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Hacía tiempo que no me enfrascaba
en la lectura de una novela de Javier Marías (Madrid, 1951). Su anterior entrega,
‘Los enamoramientos’, muy galardonada por cierto, tras haberla iniciado dos
veces, su lectura, claro, no me permitió concluirla. Mediado el texto se me
cayó de las manos, no más allá de la página ciento sesenta en ambas ocasiones.
Dada su pertinaz resistencia a ser leída, opté por abandonar no sin un cierto
sentimiento de frustración lectora.
Renovato
ímpetu, cómo escribíamos al traducir ‘De Bello Gallico’ de Julio César en
mi añorado Bachillerato de Letras, comencé a leer su nueva entrega, ‘Así
empieza lo malo’, en la que Marías, utilizando la primera persona, aborda una
historia protagonizada por el joven De Vere,
“Juan Vere o Juan de Vere, según quien diga o piense mi nombre”,
que trabaja como secretario o asistente personal a las órdenes de Eduardo
Muriel, un cineasta de bigote fino, a lo Errol Flynn, y un ojo tuerto, con
fortuna cinematográfica diversa. Muriel está casado con Beatriz Noguera, una
mujer que fue atractiva, con la que sostiene una relación distante, cortés,
fría y grosera en ocasiones, por causas que, al principio del texto y por
razones obvias, no sabemos muy bien a qué obedecen. La acción de la novela se verá pronto sacudida
por el conflicto. A oídos de Muriel, a veces don Eduardo para De Vere, llega la
noticia, quizá el rumor, de que un conocido suyo de los de siempre, Van Vechten, pediatra de éxito que terminó su
carrera en 1940, a pesar de la guerra, y franquista con fama de izquierdoso
moderado y benéfico, de raíces holandesas pero contrastada nacionalidad
española,
“no siempre fue el que es ahora”.
Algo se esconde en su pasado que convendría averiguar. Desde ese instante, el cometido
del joven Juan de Vere se centrará en sonsacar al pediatra sobre aquello que
oculta y que el cineasta quiere conocer, convirtiéndose en su espía.