Para Almudena Grandes la literatura es trabajar. Escribir es
una profesión sujeta a los horarios fijos, quizá flexibles, de un reloj
invisible. Cada mañana se levanta y se pone a ello, excepto ahora que, como
ella misma dice “voy de la Ceca a la
Meca, haciendo bolos”. Si no tiene ganas de darle a la tecla, se sienta y
repasa lo que escribió el día anterior. El problema es que, cuando esto sucede,
probablemente se debe a que hay algo que no funciona como esperaba. “Y eso, normalmente, se soluciona arrojando
veinte páginas a la papelera y volviendo a empezar”. La escritora madrileña
tiene nueva novela en el mercado: ‘Las tres bodas de Manolita’, editada por
Tusquets, tercera entrega de su serie Episodios de una Guerra Interminable.
Almudena, tú eres
licenciada en Geografía e Historia, ¿de alguna manera tu vocación de historiadora,
de investigadora, resurge en esta serie de novelas?
Mira, he llegado a la
conclusión de que mi familiaridad con la historiografía, su metodología, y el
respeto por la carrera que estudié me han permitido escribir estas novelas. Sin
no hubiera tenido tan interiorizada mi formación no habría podido hacerlo. Soy
muy escrupulosa y al escribir una novela basada en hechos reales trato de
encontrar un equilibrio entre la libertad y la lealtad. Como creadora he de
sentirme tan libre como un escritor que escribe ficción, pero he de alcanzar un
compromiso de lealtad con la realidad y no manipular los datos. Como novelista
escojo los datos y los puntos de vista que me interesan, pero no puedo falsear
la verdad diciendo que lo negro es blanco y lo blanco negro.
¿En un proyecto tan
extenso como este, utilizas los mismos planteamientos para captar la atención
del lector que cuando escribes novelas más cortas?
Ocurre que los libros de esta serie son independientes y
hasta ahora no se parecen entre sí. Y el próximo tampoco se va a parecer. Los
dos primeros trataban de la guerrilla, pero vista desde dos lugares
antagónicos: el cuartel general de la guerrilla y una casa cuartel de la
Guardia Civil. En ‘Las tres bodas de Manolita’, la narración da un giro y la
resistencia armada se convierte en resistencia civil. Aquí la hazaña consiste en
llegar vivo al día siguiente. Cuando escribo procuro no aburrirme y trato cada
historia de acuerdo con las necesidades que presenta, porque estas novelas
cambian incluso de género literario, presentan planteamientos diferentes y las
resuelvo en función de los intereses de cada una de ellas. Al hacerlo de este
modo pienso en los lectores igual que si se tratase de otro tipo de novelas.
Por ’Las tres bodas de
Manolita’ desfilan muchos tipos distintos, tantos que has incluido un dramatis personae, ¿estamos ante una novela de
personajes?
Sí, es una novela de personajes porque tiene una estructura que
se parece mucho a la de mi novela ‘El corazón helado’. Hay doce capítulos, los
impares los cuenta Manolita, en primera persona, y los pares, en tercera
persona, narran las historias de los demás protagonistas porque aquí todos lo
son. Pero no se trata de un juego de perspectivas, sino que es necesario
explicar su historia individual para comprender cómo se comportan en las
distintas situaciones. Cada personaje tiene su propio mundo, su propio entorno
y vive su propia existencia. El dramatis surgió
porque mi hija leyó la novela y me comentó que tal vez le convendría una lista
de personajes. Como eso es algo muy propio de las novelas rusas del siglo XIX,
que me entusiasman, me encantó la idea y me puse a la faena.
La protagonista, Manolita,
en principio, solo quiere ser feliz. Sin embargo, terminará implicándose y
convirtiéndose en una resistente. Durante la posguerra, ¿se podía sobrevivir sin
comprometerse de algún modo?
Creo que no era posible. La posguerra fue menos dura para la gente
que, de alguna manera, no se había rendido y era consciente de lo que ocurría
realmente en el país, que para los que se rindieron de verdad. Desde el punto
de vista psicológico, era mucho mejor esa postura, que es la que termina
adoptando Manolita, aunque al principio la llamaban la señorita “Conmigo no
contéis”. Era una actitud que hizo más soportable una época tan espantosa como
aquélla.
Pero Manolita no se
implicó desde el primer momento, sino que sufrió un proceso de concienciación
paulatina.
Es verdad. En realidad, esta novela tiene un escenario
principal que es la cola que se formaba a la puerta de la Cárcel de Porlier,
donde se reunían una serie de mujeres que tejieron una solidaridad con un
horizonte común: derribar el franquismo. Su concepto solidario era muy distinto
del de ahora. En nuestros días hay gente que ayuda todo lo que puede pero no
tiene nada en común con otras personas que hacen lo mismo, son experiencias
individuales. Manolita comenzó su transformación en ese territorio, en esa cola.
Allí conoció a muchas personas y descubrió que la realidad que la envolvía era
mucho más grave de lo que a simple vista parecía.
¿Hambre es la palabra clave para entender el significado de la posguerra?
Creo que hay dos palabras que definen muy bien la posguerra:
hambre y corrupción. El hambre es la palabra principal, la catástrofe más
incomparable. Manolita en varios momentos de la novela reflexiona, hace juegos
con lo que es malo y lo que es peor y dice que son tonterías porque lo peor no
se podía comparar con nada. Y lo peor para ella tenía que ver con el hambre,
con la incertidumbre de no saber qué iban a comer al día siguiente. Pero
también la corrupción fue la otra realidad de los años cuarenta, una corrupción
completamente distinta de la de hoy y que tenía que ver con el negocio que
hacían los vencedores con los vencidos, con la desesperación de esa gente
derrotada.
La corrupción siempre
es terrible, pero es muy triste que hubiera corrupción en la posguerra, la
corrupción de la miseria.
Sí, es muy triste. La historia de este país es muy miserable.
Pero para entender lo que ocurrió entonces hay que conocer la psicología de los
vencedores. España, que ha sido una excepción histórica en muchas cosas, también
lo fue en el hecho de que después de la guerra no llegase la paz. Después de
una etapa de linchamiento y venganza, en otros lugares empezaron las políticas
de reconciliación nacional, las asistenciales y las de integración. Los países
se refundaron. Eso ocurrió incluso en Italia y Alemania. Pero aquí, como la
guerra fue una cruzada por Dios y por España, los rojos representaban la
antiespaña, el demonio. Y después de la guerra no vino la paz sino la victoria.
Hay historiadores que hablan de que en lugar de políticas de reconciliación, en
España se practicaron políticas que propiciaban que se hiciera la vida
imposible a casi la mitad de la población.
Dentro de esta
corrupción, los curas se movían con enorme libertad y gozaban de gran capacidad
para maniobrar, lo que aprovechó el capellán de la Cárcel de Porlier para
organizar un negocio de bodas y visitas entre los condenados y sus parejas, a
dos mil pesetas la boda y doscientas la visita, con preferencia para los
condenados a muerte.
Los curas tenían la ventaja de que la iglesia y el estado
eran una misma cosa. Un cura, por el solo hecho de serlo, representaba al poder.
En este caso, el capellán de la Cárcel de Porlier montó un gran negocio, sin
que se enterase ni el mismo director de la cárcel, ni el Ministerio de
Justicia, ni nadie. Pertenecieron al aparato del estado durante cuarenta años y
eso mismo es lo que todavía se cree Rouco Varela ahora y, por ello, se siente
legitimado para decir lo que dice.
Durante la Guerra
Civil, los enfrentamientos entre comunistas y anarquistas eran frecuentes. Sin
embargo, dos personajes de ‘Las tres bodas de Manolita’, La Palmera y Antoñito,
uno anarquista y el otro comunista, aquí hacen causa común.
Después de la guerra esos enfrentamientos dejaron de tener
importancia. Si bien en el bando republicano las disensiones internas fueron
importantes y tuvieron nefastas consecuencias para el desenlace de la guerra,
en la posguerra les unió el antifranquismo. En la novela incluso podemos
encontrar personas, sin militancia concreta, que se juntaron con otras con las
que no tenían nada que ver, pero con las que compartían una misma idea de
justicia.
En el libro también
aparece algún homosexual, como la Palmera. Los homosexuales, durante la
posguerra, ¿fueron “consentidos” o perseguidos?
No fueron consentidos, fueron perseguidos. Yo quería reflejar
en la novela que para ellos la vida fue mucho peor. Mientras todo el mundo sufría
por lo que le pudiera pasar si se salía de la fila, los homosexuales tenían
miedo por sí mismos, por ser lo que eran. Después de la época republicana, en
la que gozaron de una libertad muy importante, su existencia debió de ser
horrible y tuvieron que vivir en la clandestinidad más absoluta. Si bien, como
en tantas otras cosas, en la oligarquía franquista había una tolerancia que
para el pueblo llano no existía. De este modo, hubo falangistas y franquistas
homosexuales, a los que se les protegía sin que les ocurriese nada.
Un personaje que llama
mucho la atención es Antonio de Hoyos y Vinent, un aristócrata convertido al
anarquismo, que puso sus bienes a disposición de la causa libertaria.
Antonio de Hoyos fue un personaje real que me resulta muy
conmovedor, igual que toda la historia de la comuna de la calle Marqués de
Riscal. Manolita afirma de él que era dos veces auténtico: como señor y como
anarquista y me emociona mucho que muriera en la Cárcel de Porlier cuando él
pudo buscar algún otro camino para salvarse pero no lo hizo. El marqués
representa la España que se perdió.
También nos tropezamos
con un traidor, ¿era fácil ser traidor en la posguerra?
Lo que era fácil en la posguerra era ser delator y confidente,
porque había mucha necesidad y miedo a la policía franquista, que empleaba
métodos brutales.
El prototipo del
traidor o del delator en la novela es El Orejas, un remedo del comisario
Conesa.
Sí, yo no conozco a nadie que llegase tan lejos como Conesa.
Pero se saben pocas cosas sobre su pasado porque fue muy cuidadoso con este
asunto. Es cierto que perteneció a la pandilla de Antón Martín, que trabajó en
un ultramarinos, que estuvo afiliado a la JSU y poco más. Como no encontraba
más información sobre él, tras darle muchas vueltas decidí inventarme el
personaje y le puse el nombre del Orejas, que era como le llamaban cuando era
joven. La invención ha sido un proceso complicado, pero estoy contenta con el
resultado final.
¿Cuál es la banda
sonora de ‘Las tres bodas de Manolita’?
Manolita escuchaba copla, Estrellita Castro y las demás
cantantes de entonces. La copla era lo único que había, lo único que se
escuchaba.
¿Te sientes con fuerzas
para acometer el resto del proyecto?
Sí, me quedan fuerzas todavía. Este verano comenzaré con la
cuarte entrega que va de espías. Tengo claro que el proyecto completo son seis
novelas y no creo que flaquee, aunque eso no quiere decir que, si se me cruza
alguna otra historia, no lo interrumpa
para escribirla.
La última por esta
ocasión: ¿todavía faltan cosas por contar sobre la posguerra?
Claro que quedan y
muchas. Los españoles vivimos encima de una mina de oro, pisamos un filón de
historias: de villanos, de héroes, de misterios… Todo eso es un material
irresistible para un escritor. Y a mí no me va a dar tiempo a contarlas todas.
SOBRE ALMUDENA GRANDES
Almudena
Grandes (Madrid, 1960) se dio a conocer en 1989 con 'Las edades de Lulú', XI
Premio La Sonrisa Vertical. Desde entonces el aplauso de los lectores y de la
crítica no ha dejado de acompañarla. Sus novelas 'Te llamaré Viernes', 'Malena
es un nombre de tango', 'Atlas de geografía humana', 'Los aires difíciles',
'Castillos de cartón' y 'El corazón helado', junto con los volúmenes de cuentos
'Modelos de mujer' y 'Estaciones de paso', la han convertido en uno de los
nombres más consolidados y de mayor proyección internacional de la literatura
española contemporánea. Varias de sus obras han sido llevadas al cine, y han
merecido, entre otros, el Premio de la Fundación Lara, el Premio de los
Libreros de Madrid y el de los de Sevilla, el Rapallo Carige y el Prix
Méditerranée. Su novela 'Inés y la alegría', ha merecido el Premio de la
Crítica de Madrid, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y el
Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Con ella inauguraba la serie Episodios de una
Guerra Interminable, cuya segunda entrega fue 'El lector de Julio Verne'.