a las siete. Y el título procede de que cuando lo llevaba
a jugar a la plaza del rectorado de Alcalá de Henares, me encontraba con un
montón de padres, entre ellos Eric, un yankee, al que veía tan dormido
como yo y le decía; The groundhog day; a lo que él me respondía: Yes!
Afortunadamente, ahora eso ha cambiado, porque ya es más mayor, se levanta
antes, se prepara sus cereales y ve Netflix.
Para mí el relato más
perturbador es el titulado ‘Voces’, donde has convertido a ese asistente virtual,
llamado Alexa, en una fuente de misterios, perturbaciones, miedos…
Me lo veía venir. No sé
por qué, pero hay varias personas que me han dicho lo mismo que tú. Está basado
en un hecho real: mi mujer y mi hijo decidieron regalarme Alexa un 24 de
diciembre y el día 26 ya no estaba en mis manos. Se lo había llevado mi hijo a
su cuarto. Yo pasaba por la puerta de su habitación y le oía hablar, discutir y
preguntarle cosas a Alexa. Entonces empecé a pensar en que tenía que sacarle
partido a esa situación y se me cruzó, no sé por qué, mi madre ya fallecida. Al
principio, el relato tenía un tono irónico, pero ha terminado yendo hacia otro
lado, que no voy a desvelar. Por esa evolución lo titulé ‘Voces’.
Hay poca música en los
relatos. Tan solo algo de Metallica.
Sí, no sé por que.
Comparado con otros libros míos es verdad que hay poca música. Metallica
aparece porque mi hijo, a veces, escucha cosas interesantes como esa.
Vamos a concluir con un
clásico: ‘La lotería’, el mítico cuento de la escritora estadounidense Shirley
Jackson. Le has dado una vuelta. Has introducido cambios en el título, ‘La
(otra) lotería’, en el desenlace y en la voz narrativa, sin duda para ti se
trata de una obra maestra.
¡Buaaaah! Eso lleva en
mi cabeza desde 1987. Cuando entré en la universidad, a estudiar Filología
Española y dentro de la asignatura de Teoría Literaria, entre otros muchos
títulos mi profesor nos puso ‘La lotería’ de Shirley Jackson, y yo me dije
¡Dios mío! Te juro que desde entonces no he dejado de leerlo y lo he incluido
en mis clases. No he podido librarme de él. Al nacer mi hijo pensé que el
cuento todavía podría ser peor, que ya es difícil, si lo narrase un niño. Por
eso mi versión no sólo la cuenta un niño, sino que en el sorteo participan
únicamente niños de 3 a 16 años. Muchos párrafos son idénticos a los del relato
de Shirley Jackson, porque yo quería dejar constancia de que el texto auténtico
estaba presente. Para mí es un cuento que representa las más altas cumbres del horror
sin que haya nada visible. En él se habla de la tradición, de la sociedad y de
lo que los seres humanos somos capaces de hacer para mantener el orden. Sorteamos
a alguien y lo matamos para que el mundo siga igual, porque lo cierto es que no
hay ninguna otra explicación sobre eso.
Sin duda que Shirley
Jackson vivió una existencia muy interesante.
Ella tuvo cuatro hijos
y, si lees sus obras, descubres que hay un montón de artículos sobre su vida
diaria y te mueres de risa. Ella tenía una conciencia tremenda para la época en
que vivió. Su marido era profesor de universidad y ella escribía por la noche,
porque con sus cuatro hijos no disponía de otro momento para hacerlo. El otro
día en una entrevista salió este mismo tema y respondí que yo de mayor quería
ser Shirley Jackson.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 12/12/2022