De Blimea (San Martín del Rey Aurelio, Asturias) nos viene este dibujante que debuta en el cómic español, en el europeo ya lo hizo antes, con ‘Café Budapest’. Según el prólogo de Javier Cuervo, Zapico ha alimentado su espíritu inquieto con novelas, tebeos y películas, preferentemente clásicas y europeas. Y su propuesta al mundo del cómic se asienta fundamentalmente en la narración. Al asturiano le gusta narrar, contar historias e inventarlas, claro. Bien, pues estos dos asertos se cumplen perfectamente en ‘Café Budapest’, donde la historia del violinista judío Ychezkel Damjanich nos lleva desde la capital húngara hasta la ciudad de Jerusalén para regresar mucho después a Budapest donde concluye el cómic, el álbum, la novela gráfica o cómo prefieran.
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Portada del cómic. |
En ‘Café Budapest’ asistiremos a la fundación del estado de Israel en 1947, a la convivencia pacífica entre todos sus habitantes hasta que los británicos abandonen Palestina. A partir de ahí la historia será otra – como todos ustedes, mis improbables, deben saber a estas alturas de la vida –, un drama que todavía perdura, y sus consecuencias modificarán las conductas de los personajes que pululan por ‘Café Budapest’.
El dibujo que nos vamos a encontrar no es especialmente espectacular. Por momentos, acudieron a mi mente el trazo y determinados tipos de Ivá, el humorista que fue de ‘El Papus’, dejando aparte sus narices desmesuradamente aberenjenadas, así como también ciertos cómics que, genéricamente, podríamos catalogar de "underground". Pero si no es espectacular su dibujo, sí resulta efectivo, porque Alfonso Zapico domina el arte de la distribución de las viñetas de cada página. Aunque asienta su discurso gráfico en cuatro o seis ventanas por hoja, no desdeña reducir su número, llegando incluso a la "macroviñeta" de página entera, gracias a la cual el lector se toma un respiro y prepara su mente y su mirada para las siguientes imágenes.
Dibujado en blanco y negro, ‘Café Budapest’ guarda un notable equilibrio entre los primeros planos, en ocasiones ingenuamente expresivos, y las vistas generales, por llamarlas así. Quiero decir con ello que, al contrario de lo que ocurre con otros autores donde predomina la calidad de los rostros sobre los paisajes o viceversa, Zapico, en su peculiar estilo, se maneja con soltura en ambos terrenos.
Donde sobresale el asturiano, como ya apuntaba al principio, es en el guión y en la historia. El guión porque es ágil, caza al lector y le transporta con rapidez de la primera página a la última. Y la historia porque es interesante y nos presenta un contraste de pareceres, etnias y creencias, bajo un trasfondo histórico real: la creación del estado de Israel en 1947. Por momentos uno se acuerda de ‘Maus’ de Spiegelman o de la película "El pianista" e Polánski. Aunque por estos pagos ya comenzamos a estar acostumbrados, son muy llamativas las inevitables diferencias culturales y religiosas entre israelíes y árabes, sus interrelaciones culturales, sus armonías y tiranteces, sazonado todo ello con la presencia de soldados británicos que, hasta la constitución del estado israelí, "custodiaban" los territorios de Palestina. La mirada británica, representada por Danny Chapel, el capitán Heinz y el sargento Scholes, ofrece el contrapunto de la opinión extranjera, emitida casi a vista de pájaro, un tono frío casi de especialista, una óptica escéptica salpicada por la superioridad occidental, particularmente la británica.
Zapico da también un repaso por los extremismos de uno y otro bando. En este sentido es especialmente relevante la figura del Tío Josef, un curioso judío que en su día fue anarquista y que, por amor, decidió que la única causa por la que merecía la pena pelear era la suya propia. Este último aserto, muy propio de la novela negra de Chandler o Hammet, encaja perfectamente en el engranaje tejido por Alfonso Zapico para ‘Café Budapest’. También aportan sus pinceladas a este fresco ideológico la madre del violinista, Shprintza, con su silencioso pasado a cuestas: la comerciante de frutas, Yaiza; el periodista Benjamin Waldstein o el árabe Hassan, un virtuoso del violonchelo con el que Ychezkel comparte e interpreta partituras del salzburgués Mozart. Buen cóctel: ¡un austriaco, un judío y un árabe!
Como la apuesta estética de Zapico resulta más que interesante y mientras esperamos que alguien publique en España ese otro álbum, ‘La guerra del profesor Bertenev’ (traducción libre del título efectuada por el que esto suscribe), que ya vio la luz en Francia durante 2007, les recomiendo que se den una vuelta por su web "Zapiburgo" que, aunque todavía está en proceso de creación, aporta datos complementarios para conocer al autor asturiano.
Y un pero, sólo uno, pero pero al fin. Resulta lamentable que un producto tan bien elaborado como ‘Café Budapest’, con una excelente portada, preciosa a mi entender, bien encuadernado, buen papel, tenga un aparatoso fallo en el Prólogo, donde más de página y media está repetida. Es un error propiciado por el puñetero "copiar y pegar" de los tratamientos de textos informáticos. Las editoriales parecen olvidarse de esa figura legendaria del corrector de pruebas. Sí, sí, ya sé que encarecería el producto, pero su ausencia provoca estas cosas. En fin, deseo que jamás un ordenador llegue a sustituir completamente al ser humano, que simplemente sea una herramienta que cumpla la misión para la que fue diseñada: ayudar al hombre y facilitarle su trabajo, sin competir con él complicándole la vida.
Así sea (return).
Herme Cerezo
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‘Café Budapest’, de Alfonso Zapico. Astiberri Ediciones, junio 2008. 164 páginas, 16 euros.
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