Después de que Jorge Díaz,
nacido un Domingo de Ramos, y Javi Ikaz, nacido un sábado después de comer,
ambos en Euskadi, autores de ‘Yo fui a EGB’, auparan la “egebemanía” al puesto
más alto de ventas y convirtieran el libro en el más vendido del año, ahora
vuelven a acompañarnos en un viaje por todo aquello que hizo que los 70, los 80
y los 90 permanezcan todavía en nuestro recuerdo. Sobresaliente para un
fenómeno único que, revolucionando las redes sociales con sus ochocientos mil
seguidores en facebook y su blog, no acepta imitaciones y merece la matrícula
de honor. Desde el Cococrash hasta los Fraggle, pasando por la Nancy o Exin
Castillos, el nuevo libro ‘Yo fui a EGB 2’, editado por Plaza&Janés, viene
cargado de novedades en torno a la música, el cine, la televisión, la comida,
el deporte, la tecnología, el mobiliario o las fiestas. Ambos creadores, porque
llamarles escritores parece poco, pasaron por Valencia para presentar su libro,
promocionarlo y atender a los medios de comunicación. Y los dos respondieron
indistintamente a mis preguntas.
Javier
y Jorge, ¿cómo surge la idea de escribir este segundo volumen de ‘Yo fui a EGB?
Nos lo llevaban pidiendo bastante
tiempo en facebook nuestros seguidores, que hoy ya rebasan los ochocientos mil.
Nos animaban a publicar un libro incluyendo todo lo que insertábamos en el blog
y diciéndonos que lo comprarían. Hablamos con varias editoriales y decidimos
quedarnos con Plaza & Janés. Y el resultado está ahí: dieciséis ediciones y
doscientos mil ejemplares vendidos. Pero como tenían ganas de más, pues hemos escrito
este segundo volumen.
¿Estamos
ante la reivindicación de una época o de un sistema educativo, en este caso la
EGB?
No, no, ni reivindicamos ni
renegamos de nada. La idea de incluir EGB
en el título nunca fue para hablar del sistema educativo en sí, sino
para tratar de las tres décadas que duró.
EGB es la palabra que identificar a la gente que dice “yo fui de esa época”.
¿Qué echáis de menos de aquellos
años?
Sin duda ser niños. La
nostalgia creo que parte de ahí, de echar de menos lo que hemos perdido, como
por ejemplo la capacidad de sorprendernos con cada pequeña cosa. A mis treinta
y seis años, estoy viviendo un montón de primeras veces gracias al libro, pero
echo de menos esa falta de sorpresa.
¿Qué encontramos en ‘Yo fui
a EGB 2’ que no estaba en el anterior libro?
Teníamos claro que el
segundo había de ser mejor que el primero. En principio, incluye más páginas y
más fotografías que el anterior. Lo hemos cuidado mucho y hemos tenido en
cuenta otros detalles. Por ejemplo, la primera fotografía, la del profesor
fumando en clase, estuvimos buscándola y decidimos que, hasta que no apareciera,
no íbamos a publicarlo. Además introducimos el deporte, las casas o las Navidades,
aspectos que no salían en el anterior y hemos desarrollado otros que ya
estaban, como la música. También incluimos las pegatinas que aparecían en
‘Superpop’, que hay que colocarlas donde corresponde, porque el libro no está
concluido sin la colaboración del lector. En las últimas páginas aparece una
mezcla de oca y trivial, en cuyas casillas hay que responder una pregunta
ochentera, y un collage final en el que están todos los personajes de los
dibujos animados que veíamos entonces. Realmente, este es un libro para
compartir y evocar recuerdos juntos.
¿Por
cierto, cómo os documentáis para ‘Yo fui a EGB 2’? ¿Internet es la fuente
máxima de aprovisionamiento o también vivís de recuerdos y de fuentes orales?
Afortunadamente, disponemos
de una variedad muy amplia de seguidores que nos envían cosas antiguas, colecciones
de cromos, discos, fotografías de juguetes… Son objetos que estaban perdidas en
casa de sus padres y los han recuperado. Sabemos que algunas personas incluso
han buscado recuerdos en los contenedores de basura. Los lectores que conservan
el chip de EGB nos tienen muy presentes y viven pendientes del más mínimo
detalle para hacérnoslo llegar. Incluso nos dicen que ahora la limpieza de los
cuartos trasteros les resulta más divertida.
¿Tener
ochocientos mil seguidores en facebook os ha pesado a la hora de escribir esta
segunda parte o más bien os ha servido de acicate?
Hemos trabajado con la misma
libertad que antes. La verdad es que si fuésemos conscientes de todo lo que
tenemos detrás, nos cortaríamos, porque nuestro blog es muy exagerado en
cifras: el mes pasado alcanzamos los tres millones de páginas vistas, una cifra
a la que muchos medios de comunicación no llegan. Sin duda, el hecho de que
cada día colguemos nuevas cosas nos ayuda a vencer el miedo a escribir.
En
‘Yo fui a EGB 2’ el trabajo de maquetación es muy importante, ¿no?
Sí, claro. Cristina
Irisarri, nuestra diseñadora, es una crack. También diseñó el primer volumen y
no podemos hablar de horas extras invertidas por ella en este trabajo, porque
su dedicación ha sido plena. Elaborar un libro de estas características es
complicado, porque una vez ya maquetado encontramos fotos mejores y hay que
cambiarlo todo.
Hay
una serie de cosas que se citan en el libro (cambiar cromos, escribir en el
pupitre, escaquearse, pasar notitas a los compañeros, llegar tarde a clase…)
que hacíamos de pequeños, ¿cuántas de ellas seguimos haciéndolas de adultos?
La verdad es que de mayores
seguimos con lo mismo. Entonces el hecho de que una cosa estuviera prohibida y
nos castigaran por hacerla la hacía más divertida. Es como cuando salían los
dos rombos en la televisión, que nos despertaban el morbo y nos incitaban a ver
el programa en cuestión. Y sobre las cosas que citabas en la pregunta, antes
nos enviábamos notitas escritas en papelitos, ahora escribimos whatsApps; antes
llegamos tarde a clase, ahora a nuestros trabajos y así un largo etcétera.
Otra
frase mítica que también encontramos en ‘Yo fui a EGB 2’: “Papá, cuando ponemos
el árbol de Navidad”, ¡qué recuerdos!
Era una fecha mágica que
marcaba el inicio de las fiestas. Cuando tu padre ponía el árbol contigo
disparaba la magia de la Navidad. Era un momento muy especial, que también ha
cambiado mucho hoy. Muchos lectores nos han dicho que tal y como relatamos esa
escena es como si hubiéramos vivido en sus casas. Al margen de la Navidad, el
árbol lo ponemos rápido y pronto, quitarlo cuesta un poco más y, a veces, en
febrero todavía está puesto [risas].
El
papel de empapelar también triunfó y marcó una época. Con poco dinero, era
capaz de convertir una habitación mínima en una sala del Palacio de Versalles.
Es verdad y además esos
papeles eran hipnóticos. Si te fijabas en sus dibujos te quedabas como
hipnotizado. Luego llegó el gotelé y el papel pintado se fue al traste, porque
ya había pasado de moda. El gotelé era síntoma de modernidad, pero luego
también pasó de moda y hubo que quitarlo y alisar las paredes.
Con el libro en las manos y por lo que
hablamos, parece claro que tanto en Catalunya, como en Euskadi, Galicia o
Andalucía, todos vivimos igual ese tiempo, ¿no?
Sí,
precisamente es lo que llama más la atención, lo que más ha acentuado el sentimiento
de unidad en esta comunidad. Expresiones o palabras que creíamos haber inventado nosotros, los demás también
las utilizaban y en lugares muy distintos y lejanos. Es algo que nos ha
sorprendido mucho.
‘Yo fui a EGB 2’ tiene bastante de
análisis antropológico, aunque no sea su objetivo primordial.
Eso
nos lo dice también mucha gente. Y la verdad es que, aunque sea de modo un poco
anecdótico, sí que lo es. Hay aspectos, como la Dictadura o los atentados de
ETA que no tocamos, porque en aquellos años éramos niños y no nos afectaban
tanto. Un director de cine, como el valenciano Berlanga, hubiera podido rodar
una película genial sobre toda esa época si viviera.
La
última por hoy: ¿habrá un ‘Yo fui a EGB 3’, pasaréis directamente a escribir
sobre BUP o cambiaréis de registro?
La gente es insaciable. Nos
felicitan y nos preguntan para cuándo el tercero. Lo cierto es que al hacer esta
segunda parte nos hemos vaciado y no guardamos nada para el futuro. Te puedo
adelantar que ha salido también un cedé con la banda sonora de aquellos años:
sintonías de la tele, de los dibujos animados… El cedé incorpora un libro con
treinta y seis páginas, una chapa de ‘Yo fui a EGB’, una pegatina para el coche
-, una costumbre que
intentamos recuperar -, y un carnet
numerado de socio, igual que cuando éramos pequeños y pertenecíamos a una
banda.
Herme Cerezo
359