Especular es algo que la
historiografía más seria y oficial no puede permitirse. La ficción, sí. La
ficción es territorio abonado para este tipo de experimentos. Y eso es lo que
ha hecho el escritor Albert Villaró (La Seu d’Urgell, 1964) en su novela ‘Els
ambaixadors’, editada por Destino, con la que el pasado Día de Reyes ganó el
Premio Josep Pla 2014. ‘Els ambaixadors’ es una ucronía, esto es, según el
diccionario de la RAE, una “reconstrucción
lógica, aplicada a la historia, dando por supuesto acontecimientos no sucedidos, pero que
habrían podido suceder”.
Con voz en tercera persona, Villaró
introduce al lector en una España extraña,
gobernada por Sanjurjo ya que Franco murió en un accidente de aviación sufrido con
el Dragón Rapide mientras lo trasladaban desde Madrid a Santanader. O sea que
uno ocupó el lugar que el otro desempeñó en la realidad. Mola, el estratega del
golpe de estado del 36, no deseaba el poder y José Antonio, que no fue
fusilado, se ve convertido en ideólogo y oráculo, en mantenedor de las esencias
del régimen. En este panorama, Cataluña es un estado independiente desde el año
1934, cuando el general Batet apoyó al president de la Generalitat en su
proclamación de independencia, en lugar de sofocar y aplastar la declaración secesionista
como era su deber si hubiera obedecido las órdenes que de arriba la venían.
España y Cataluña, Cataluña y España, dos países separados en el escenario
pergeñado por el escritor afincado en Andorra. Y enfrentados, porque Madrid no
se resigna a perder el territorio catalán y la Generalitat trata de impedir la
anexión. Así, con el apoyo de un grupo de científicos alemanes, los que
desdeñaron norteamericanos y rusos tras finalizar la II Guerra Mundial, en el
santuario del Valle de los Caídos, donde Franco está enterrado debajo del altar
mayor, han preparado una bomba atómica para lanzarla sobre Barcelona y
recuperar el antiguo principado, ahora república. Relativo a este propósito, el
del bombazo, resulta muy significativo el texto que precede la novela, firmado
por Manuel Azaña: “Una persona de mi
conocimiento asegura que es una ley de la historia de España la necesidad de
bombardear Barcelona cada cincuenta años”. Este panorama se completa con el
dato de que un puñado de líderes de la izquierda, entre otros Azaña y Carrillo,
han sido fusilados. Sin embargo, Andreu Nin, el antiguo líder del POUM, todavía
vive y colabora con los servicios secretos norteamericanos. Voilà!
La historia, planteada en
principio como un tema de altos vuelos y que arranca a partir de unos supuestos
hipotéticos verdaderamente interesantes, pronto se convierte en una suma de
peripecias: las del comando (en catalán escamot, bella palabra) de espías, dirigido
por Mosén Farrás y enviado a España para destruir el prototipo de bomba atómica
preparado por los españoles, y las acciones del contraespionaje hispano. La
embajada de Andorra en la capital madrileña se convertirá en punto de contacto
para los movimientos de los agentes, justo en las mismas fechas en las que se
celebra un Congreso Eucarístico Internacional (últimamente proliferan los
congresos eucarísticos en literatura, parece que dan mucho juego). Este marco
se antoja idóneo para que los protagonistas opten por disfrazarse de curas y
monjas, de capellanes y cardenales, para moverse por la ciudad. El caso es
pasar inadvertidos, algo que no siempre consiguen, claro, porque sus
indumentarias suenan demasiado espectaculares. No debía de ser demasiado frecuente,
incluso durante los años cuarenta, ver cómo un cardenal deambula por las calles
a horas intempestivas, acompañado por un devoto séquito de religiosos y religiosas,
todos ellos ataviados como tales. Este séquito, además, lo forman varios
irlandeses, uno de ellos calzado con una sotana que le viene corta, estrecha y
oprimida, una española reconvertida para la causa y el corresponsal de dos
periódicos, La Vanguardia y Le Figaro, que no es otro que Josep Pla. Ni en
carnaval, vamos.
El sentido del humor preside la
novela. Villaró, sin duda, se ha divertido lo suyo moviendo a sus personajes
por territorio hostil, Madrid en este caso. La narración está plagada de
detalles que invitan a sonreír casi de modo continuo por todo lo que nos lleva
a imaginar. En ocasiones este mismo humor impide que algunas escenas, que se
pretenden serias, lleguen a serlo del todo. Resulta difícil tomarlas como
tales. A los españoles se les pinta como los malvados de la película y, aunque
los catalanes salen mejor parados e incluso cuentan con apoyo logístico aliado,
el propio primer ministro inglés Winston Churchill, como cuerpo especializado
en espionaje y acciones de sabotaje son auténticos chapuzas a los que las cosas
les salen bien por pura casualidad. Sin embargo, creo que el dinamismo de la
acción decae hacia el final. Los últimos capítulos no consiguen mantener el mismo
nivel de ritmo que el resto del texto, a pesar de la triple voltereta puesta en
práctica por el escritor catalán para tratar de conseguirlo.
‘Els ambaixadors’, probablemente
porque no podía ser de otro modo, incluye un extenso y singular dramatis personae, en el que se
biografían las vidas de los personajes que protagonizan la aventura. Escribo
singular porque es un dramatis humorístico,
falso, de broma, en el que la imaginación de Villaró se ha desatado por
completo. Bajo esta efervescencia, nos enteramos que Andreu Nin no desapareció
asesinado el 22 de junio de 1937, que Felipe II fue un rey prudente al que las
crisis de Flandes provocaban urticaria, que Enrique VIII jugaba al tenis y
coleccionaba esposas o que Samaranch consiguió que la gente olvidase su pasado
falangista para alcanzar la presidencia del COI, entre otras muchas anécdotas.
Herme Cerezo
‘Els ambaixadors’ de Albert Villaró. Ed. Destino, 2014. 681
págs. Precio: 21,95 euros.