A finales de 2010 apareció en el mercado belga un álbum titulado ‘El asesinato de Papá Noel’ ('L'assassinat du pére Noel'), realizado por Didier Convard, Éric Adam y Paul, basado en la obra del mismo título escrita por Pierre Véry, novelista nacido en 1900 en Bellon (Francia) y fallecido en 1960. Véry es autor de varias obras, una de las cuales fue galardonada con el Gran Premio de Novela Policiaca Francesa justo en el ecuador de su vida (1930). Estamos, pues, ante la adaptación de una novela al lenguaje del cómic.
La historia comienza la noche del 24 de diciembre cuando, ding-dong-ding-dong, las campanas de la iglesia del pueblo de Mortefond, situado en las estibaciones de la cordillera de los Vosgos, convocan a sus habitantes para asistir a la Misa del Gallo. Mortefond es una comunidad que reviste ciertas peculiaridades, ya que en la Nochebuena se celebra la fiesta de ‘Érase una vez’, a la que acuden los vecinos disfrazados de personajes de cuento y de ficción: Mefistófeles, la Bruja, Cara de Asno, El Gato con botas, etcétera. Al mismo tiempo, Papá Noel, un año tras otro recorre las calles preguntando por los niños que se han portado bien y se han hecho merecedores de recibir un regalo. En esta ocasión, la tradición sufrirá un vuelco importante, ya que Papá Noel aparece asesinado sobre la blanca y fría nieve.
Sin conocer la obra primigenia, el trío de historietistas, Convard, Adam y Paul, ha dispuesto una estructura en la que el tiempo se detiene en un punto concreto, la muerte de Papá Noel poco después de las páginas iniciales. A continuación, la escena retrocede quince días para contarnos la llegada a Mortefond del protagonista del álbum, Prosper Lepicq, una tipo mitad detective, mitad abogado que, poco a poco, se irá involucrando en el desarrollo del argumento, incorporándose finalmente a la escena interrumpida al comienzo del álbum mediante el flashback ya descrito.
Véry, en su novela, por lo que se trasluce de la adaptación comiquera, sigue los cánones de la novela policiaca más tradicional. De este modo, ‘El asesinato de Papá Noel’ sin lugar a dudas se inscribe dentro de la denominada novela-problema. El escritor, y también el guionista e ilustradores del cómic, dibujan las pesquisas e interrogatorios, a cargo de Mr. Lepicq, que suministra al lector la información que posee, al tiempo que vuelca sobre la mesa todas las cartas para que el aficionado se involucre y trate de adivinar quién es el asesino, mediante el clásico juego que establece la novela problema. Tan es así, que el desenlace final es propio de la maestra de este género, Agatha Christie, ya que el detective reúne a todos los sospechosos en una sola habitación, en este caso en una taberna, donde desenmascarará al verdadero culpable. Véry, sin embargo, le añade continuidad, como una suerte de epílogo, ya que la resolución del caso incluye el juicio en el que también interviene el detective medio abogado, en esta ocasión, precisamente como togado.
‘El asesinato de Papá Noel’ es un álbum muy entretenido. Los dibujos son agradables de ver, tradicionales, sencillos, con buenos juegos de iluminación, paisajes iluminados con vivos colores y con ese gélido clima invernal tan característico de la época navideña: luna, cielo raso, oscuridad, ramas de árbol y tejados nevados, etcétera. Al disfrutar con sus viñetas, uno se acuerda de algunos trabajos del valenciano Paco Roca, especialmente por la línea de los trazos y por el manejo de las sombras. Por supuesto, y, a pesar de lo que su título pueda prometer, es un álbum apto para todos los públicos excepto para aquellos que piensen que en sus viñetas van a encontrar pasajes o rituales sacrílegos, ya que en el álbum nada hay de irreverente.
Ignoro si en este momento existe versión en nuestro país. El álbum me llegó desde Brujas y, de momento, no he encontrado la edición española. Está editado por Glénat en diciembre de 2010, consta de 72 páginas, con tapa dura y a todo color. El precio lo desconozco. Tendré que preguntárselo a mi buen amigo Raúl Membrives, que fue quien lo hizo llegar a mis manos. El problema es que no creo que me lo diga.
Herme Cerezo/SIGLO XXI, 26/12/2011