Montero Glez es un tipo
delgado hasta la extenuación, de mirada próxima pero profunda, huesudo,
calmado, reflexivo. Lo descubrí por la televisión. Corría 1999, creo, Fernando
Sánchez Dragó le entrevistaba para ‘Negro sobre blanco’. Le dedicó medio
programa, pregunta a pregunta. Respuesta a respuesta, Montero armaba
cigarrillos de consumo inminente. Hebra a hebra. No pasó inadvertido. En
absoluto. Escuchándole sabías, sin haber leído nunca una sola línea suya, que
sus novelas eran distintas a las de los demás. Tenían que serlo.
CHAROLITO
Y LA SED DE CHAMPÁN
“El Charolito sólo se fiaba de su polla. Era lo único en el mundo que
jamás le daría por el culo”, así arrancaba la primera obra de Montero que
cayó en mis manos: ‘Sed de champán’, cuyo título procedía de un verso de Pedro
Luis de Gálvez. El Charolito, qué fantástico personaje, igual que el Roque, la
Sole, la Milagros o el Luisardo sin ir más lejos, que pueblan las playas, las
calles o los tugurios dispuestos por el magín del escritor madrileño. Lo que no
admitía dudas era que aquella frase, su primera frase, despertaba a un lector
que, quizá relajado, se acercaba a su propuesta literaria. Era un aviso. Las páginas
que seguían a la primera no eran una cosa cualquiera, no. Después de ese
comienzo, agazapadas, se avecinaban metáforas únicas, escenas salvajes y obscenas,
y una jerga barriobajera de primer nivel, que se abría paso a navajazos. Y eso,
costumbre que le honra, lo hace y lo ha hecho en cada una de sus sucesivas
entregas. Pérez Reverte, en su artículo dominical del 20 de noviembre de 2005,
llegó a afirmar de él que “Le envidio la
prosa a ese hijo de puta. Lo juro”. Por supuesto un escritor así no puede
dejarte indiferente. Qué va. O lo tomas o lo dejas. A los editores, supuestos
lectores avezados, les pasa lo mismo, no les deja fríos ni indiferentes y,
afortunadamente, le editan. De vez en cuando, le premian, como ha ocurrido
ahora con su novela ‘Talco y bronce’, con la que Montero Glez ganó el pasado
mes de diciembre el VIII Premio Logroño de Novela 2014, editado por Algaida.
TALCO
Y BRONCE
‘Talco y bronce’ nos remite
a los años ochenta del siglo XX. En una España convulsa, los ciudadanos asisten
a una oleada de asaltos a joyerías, y la banda del Chuqueli, otro personaje más
para la galería monteriana, es uno de esos grupos de atracadores que siempre
esperan su gran golpe. Pero cuando por fin este se produce, el botín es tan
sustancioso que la vida de sus protagonistas ya no vale nada, y son muchos los
que reclaman su parte del pillaje. Con espíritu de género negro, variedad
lumpen proletaria como el propio escritor afirma, la novela rinde homenaje al
cine quinqui de la época, escrito a golpe de thriller y genio de rumba gitana.
Lo primero que se pregunta
la contraportada del libro a la hora de presentarlo es ¿qué ocurre cuando la
policía inspira menos confianza que los propios delincuentes? “No es ficción que la poli cause más miedo
que los delincuentes - dice Montero-, es totalmente cierto. Me pregunto qué vino antes si el huevo o la
gallina, la policía o el delito. Creo que van juntos. Me hace gracia cuando
afirman que la función de la policía es perseguir el delito, porque el mayor
delito que existe es la injusticia social y esa injustica no se persigue y
cuando se hace, como vemos últimamente, se pone de parte del delincuente”. Sin
embargo, la población, el ciudadano, tiene un mejor concepto de la policía que
antes. “Sí, pero eso es según las
estadísticas y las estadísticas son aritmética y la aritmética carece de moral
y yo no me lo creo, no tengo esa percepción. Ahora no se sabe, pero dentro de
unos años aparecerán las aberraciones que la policía comete hoy en día. Todos
hemos podido ver cómo se les ha pegado a los chavales en Madrid y Barcelona
cuando han salido en demanda de pan y justicia”.
Montero Glez escribe, según
cuenta, porque no tiene otro remedio. “Ante
todo soy un lector, que es lo que más me gusta ser. Escribo para ser leído y porque
no sé dedicarme a otra cosa, el oficio de escritor está pensado para desocupados
e inútiles como yo”. ‘Talco y bronce’ surge de un concierto de Antonio
Vega. En algún lugar, o en varios, Montero ha explicado que no acabó el
concierto, se salió antes de que terminase, porque tenía que convertir en tinta
todo lo que sentía en aquel momento. Pero eso sucedió hace muchos años y, de
repente, aquellas notas olvidadas han cobrado vida de nuevo y han reclamado su
atención. Parece difícil recuperar un argumento que se concibió tanto tiempo
atrás. “Es algo mágico. Las historias que
uno cuenta es porque las merece y cuando esto ocurre no puedes evitarlo, porque
te contaminan. Estos personajes estaban en el trastero y el chispazo para
escribir se produjo cuando los jóvenes salieron a la calle el 15 de mayo de
2011 en búsqueda de respuestas al miedo establecido tras la muerte de Franco.
Ellos buscaban un relato real, no la ficción producida por la Transición. Fue
entonces cuando decidí ponerme en movimiento, aunque la verdad es que se
movieron solos”.
SANTIAGO
CORELLA, “EL NANI”
Como telón de fondo, ‘Talco
y bronce’ habla de la historia del delincuente Santiago Corella, apodado el
Nani, desaparecido durante los primeros años de la democracia, pero su eje
central es la historia de amor que se establece entre el Chuqueli y su chica,
la Malata, todo ello desarrollado en el Madrid de los ochenta, un territorio
que el escritor conoció bien en su día. “La novela se basa en hechos reales. Para
ficcionar inventé personajes que incluí junto con los seres reales que encontré
en el sumario del caso. Mientras lo escribía, me di cuenta de que la Historia
de la Humanidad es la historia de la lucha de clases. La banda de delincuentes
fue articulada por la Brigada Antiatracos de Madrid, que provenía de la extinta
Brigada Social. Cuando Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista y le pegó el
tiro de gracia, los agentes de la Social se reciclaron e integraron en
Antiatracos. Organizaron todo el tinglado y liquidaron a los atracadores para
quedarse con el botín obtenido”. Para Montero estos maleantes provenían de
una extracción social muy baja. “Mi
novela habla del lumpen proletariado, un tipo de delincuentes que planifica
poco y actúa con inmediatez. Observé que los atracos estaban muy bien
estructurados y organizados por personas distintas, por una brigada que les
garantizaba cobertura y salida para el botín, especialmente las joyas. Eso me
llevó a estudiar el libro ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte’ donde Marx habla
del lumpen proletariado, una clase segmentada que tiene la misma esencia que la
otra, la de los que preparaban los golpes, sólo que unos eran lumpen
proletariado, los atracadores, y otros lumpen burguesía, los inspectores de
policía”. Según Montero Glez esta situación era la consecuencia lógica del
pasado heredado. “Franco murió en la cama
y no hubo ruptura, sino una continuidad, que se plasmó en la Transición y que
finalizó el 15 de mayo de 2011 con los chavales en la calle. Cuando pregunto
cómo en España puede haber democracia y monarquía, me responden que vivimos en
una monarquía demócrata y no lo entiendo. Son trampas que nos tienden a través
del lenguaje”.
Precisamente el trabajo del vocabulario
es uno de los placeres del escritor madrileño. “Amo el lenguaje, soy un cazador de palabras y me gustan todos los
dialectos y lenguas que hay en la península, hay mucha riqueza en ellos. Por
ejemplo, “tallat” es una palabra
catalana que suena genial. Disfruto con la musicalidad de los vocablos y articulo
los personajes a través de los diálogos, en los que no puedo utilizar un
lenguaje académico, ya que ellos no lo conocen y se manejan a través de su
propio código interno”. Como decía al principio, ese lenguaje en forma de
oraciones rotundas y potentes constituye la marca de la casa en el arranque de
sus novelas. “Lo cierto es que mi entrada
en el mundo literario, que se produjo con ‘Sed de Champán’, no fue con toque de
nudillos, sino con una patada en la puerta. Algunos opinan que es una grosería,
pero yo no estoy de acuerdo. El compositor Richard Strauss comenzó su partitura
‘Así hablo Zaratustra’ con un golpe fuerte, un golpe de efecto. Son arranques
contundentes, como un puñetazo, que te sorprenden. Beethoven también lo hizo en
alguna sinfonía suya, pero Strauss entró a sangre”. Esa contundencia era
irrenunciable para su estilo. Por eso Montero tardó bastante en ver editada su
primera novela. “Estuve cinco años
esperando para publicar ‘Sed de Champán’, porque no quería cambiar el inicio. Resulta
curioso que esta frase sea la que recuerda todo el mundo de mis libros. En
otras editoriales me ofrecieron alternativas, pero no las acepté. El de ‘Talco
y bronce’ es un comienzo con diálogo, con voz. Me gusta que la primera frase ya
defina la novela, quiero que todo su contenido ya se encuentre en ella, como
ocurre en ‘Cien años de soledad’. Y si al lector no le gusta, que no siga
leyendo”.
LAS
METÁFORAS DE MONTERO GLEZ
Las sorprendentes metáforas
que caracterizan la literatura de Montero Glez son otra de sus señas de
identidad. Tampoco podían faltar en ‘Talco y bronce’. “De todas las figuras literarias, la metáfora es la reina por
excelencia. Todo empezó con Heráclito que, con la imagen del agua de un río y
cuando no existían relojes, fue capaz de expresar el paso del tiempo. Le
metáfora es lo más cercano, lo que hace que un lector se quede pegado al libro,
a la lectura. Ahí es cuando el escritor atornilla al lector”. Precisamente,
llama la atención cómo sonarán las metáforas de sus obras traducidas al ruso y
al holandés. Una labor que, a priori, parece, cuanto menos, complicada, y no sé
si imposible. “No tengo ni idea de cómo
suenan, ni de cómo lo hacen. En ocasiones los traductores me preguntan y se las
explico. Incluso las hemos traducido al francés con un lenguaje aproximado. Es
complicado, pero todo se puede conseguir con trabajo, aunque sé que lo pasan
mal. El castellano es un idioma muy rico, no como el inglés que parece una
lengua de indios. Hay que ser Shakespeare o Conrad, que era polaco, para elevar
el inglés al mismo nivel que el castellano. El francés es el idioma del amor,
el inglés el de los negocios y el castellano el de Caín”.
FRANCISCO
GONZÁLEZ LEDESMA
‘Talco y bronce’, como hemos
dicho antes, es un thriller, una
novela negra con vocación de género histórico del pasado más inmediato. “Hay un relato ficticio, el de los padres de
la Transición, que se comportaron como malos novelistas. Es como ‘Cuéntame’, algo
poco creíble. Soy un fabulador y me interesaba contar esos rincones oscuros a
partir de la mentira, iluminándolos con una cerilla. Quería explicar que no fue
modélica. Por eso hablo de la desaparición de una persona no por motivos
políticos, sino porque se pasaron de rosca en un interrogatorio, aplicándole la
legislación antiterrorista a un delincuente común”. Dentro de esta estructura
policiaca hay como una pirueta final, una maniobra que recuerda al González
Ledesma de ‘Cinco mujeres y media’. “El
final no es un homenaje hacia González Ledesma, pero cómo me hubiera gustado
que viviera aún para enviarle mi novela. Ha sido como un padre para mí, me
quería mucho. Cuando gané el Premio Azorín, tras recoger la estatuilla me dio
un abrazo entrañable. Encontrarme con Silver Kane en esas circunstancias fue especial.
Su trabajo tuvo un mérito enorme, escribir una novela a la semana, incluso a la
luz de la luna y con una máquina de escribir de las viejas era tremendo. Me
entristece mucho que ya no esté con nosotros”.
Si algo puede rematar esta
entrevista de sobremesa, en el córner de la cafetería del Hotel Astoria de
Valencia, son las palabras que encontramos en la página 282 de ‘Talco y bronce’: “Nadie muere virgen, nena, la vida nos jode a todos”. Se la dice
Chuqueli a la Malata, su pareja. “Es una frase muy dura, son las palabras de
un hombre que tiene más vida que su chica al principio pero no al final, cuando
ella ya sabe que el tiempo pasa deprisa. Homero lo contó en su día, al decir
que Ulises fue sabio cuando peinaba canas en su barba, cuando ya lo había visto
todo y a lo único que aspiraba era a regresar a su hogar, donde le aguardaba
una mujer con los brazos abiertos”.
SOBRE MONTERO GLEZ
Montero Glez (Madrid, 1965) es autor de las novelas ‘Sed de champán’, ‘Cuando la noche obliga’, ‘Manteca colorá’, ‘Pólvora negra’, galardonada con el Premio Azorín, y ‘Pistola y cuchillo’, así como de los libros de relatos ‘Zapatitos de cemento’, ‘Besos de fogueo’ y ‘Polvo en los labios’. En el año 2010 ganó el premio Llanes de viajes por su ensayo ‘Huella jonda del héroe’. También colabora en algunos medios bajo diferentes seudónimos y ha reunido sus artículos de opinión en varios volúmenes como ‘Diario de un hincha, el fútbol es así’, ‘El verano: lo crudo y lo podrido’, ‘A ras de yerba’ o ‘El gol más lindo del mundo y otras piezas futboleras’. Su obra ha sido traducida al francés, holandés, italiano y ruso.
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