«Permítame que me presente. Mi nombre es Mei,
porque nací con las lluvias más intensas que mi padre recordaba, las de un mayo
que trajo desgracias a mi pueblo, pero siendo todavía niño lo perdí […] Un día,
huyendo de una reprimenda, me subí a una acacia y me quede allí a pasar la
noche. Dormido, no escuche los gritos de los míos, afanados en mi búsqueda.
Desde entonces fui Chui, que en su idioma significa leopardo; un felino
solitario al que los arboles sirven de cama. Tengo otros nombres. Yusuf, Goa,
Fernando y Ferdinand Okello. Me dedico a negocios de importación y exportación,
para lo que recorro medio mundo todos los años. Vengo a España, sin embargo,
por vez primera. Mi nacionalidad actual, facilitada por un matrimonio de
conveniencia, es la inglesa. Soy divorciado y reconozco por hijo a un chiquillo
despierto que estudia en un colegio de Londres y para el que querría construir
un imperio». Editada por Algaida, ‘Nadie muere en Zanzíbar’, es la nueva novela
del sevillano Fernando García Calderón, que se tropezó con los diarios
africanos de Juan Ángel Santacruz de Colle, ocultos durante años en un arca de filigrana.
Los puso en su camino su tía abuela Luisa con el deseo de que Santacruz de
Colle no muriera nunca, de que su memoria se perpetuase, negro sobre blanco, en
un libro. Sobrino aplicado, Fernando se ha dedicado a ello,corpore et anima, durante unos cuantos años y ha reconstruido la peripecia de este truhán, aventurero y altruista estrafalario, que despertaba admiración por donde pasaba.
Fernando, has cambiado
a Jack el Destripador por la azarosa vida de Juan Ángel Santacruz de Colle, un
salto notable.
Es verdad. ‘Nadie muere en Zanzíbar’ es una
novela, pero está basada en la información, en forma de diarios, que me entregó
mi tía abuela. A partir de ahí desarrollé una investigación que resultó muy
apasionante y descubrí que Santacruz tenía una vida muy novelesca y, aunque al
comienzo me sentí un poco escéptico, he sido capaz de llegar al final.
Aunque sea una
novela, habrás contrastado los datos que contenían los cuadernos de Santacruz.
Sí, pero ha resultado difícil. Logré
contactar con el caballero africano que llevaba sus asuntos y después viajé a
Zanzíbar para conocer el terreno. Estuve en el pueblo donde Santacruz vivió,
pero no quedaban muchos restos, el único recuerdo es su modestísima tumba junto
a un pequeño monumento dedicado a su persona. En una isla vecina visité una
antigua plantación suya y supe de su paso por allí, porque perviven algunas
palabras en español. Y poco más. Este hombre siempre iba disfrazado y trató de
pasar por gibraltareño durante toda su vida, no reveló que era español hasta
casi el final de sus días, lo que no facilita su localización. De todos modos
pude contrastar una buena parte de lo que cuenta en sus diarios y no tengo
ninguna duda de que son auténticos.
Esta no es la
primera obra que escribes basada en sucesos familiares, ¿tu familia es un filón
literario, no?
Es verdad, en ‘La judía más hermosa’ ya
manejé documentación familiar, pero en este caso más que documentación lo
importante ha sido la intervención de mi tía. Si ella no me hubiera pedido
explícitamente que Santacruz no muriera del todo y yo hubiera asumido el
compromiso, la documentación familiar no habría aparecido. Como te digo, aquí
ha predominado más el componente humano que el documental.
Cuando un escritor
descubre un baúl lleno de cuadernos con una historia dentro, ¿qué es lo primero
que le viene a su mente?
Cuando accedí a los diarios, no sabía si
aquello era real o no, pero como había contraído un compromiso lo asumí a tope.
Como escritor que no vive de la literatura, trabajo en proyectos que yo mismo
creo y el hecho de tener que construir algo que no era mío me daba un poco de
prevención, aunque he de añadir que desde el primer instante supe que se
convertiría en una novela. Algo que me ayudó en mi trabajo fue descubrir que
los diarios no estaban completos, me incentivó mucho para buscar los datos que
faltaban.
El comienzo fue un
poco frío, pero poco a poco te fuiste apasionando.
Sí, Santacruz atravesó dos periodos en su
vida. El primero llega hasta los cuarenta años, momento en que, tras la Guerra
Civil, huyó a París y después a Alejandría, Mombasa y Zanzíbar, donde
desembarcó el veintiocho de diciembre de mil novecientos cuarenta. A partir de
ahí sufrió una profunda transformación que, según cuenta, le llegó tras huir de
la erupción del volcán Ngorongoro, cuya lava dicen que se convierte en plata al
caer al suelo, y la aparición de un guerrero masai. Fue su epifanía. Yo anduve
por allí y también tuve una transformación, pero la mía fue más modesta. Hasta
aquel instante siempre había distinguido entre profesión, literatura y vida, y
este proyecto lo une todo. Entonces me di cuenta que lo que llevaba entre manos
era más ambicioso de lo esperado y vi claro que mi objetivo no era solo
escribir una novela, sino también difundir la vida de este hombre.
¿Un escritor o un lector pueden llegar a
sentir fascinación por Santacruz?
Al principio me parecía un tipo bastante
censurable. Su periodo europeo corresponde a un truhán, un embaucador que
vendía libros falsos. Pero en África se transforma y, desde una situación
económicamente acomodada, pasa a ser un defensor de la cultura autóctona, de la
búsqueda, de conseguir la libertad que anhelaban en aquellas colonias inglesas
siempre a través de una vía cultural y pacífica. Santacruz tenía una plantación
de clavo y a la gente que contrataba le exigía tener hijos para los que él
construyó escuelas. Su labor creció tanto que, de modo indirecto, llegó a ser
el germen de la revolución de mil novecientos sesenta y cuatro.
En ese primer
periodo de su vida al que aludías, Santacruz dedicó un tiempo a falsificar
obras de Lope de Vega y fundó la logia de los Calígrafos.
Este asunto es muy curioso, porque él lo
percibió como un reto y al final, cuando vio que los demás no le seguían la
corriente, sufrió una decepción. Creo que en su intención importaba más la
capacidad para engañar a la gente que escribir obras imitando el estilo de Lope
de Vega y haciéndolas pasar como auténticas.
A la hora de
narrar, ¿tu escritura se ha contaminado del estilo particular de los diarios o
has conseguido abstraerte y utilizar el tuyo propio?
Santacruz utiliza una escritura profesional,
pero no en el sentido literario. De hecho, en algunos de los cuadernos hay
apuntes sobre lenguas autóctonas y notas sobre botánica y otros asuntos. Los
originales fueron papeles sueltos que él convirtió en cuadernos después. Y
acabó la obra porque sintió la necesidad de dejar huella de su paso por aquel
territorio. Esta sensación se la transmitió a Ferdinand Okello, que se tomó
como una obligación la difusión del legado de su amigo.
«Santacruz desembarcó el veintiocho de diciembre de mil novecientos cuarenta en Zanzíbar. A partir de ahí sufrió una profunda transformación que, según cuenta, le llegó tras huir de la erupción del volcán Ngorongoro y la aparición de un guerrero masai. Fue su epifanía».
Has escogido una
primera persona cuasi omnisciente.
Aquí lo que se cuentan son hechos cerrados y
lo más difícil no es entender lo que escribe Santacruz, sino lo que no escribe,
porque hay cosas que pasa por alto, como si no le interesaran o resultasen
obvias. Sin olvidar, como ya he dicho, que era un tipo difícil de seguir,
porque usaba seudónimos y era arisco en su trabajo. Por otro lado, a la hora de
documentar el territorio de Zanzíbar te encuentras con que si la información
procede de un árabe no se parece en nada a la que te llega de un continental.
Además, localizar libros sobre este asunto es difícil, hay pocos y
mediatizados. En Estados Unidos encontré un documento desclasificado de la CIA,
que me permitió formarme una mejor idea de la realidad. Mi obsesión durante la
escritura es que todo lo que contase tuviera lógica y resultase verosímil para
que el lector no se perdiera.
¿Crees haberlo conseguido?
Espero que sí. Yo me he limitado a introducir
datos. La parte más compleja de seguir para el lector la constituye la época de
la fundación y creación de los partidos políticos, porque se mezclan las
siglas. Pero gracias a ello pude descubrir el sistema de votación, que era muy
anglosajón, ya que se elegía a los representantes por distritos.
‘Nadie muere en Zanzíbar’ se enmarca en esa
tendencia literaria que consiste en explicar al lector cómo se construye el
libro. Ese desvelar secretos, ¿no rompe la magia de la literatura, del libro,
de la novela?
Llevas razón en eso. Yo corría dos riesgos
aquí: uno, que el libro no pareciese una novela; y dos, que se me identificase
a mí al cien por cien como protagonista en la narración, aunque está claro que
no soy yo. Pero decidí asumir el reto, porque pensaba que era la mejor forma de
introducir la novela. En el primer
borrador, había dos historias paralelas, en tiempo presente y pasado, pero eso
llevaba el volumen a las ochocientas páginas y hacía que su venta fuese más
difícil. Fernando García Calderón vende mejor a dieciocho euros que a
veinticinco. Al principio eso no me entraba en la cabeza, pero cuando me di
cuenta, hube de eliminar una buena parte del tiempo presente.
Tenía claro que la estructura la dividiría en
bloques, que correspondían a momentos estelares de la vida de Santacruz. Al principio
las citas no estaban, pero luego me di cuenta de que era interesante introducir
pistas que ayudaran al lector a introducirse y que, además, le otorgaran una
cierta independencia a cada uno de los bloques.
Como ya has dicho,
en el continente africano Santacruz sufrió un cambio profundo en su
personalidad y se involucró en las ansias de libertad de aquel territorio, ¿en África
es mejor hablar de causas justas que de justicia?
Probablemente sí por la forma en que se vivió
aquel periodo. En verdad, lo difícil para algunas personas era discernir hasta
qué punto tenían derecho a rebelarse contra el imperio británico. Respecto a
este planteamiento, Kenia y Tanganica representan fenómenos dispares. En Kenia
se consiguió todo por la fuerza, mientras que Tanganica soportó las vejaciones
inglesas, con tal de consolidar un país unido, que no se diversificase por
etnias, aceptando cualquier tipo de condiciones para mantenerse dentro del
pacifismo. Para Santacruz, lo más significativo de Tanganica era la figura de
Julius Nyerere, que representaría la justicia, mientras que Kenia simboliza la
causa justa que supera la situación y acaba por imponerse. Zanzíbar es la
mezcla de ambas opciones. Él pretendió llevar allí lo que había conocido en Tanganica,
pero Zanzíbar, siendo un territorio muy pequeño, resultaba mucho más complicado,
porque existen tres etnias básicas: los árabes, los «shirazis» y los
continentales. Estalló la revolución y los continentales expulsaron a los
árabes.
Y la última por hoy:
¿se encuentre donde se encuentre la tía Luisa, estará contenta de tu trabajo?
Espero que sí, que esté contenta. Murió a los
pocos días de hablar conmigo. En el libro lo cuento de modo novelado, pero ella
estaba convencida de que yo llevaría a cabo el encargo. Ahora bien, mi proyecto
no consiste solo en editar el libro, sino en difundir la obra de Juan Ángel
Santacruz Colle. Y cuando me llamen para hacerlo, cumpliré mi cometido con
mucho gusto.
Herme
Cerezo
SOBRE FERNANDO GARCÍA CALDERÓN
Fernando García Calderón (Sevilla, 1959) es autor de decenas de relatos reconocidos en los más prestigiosos certámenes, habiendo publicado hasta la fecha tres volúmenes de cuentos, ‘El mal de tu ausencia’, ‘Sedimentos en un pantano’ y ‘Diario de ausencias y acomodos’. Su primera novela, ‘El vuelo de los halcones en la noche’ fue galardonada con el premio Félix Urabayen. Después vendrían ‘El hombre más perseguido’, Premio Ateneo Ciudad de Valladolid, ‘Lo que sé de ti’, ‘La noticia’, ‘La judía más hermosa’, ‘La resonancia de un disparo’ y ‘Yo también fui Jack el Destripador’.
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