Marcos Ordóñez es
conversador de largo recorrido, es como esos atletas que ensanchan su capacidad
aeróbica devorando kilómetros sin fin. Su conversación es rica en conceptos, en
matices y en recuerdos. Sus palabras han vivido mucho. Veinte minutos
apresurados no dan para demasiado, pero son las reglas de la promoción. Mejor
esto que nada. Subido a un tren perezoso, que demoró su trayecto más de la
cuenta, Marcos llegó a Valencia para presentar su nuevo libro, ‘Juegos
reunidos’, editado por Libros del Asteroide, un texto que podría adscribirse al
género novelístico, pero que también podría clasificarse como un recull de contes (en catalán, colección
de cuentos) o un puzle con tintes autobiográficos por el que caminan los bares,
los gatos, el cine, la noche, la transición, los barrios imaginados, el
periodismo y, cómo no, el teatro. Según la editorial, como reza la
contraportada del volumen, «en ‘Juegos reunidos’, Marcos Ordóñez recuerda,
intuye y fabula, componiendo a base de retazos una suerte de autorretrato
sentimental que es también el retrato de su generación y de su ciudad,
Barcelona de los setenta».
Marcos,
felicidades por publicar y, además, por las ventas porque parece que ‘Juegos
reunidos’ se vende bien, ¿no?
Gracias. Lo de las ventas se
verá, porque el libro lleva poco tiempo en las librerías, pero de momento
parece que va gustando.
Los
lectores, y también los libreros, tendemos a clasificar lo que leemos y lo que
se vende. ‘Juegos reunidos’ no es una excepción, ¿dónde incluimos este libro?
Exactamente no lo sé, desde
luego hay que colocarlo en narrativa. Son unas memorias contadas bajo diversas
formas. Hace tres años escribí otras memorias que fueron una saga familiar, un
recuerdo de la infancia y de la primera adolescencia. Transcurrían en la
Barcelona de los años sesenta se trataba
de un intento de construir relatos en círculos concéntricos. Ahora he
pretendido hacer algo nuevo, un libro que no pertenezca a ningún género
definido. Tenía en mi cabeza la obra de Truman Capote ‘Música para camaleones’,
una paleta de géneros que, si los sumabas, dibujaban un rostro del escritor
norteamericano mucho mejor que el de otros libros en los que habla de su
infancia. Y también tuve presente al Cortázar de ‘La vuelta al día en ochenta
mundos’ y de sus cuentos, que fueron un amor literario de mi juventud.
El
Juego de la Oca, American Graffiti, los Beach Boys, El Boadas, el libro está
lleno de referencias, pero ¿son referencias generacionales?
Sí, pero el término
referencia me da un poco de respingo, porque me suena a acumulación de datos y
yo siempre he intentado que este concepto vaya más allá, porque si no es así,
al lector no le interesa. Para mí las referencias son concentrados de materia afectiva,
ecos que resuenan en tu interior y que, como autor, tienes la obligación de
intentar que se conviertan en material literario. El buen arte es aquel que te
enseña a vivir mejor y, si utilizo esas referencias, es porque a mí me han
ayudado a serlo. Representan mi gratitud hacia los mayores, hacia todos
aquellos que me han enseñado cosas.
En
tu opinión, ¿la participación del lector es más importante en ‘Juegos reunidos’
que en otras obras?
No, eso pasa con todos los
libros. A la hora de escribir no puedes preverlo todo, claro, pero has de
intentar no hacerte pesado, no ponerte estupendo, que el texto tenga viveza y
resulte ameno, al menos eso es lo que yo pretendo. También ha de tener un
cierto misterio, porque todo no puede estar claro. La literatura es un buen
sistema para atrapar aquello que se va o que ya se fue, pero has de tener
cuidado, como decía Marsé, de no fer el
préssec (en catalán, «no hacer el melocotón») y no usar sobredosis de
melancolía. Por mi trabajo, me dedico a la crítica teatral y encuentro
significativo que quizá el teatro sea la cosa más fungible que existe, ya que
un libro tiene el soporte del papel. Con mis críticas, intento traducir las
emociones del escenario a la escritura y contarle al público lo que he visto
sin destripar la obra. Todo esto tiene mucho que ver con el material literario
con el que trabajo.
¿Te
han llegado ya opiniones de los lectores respecto a ‘Juegos reunidos’?
Es evidente que siempre
habrá una gente a la que el libro le guste más y otra a la que le guste menos.
De hecho me he tropezado con opiniones muy diversas entre los lectores. Doy
clases a chavales que tienen veinte años eternamente, porque cada año es una
promoción nueva, y les hablo de una Barcelona que ya no existe, que tiene cosas
pertenecientes al pasado y que ellos no han conocido, pero que creo que
mantienen un fulgor, como mínimo, narrativo y me he encontrado con respuestas
muy cálidas. Un alumno me dijo que era un libro muy feliz y esas palabras me
gustaron mucho. Pienso que mi mirada hacia entonces no es nostálgica, pero
recuerdo con agrado todo lo bueno que tenía aquello.
Entonces,
¿pretendías que primasen más los sentimientos y las sensaciones que la nostalgia?
Me gustaría que fuera así.
Pepita, mi mujer, me decía que comenzara el libro por el relato titulado
‘Astor’, porque tiene mucho de poético y no sabes a dónde te va a llevar. Lo
pensé y vi que quedaba bien que el lector tuviera ese recibimiento. Luego viene
el poema ‘La edad de oro’, donde el narrador recuerda sobre todo un panel que
decía «Huevos con patatas 10 pesetas», lo que significaba que las cosas iban
muy baratas y que con poco dinero podías ir tirando. Si se quiere es un lectura
muy marxista, pero trampeando y compartiendo piso con otras personas se podía
vivir.
Precisamente
en el relato ‘Astor’ y por una canción de Gato Pérez creas un barrio barcelonés
inexistente, ¿Todos nos creamos barrios imaginarios en nuestra mente?
Creo que sí, es lo que Marsé
denominaba «barrios mentales». La construcción de una realidad más sugestiva es
una constante, es un tema muy recurrente que aparece varias veces en ‘Juegos
reunidos’. En el cuento ‘Panorama desde el puente’ encontramos otro ejemplo.
Entremos
un poco en el proceso creativo, ¿planificas mucho tu escritura?
No, nunca hago planes para
escribir, aunque sí planifico la composición. Gabriel Ferrater decía que
todavía no había escrito una prosa que no tuviera forma de esponja. Parece una
opinión pretenciosa, pero la verdad que cuando te pones a escribir suceden
diversas alquimias que lo modifican todo. El relato ‘Alcoholes’, por ejemplo,
se fue transformando en un paseo hacia la noche y en la descripción del
ambiente nocturno y sus personajes.
Siempre
que hablamos de la Transición Española, parece que tengamos en nuestra mente la
imagen de la capital del estado. En ‘Juegos reunidos’ conocemos cómo era Barcelona
en ese mismo periodo.
No me siento a escribir
pensando en hacerlo sobre un tema determinado. En el libro hay varias novelas
cortas, entre ellas ‘Nuestra canción’, que trata de la boda de mi primo, pero
que es una historia de amistad. Necesitaba que los dos protagonistas se
hubieran conocido antes y escogí como telón de fondo el verano de 1977 en
Barcelona, que fue muy importante. Quería narrar el bullicio de la ciudad en
aquel momento: por un lado, Franco estaba muerto pero el franquismo todavía coleaba,
y por otro, el nuevo orden, la democracia, no se había formalizado todavía. Fue
un momento histórico en el que se produjeron unas brechas por las que se coló
la libertad. Creo que aquellos instantes fueron muy parecidos en todas las
ciudades grandes, como Barcelona y Valencia, que tienen la luz, el mar y otras
cosas en común.
También
aparece el anarquismo y llama la atención que en Barcelona, donde hay un
ambiente mayoritariamente nacionalista, el anarquismo haya tenido siempre tanta
fuerza.
Es verdad, tanto que a
Barcelona le llamaban La Rosa de Fuego, pero ignoro las causas. Será algo que
hay en el agua [risas]. Históricamente puede ser que todo parta del hecho de
que en la ciudad existía una gran injusticia social, que condujo a matanzas llevadas
a cabo tanto por una patronal industrial potente como por los propios
trabajadores. En las jornadas libertarias de 1976, marcadas por la felicidad,
que dejaron una sensación de libertad y de una gran expansión vital, el asunto
acabó con el sospechoso incendio de la sala de fiestas Scala. Quizá fue el
momento en que la CNT adquirió su mayor vuelo en Cataluña y sorprendió a tirios
y troyanos, algo que no le hizo gracia a nadie, ni de izquierdas ni de
derechas. Hubo mucho descerebrado, pero también mucha gente sana con ganas de
cambio. Después llegó un gran bajón en lo referente a la filiación anarquista.
La
última pregunta por hoy tiene que ver con tu profesión de crítico teatral, que
has citado antes. ¿Qué es un crítico para Marcos Ordóñez?
Es una persona que intenta
trasladar al lector las sensaciones que le produce una obra de arte
determinada. Al menos, eso es lo que yo le pido a un crítico por lo general,
que me haga ver un espectáculo y que me razone por qué le gusta o por qué no.
Mientras conversábamos, de
fondo se escuchaban los aldabonazos de la mascletà de las dos de la tarde.
Hasta nosotros llegaron, primero, explosiones tímidas, las iniciales; después
más contundentes, las del final apoteósico. Por último, el perfume de la pólvora
inundó todos los rincones del centro de Valencia. También los del Lounge Bar
del Hotel Astoria, donde nos encontrábamos.
SOBRE MARCOS ORDÓÑEZ
Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957) es escritor. Colabora habitualmente en el periódico El País, con su columna de los jueves y su crítica teatral de los sábados. Entre su obra novelística, iniciada en 1997, cabe destacar ‘Una vuelta por el Rialto’, ‘Rancho aparte’, ‘Puerto Ángel’, ‘Tarzán en Acapulco’, ‘Comedia con fantasmas’, ‘Detrás del hielo’, ‘Turismo interior’ y ‘Un jardín abandonado por los pájaros’. También es autor de obras relacionadas con el teatro y el cine, como ‘Beberse la vida: Ava Gardner en España’, ‘Telón de fondo’ o ‘Big Time: la gran vida de Perico Vidal’.
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