Cuando me acerco a una novela escrita por Carlos Zanón (Barcelona, 1966), y esta es la tercera vez que lo hago, tengo la certeza de que al abrir la tapa y comenzar su lectura, un puñado de voces sin rostro van a llegar a mis oídos, al tiempo que un manojo de personajes bailarán una danza infausta a lo largo de sus páginas. Desde un punto de vista cronológico, ‘Tarde, mal y nunca’, la obra de la que les voy a hablar a continuación, es anterior a ‘No llames a casa’ y a ‘Yo fui Johnny Thunders’, títulos que, víctima de un despiste absoluto, leí primero, pero en ella está presente todo el estilo Negro Zanón, dicho esto sin connotación taurina alguna.
Enfrascarse en la lectura de las novelas de este escritor barcelonés es destapar la realidad marginal, un mundo duro, agrio, desesperado, que huele a sobaco, sangre, alcohol y drogas. Los personajes que las habitan deambulan por nuestras calles, muchas veces intuimos su existencia, pero no terminamos de aceptarla porque nos duele y resulta difícil explicar cómo puede moverse la gente por semejantes vericuetos. Y es que estos tipos y tipas transpiran un concepto, perdonen la expresión, jodido de la existencia y transitan por sendas que son de pura supervivencia. En sus vidas, el triunfo, los grandes, los buenos momentos, constituyen algo excepcional; el resto de su tiempo, que es casi todo, les ahoga en una atmósfera difícil. La vida les oprime, les aprieta sin piedad ni remisión. Las segundas oportunidades rara vez frecuentan sus caminos.
Cuando leí ‘No llames a casa’ me llamó la atención el discreto, por no decir inexistente, papel que el escritor barcelonés guardaba para los maderos, para los polis, en sus libros. Si en una novela negra al uso, el trabajo del policía o detective de turno es un elemento indispensable en el desarrollo de la trama, característica ineludible del género, aquí se incluye porque quizá no haya otro remedio. Su presencia se limita a unos cuantos cameos, que no impulsan la acción, ni precipitan los acontecimientos, aunque en ‘Tarde, mal y nunca’ dos mossos d’esquadra, Rubén y Pep, intervienen en la resolución del caso no sé si es muy apropiado el término , en los últimos capítulos de la novela. Para Zanón la policía es una herramienta, un recurso literario que le sirve para apretar, encorsetar y oprimir la vida de sus personajes, especialmente del culpable o culpables, por llamarlos así. Las fuerzas de orden público son una suerte de recordatorio de que existe la ley, un peso para las conciencias criminales, que les impulsa a comportarse y actuar de una manera u otra, a esquivar el peligro, si es que todavía albergan un estado mental suficientemente lúcido para determinar por donde les llega este, y para descubrir dónde se encuentra la salida que les permitirá respirar un poco de aire fresco al menos por un tiempo.
Pero Zanón no azuza a sus personajes únicamente con la policía. No. Hay muchas otras maneras de hacerlo, de empujarlos, acosarlos y arrinconarlos hasta que finalmente explotan. Él las conoce muy bien y sabe cómo utilizarlas. En verdad no parece un buen negocio aspirar a constituirse en un personaje creado por su mano. Los desafortunados agraciados lo pasan mal en su rol, muy mal. Un personaje de Carlos Zanón jamás puede esperar una vida plácida y tranquila. Eso queda reservado para escritores edulcorados. A lo sumo, puede aspirar a salir malherido del brete en que le coloque, a superar el grado de la intensidad con la que lo zarandee. Y poco más. Además, parece conocer el punto exacto de apriete al que puede llegar, el nivel máximo de resistencia del afectado. Lo mejor de todo, o lo peor, según se mire, es que la asfixia del sujeto presionado afecta a los demás colegas, que le sirven de desahogo y cuyo futuro queda a merced de los apuros del protagonista.
Sin duda hay que hablar del argumento de ‘Tarde, mal y nunca’, la historia de un fulano, Epi, hermano de Álex, que asesina a su amigo Tanveer porque le ha birlado la novia, Tiffany Brisette. Ahora, recién perpetrado el asesinato, Epi solo espera que las cosas vuelvan a su cauce, que todo regrese a la normalidad y él recupere a Tiffany, gracias a que la chica se dé cuenta de que él ha despachado a Tanveer por el inmenso amor que siente hacia ella. Todo eso se circunscribe en un barrio marginal de una ciudad que nadie nombra, pero que todos conocen: Barcelona, una capital que, de tanto desfilar por el universo literario, uno ya no sabe si le hablan de una urbe real, literaria o, simplemente, de un vago territorio urbano verosímil.
Acabo. El diario El País ha sacado a la venta este verano, como viene haciendo desde hace algunos años, una mini-colección de «novela negra en habla hispana», en la que precisamente se encuentra ‘Tarde, mal y nunca’. Aprovechando este reclamo, no estaría de más leer algún otro título de Carlos Zanón, una voz distinta en la novela negra, si acceden a sus textos se darán cuenta de ello. No importa que no sea su último libro publicado, lo que interesa es que lleve su sello, el estilo Negro Zanón. Recuerdo que el primero que me habló de él fue Lorenzo Silva, alguien que no necesita presentación y mucho menos en lo que al universo del género negro o policiaco se refiere. Por algo sería. Por algo es.
Herme Cerezo
‘Tarde, mal y nunca’ de Carlos Zanón. Editorial RBA. Tapa blanca, 224 páginas. Precio: 9,95 euros.
CALIFICACIÓN: 3