Pocas veces el que suscribe tiene la
oportunidad de conversar con una persona que ha llevado una existencia tan
dilatada y que ha sabido adaptarse a mil y una situaciones diferentes, y no
siempre cómodas, en diversos puntos del globo terrestre. Su oficio diplomático
le obligaba a ello. Inocencio Arias compartió conmigo unos minutos en el Blue
Canalla Bar de Valencia, una sobremesa del mes de junio, cuando el calor
apretaba de lo lindo, a propósito de la publicación de su última obra, ‘Los
presidentes y la democracia. Me acosté con Suárez y me levanté con Zapatero’,
editado por Plaza&Janés. Luciendo su incansable pajarita, respondió con
calma a mis preguntas, acompañados por la conversación de otros comensales que
ocupaban las mesas aledañas.
Inocencio, ¿por qué se hizo usted diplomático?
Desde siempre me interesaron las relaciones
internacionales. Quería saber por qué se entraba en guerra y por qué no, qué
países mandaban y cuáles no. De pequeño me atrajo mucho la Guerra de Corea en la que
intervino China. Cuando acabé Derecho
vine a Valencia para preparar notarías, porque tenía una imagen
estereotipada de los diplomáticos y no me acababan de convencer. Los veía
cursis, atildados, frívolos. Pero entonces me correspondió hacer las prácticas
de las milicias universitarias en Madrid. Allí conocí a varios diplomáticos que
preparaban sus oposiciones. Y me di cuenta de que efectivamente algunos eran
envarados y cursis, pero también vi que otros no lo eran. Así que decidí
hacerme diplomático porque, además, este trabajo me permitía ver mundo y
conocer a otras gentes.
¿Si no hubiera
sido diplomático hubiera sido escritor?
Hubiese sido periodista. Pienso que soy un
mediocre escritor pero creo que tengo un poco de olfato periodístico.
En la diplomacia
el lenguaje es importante, ¿es mejor decir menos bueno que malo?
Sí, es mejor decir algo que siendo correcto y
elegante no signifique un desliz o algo que ofenda a tu interlocutor, porque en
diplomacia hay que tener mucho cuidado de no herir susceptibilidades. Y no sólo
con el lenguaje. En una cena como las que yo organizaba en la ONU , a las que asistían
embajadores islámicos, era obligatorio que no hubiera cerdo. Detalles como ese
había que cuidarlos mucho.
Como le ocurría a
usted al principio, también la gente de la calle tiene un concepto equivocado
de los diplomáticos, ¿no?
La gente tiene un concepto diferente,
totalmente erróneo. Prevalece la idea de que los diplomáticos son personas a
las que solo les gusta asistir a cocktails - la mayoría ya estamos hartos de
ellos - y que se dedican a cosas
frívolas, a intrigar haciendo de mariposón y no es así. En esta profesión hay
más horas de oficina de las que se pueden imaginar. Lo que ocurre es que estás
en el extranjero, te gusta conocer otras culturas y además vendes un producto,
en este caso, España. Y eso es algo que te puede apasionar.
¿Por qué ha
existido siempre esa tendencia en los presidentes de gobierno españoles de no nombrar
ministro de Asuntos Exteriores a personas pertenecientes a la carrera
diplomática?
Hay varias razones. Una es que existe una
cierta desconfianza hacia el cuerpo diplomático. Se piensa que un diplomático
no tiene olfato político sino de funcionario. Y otra razón es que se designa a
una persona, miembro del mismo partido político, de absoluta confianza del
presidente que es quien quiere llevar la política internacional del país.
Zapatero no nombró a Solana como ministro de Asuntos Exteriores, algo
incomprensible por la extraordinaria preparación que tiene este hombre, porque
pensaba no sólo que le podía hacer sombra sino también que le podía dar
lecciones.
Usted dice en su
libro que el diplomático, como funcionario que es, ha de servir siempre al
partido más votado. Yo a eso le llamaría profesionalismo. Si ese
profesionalismo se aplicase en toda la esfera política, ¿no sobrarían asesores?
Es posible que se redujese el número de
asesores y quizá su importancia. Un número de asesores reducido parece
necesario porque son polífacéticos y pueden tocar varios palos, pero lo que hay
ahora se ha desmadrado. Cuando hay que colocar a alguien se le nombra asesor.
Visto desde el
extranjero, ¿qué presidente español tenía mejor cartel o quien se mostró más
sobresaliente en el terreno de las relaciones internacionales?
Vamos a darle la vuelta a la pregunta: el que
menos cartel tuvo en el extranjero fue Zapatero, sin llegar a ser un desastre.
Probablemente los dos mejores fueron Felipe González y Aznar. Suárez cuando
viajó resultó muy seductor, pero su labor se centró especialmente en la
política interior. Y Calvo Sotelo, que fue el artífice de la entrada de España
en la OTAN, estuvo poco tiempo en el cargo y, además, tuvo que lidiar con un
toro difícil como fue restablecer la situación interna tras el 23-F.
Por lo que cuenta
usted, en su primera visita a Francia Adolfo Suárez fue mirado con desprecio
por Giscard d`Estaing, ¿debió pasarlo mal, no?
Sí, pero él contaba con el apoyo del Rey. En
Europa y en Francia se creía que España iba a cambiar, pero Giscard, por su
elitismo, miraba a Suárez como un
advenedizo que provenía del franquismo y con el que, además, no podía hablar ni
siquiera de filosofía. Quiso ignorarlo y relacionarse directamente con el rey,
sin percatarse de que el sistema político español no era así y que su
interlocutor válido era el presidente del gobierno.
Ha citado antes el
23-F, ¿dónde le pilló a usted?
El 23-F me encontraba en Madrid, en mi
oficina. Lo pasé muy tenso, muy preocupado, cuando me comunicaron que la Guardia Civil había entrado en
las Cortes. Empezamos a enviar faxes y telegramas a todas nuestras embajadas
del mundo para explicar lo que estaba ocurriendo. Uno a las siete, otro a las
diez y media, otro más cuando el rey salió en televisión para condenar lo
ocurrido y el último cuando acabó todo. Pasé toda la noche en mi despacho.
Durante el
gobierno de Aznar, debutó como miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas. Eso fue en enero y en marzo comenzó la Guerra de Irak y usted
tenía que vender la necesidad de participar en ella, ¿fue el momento más
difícil de su carrera?
Sí, probablemente, porque aquí tenía toda la
opinión pública en contra y allí no. En Estados Unidos era fácil vender la idea
porque todos estaban a favor. Fueron los momentos de nuestro mayor prestigio
internacional porque estábamos al lado de los americanos. Me resultaba muy
violento saber que mis compatriotas y también mis familiares estaban en contra.
Eso fue algo traumático para mí.
¿Perdura todavía esa
buena imagen de Aznar a la que alude en Estados Unidos?
Ahora lo conocen menos porque los recuerdos y
la memoria pasan pronto. En aquel momento, Aznar era muy considerado en Estados
Unidos. Ha sido de las pocas veces que en el ‘New York Times’ se publicó una
editorial piropeando a España y hablando de ETA como una organización
terrorista.
¿La presencia de
ETA, a los ojos de los estadounidenses, podía significar que España todavía era
un país con carencias democráticas?
Los gobiernos americanos siempre han pensado
que ETA era una organización terrorista. Desde Clinton hasta Bush nunca
tuvieron la menor duda de que se trataba de un grupo terrorista. Y los medios
informativos también, pero nunca han querido etiquetarla como tal y preferían
llamarle separatista, secesionista, violenta…
Haciendo memoria,
uno se acuerda de Fernando Morán y de los chistes que circularon por España,
¿tan despistado era este hombre?
Sí que
era un poco despistado, pero de tonto no tenía nada. Era un hombre preparado
que nunca disfrutó de una sintonía grande con Felipe González, sintonía que sí
existía con Fernández Ordóñez, y esa precisamente fue la razón principal de su
caída y no su oposición a la entrada de España en la OTAN. Si González le
hubiera reiterado su confianza, Morán hubiera reconsiderado su postura. Además
su relación con la gente de Moncloa fue un poco irascible y susceptible,
rodeada de un ambiente mediocre.
Siguiendo con la
memoria, en su momento Felipe González dijo: OTAN, de entrada NO, pero luego
fue sí.
Claro porque una cosa es predicar y otra dar
trigo. Por ejemplo, ahora Rubalcaba y su partido pueden poner rejones y banderillas a las
cosas que hace el gobierno. Pero en su situación, el setenta por ciento de las
cosas que están haciéndose, les tocaría llevarlo a cabo a ellos mismos.
¿La entrada de
España en la OTAN no supuso un menoscabo en la imagen de Felipe González?
No porque ganó el referéndum, aunque llevaba
la idea de dimitir si perdía la votación. Al ganar es como cuando un club de
fútbol tiene una mala gestión económica pero se lleva la liga. Todo se olvida.
Si hubiera perdido estoy convencido de que se habría marchado. Felipe González
luchó contra viento y marea, una marea que habían creado él y su propio
partido, pero logró superar la cresta de la ola y domeñar la nave y su
prestigio no se vio afectado. Al contrario, quizá incluso creció. En una visita
que hicimos con el Rey a Alemania, nos preguntaban que por qué se había
realizado un referéndum en España si González sabía que no tenía otra
alternativa que ingresar en la OTAN. Tuvimos que explicar que aquella consulta
era un compromiso suyo porque la llevaba dentro de su programa electoral.
Hacemos un
paréntesis en la política: usted fue director general del Real Madrid, ¿cómo
recuerda aquella experiencia?
Aquello fue como ser gerente, al menos así me
lo vendió Mendoza. La experiencia resultó ambigua, tuve sentimientos
encontrados. Era muy interesante charlar con los jugadores y ver cómo vibraba
la masa de seguidores con el equipo. Pero en aquella época la directiva era el
paraíso de la informalidad. Autorizado por la directiva, te comprometías a una
cosa y luego llegaba el presidente y te decía que no podía ser. Aquello era superior a mis
fuerzas. Me rescindieron el contrato y reingresé en mi carrera, pero claro
había perdido el puesto y yo, que había llegado a ser secretario de Estado, me
vi ocupando el puesto de jefe de estudios de la Escuela Diplomática.
¿La ocupación y
desalojo del islote de Perejil pudo provocar un conflicto algo más que
diplomático entre Marruecos y España?
Bueno, fue un momento peliagudo pero creo que
el gobierno de Aznar lo manejó bien, porque lograron desalojar a los marroquíes
del islote sin que corriese una sola gota de sangre y dejar las cosas como
estaban antes, sin que ninguno de los dos países diese muestras de su soberanía
sobre el lugar. En este asunto se involucró Estados Unidos como mediador ante
el rey de Marruecos. Y eso fue un momento decisivo para que Aznar pensase que
la alianza con Francia no siempre traía ventajas y que era mejor tener como
aliado a los estadounidenses, porque nuestro vecino no intervino para nada en
el conflicto de Perejil.
¿Por qué le
marginó a usted. Zapatero enviándole al consulado de Los Ángeles? ¿Fue algo
premeditado?
Sí, probablemente, me había tocado la bola
negra. No sé si fue él o alguno de sus adláteres, tampoco quiero saberlo, pero
desde luego quien fuera tenía suficiente fuerza para que Moratinos se plegase a
sus deseos y eso que Moratinos y yo éramos amigos. Seguramente estaba vetado por
mi defensa de las posturas de Aznar. Aznar ha sido demonizado por el PSOE en general, pero por el PSOE de
Zapatero más, de ahí que yo le defienda en el libro. Los zapateriles, que son
una corriente bastante sectaria, no entendieron que yo serví fielmente a Aznar
igual que hubiera servido a Zapatero. Pensaron que era una especie de espía.
Una memez. De todos modos he de decir que cuando entró el PP a gobernar también
ocurrió algo parecido. Los jóvenes turcos del PP, los más encendidos,
consiguieron que me enviaran a otro consulado, mucho peor que el de Los
Ángeles, porque yo había servido fielmente a González y pensaban que estaba
vendido al felipismo. Pero ese grupo quedó en minoría y cuando llegó Abel
Matutes me recuperó.
¿Qué ocurre ahora
con Gibraltar?
Lo que ha ocurrido es un problema creado por
el primer ministro del Peñón. A lo mejor es sólo una cortina de humo, quizá
haya querido cargarse, sin venir a cuento, un acuerdo alcanzado en el año 1999
que establecía el número de barcos de uno y otro país que iba a faenar en la
zona. Lo que ha de quedar claro es que este problema lo ha generado él
exclusivamente.
La última: usted
empezó su labor diplomática con Franco y la abandonó con Zapatero, ¿qué
diferencias hay entre el panorama internacional de entonces y el de ahora?
La primera diferencia es que el papel del
diplomático y sobre todo de los embajadores ha decaído, porque ahora hay
determinadas áreas que permiten el contacto directo entre los jefes de los
diplomáticos. Ahora se ven una vez al mes y cuando lo precisan se comunican por
correo electrónico o a través del teléfono móvil. Eso significa que necesitan
menos a los diplomáticos, lo que no quiere decir que no sean necesarios. Siguen
siendo precisos porque informan permanentemente de la situación del país en que
se encuentran. La segunda diferencia es que el circo internacional ha cambiado
por completo y los protagonistas no son los mismos. En 1977, Estados Unidos y
Rusia eran los actores principales y se preveía que el Mercado Común Europeo lo
sería pronto. Y ya no había nada más. Ahora, está China, el banquero de Estados
Unidos, India, Brasil, Sudáfrica… La
Unión Europea no ha terminado de cuajar como actor político importante, aunque
sí como actor económico. En 1977 se
intuía que en el futuro Europa sería un partner que trataría de igual a igual a
Rusia y Estados Unidos pero eso, por ahora, no es así.
SOBRE INOCENCIO ARIAS
Inocencio F. Arias (Almería, 1940) cuenta con una de las carreras diplomáticas más destacadas de la historia reciente de nuestro país. Ha desempeñado su cometido en distintos continentes y ocupado puestos relevantes con varios gobiernos de la democracia: secretario de Estado y subsecretario con el de Felipe González, embajador en la ONU con el de Aznar y portavoz de Exteriores, repetición insólita, con los de UCD, PSOE y PP. En la ONU fue presidente del Comité Mundial contra el terrorismo. Ha sido director general del Real Madrid. Desde 2010 está jubilado, pero colabora en prensa (El Mundo, Cadena Cope y El Periódico, entre otros), radio y televisión. Tiene un blog, ‘Crónicas de un diplomático jubilado’, en elmundo.es. Ha publicado los libros ‘Confesiones de un diplomático’, ‘Los tres mitos del Real Madrid’ y, junto a Eva Celada, ‘La trastienda de la diplomacia’.