Herme Cerezo/SIGLO XXI
Carlos Marzal llevaba la mañana y la tarde completa: entrevistas para emisoras de radio, televisiones y prensa escrita, digital o no. Más de veinte en total. Todas ellas en Valencia, la tierra donde nació, vive, trabaja y escribe. Días después le aguardaban entre otros lugares, Sevilla y Madrid con su Feria del Libro que, como saben ustedes, mis imposibles lectores, es la única feria del libro que hay en España. El motivo de tanto ajetreo era la presentación de su última obra, ‘Sentimiento del toreo’, editado por Tusquets, una recopilación de los mejores artículos que, sobre el arte del anillo arenoso, se publicaron en la revista ‘Quites’ que el propio Marzal dirigió durante varios años. Las palabras de Miguel Barceló, Felipe Benítez Reyes, José Bergamín, Francisco Brines, José M., Caballero Bonald, Luis Alberto de Cuenca, Vicente Gallego, Rafael de Paula, Luis Francisco Esplá, Joaquín Sabina, Andés Trapiello, Mario Vargas Llosa y Manolo Vázquez y de otros plumíferos de primer orden, resuenan por las páginas del libro, aderezadas con dibujos y pinturas de Manuel Antonio Benítez Reyes, Véronique Bouissière, Ricard Cadenas, Joan Cardells, Javier Chapa, Ramón Gaya, Luis Gordillo, Joaquín Sáenz o Pedro Serna, por citar sólo unos cuantos. El propio Marzal también aporta su granito de arena con varios artículos y, sobre todo, con un esclarecedor Prólogo, una declaración de las intenciones y objetivos que persigue este ‘Sentimiento del toreo’. Poeta, articulista y novelista, Carlos Marzal (Valencia, 1961), fue Premio Nacional de la Crítica y Nacional de Literatura,
además de autor de varios libros de poemas: ‘El último de la fiesta’, ‘La vida de frontera’, ‘Los países nocturnos’, ‘Metales pesados’, ‘Fuera de mí’, ‘Ánima mía’; de la novela ‘Los reinos de la casualidad’; y de escritos ensayísticos, aforismos o apuntes sobre arte, recogidos en los volúmenes ‘Poesía a contratiempo’, ‘Electrones’ y ‘El cuaderno del polizón’. Así, acomodados en torno a una de las mesas de la cafetería del Hotel Astoria de la capital de Turia, a las seis de la tarde, hora casi taurina, nos pusimos a charlar sobre su libro y la fiesta nacional, precisamente ahora, cuando algunas voces se alzan en su contra.
El propio título de tu libro, ‘Sentimiento del toreo’, ¿no limita el tipo de lector al que va encaminado?
Probablemente, pero no es un libro planteado para que los antitaurinos se conviertan en taurinos. No va a obrar milagros, porque a ningún antitaurino se le va a aparecer el dios de la tauromaquia para descabalgarlo de su postura. Es un libro para que los aficionados a los toros enriquezcan esa afición y para que los que no lo son, pero tienen intereses literarios y pictóricos, se acerquen a este mundo.
¿Qué tiene de poético el mundo de los toros?
Mucho, los toros son un espectáculo muy rico, lleno de matices, un espectáculo ceremonial que me atrae mucho. La tauromaquia está próxima a los rituales de tipo sagrado de la antigüedad más remota, porque contiene un elemento de naturaleza épica. El último héroe épico que nos queda es el torero. Las faenas taurinas son efímeras, muy breves, desaparecen y lo que queda es su eco, la fábula, la literatura... Sin la leyenda, sin ese componente de hipérbole, de exageración, el mundo de los toros no existiría. Muchos espectadores hablan más de lo que han oído que de lo que han visto, porque conocen la leyenda de las figuras de otros tiempos.
En los tiempos de la Transición estaba mal visto decir que te gustaba el fútbol, ¿le pasa a los toros ahora algo parecido?
Pienso que no es lo mismo, aunque en ciertos sectores si que puede estar mal visto ser aficionado a los toros. No creo que sea tan duro como confesar la pasión por el fútbol o los toros en los años setenta, porque entonces a los aficionados se les consideraba retrógrados y reaccionarios. Pero sí es verdad que en ciertos ámbitos no es un espectáculo políticamente correcto, porque se busca un universo aséptico y se quiere ocultar cada vez más todo lo que tenga que ver con la muerte. En cualquier caso, probablemente, se trata de un espectáculo contracorriente.
Como se puede comprobar en ‘Sentimiento del toreo’ ha habido y hay muchos escritores que escriben sobre los toros.
La verdad es que hay una corriente ininterrumpida de grandes escritores que han sido notables aficionados taurinos. En el siglo XX hubo una excelente nómina de ellos: Lorca, Manuel Machado, Alberti...
En el propio Prólogo ya dejas claro que el toreo es un arte.
No es sólo eso, el toreo es muchas mas cosas. Pero lo que a mí me atrae de este espectáculo es lo que tiene en común con las otras artes: la emoción de naturaleza estética, la capacidad de conmover a través de su belleza y de su hondura, con una serie de intensidades que son comunes a la poesía y a la alta narrativa. Pero en el toreo también hay arrojo, oficio, aventura. Es un espectáculo enormemente plástico, donde el colorido es importantísimo y que también tiene algo de danza y de épica, como dije antes.
No matar el toro, como hacen en Portugal, ¿posibilitaría una mejor opinión pública hacia los toros?
Creo que hay un poco de hipocresía en este aspecto, porque lo que ocurre en Portugal es que el toro no muere en la plaza, sino que se le sacrifica después, con el agravante de que esas reses, malheridas, pasan días e incluso semanas hasta que viene alguien a sacrificarlas. No matar al toro durante la lidia significa desvirtuar una parte importantísima de la fiesta, como es la presencia de la muerte. Su ausencia privaría de la parte de ceremonia sagrada del espectáculo.
¿Qué criterio has seguido para elegir a los autores que aparecen en el libro?
El criterio es el de la calidad literaria y pictórica, quería que se tratara siempre de excelentes escritores, que abordaran desde su punto de vista el mundo de los toros, y de magníficos pintores que colaboraron en la revista ‘Quites’, que yo dirigí, o de otros que querían acercarse al tema taurino con verdadero interés. En el libro, a la hora de participar, sólo ha habido amistad, entrega y colaboración.
¿Nadie ha retocado sus artículos antes de su publicación?
En algún caso sí. Andrés Trapiello, por ejemplo, ha incorporado algunas líneas introductorias a su texto, escrito hace muchos años; Felipe Benítez Reyes ha enviado un artículo nuevo y algún pintor ha añadido cosas a los dibujos que publicó en ‘Quites’. Y me parece bien, porque entonces ellos eran muy jóvenes. También hubo una negativa a participar, una sola, pero eso entraba dentro de lo previsible, de lo clásico incluso.
En ‘Sentimiento del toreo’ hablas de leer la lidia, ¿qué es leer la lidia?
Leer la lidia es tener los conocimientos técnicos suficientes para interpretar correctamente lo que está sucediendo en el ruedo. El espectador taurino, como ocurre con el lector de poesía o el aficionado a la ópera, precisa de una serie de conocimientos puramente técnicos. No hace falta ser torero para eso, pero ha de saber qué es un quite o una chicuelina, para qué sirven las banderillas...
Cuando hablaba de leer, me refería a que cada toro requiere una lidia distinta, ¿cómo se sabe eso?
En ese sentido cada aficionado tiene su teoría. Igual que en cada espectador de fútbol hay un seleccionador nacional, en cada amante de los toros hay un torero, un presidente, un banderillero y un picador distintos, que harían las cosas a su manera. Pero eso es bueno, porque nos indica que el toreo es una fiesta lo suficientemente rica para que el espectador fabule y tenga sus caprichos. Dicen que el hombre que mejor toreó, y el que mejor se ponía delante de un toro, fue Joselito El Gallo. Y lo mató un toro. Así que al final, los toreros y la gente que entiende de esto dicen que nadie sabe de verdad de toros.
El torero es un artista que asume muchos riesgos: queda a una hora, en un lugar y una fecha inamovibles con diez o quince mil personas. Un pintor o un escritor, pega un brochazo o escribe una frase y dice: no, hoy no pinto o no escribo y se va. Eso un torero no puede permitírselo
Si la página en blanco o el ordenador o la vieja máquina de escribir tuviera cuernos, embistiera y diera cornadas, ya veríamos cuántos se ponían a escribir de verdad [risas]. Los toros se ven muy bien desde la barrera y ser torero es un oficio muy sacrificado. Yo admiro mucho esa valentía, ese arrojo y esa entrega que un diestro ha de tener cada tarde para ponerse delante del toro. La llamada vergüenza torera es un valor ético a exportar a otros ámbitos de la vida. Saber que uno ha de cumplir con su palabra, con lo que tiene que hacer a pesar de los peligros, a pesar de que muchas veces no debe tener ganas de jugarse la vida por mucho dinero que le den, es duro. Se pasa mucho miedo, lo reconocen muchos maestros y, como decía Belmonte, la tarde que un torero ha de torear le crece más la barba.
¿Qué opinión te merece José Tomás?
José Tomas representa más de lo que ejecuta. Es alguien a quien le rodea la leyenda, la pasión, capaz de generar una moda o una histeria. Eso es muy bueno para el mundo de los toros porque es un fenómeno que participa no sólo de lo taurino sino también de lo social. Y además es un gran torero, que tiene una manera de entender lo taurino muy honda. Ha habido muy pocos toreros iguales a él. De la modernidad, probablemente sólo Manolete y el Cordobés, siendo casos completamente distintos.
En Cataluña, la polémica con los toros está servida, ¿terminarán prohibiéndolos?
El caso de Cataluña a mí me produce mucha tristeza porque en una ciudad como Barcelona, que tiene una afición muy importante, resultaría duro que el aficionado taurino tuviera que ir a Francia, a Madrid o a Valencia a ver corridas y, por otro lado, me parece que lo que se está utilizando es el mundo de los toros para encubrir otra serie de políticas y de guerras. Es también un arma arrojadiza de los nacionalistas contra lo que se supone un espectáculo “españolista” y, viceversa, también un arma que usa la derecha contra los nacionalistas... Creo que los toros, que han sobrevivido a regímenes muy distintos desde el siglo XVIII, superarán también esta situación. En cualquier caso, las actitudes prohibicionistas me parecen peligrosamente puritanas y, lo que hoy ocurre con los toros, puede pasar mañana con el boxeo o las carreras de caballos.
El vocabulario taurino está estrechamente ligado con el lenguaje popular, frases como “dar la puntilla” o “echar un capote”, por ejemplo, se utilizan en el habla coloquial diaria.
Efectivamente, el maravilloso léxico taurino ha contaminado todo el ámbito del lenguaje y así hablamos de la hora de la verdad o de las cinco de la tarde como una hora especial. Hay muchos ejemplos de esto.
¿Hay escenarios donde un torero se motiva especialmente?
Por supuesto, como ocurre en todos los ámbitos. No es lo mismo jugar al fútbol, sin ánimo de ofender, en Balaídos que en el viejo Wembley o en Maracaná. Hay plazas mitológicas, como la Maestranza de Sevilla, Las Ventas de Madrid o la Monumental de México. Desde luego no se torea igual en todos los sitios.
Para terminar una pregunta local: ¿se debe techar la plaza de toros de la calle Xàtiva de Valencia?
Bueno, Valencia no es la ciudad en donde digamos es más necesario techar la plaza, porque aquí ni en Fallas ni en la Feria de Julio hace un frío terrible. Ahora bien, yo creo que no pasaría nada si las plazas de toros tuvieran las ventajas y comodidades que la moderna tecnología nos permite: que se pudieran cubrir, que los asientos fueran más cómodos, más espaciosos, que se eliminaran los asientos durísimos de las barreras y contrabarreras. Realmente, creo que no pasaría nada por techarla.
Concluyo la entrevista con la inclusión de un breve fragmento del Prólogo escrito por Carlos Marzal para este ‘Sentimiento del toreo: “ ... el arte es siempre un sentimiento dentro de otro. Un sentimiento que se siente través de otro: el sentimiento personal de quien escribe, pinta, torea o canta, con la ayuda de un lenguaje que ya se ha encargado de experimentar el mundo a través de su tradición”.