Herme Cerezo/SIGLO XXI, 01/06/2011
Ya en la vejez, Cayute, personaje central de ‘El baile de las lagartijas’, realiza un ejercicio de retrospección mediante el que descubrimos la historia de Almoneda, un territorio imaginario situado en la frontera entre España y Portugal. En este viaje por la memoria colectiva del pueblo, iremos descubriendo un territorio inclasificable, habitado por personajes de muy distinto pelaje. ‘El baile de las lagartijas’ es una novela coral que bebe de las fuentes del realismo mágico. Almoneda se asemeja a la Comala rulfiana o al Macondo de García Márquez por ser cobijo de personajes que se mueven entre lo vivo y lo olvidado. ‘El baile de las lagartijas’, editado por Temas de Hoy, obra del escritor David de Juan Marcos (Salamanca, 1980), se alzó con el Premio Internacional de Novela Ciudad de Valencia 2010, Vicente Blasco Ibáñez.
David, ¿por qué escribes?
Es una pregunta difícil de responder, aunque creo que escribo porque siempre quise hacerlo y porque recuerdo haber escrito algunas historias estúpidas cuando era un niño.
Eres otro de los escritores que, tras pasar un tiempo en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, obtiene galardones literarios, ¿qué os enseñan allí?
Enseñar no nos enseñan nada, nos regalan un año para que desarrollemos nuestro proyecto con total libertad. Pero en la Fundación no hay profesores, ni plazos de tiempo, ni nada que se le parezca. Lo que sí que hay son músicos, escultores, pintores y escritores y realizamos un aprendizaje compartido, porque la gente aporta muchas cosas..
¿De dónde nace ‘El baile de las lagartijas’?
La novela surge a partir de una serie de historias familiares muy divertidas, que me han ido contando mis abuelos y mis padres. Me di cuenta que todas tenían un nexo en común y que podían formar una única narración. La mayor parte de lo que cuento, por muy difícil que resulte de creer, es cierto. Las cosas sucedieron tal cual.
‘El Principito’ y ‘El Señor de los Anillos’ son algunas de tus lecturas favoritas, ¿por dónde andan en la novela?
No están por ningún lado, pero creo que ‘El Principito’ es una obra que puede leerse de pequeño y también de adulto. Y eso es lo que he intentado hacer con ‘El baile de las lagartijas’, escribir un libro que se pueda leer como un cuento cuando eres niño y como una novela cuando eres adulto. El texto, si te fijas en la metáfora que contiene, lleva a la reflexión.
Algo que llama la atención de la novela es su ritmo.
El ritmo es una de las cosas que he trabajado más. Tenía todo en la cabeza, veía un nexo común entre las historias y utilizaba la melancolía y la nostalgia para avanzar o retroceder. En algunos momentos, quizá para el lector pueda resultar dificultosa su lectura, si trata de leer la novela muy rápido, pero enseguida verá que todo está encajado como un puzzle.
Que a un libro lo etiqueten como realismo mágico le otorga un mayor caché, ¿no?
Puede ser y quizá sea así porque, desde García Márquez o Juan Rulfo, nadie se atreve con el realismo mágico. Y en realidad, el realismo mágico lo tenemos todos los días entre nosotros. La serie de los Simpson es puro realismo mágico.
¿El realismo mágico es una herramienta o un recurso?
Yo prefiero hablar de la magia que tiene el realismo, puesto que mi novela está integrada por una serie de historias que, a la vez que reales, son muy mágicas. Y he utilizado este recurso porque creo que es la manera adecuada para contarlas. De otro modo, seguramente habrían perdido gracia y trasfondo. Algunos personajes te mueven a la jocosidad y a la lástima a la vez, y eso sólo puedes narrarlo de este modo.
El realismo mágico es ritmo y voz, ¿eso se aprende leyendo?
Supongo que sí, leyendo y trabajando mucho. Yo no creo en el talento, no sé si existe como tal. Los resultados, al final, se obtienen después de corregir y reescribir mucho. Yo me pasaría la vida entera corrigiendo ‘El baile de las lagartijas’
Si corriges permanentemente, ¿cuándo te das cuenta de que el libro está ultimado?
No lo sabes nunca. Borges decía que “publico para dejar de escribir”. Llega un momento que tienes que poner el punto y final para que el libro se publique.
‘El baile de las lagartijas’ revela tu interés por el lenguaje.
Para mí, en un escritor es fundamental el estilo. El cine o el teatro pueden contar grandes epopeyas o aventuras, pero la literatura tiene la obligación de ofrecer algo más, de buscar eso que los fotogramas no pueden mostrar. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero las palabras pueden expresar aspectos a los que el cine no puede acceder.
También se trata de una novela coral, ¿no?
Sí, es una novela coral en la que hasta el propio pueblo se puede considerar un personaje más. No sé cuantos hay, pero todos conviven en un mismo entorno y están influenciados por las mismas obsesiones y pasiones.
García márquez se inventó Macondo; Comala fue el refugio literario de Rulfo Comala; y Celama lo es de Mateo Díez, tú has creado Almoneda, ¿la existencia de un territorio propio facilita el trabajo de escribir?
Te facilita mucho en el sentido de que tú lo manejas a tu antojo. Si utilizas un territorio que ya existe, cerrado y con fronteras, corres el riesgo de cometer errores, de que alguien te diga que esto no fue como lo contaste. Inventar tu propio lugar te da pie a incluir muchas cosas reales en ese territorio imaginario.
Macondo, Comala y Celama son territorios más aislados, Almoneda, sin embargo, está enclavada en España e incluso sufrió la dictadura de Franco, entre otras cosas.
Almoneda es un sitio real, lo que no existe son las casas. Su territorio se encuentra entre España y Portugal, en esa zona en la que el Duero divide a ambos países, donde había una línea férrea que unía nada menos que Londres con Oporto y donde también se construyeron veinte túneles y trece puentes en menos de setenta kilómetros. Pero todas estas obras se olvidaron, dejando multitud de pueblos abandonados, desolados, por los que nunca pasa un alma. Y allí siguen en pie las estaciones, las casetas de venta de tiques, el eco y el olvido.
Por cierto, ¿de donde proviene este nombre tan singular?
Almoneda quiere decir lugar donde se realizan ventas de géneros a bajo precio. Es una palabra que, por sí misma, ya invita a la nostalgia, una metáfora de todo lo que ocurre en el pueblo.
En Almoneda hay de todo: un cura, un alcalde peculiar, un médico y una virgen muy rara.
Es una historia curiosa. En cierta ocasión, por Semana Santa, fueron a cambiarle la vestimenta a la virgen para una celebración y descubrieron que la imagen, debajo de sus ropas santas, llevaba ropa interior de lencería de diseño.
Acabamos: ¿ya tienes pensado un nuevo proyecto? ¿Volverás al registro del realismo mágico?
Estoy dándole vueltas. Aunque trate de evitarlo, seguramente terminaré cayendo de nuevo en estas pequeñas historias que me fascinan tanto. El realismo mágico fue un boom sudamericano de los años setenta, pero no hay muchos escritores españoles que lo hayan practicado. Es como si aquí no hubiera tipos como ellos y el realismo estuviese circunscrito sólo a esas repúblicas bananeras con generales tan simbólicos y especiales.