Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) acaba de ganar el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero por su libro de cuentos titulado ‘El final del amor’, editado por Páginas de Espuma. Marcos Giralt es un escritor que no necesita escribir permanentemente “porque, a veces, es más útil hacerlo con la mirada que con el teclado”, aunque también en determinados momentos “el cuerpo te pide que te pongas a escribir”. Inició su andadura literaria a los catorce años y sus primeras obras publicadas fueron cuentos. ‘El final del amor’ es un conjunto de cuatro relatos de media distancia, próximos a la nouvelle pero sin llegar a serlo. En la cafetería del Hotel Astoria de Valencia pude conversar durante un rato con el escritor madrileño, que se mostró como un interlocutor locuaz, preciso e inquieto, mientras mezclaba academicismo y experiencia personal en sus respuestas.
Marcos, acabas de ganar el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, ¿qué siente un escritor cuando un miembro tan cualificado del jurado como Luis Mateo Díez alaba tu obra?
Indudablemente el juicio generoso de un escritor como Luis Mateo Díez es muy alentador, igual que las opiniones de Mercedes Abad y Jorge Volpi, los otros miembros del jurado. Pero un premio, fundamentalmente, supone dos cosas: una, el dinero, que permite comprar tiempo para escribir otros libros; y dos, el espaldarazo que significa en términos publicitarios. En un mundo sumido en crisis absoluta, especialmente en el terreno editorial donde, sin embargo, la competencia es enorme, obtener un premio significa que vas a ganar espacio en los escaparates de las librerías, porque, al fin y al cabo, lo que los escritores queremos es ser leídos. Y cuanta más repercusión tiene lo que escribes, más posibilidades hay de que te lean.
Sobre premios se habla y se escribe mucho, ¿todos los premios son iguales?
No, no es lo mismo un premio que otro. Tampoco todos los escritores somos iguales. Yo he ganado dos: el Herralde, el premio más importante en España, si hacemos distinción entre “literatura literaria”, que es la que contiene juicios de calidad y de verdad, y la otra literatura, que pretende otras ambiciones, igualmente respetables, pero que tiende más hacia lo comercial. El otro premio que he conseguido es éste, mucho más joven, aunque en cierta medida recuerda al primero. Yo puedo vender mi alma a los editores Jorge Herralde o Juan Casamayor, pero no a otros.
¿Esa distinción que estableces significa que hay premios “contaminados”?
Hay unos escritores que, en pos de vender, son capaces de sacrificarlo todo, pero hay otros, entre los que me encuentro, que no estamos dispuestos a ello y preferimos mantener nuestro gusto literario a la hora de escribir.
Empezaste tu carrera literaria escribiendo cuentos. Ahora, mucho tiempo después, regresas a ellos. Para un escritor ¿de qué ventajas gozan los cuentos con relación a la novela?
Creo que el cuento es un excelente descanso de la novela y viceversa. La novela es un proyecto a largo plazo que, generalmente, te ocupa más de un año y que te deja extenuado intelectual y físicamente. La novela tiene sus momentos felices, muy placenteros, sobre todo cuando la armas, coges las riendas y alcanzas la pendiente hacia abajo. El cuento, por el contrario, gracias a su menor extensión, parece más accesible y también puede resultar útil para calentar motores antes de escribir una novela.
Los cuentos que integran ‘El final del amor’ son casi novelas cortas.
Eso es lo que se ha dicho en la prensa. Creo que simplemente entran dentro del formato de los relatos largos, un modelo literario muy habitual en el mundo sajón aunque aquí no lo sea tanto. Si tuviesen una mayor extensión serían nouvelles.
¿Antes de comenzar te planteas la extensión del texto que te propones escribir?
Me planteo la extensión, pero a veces lo hago inútilmente, porque mis pretensiones se ven abocadas al fracaso. Los dos últimos cuentos de ‘El final del amor’ están condicionados por el tamaño de los dos primeros. Me ha gustado mucho escribirlos, porque mis anteriores cuentos eran más breves y esa brevedad hace que desarrolles mucho menos los personajes y que tampoco puedas contar con los escenarios ni con el elemento atmosférico. Los relatos más largos te permiten trabajar los personajes con hondura casi novelesca. Aquí he creado suspense no a base de las pequeñas trampas del mecanismo de relojería de la trama, sino acumulando elementos horizontales, tanto de la atmósfera como de los personajes, hinchando el globo con lo descriptivo, para provocar en el lector la sensación de que ese globo iba a estallar en lugar de despertar su interés por saber cómo va a acabar todo.
Por cierto, ‘El final del amor’, ¿por qué ese título?.
El final del amor sobrevuela siempre sobre el amor. Es el final con el que los amantes se obligan a contar, a veces incluso coaccionando al otro. Que acaben las cosas mal es algo que no puedes descartar del todo cuanto te enamoras, pero estos cuatro cuentos no tratan necesariamente del desamor. El título no se refiere a la literalidad del amor, sino a que en el final del amor caben muchas preguntas: cómo es ese amor, cómo ha de ser para que pueda terminar en lugar de perdurar. En la vida todo está abocado al final, un final llamado muerte, de la que todavía nadie nos ha hablado desde el otro lado.
¿Cómo surge en ti la necesidad de escribir cuatro relatos sobre el amor?
Mis libros anteriores nacieron de la necesidad y voluntad de escribir con unas determinadas características, pero éste me ha salido casi de manera espontánea a causa del agotamiento que me produjo mi obra anterior, ‘Tiempo de vida’, de la que acabé saturado, muy cansado de mí mismo. Casi sin darme cuenta me vi escribiendo uno de estos cuentos y cuando ya tenía dos, observé que compartían una cierta reflexión en torno a lo amoroso y una extensión similar. Así que pensé que podía hacer otros dos más, respetando las características de los primeros, y completar un volumen.
Se escribe poco del amor ahora, predominan otros temas: novela negra, la posguerra española y la Transición, el género histórico...
Todo son modas. Actualmente, puede que los escritores sientan cierto pudor al hablar del amor porque parece estar como desprestigiado, pero es un tema eterno.
Antes hablabas de “literatura literaria”, ¿tu interés por ello puede llevar a que te preocupes más del estilo que del contenido?
No, no, mi libro anterior, creo que es “literatura literaria” – con esa definición tan ramplona que te he dado antes –, pero sin embargo, es una obra cuyo principal esfuerzo estilístico consistió en despojarme de todo estilo literario. Se trataba de un texto autobiográfico y necesitaba que la voz narrativa no resultase impostada, necesitaba utilizar mi propia voz. Para ello renuncié a todo “bellismo” literario y, sin embargo, el resultado es un libro literario. O sea que el estilo con el que narras una historia no tiene nada que ver con la intención que abriga la obra en su conjunto, ni con la hondura que alcances en la indagación sobre la realidad que, en el fondo, es en lo que consiste toda literatura verdadera.
En los cuentos de ‘El final del amor’, los narradores son diferentes por edad y situación, sin embargo, su voz suena parecida e inalterable.
La diferencia de edad y de condición sí se nota en la voz. El más viejo es de los años setenta y el más moderno de anteayer. Todos pertenecen a una clase burguesa ilustrada. Más allá de eso, mis narradores comparten ciertos rasgos en común, porque a través de su mirada dubitativa es como alcanzo lo que quiero contar. Se sienten inseguros, incómodos, y la realidad que se presenta ante ellos es como si estuviera incompleta, como si le faltase un trozo del mapa. Precisamente, en eso consiste la literatura para mí: en señalar que falta algo. Soy consciente de que las voces se parecen, pero es algo deliberado y cuento con ello. En mi novela ‘París’ es donde más se percibe ese detalle, ya que se trataba de un narrador adulto que escribía sobre la infancia y lo hacía cuestionando la memoria, ya que sabía que la memoria nos engaña.
Los cuatro cuentos están escritos en primera persona, ¿por qué?
Están concebidos así porque creo que la literatura de hoy se construye en primera persona. Los temas que trata la literatura ahora son universales, los mismos de siempre, lo que cambia es la contemporaneidad del escritor a la hora de acercarse a ellos. Los géneros literarios nacen y mueren, según su necesidad o no, a lo largo de la Historia. Actualmente la literatura utiliza la primera persona porque esta sociedad nos obliga a buscar refugio en lo individual ante el fracaso de lo colectivo. Por ese motivo, la literatura de hoy está centrada en la exploración de la subjetividad. En el siglo XIX, cuando se creía en la utopía y se pensaba que todavía era posible ordenar la realidad, resultaba normal que las novelas estuvieran pobladas de narradores omniscientes. Pero hoy, que vivimos recluidos en nuestra casa, armados con un mando para ver películas, es normal que la literatura se convierta en una exploración del individuo y que la primera persona sea mayoritariamente adoptada como voz narrativa.
La última: en la página 145 de ‘El final del amor’ podemos leer: “Si te decides a escribir, no cometas el error de escoger una carrera de letras. Todo lo que te enseñan en ellas lo puedes aprender por tu cuenta. A mí sólo me sirvió para conocer a tu madre”. ¿La literatura es un proceso completamente autodidacta”?
Esa frase buscaba tener un detalle de ternura hacia la madre del protagonista del último de los cuentos por parte del padre, como se refleja en la frase final, un guiño de consumo privado. Yo estudié Filosofía y estoy muy contento de haberlo hecho, pero creo que, en definitiva, si me preguntas sobre si la literatura es autodidacta, la respuesta es que sí. El oficio de escritor es solitario. Se aprende leyendo y escribiendo. No creo en los talleres literarios.