Herme Cerezo/SIGLO XXI, 09/12/2010
Antonio Gómez Rufo (Madrid, 1954) necesita poca presentación. Su trayectoria como escritor, gestor cultural y guionista es más que conocida. Novelas como ‘Los mares del miedo’, ‘La leyenda del falso traidor’, ‘Balada triste en Madrid’, ‘La noche del tamarindo’; guiones para las películas ‘Todos a la cárcel’ y ‘París-Tombuctú’ y para la serie ‘Blasco Ibañez, la novela de su vida’, escritos conjuntamente con Luis García Berlanga, recientemente fallecido; y galardones literarios como el Premio Fernando Lara por ‘El secreto del rey cautivo’ o el Ducal de Loeches por ‘El señor de Cheshire’ le avalan sobradamente. Y ha sido precisamente ahora, después de más de cinco lustros dándole a la tecla, cuando un grupo de catedráticos de universidad han decidido realizar un estudio, detenido y pormenorizado, sobre tres de sus obras anteriores, ‘Las lágrimas de Henan’, ‘El alma de los peces’ y ‘Adiós a los hombres’, reuniéndolas en un solo volumen titulado ‘El manantial de los silencios’, editado por Alfaqueque Ediciones.
Antonio, ¿por qué reeditar ahora estas novelas?
La idea parte de unos estudios realizados sobre mi trayectoria literaria, en los que coincidían tres obras que presentaban una unidad, tanto en su aspecto formal como en el fondo. Fernando Fernández Villa, de Alfaqueque Ediciones, me propuso publicarlas y, como son títulos descatalogados e inencontrables, me pareció una buena oportunidad de ponerlos nuevamente en circulación y acepté.
¿Quién ha realizado la selección?
Las novelas las han escogido los catedráticos cuyos estudios prologan el volumen. Son obras en las que el lirismo con el que están escritas suaviza su fuerte contenido y en las que muchos personajes responden más con sus silencios que con sus palabras, es decir, callan más que hablan, lo que es una forma de involucrar al lector en su lectura. Precisamente de ahí viene el título, que me parece redondo.
De haber partido de ti la idea, ¿habrías escogido estos mismos libros?
No lo sé, probablemente sean mis tres novelas más líricas ... Quizá también hubiera incluido en este paquete ‘Crónica de nadie’, otra novela desaparecida, pero no estoy seguro.
‘El manantial de los silencios’ parece dirigida mayoritariamente hacia un público universitario.
Me gustó mucho la idea de que el libro fuese dirigido principalmente a ámbitos académicos, porque es una manera de estar presente en los departamentos de Filología. Pero aún me alegró más el hecho de la reedición, porque la vida de los libros es efímera, no duran más de seis meses en cualquier librería, y ésta es una forma de resucitarlos. En concreto, ‘Las lágrimas de Henán’, es una novela cuya lectura recomiendan las asociaciones españolas que se dedican a tramitar las adopciones de niños en China.
¿Has releído o retocado las novelas?
No. Hace unos años, una de mis colaboradoras se empeñó en revisarlas e hicimos algunas correcciones. Pero ahora no he modificado nada, porque creo que son novelas que no han envejecido, ya que los temas y la problemática que tocan no han cambiado nada. Al contrario, en algunos casos, el maltrato, la violencia y la falta de comunicación entre hombres y mujeres se han acentuado.
¿Es recomendable leer los textos siguiendo un orden determinado?
No, no es necesario, son obras independientes, es un compendio de tres novelas que no forman una trilogía. Tampoco hay que leerlas por el orden cronológico en que fueron publicadas o por su temática.
Los tres protagonistas tienen en común su carácter de antihéroes.
Siempre es así en toda mi producción literaria. Creo que nos pasa a todos los que estamos comprometidos, de alguna manera, en la vida social y pública y no nos gusta la sociedad que vivimos. Conservamos una rebeldía adolescente, que nos impulsa a enfrentarnos con lo que no nos gusta, ya sea el poder, la muerte, la biología, los miedos o el envejecimiento. Y mis personajes también, aunque terminan perdiendo porque contra las superestructuras siempre se pierde. Pero no me importa, quiero que se ilusionen con la posibilidad de que pueden ganar, aunque tengan que enfrentarse con la tozudez de los hechos y lo que yo llamo la dictadura de las obligaciones cotidianas, que les frustra e imposibilita llegar hasta el triunfo. El poder, en general, está demasiado omnipresente y es capaz de aplastar todas las individualidades. Pero que nadie se quede con la idea de que estas obras son pesimistas, simplemente son realistas.
‘Adios a los hombres’, la tercera novela, se inicia con una cita de Maupassant que dice: “La soledad es peligrosa: cuando estamos solos mucho tiempo, poblamos nuestro espíritu de fantasmas”. ¿La literatura es una buena forma de ahuyentar estos fantasmas?
Naturalmente, la literatura es una de las terapias más conseguidas que ha inventado la criatura humana. Escribir es una manera de descargar los grandes problemas que nos afectan constantemente. Otra cosa es que después los problemas continúen. Yo me curé de la muerte de mi padre y de la de Tierno Galván escribiendo un libro. La literatura puede tomarse como entretenimiento o como compromiso, que es la que más me gusta, pero luego está también la literatura que interioriza, que te sube la adrenalina y cura los traumas. Yo no la practico asiduamente, pero lo he hecho alguna vez y me ha venido muy bien.
Vivimos un momento de premios: el Cervantes, el Planeta, el Nobel, ¿continúan siendo un vehículo imprescindible para que los autores den a conocer su obra?
Los premios benefician mucho a las editoriales, pero también ayudan al autor a estar más presente y a dar más visibilidad a su obra anterior. Igual que las ediciones de kiosco o las que regalan los diarios, toda reedición es una forma de sacar de nuevo a la luz el trabajo de un escritor. En este mundo, en el que las noticias se olvidan de un día a otro, salvo el 5 a 0 del Madrid del otro día [risas], que todavía no lo hemos olvidado [más risas], ocurre lo mismo con los libros. Por eso son importantes las reediciones.
Y para despedida, un recuerdo: Luis García Berlanga. Aunque sé que es un tema del que todavía no quieres hablar, porque su muerte está aún muy reciente, tú eras su amigo y escribiste guiones con él, ¿cómo se trabajaba con Berlanga?
Trabajar con un amigo era muy divertido, pero como, además, Berlanga era un genio, se trataba de un aprendizaje continuo. Imaginar todas las locuras que se te ocurran, sin límites, y ponerlas en práctica no tiene precio. Nos tiramos tres años trabajando todos los días desde las once de la mañana hasta seis de la tarde. Pero no todo era trabajo, hablábamos de muchas otras cosas: de fútbol, de chicas, de las noticias del periódico ... Los guiones que hacíamos sólo eran el esqueleto, porque durante la filmación y el montaje, Luis lo cambiaba todo. Los diálogos, por ejemplo, los improvisaban los actores que gozaban de enorme libertad. Al final, aunque la idea era la misma, la película resultante no se parecía en nada a lo que habíamos escrito Berlanga, Azcona o yo mismo.
Herme Cerezo