El suplemento ‘El Cultural’ del diario ‘El Mundo’ lo encarama
esta semana al primer puesto de su lista de libros de bolsillo más vendidos. Y
es que resulta que, aunque se trata de un título de reciente publicación
(noviembre 2014), pertenece a la colección Debolsillo de la editorial Penguin
Random House. Me estoy refiriendo todo el rato a la novela ‘Los amantes de
Hiroshima’, escrita por el barcelonés Toni Hill, con la que se cierra la trilogía
que comenzó allá por el año 2011 con ‘El verano de los juguetes muertos’ y
prosiguió con ‘Los buenos suicidas’. En ella, Hill nos presenta a un nuevo
investigador, en esta ocasión un “mosso
d’esquadra”, argentino para más señas, llamado Héctor Salgado, al que el
conocido escritor estadounidense John Verdon ha definido como “un detective profundamente humano”. La
trilogía se construye en base a tres casos policiales diferentes, que presentan
como denominador común o como telón de fondo la desaparición de Ruth, la mujer
de Héctor Salgado de la que el “mosso” se
acababa de separar.
Toni, la primera
pregunta surge casi inevitable, ¿tu apellido, Hill, es un seudónimo o eres de
ascendencia inglesa o norteamericana?
El apellido es mío. Tengo la prueba, mira [me enseña su deneí
donde realmente consta el apellido Hill]. Según la tradición familiar, que
nunca me ha preocupado mucho, se trata de un antepasado que llegó a España a
finales del siglo XIX. Mi padre nos contaba una historia muy bonita de un
soldado inglés, que estaba luchando en Francia y que se vino para acá. Yo,
menos romántico, más bien me inclino a pensar que, si cruzó los Pirineos en
lugar de marchar a Inglaterra, es porque se trataba de un desertor. Me parece la
opción más probable. Últimamente se me ha despertado un poco la curiosidad y
tal vez indague algo más sobre este hombre.
Tus tres novelas
publicadas se mueven dentro de lo que conocemos como género negro, ¿qué es lo
que te atrae de él?
Me ha atraído siempre el género por sí mismo. Como lector he
leído mucho y de todos los estilos, pero sí que es cierto que al tiempo que
leía clásicos también leía relatos policiales, como impulsado por un cierto
espíritu de compensación. La verdad es que disfruto mucho con este tipo de
obras, llámalas negras o policiacas o como prefieras, me da igual. Cuando me
planteé escribir, tenía claro dónde me iba a desenvolver mejor y lo que más me
atraía era este territorio. Mis novelas, por otro lado, son bastante clásicas
en su concepción.
En la portada de a
novela, después de tu nombre, dice Autor
de ‘El verano de los juguetes muertos’, ¿pesa mucho eso a la hora de escribir?
Creo que los reclamos no son malos, pero todo eso pertenece
al mundo del marketing y sobre ello no tengo mucho que opinar. El otro día
alguien me comentó que mi nombre en la portada había crecido a medida que
avanzaba la trilogía [risas]. Obviamente, después del éxito de ‘El verano de
los juguetes muertos’, te sientes obligado a que la segunda novela sea superior
a la primera y la tercera a la segunda, pero no me he visto especialmente
condicionado por ese reclamo. No me preocupa demasiado, la verdad.
‘Los amantes de Hiroshima’, ¿cómo se
te ocurrió el título?
Bueno, si uno piensa un poco y une las palabras amantes e
Hiroshima, en seguida se da cuenta de que algo no va a funcionar bien, que la
tragedia se esconde en algún lado. Y eso es un poco lo que ocurre en la novela.
‘Los amantes de Hiroshima’ es, además, el título de un cuento que ha escrito
uno de los personajes que aparecen en el libro.
Dentro de tu actividad
creadora, ¿te interesa más el proceso investigador o el nombre del culpable?
En verdad lo que a mí me interesa mucho son los personajes,
tanto los fijos principales como los relativamente secundarios. Los llamo así
porque tienen mucha presencia en las tres novelas. Gracias a ellos la narración
se abre y podemos observar lo que ocurre desde distintos puntos de vista. La
investigación no me interesa demasiado, aunque lógicamente hay que seguir las
etapas lógicas que debe cubrir un policía para desentrañar el misterio que se
trae entre manos. Me atrae más cómo interactúan los personajes y el efecto que
producen en ellos los avances que trae consigo el desarrollo de la
investigación.
Esta novela es la
tercera parte de una trilogía. Al retomar la escritura tras los dos libros
anteriores, ¿te resulta sencillo continuar la acción en el mismo punto donde la
dejaste? ¿Recuperas la voz narrativa con igual intensidad?
Es curioso, porque la verdad es que sí. Con ‘Los buenos
suicidas’ pensé que no me saldría igual que el primer libro, pero me resultó
mucho más fácil de lo que creía. Y pienso que eso se debe a que he utilizado mi
tono natural de escritura, sin impostar nada. Ahora que ya he cerrado la
trilogía y estoy pensando en otro proyecto distinto, sí me preocupa que el tono
sea diferente, que no se confunda con el que he utilizado hasta ahora.
¿Es fácil prolongar la
resolución de un caso planteado dos libros antes que, además, se alterna con
otros problemas nuevos?
No, no, es horrible. Ya sabemos que el tema de fondo es la
desaparición de Ruth y cuando la hice desaparecer ignoraba que la historia
tendría mayor recorrido, pensaba que sólo sería un volumen. A lo sumo me dije
que, si la primera novela funcionaba bien, quizá podría escribir otra más. Me
hice una composición de lugar y enseguida supe lo que le había ocurrido a ella.
El problema era ver cómo lo iban a descubrir los policías y cómo introduciría
esa información en el texto. Pero era un tema potente y, al terminar la primera
entrega, vi que por lo menos daba para dos libros más mezclándolo con otros
casos. El siguiente problema que me surgió es que mi pensamiento evoluciona y,
aunque no he cambiado lo esencial, si he añadido muchos matices y he tenido que
ir ajustando la narración.
¿Este tipo de casos,
dos cadáveres envueltos en un mantel en una casa abandonada, que planteas en
‘Los amantes de Hiroshima’, es muy normal en España?
No, no es muy normal, en Estados Unidos, por ejemplo, sería
más frecuente. En realidad si investigas un poco, te das cuenta que en la
ciudad de Barcelona hay muy pocos asesinatos que no sean ajustes de cuentas
entre bandas o de violencia de género. También hay casos de asesinato cuya
resolución requiere mucho tiempo, pero no son tan habituales.
En nuestro país, ¿sería
más reconocible escribir una novela policial sobre la corrupción que sobre un
asesinato como el de ‘Los amantes de Hiroshima’?
Es posible. Desde luego si escribiera una novela sobre
corrupción, me interesaría más ver cómo se mueve un político corrupto, pero
creo que me centraría sobre todo en cómo ese tipo llega a convertirse en un
corrupto. ‘Los amantes de Hiroshima’ refleja bien la situación que se vivía en
2011 y la sociedad de entonces. Los personajes, que tenían previsto un futuro
concreto para sus vidas, han visto que no les ha funcionado la cosa como
preveían siete años atrás, han crecido, sin llegar a ser mayores y, además, se
han encontrado con una crisis inesperada que no saben manejar.
¿Podemos deducir de tus
palabras que tu novela es un retrato de época?
Creo que sí es un retrato de época pero muy puntual,
concretamente de la época pre-mariana y post Zapatero. Eso se aprecia sobre
todo en la segunda entrega. En esta tercera novela tropezamos con los
indignados, que reflejan un instante determinado de la actualidad. Pero no hay
que olvidar que los que pesan aquí son los personajes, más que el interés por
describir un momento histórico concreto.
¿Por qué ubicar la
acción en Barcelona?
Para mí es mucho más fácil ambientarla allí porque conozco la
ciudad, su “tarannà” (talante), sus
clases sociales y sé, por ejemplo, que los ricos de Madrid o los de Galicia no
tienen nada que ver con los de Barcelona. A la hora de escribir, tienen otro
tipo de tics y me resulta más fácil hablar de ellos que, por ejemplo, impostar
la figura de un señorito sevillano. Los pobres, en cambio, nos parecemos más en
todas partes.
En la página 62 dices
que “Barcelona es como la madrastra de
Blancanieves”, ¿realmente es así?
Digas lo que digas, a Barcelona se le ve un poco así desde
fuera. Cuando acabé ‘El verano de los juguetes muertos’, todo el mundo me decía
que la ciudad salía muy bonita en mi novela y a mí no me lo parecía. Creo que
eso obedece a una imagen preconcebida y para cambiar ese estereotipo quizá
debería escribir sobre asuntos menos agradables. Con relación a la frase de la
pregunta, Lola, que es quien la pronuncia, está harta de que digan que
Barcelona es bella y por eso recurre a la comparación con la madrastra de
Blancanieves. En Barcelona está ocurriendo que, como actualmente está entregada
al turismo de masas, ha perdido un poco su personalidad y al final llegas a
pensar que los centros de todas las grandes ciudades se parecen mucho.
En el territorio de la
ficción, sin duda Barcelona tiene un alto índice de criminalidad. Y también
cuenta con un buen número de investigadores: Petra Delicado, Pepe Carvalho,
Ricardo Méndez…. Ahora llegas tú e introduces a un argentino, Héctor Salgado,
como “mosso d’esquadra”, ¿de dónde
partió esa idea?
Esa es la gran pregunta para la que nunca tengo respuesta.
Siempre pensé que jamás me la formularían. La idea se me ocurrió cuando empecé
a escribir la trilogía, en plena época “postlarsson”. No quería un periodista
como investigador, porque me sonaba falso el hecho de que los periodistas
descubran crímenes. En Barcelona quienes investigan estos asuntos son los “mossos d’esquadra” por lo tanto debía
pertenecer a este cuerpo policial.
Primero pensé en llamarle Jordi Puig, pero pronto vi que no me llevaría
bien con él. Había que darle un aire distinto al protagonista y se me ocurrió que no hubiera nacido en Barcelona y, mejor
aún, si era extranjero. Así que me decidí por un argentino porque conocía Buenos Aires, donde viví un tiempo, y
porque en Barcelona hay muchos argentinos. Así nació Héctor Salgado.
¿Realmente hay algún “mosso” de nacionalidad argentina?
Una vez que coincidí con el escritor Víctor del Árbol, que
había sido “mosso d’esquadra”, me
dijo que en veinte años de servicio en el cuerpo no había conocido a ninguno.
Yo le respondí que ahora ya había uno [risas].
¿Te resulta fácil
documentarte para escribir estas novelas?
La verdad es que cuesta un poco, sobre todo la primera. Pero
no estoy de acuerdo con eso que dicen de que si no eres un experto en la
policía no puedes escribir una novela policiaca. Para escribir sólo necesitas
saber escribir. En ‘El verano de los juguetes rotos’ carecía de información y
me daba un cierto reparo en acudir a una comisaría y preguntarles cómo se lo
montaban. Pero cuando estás trabajando un tema puntual como este, comienzas a
moverte y poco a poco te vas haciendo un pequeño círculo de amigos que te
ayudan. En la primera novela no ocurrió, pero ya en la segunda alguien leyó el
manuscrito y me hizo correcciones. Aún así me he tomado la licencia de que
Héctor Salgado, que es inspector, investigue, cuando es conocido que los
inspectores de los “mossos” no
investigan, imparten órdenes.
La última por hoy: con
el auge que vienen alcanzando últimamente las novelas y su calidad, ¿la etiqueta
de “negra” no se ha quedado corta?
Sí, yo cada vez estoy más por esa labor, ya vale,
especialmente porque la etiqueta sólo sirve para el lector poco informado y
para las librerías que clasifican de ese modo sus libros. Aunque tampoco
podemos olvidar que, por intereses comerciales, las editoriales también tildan
de negras a novelas que de negras tienen poco. Cada vez se complica más esto de
las clasificaciones. Ahora hay multitud de variantes: hardboiled, thriller,
novela-problema, novela de procedimiento… Y en el fondo la gente, cuando le
preguntas, te hablan de novelas policiacas, con policía o sin él, en la que se
produce un crimen y hay alguien investigándolo. La verdad es que yo entiendo el
género en un sentido más amplio y no creo que podamos dividir el género en
novela negra, la que investiga aspectos sociales, y policíaca, la que sólo
encadena hechos. Por eso mis novelas mezclan el thriller con la vida real
SOBRE TONI HILL
Toni Hill (Barcelona, 1966) es licenciado en psicología. Lleva más de diez años dedicado a la traducción literaria y a la colaboración editorial en distintos ámbitos. Entre los autores traducidos por él podemos citar a David Sedaris, Jonathan Safran Foer, Glenway Wescott, Rosie Alison, Peter May, Rabbih Alameddine y A.L. Kennedy. Los derechos de traducción de ‘El verano de los juguetes muertos’ y ‘Los buenos suicidas’ han sido adquiridos ya por más de veinte países y sus cifras de ventas superan, de largo, los cien mil ejemplares vendidos.
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