Scott McCloud (Massachusetts,
EE.UU. 1960) es un estudioso del lenguaje de las viñetas, conocido
especialmente por su faceta de teórico del cómic, dentro de la cual es
frecuente verle impartir conferencias sobre el poder de los cómics y la
comunicación visual. Entre sus obras cabe destacar ‘Entender el cómic’,
‘Reinventar el cómic’ y ‘Zot!’, revista creada en 1984 que prolongó su vida
hasta 1990, totalizando treinta y seis números publicados. Tampoco podemos
olvidar que McCloud fue uno de los precursores del llamado webcómic.
Dentro del apartado de obras
de ficción, McCloud ha abandonado momentáneamente el territorio digital para
acercarse de nuevo al papel y publicar ‘El escultor’, la historia de un artista
que realmente da vida a sus creaciones a través de las manos. Pero no todo es
tan sencillo como el enunciado anterior parece indicar. Para conseguir que se
cumpla ese deseo de esculpir que arrastra desde la infancia, David Smith, el
protagonista, pacta con la Muerte, representada por su tío-abuelo Harry. El
precio a pagar para ver cumplido este anhelo no es otro que su propia vida. Es
decir, por triunfar, por ver transformadas en realidad sus obsesiones
artísticas, David está dispuesto a morir. Como todo contrato este también tiene
un plazo de caducidad: doscientos días, ese es el tiempo que la Muerte le
concede para alcanzar sus metas de gloria. Los días van pasando como refleja
perfectamente la contraportada del álbum, donde vemos a David caminar sobre las
casillas de un calendario que conduce a un precipicio, con aspecto pensativo y
las manos en los bolsillos de su cazadora. La ansiedad, los nervios y el amor
están presentes en esos últimos doscientos días de existencia y todo se
complica. El conflicto es inevitable. Nada se desarrolla como él había
previsto.
David Smith tiene veintiséis
años y es un tipo especial, nada corriente, un artista plástico que lleva mucho
tiempo, más de un año, sin vender una sola escultura. Los asuntos del mundo del
arte no son como esperaba. El mercado está difícil y los críticos y galeristas
de prestigio le ignoran, tan solo su amigo Ollie, cuya actitud hacia él no está
del todo clara, parece apoyarle. McCloud lo define como imaginativo, un poco
torpe con las mujeres, angustioso por momentos, fiel cumplidor de las promesas
que rigen su vida y conforman sus principios. Él mismo se considera bastante
poco sociable: “La gente no se me da bien”,
afirma en la página 15. No acepta la caridad de los demás, ni su limosna,
tampoco roba y trata siempre de zanjar sus deudas. Lo deja claro en un par de
viñetas de la página 168: “Necesito
pagarlo TODO de algún modo. No puedo aceptar caridad. ¡NO PUEDO!” Smith,
rodeado de transeúntes, sufre un desmayo en plena calle. Meg, una mensajera que
reparte los encargos subida a su bicicleta, lo recogerá del suelo y lo llevará al
piso que comparte con su compañera Sam. A partir de ahí, la historia adquiere un nuevo
giro y David se debatirá en un mar de dudas y ansiedades, en el que el amor y
la aspiración al éxito son sus principales elementos dinamizadores, pero no los
únicos. Todo esto solo es la peripecia. Pero hay más cosas en el álbum, ya que ‘El
escultor’ es también un interesante paseo por el mundo del arte moderno, ese
laberinto sinuoso de marchantes y agentes, de artistas de éxito y fracasados, de
galerías que abren y chapan, que arriesgan y palman.
Uno de los grandes aciertos
de la obra es, sin duda, la elección de colores azules y grises para iluminar
los dibujos, porque permite al dibujante disponer de una gran cantidad de
matices cromáticos para reflejar los estados de ánimo que atraviesan los
personajes a lo largo del cómic, en especial el escultor Smith, cuyo rostro
constituye una auténtica sinfonía de contrastes. Scott McCloud ha utilizado cuantos recursos le ofrece la técnica
narrativa del cómic para contar esta historia. Partimos de la base de que el
número de viñetas de cada una de las páginas y su composición es completamente
distinto, aleatorio, observando la única norma de satisfacer los intereses estéticos
del dibujante y facilitar la comprensión del lector. Hay viñetas de una sola
página, incluso de dos, de gran espectacularidad, que en determinados momentos
recuerdan al Will Eisner de The Spirit, aunque sin alcanzar su magia minuciosa.
Hay también otras que pueden contabilizar hasta nueve, doce o incluso más
viñetas, mudas mayoritariamente, que aceleran la acción y el ritmo de lectura.
El uso del zoom es igualmente frecuente, sobre todo en rostros y manos, para
resaltar y remarcar detalles indispensables en el desarrollo narrativo. Por
último, asistimos a otro recurso, muy efectivo por cierto, consistente en
aclarar los trazos de algunas viñetas, de modo especial las que retratan
multitudes urbanas, entintando con nitidez y rotundidad aquel o aquellos
personajes en los que McCloud quiere que recaiga la mirada lectora. Si quisiéramos definir 'El escultor', tal vez podríamos decir que es un álbum en el que la forma predomina sobre el fondo, parafraseando la Literatura.
Concluyo este comentario diciendo
que, a pesar de su elevado número de páginas, cuatrocientas ochenta y ocho a
las que hay que añadir cinco más con las aclaraciones finales, ‘El escultor’, álbum
dividido en cinco partes (‘El otro David Smith’, ‘Todo o Nada’, ‘La Promesa’, ‘Fecha
Límite`’ y ‘El Arte de Morir’), se devora en poco tiempo. La fluidez narrativa
es absoluta, los ojos vuelan sobre viñetas y bocadillos, dentro de una historia
cuyo escenario ideal es, sin duda, donde se desarrolla: Nueva York. Cinco años de
largas jornadas le ha costado a Scott McCloud sacar adelante este trabajo. No
es para menos.
‘El escultor’. Planeta Cómics, 2015. Tapa dura, bitono, 496 páginas.
Precio: 35 euros.