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Enhorabuena por el
premio, Natalia. Una mujer como tú, con una vida llena de avatares, estaba
predestinada a la escritura?
En primer lugar, muchas
gracias. Respecto a tu pregunta, creo que sí, pero no por esos avatares. En mi
familia hubo grandes lectores y tuve la suerte de crecer rodeada de libros.
Guardo hermosas imágenes de mi madre leyendo y releyendo. Eso me llamaba
muchísimo la atención y me llevaba a pensar qué habría en aquel libro, tan
interesante, tan intenso, como para que una persona lo releyera tantas veces. Dado
que guardaban los libros que no querían que leyera en los lugares más altos,
eso todavía incentivaba más mi curiosidad.
Has vivido siempre,
pues, en un ambiente literario por así decirlo.
En Bielorrusia, en
Ucrania y también en Rusia es muy importante la poesía. En las ciudades hay
monumentos de escritores y muchas estaciones de subtes llevan el nombre de algunos
poetas. En el colegio, como asignatura obligatoria, nos enseñaban poesía y tuve
que leer, memorizar y declamar en voz alta. No me lo tomé muy en serio, pero
cuando nos trasladamos a Argentina me di cuenta de que en los colegios argentinos
había muy poca poesía. Así que hube de buscarla yo misma en las bibliotecas. En
Rusia viví en zonas rodeadas de bosque y para mí la poesía empieza en la
naturaleza que, aunque la tratemos tan mal, nos enseña muchas cosas. La
conducta de los animales tiene su propio lenguaje y solo lo entiende la gente
del campo. Por ejemplo, un pájaro que vuela está escribiendo algo en el cielo. La
poesía nace del asombro. Ves el mundo por primera vez en la infancia y luego
todo es una repetición. Por otro lado, en Argentina sufrí el choque con un
idioma nuevo, y en mi adolescencia me interesé por las escuelas de poesía e
investigué a los grandes poetas rusos, para lo que tuve que traducir sus obras.
En mi caso la traducción ha jugado un papel muy importante, porque era una
forma de mantenerme en contacto con mi propia tierra y su cultura.
Como poeta has
publicado varios poemarios, cómo surge la idea de saltar al género de la novela?
El tema del salto es
interesante porque, si entendemos lo que el filósofo Kierkegaard decía sobre
«dar el salto», en realidad sí que lo es. Sin embargo, si miramos apenitas
atrás mi poemario ‘Cesto de trenzas’, vemos que allí, aunque con recursos
poéticos, ya contaba cosas, con lo que mi poesía se abría a la narrativa. Fue
un experimento híbrido. Después salió ‘La nostalgia es un sello ardiente’,
donde ya abordaba algunos de los temas de esta novela. La juventud y la vejez
de mi madre están ahí, igual que la mudanza y la relación entre mujeres. En
realidad, estaba abriendo mi garganta para el relato. Después revisé los
apuntes de mis cuadernos, escritos a lo largo de diez años, y vi que había
relatos sobre mi madre, mi abuela, mi niñez… Y no estaban escritos en forma de
poema. Intenté construir un poemario con esos textos y no me salía. Se me
quedaba corto. Así que libremente los transcribí a un archivo Word y ahí me di
cuenta de que tenía una novela.
Hablas de novela, pero
mientras leía ‘Luciérnaga’, trazada con capítulos cortos, no numerados sino
titulados, me preguntaba si no tenía entre manos un mosaico de cuentos que el
lector debía armar para construir el libro.
Es verdad. Tenía muy en
cuenta que quería conservar la condensación que posee la poesía. Cuando lees un
poema, te puedes quedar un rato pensando en él porque te abre un mundo. Y yo deseaba
conservar esto, porque no quería añadir textos de relleno. Buscaba intensidad
en cada página, algo que me viene de la poesía. Creo que la escritura de este
libro fue como danzar y los títulos de los capítulos me llegaron solos. Tal vez
fuera una cuestión de equilibrio. La poesía no es algo que se deja domar. La
poesía rompe estructuras y no, no podía ser de otro modo. Mi novela pretendía
mostrar que la vida es un caos que a menudo carece de respuesta. Y aunque no
buscaba un libro ordenado, el desorden de mi novela es un desorden controlado y
pensado. Quería dividirla en tres partes, en las que la protagonista sería como
una cámara que mostraría los escenarios que aparecieran en sus páginas. Los
personajes y temas importantes ya están presentes en la primera parte.
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de la poesía. Sin embargo, he percibido una cierta frialdad, un distanciamiento, tal vez debido a esa máscara narrativa de la poesía y sus recursos.
Pienso que no es así,
porque venía conviviendo tanto tiempo con esos temas que creo que el libro es
como una descarga, un quitarme la tensión…
Entonces,
podemos creer que, en cierta manera, estamos ante un libro terapéutico?
En cierta manera, sí. Estoy
hablándolo acá ahora con vos y lo hago con el cuerpo. Creo que cuando uno
presenta su novela es un momento terapéutico. ‘Luciérnaga’ es un libro que me
permite moverme, hablar de él. Sin embargo, mantuve la tensión con los relatos
y la distancia me la proporcionó la edad. Fui creciendo con ellos y entendí que
en el mundo ocurren cosas terribles. Pero igualmente es lindo y celebratorio.
La poesía me ayudó en eso de la distancia que vos decís. Yo no puedo pensar un poema
terrible si no hay algo bello y no puedo pensar un poema hermoso si no hay algo
terrible. Son las dos caras de la misma moneda. La escritura me permitió saber
que había crecido y que lo podía poner en palabras. Sobre la frialdad que aludís,
pienso que se debe al hecho de que estamos hablando de la Unión Soviética, un
país que pasó rápidamente del socialismo a un capitalismo feroz. De repente,
las personas que pensaban en una comunidad se vieron obligadas a pensarse
individualmente. Aparecieron cosas sobre Stalin, noticias desagradables y explotó
Chernóbil que, según los soviéticos, no iba a estallar nunca. Las personas
tenían información contradictoria. No sabían a qué atenerse, ni qué decir a sus
hijos. Por eso el primer capítulo trata de todo eso. Yo quería hablar de un
mundo que se caía a pedazos y de que la gente necesitaba volverse más fría para
repensar su identidad. Ahora vivimos un momento de puro individualismo.
Pensar continuamente que
el agua, la verdura, la fruta o la carne están contaminadas o que la lluvia
puede ser radiactiva debe hacer muy difícil la vida de cada día, no?
Eso es algo muy loco.
Sabes que estás comiendo algo radiactivo, pero lo comes porque no tienes otra
cosa. Y has de alimentarte. Así que lo normalizas, igual que hacemos hoy con
otras cosas. Comíamos fruta y bebíamos leche contaminada porque no había de
otro tipo. No llegaba nada de fuera. Hay mucha conexión de este libro con lo
que sucede actualmente. Vivimos sumamente informados, pero hay cosas que
desconocemos. Es mentira que la máquina o Internet nos lo solucionan todo.
Habitamos un mundo espectáculo en el que normalizamos atrocidades y guerras. Consumimos
matanzas, vemos a niños palestinos muertos en los brazos de sus padres y es
raro que podamos hacer algo al respecto. Vos lo comprenderás bien porque acá
sucedió algo parecido durante la Guerra Civil Española. El de la Unión
Soviética era un mundo muy rígido y continúa siéndolo aún ahora.
A la madre de la
protagonista, le ocurrían cosas «especiales»: un desconocido le roba el
zapatito de su hija y durante un paseo le arrojan unos pepinos. Cómo es esta
mujer?
Soy un poco exagerada y
dramática. No me interesa la escritura de lo ordinario, me gusta ver lo
extraordinario de lo ordinario, trasladar lo asombroso al lector. Igual me
ocurre con la poesía. Como dijo María Zambrano «la poesía es hallazgo» y yo
quería hallazgos todo el tiempo. La madre sobreprotege a su hija, claro, pero
una cosa es la vida de casa y otra cosa es que, al salir, en una discusión, una
persona le tire un montón de pepinos por la cabeza. Con eso quiero demostrar
que es una madre protectora, que carecía de Internet y no podía consultar en
ninguna parte cómo solucionar los problemas del día a día. Sin olvidar que las
pediatras de entonces tampoco sabían explicar las cosas muy allá.
Hay quien lee las
noticias en papel, pero el padre de la protagonista se las fumaba, ya que liaba
sus cigarrillos con hojas de periódicos, un tipo peculiar.
El padre representa todo
lo contrario. La madre ha de ser rígida para afrontar esas cosas que vuelan, que estallan. Ha de
saber poner el escudo y, en un momento dado, ella es quien decide dejar la
patria. Y no era nada sencillo hacerlo entonces. Fue también quien telefoneó
para enterarse de lo que había ocurrido en la central nuclear. En general, las
de su generación eran mujeres fuertes, que cuidaron a las familias judías y a
los partisanos durante la guerra. Mientras tanto, el padre se mantiene en otro
plano. Los hombres realizaban otro tipo de trabajo y eran los que iban a la
guerra. Los que regresaban lo hacían muertos o amputados. En verdad, no he
querido trabajar tanto en los personajes masculinos, porque tampoco estuvieron
tan involucrados en mi vida como las mujeres. Rusia es un país poco
psicoanalizado. El psicoanálisis ha llegado con retraso a los países eslavos,
que tienen muy enraizada la cultura de no hablar, porque vivieron bajo una
dictadura.
Ya que aludes a ese
miedo a hablar, a la hora de documentarte has encontrado muchas dificultades
para recabar la información que precisabas?
Me resultó muy difícil
acceder a ella. En ‘Luciérnaga’ se nota esa dificultad cuando la madre dice que
le duele hablar y se muestra reticente a hacerlo. En la vida real le expliqué
que todo lo que yo quería saber también era historia. Y entonces la situación
cambió un poco. Ya en Argentina, a veces salíamos a un jardincito para hablar sobre
la vida y me decía que bajásemos la voz.
Yo le preguntaba el motivo y ella me contestaba que los vecinos nos
podían oír. Entonces le expliqué que estábamos hablando en ruso y nadie nos iba
a entender. Y se rio. Me contó que con ella habían hecho lo mismo y que sus
padres tampoco le habían contado muchas cosas. Más adelante le propuse que, en
lugar de contármelo, lo escribiera. Accedió y de manera aislada, suelta, fue
explicándome muchas cosas, aunque luego eso me generó un problema para armar la
novela y me demoré mucho tiempo en hacerlo.
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Especulemos un poco: si tu madre no hubiera estado viva, este libro habría sido el mismo?
No y no sé qué hubiera
salido. De hecho sucedió algo gracioso con la novela. El libro llegó primero a las
librerías argentinas y me enviaron un par de ejemplares. A mi madre, que empieza a tener problemas de
visión, le mostré la tapa [la fotografía de la cubierta es un retrato suyo], y
sintió mucho pavor. Finalmente le encantó. Entonces me dijo que acababa de
recordar una historia de su madre que no me había contado, porque no le parecía
relevante. Y cuando me la relató lo cierto es que hubiera dado para un
capitulazo del libro. Todo el tiempo tuve que trabajar con los silencios de mi
madre, rompiendo barreras, porque no me refirió hechos que para ella eran
«normales», pero que evidentemente no lo eran. Así que la novela podía haber
sido diferente.
Como has dicho antes, ‘Luciérnaga’
se divide en tres partes: la protagonista niña, la abuela y la protagonista
adulta. La segunda de ellas habita el territorio del recuerdo y de lo
fantástico. Sin embargo, no has establecido ninguna distinción entre realidad y
fantasía, por qué?
No me interesaba esa
diferenciación, al menos en mi primera novela. Además, también me quería
divertir. Pensé que ya que sufrimos tanto, por qué no encontrar un hueco para
el humor, ese humor que los que hemos sufrido también sentimos. Recuerdo que
muchas familias, que habían perdido a sus hijos en la guerra, por la noche
también hacían celebraciones. Subían a la mesa, cantaban y trataban de
vincularse con el arte de la canción y de la pasión. Y fue idea mía trasladar
al libro esta celebración porque no quería que fuera una narración
completamente oscura. De ahí el título. A la luciérnaga de día no la vemos.
Tiene su propia luz e ilumina el espacio que ocupa. Yo pretendía que
ilumináramos el lugar donde estamos en la novela. Quería experimentar, algo
salvaje. No podía ser de otra manera. Quienes escribimos no siempre sabemos lo
que estamos haciendo. Lo contrario es una gran mentira. No somos máquinas que
lo tenemos todo controlado. A veces la escritura enfoca a un personaje y tienes
que ir detrás de él todo el tiempo y te cuestionas cómo puedes darle más luz. Es
ahora, cuando la promoción, cuando me estoy dando cuenta de lo que he escrito. Hay
mucha intuición y misterio en la escritura. Ignoramos mucho más que sabemos al
escribir. Por eso lo hacemos. La escritura es ir todo el tiempo detrás de algo.
Como el conejo en pos de la zanahoria.
Según cuentas en
‘Luciérnaga’, tras barajar varios destinos, emigrasteis a Argentina después de
una sesión de espiritismo. Eso es real?
Mi mamá dice que es
verdad. Yo no estuve presente y lo único que puedo decir es que ella me lo
contó con mucha naturalidad, aunque también me dijo que no era interesante. La
palabra Argentina la habíamos escuchado una o dos veces antes. La primera
cuando mi padre, que era aficionado al fútbol, hablaba de Maradona. Y la
segunda cuando apareció en ese juego en el que mi madre no creía. Acompañé a
esas amigas locas que tengo, sin creer en el ritual espiritista, me dijo. Y
cuando surgió el nombre de Argentina, consultó un libro y se dio cuenta de que existía,
de que era un país de Latinoamérica. Como había vivido tantas cosas en el campo
relacionadas con la brujería y los hechizos no se sorprendió mucho. Casi le
pareció natural. Luego fue a la embajada y después ya vino todo.
Si habláramos de
porcentajes, cómo estaría la división entre realidad y ficción en la novela?
Yo creo que hay como un
ochenta por ciento de verdad y un veinte por ciento de fabulación en momentos
muy precisos. La pregunta que me formulo es si la literatura hace a la vida o
es al revés. Será que, a veces, las fábulas pueden ser verdad? He dicho esa
cifra y puede que sea injusta. Cuando escribí el capítulo del director de mi
escuela, lo describí como un tipo regordete, un militar retirado, al que yo no
vi nunca. Siempre estaba encerrado en su despacho. Por tanto, no lo recuerdo. Yo
inventé todo sobre él y, cuando se lo leí a mi mamá, me dijo que sí, que lo
había descrito como era. Así que, entonces, qué es verdad y qué es fábula? No
lo sé. Pero lo que yo fabulé, para mi mamá fue verdad.
Terminamos por hoy:
dónde está Natalia Litvinova en el texto?
Dónde estoy yo? [Pausa.
Mirada sobre la mesa] Creo que soy la persona que lo cosió todo. Mis abuelas y
mi madre eran grandes costureras, lo relato en el libro, pero yo decidí no
aprender a hacerlo. Por qué? Nunca lo supe. Sin embargo, cuando escribí la
novela me dije yo sé coser. Para mí esa palabra significa unir todos los
capítulos del libro.
Transcribo el principio
de ‘Luciérnaga’: «No quería nacer en otoño en un país radiactivo. Pero el
médico me sacó a través de un corte realizado con bisturí, y con los pies toqué
la tragedia, mientras que con las manos intentaba aferrarme a las entrañas de
mi madre». Ahora sólo les resta continuar con esta buena lectura.