Nacido en la amurallada ciudad de Daroca, lo
que de algún modo ha marcado sin duda su trayectoria, José Luis Corral,
catedrático de Historia Medieval y también escritor de ficción, se ha embarcado
en la aventura de contar la vida de los Austrias a sus fieles seguidores. Sin
embargo, lejos de publicar sesudos libros académicos, una vez más ha optado por
la novela histórica. Así, en el próximo lustro, pretende sacar a la luz la
peripecia de esta dinastía que gobernó el Imperio Español durante más de
doscientos años. ‘Los Austrias. El vuelo del águila’, primer volumen de la
serie, editado por Planeta, comprende los últimos años del reinado de Fernando
el Católico, la extraña muerte de Felipe el Hermoso y la llegada a España de su
hijo, el futuro Carlos I. Como vehículo narrador, Corral ha escogido la figura
del médico converso Pedro Losantos, quien para sobrevivir a la Inquisición,
deberá convertirse en un sicario del rey católico.
José Luis, ¿de
dónde procede la idea de embarcarse en este proyecto tan ambicioso?
Empecé a pensarlo en serio hace tres años y
medio, justo en una entrega del Premio Planeta. Aquella noche, José Manuel Lara
me preguntó en qué andaba metido y cuando le dije que quería publicar algo
sobre Fernando el Católico, me sugirió que escribiera sobre los Austrias, lo
que me puso a pensar. Poco después me enviaron el contrato y ya está aquí el
primer libro.
¿Es esta la esperada
gran novela sobre los Austrias o es un calificativo excesivo?
Yo no soy quién para decirlo, aunque desde luego
sí es mi gran novela sobre los Austrias. Cuando entregué el original a la
editorial quedaron bastante impactados, pero sobre su calidad tendrán que
manifestarse los críticos y los
lectores. Lo que es indiscutible es que detrás de este libro hay un gran
trabajo literario y de investigación, igual que en mis otras obras.
¿‘Los Austrias. El
vuelo del águila’ arroja luz sobre este periodo de la historia de nuestro país?
Creo que sí, pero hay que tener bien presente
que se trata de una novela y que hay que leerla como tal. En España, los
historiadores hemos tenido el grave defecto de que no hemos sabido comunicar
bien nuestros conocimientos. Hay muchos textos escritos sobre los Reyes
Católicos y los Austrias, pero pocos sobre esta época de transición hasta la
llegada de Carlos I. Ello se debe, entre otras cosas, a la enorme convulsión
del periodo, un momento histórico que desmonta la falsa idea de la fundación de
España por los Reyes Católicos.
Dices que hay que
leerla como una novela, pero al mismo tiempo señalas que el libro desmonta
falsas ideas, ¿te resulta fácil delimitar hasta donde llega el historiador y el
escritor de ficción? ¿Se contaminan ambas parcelas?
No, no, yo lo diferencio bien. Ésta es mi
novela número veinte, la mayoría de género histórico. Tengo otros treinta y
tres libros de historia pura publicados y me resulta cómodo pasar de un modo al
otro. Sé comportarme como historiador y como escritor y procuro que el escritor
no contamine al historiador, aunque, como decía Marc Bloch, fundador de la
Escuela de los Annales, cada vez con mayor frecuencia el historiador ha de
utilizar la imaginación para contar las cosas. Hemos de tener presente que
muchos de los documentos que manejamos están manipulados o, al menos, alterados
y no responden exactamente a la realidad.
A través de su
efecto divulgador, ¿la novela histórica puede contribuir a que los pueblos
eviten errores del pasado?
Desgraciadamente para los historiadores
españoles, los novelistas nos han adelantado por todas partes. Hace cuarenta
años a casi ningún historiador español le interesaba divulgar nuestra historia.
Era gente que procedía de las filas del franquismo, ya que los historiadores de
la República vivían en el exilio. Por tanto, las cátedras las ocupaban
profesores afectos al régimen a quienes les habían preparado la plaza a medida
y no enseñaban historia, sino que adoctrinaban. No tenían preparación
suficiente para dar clase en la universidad. Ahora las cosas han cambiado y
este déficit docente ha mejorado, aunque todavía quedan restos de aquello.
Abundando en esta
línea, ¿cada novela histórica revela un aspecto de nuestro pasado que nos
resulta poco conocido?
La buena novela histórica, sí. Dicen que en
España este género lo asentaron dos títulos: ‘En busca del unicornio’ de Juan
Eslava Galán y mi novela ‘El salón dorado’. Ha habido historiadores que han
renegado de la novela histórica, pero al final han terminado por escribir
libros históricos ficcionados. No hay que perder de vista que la novela
histórica enseña e invita a la reflexión. A mí me encanta leer obras basadas en
hechos reales, en las que los autores introducen ficción sin que chirríe. Los
libros de Santiago Posteguillo y José Calvo Poyato son buenas muestras de lo
que digo.
¿La gente joven controla bien la Historia de
España?
Mira, tenemos una deformación tremenda con la
ubicación temporal. La espacial, como sabemos manejar los mapas, la llevamos
mejor, pero la cronología es otra cosa. Hay gente joven a la que le preguntas
por el periodo franquista y no saben colocarlo en el sitio adecuado y la cosa
va a peor si nos remontamos más atrás. Y todo se debe a que nos han enseñado
una historia memorística, repetitiva. De pequeño, yo me sabía la lista completa
de los reyes godos, pero desconocía qué había hecho cada uno. Nos hemos quedado
con las crónicas edulcoradas sobre los grandes personajes históricos y aún
quedan manuales que se presentan como si fueran el catecismo.
Y eso ¿por qué?
Volviendo al ejemplo de antes, molesta que se
sepa que al morir Isabel la Católica, Castilla y Aragón se separaron, porque
entonces el mito de España se viene abajo. La historia de verdad, la
intrahistoria, no interesa divulgarla.
De la lectura del
libro se desprende que la unión de Castilla y Aragón fue puramente dinástica, ¿significa
esto que el pueblo llano, las clases bajas, no tenían claro el concepto de
pertenencia a un mismo estado?
No hay más que leer las actas de las cortes
catalanas, valencianas, aragonesas o castellanas para ver que en cada una de
ellas se refieren a sus propios territorios y que lo que les unía es la persona
del rey. De este modo, nos damos cuenta de que ni los catalanes querían unirse
a los castellanos ni viceversa. Cada uno de estos lugares era independiente,
tenía su propia jurisdicción que, además, podía ser de realengo o de señorío. Las
leyes eran distintas, los viajeros pagaban un impuesto en las fronteras, en las
aduanas, para cambiar de sitio. Por el derecho natural, el rey podía legar a
sus hijos las tierras conquistadas durante su reinado, pero no podía separar su
propia herencia porque constituía su patrimonio familiar. La gente del común
vivía en función de su estatus personal, no nacional, que no existía. Por lo
tanto, de nación, nada.
¿Existe cierto
parecido entre aquella época y la actual?
La verdad es que aquel no era un mundo tan
distinto del nuestro. La lucha por el poder entonces y ahora es muy parecida y
el conflicto que vivimos actualmente también lo es. La Historia de España ha
sufrido la manipulación de la periferia y también del centralismo. Hay un
panespañolismo enfrentado al pannacionalismo de otros territorios, todo lo cual
ha convertido España en un pim-pam-pum, que sirve para justificar las
argumentaciones de los políticos actuales, que han llegado a falsificar el
pasado para justificar sus teorías. Ambos nacionalismos son excluyentes,
monopolizadores, y no van más allá de sus presupuestos ideológicos. Y ante
esto, el historiador no puede cerrarse a un solo enfoque, ha de mirarlo todo y
con los ojos lo más abiertos posible.
Entonces, ¿cuándo se constituye España como
estado?
Creo que España se constituye como estado en
1978, tras la aprobación de la Constitución actual. Si te fijas, en la España de
Franco, a las Cortes acudían los representantes del Sahara occidental y de
Guinea, ataviados con sus ropajes y turbantes característicos, exactamente
igual como antes lo habían hecho en otras cortes los representantes de Cuba y
Filipinas. Son las primeras Cortes en las que no hay colonias representadas en
su seno.
Volvamos a la novela.
El protagonista es Pedro Losantos, un judío converso, que practicaba la
religión católica al menos aparentemente, ¿por qué has escogido este prototipo
de personaje?
Bueno, con la figura de Pedro Losantos he pretendido
introducir en la novela el paradigma. Él es un personaje de ficción, que recoge
toda una serie de características de los conversos de aquella época. Cuando se
publicó el edicto de expulsión en 1492, unos se convirtieron y otros se exiliaron. Yo me he fijado en los
que permanecieron en la península, concretamente en un médico que tiene fijada
su residencia en Castilla, y me planteé qué tendría que hacer para sobrevivir
él y salvaguardar a su familia. Losantos se pone al servicio del rey Fernando,
que cada vez la encargará misiones más complicadas que va resolviendo. Como
converso sabe que si permanece a la sombra del monarca, la Inquisición no lo va
a tocar. Por último, decidí que sería médico, porque esa profesión le permitía
estar siempre en primera línea, al corriente de todo, cuidando las enfermedades
del rey y de la reina.
¿Cómo era Fernando
el Católico?
Fernando fue un egoísta enorme. Utilizó a
todo el mundo en su provecho, a su mujer, a su hija, al mismo Cristóbal Colon,
al que no llegó a recibir a pesar de los constantes intentos de éste por lograrlo.
También se portó mal con el Gran Capitán, al que tras conquistar Nápoles, envió
a Loja. En verdad era un desagradecido.
El poder de la
Iglesia era enorme entonces, ¿no?
Claro. El cristianismo tiene una ventaja
sobre el resto de las religiones que es el pecado. Aunque en el mundo
protestante el concepto es distinto, en el catolicismo el pecado se perdona.
Puedes cometer la mayor fechoría del mundo, pero si te confiesas de corazón, tu
falta es perdonada y eliminada. Además el pecado original se borra con el
bautismo y eso es algo fantástico. Hagas lo que hagas, si al final te
arrepientes, irás al cielo. Esta circunstancia otorga un poder tremendo a la
Iglesia y a los sacerdotes.
La última pregunta
de hoy está reservada para Felipe el Hermoso: ¿realmente murió por un corte de
digestión causado por un vaso de agua demasiado fría o le «ayudaron» a morirse?
[Risas] La suya fue una muerte rarísima.
Todas las crónicas cuentan que Felipe el Hermoso se encontraba en Burgos
jugando a pelota, cuando bebió un vaso de agua y, al rato, se puso malo,
falleciendo días después. He consultado con algunos médicos este hecho y, por
los síntomas que les he descrito, todos coinciden en afirmar que parece
tratarse de un envenenamiento. Por otro lado, en varios documentos municipales,
especialmente en uno de ellos, se recogen las palabras de un individuo, que se
encontraba en el mercado de Vitoria, quien tras beber varias copas, dijo que
Felipe el Hermoso fue envenenado y que todo el mundo sabía a quién beneficiaba
su muerte. Rápidamente fue apresado por agentes de Fernando el Católico y
ejecutado. Eso demuestra que por todas partes corría el rumor de que había sido
envenenado. Es probable que lo fuera con alguna sustancia nueva, procedente de
América, y que aquí todavía era poco conocida. De todos modos, únicamente
podríamos tener la certeza absoluta si un forense competente, apoyado en las
técnicas de investigación actuales, efectuase una prueba en los restos mortales
de Felipe.
Herme
Cerezo
SOBRE JOSÉ LUIS CORRAL
José Luis Corral (Daroca, 1957), catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza, es autor de más de trescientos libros y artículos. Considerado como uno de los historiadores españoles con mayor repercusión internacional, es fundador y presidente de la Asociación Aragonesa de Escritores. Como historiador, ha publicado más de treinta ensayos, entre otros ‘Historia universal de la pena de muerte’ (2005), ‘Breve historia de la Orden del Temple’ (2006), ‘Una historia de España’ (2008), ‘Abdarrahman III y el califato de Córdoba’ (2008) o ‘El enigma de las catedrales’ (2012). En el terreno de la ficción, ha recibido el sobrenombre de El maestro de la novela histórica española contemporánea por obras como ‘El salón dorado’ (1996), ‘El amuleto de bronce. La epopeya de Gengis Kan’ (1998), ‘El invierno de la Corona’ (1999), ‘El Cid’ (2000), ‘Trafalgar’ (2001), ‘Numancia’ (2003), ‘El número de Dios’ (2004), ‘¡Independencia!’ (2005), ‘El caballero del Templo’ (2006), ‘El rey felón’ (2009), ‘El amor y la muerte’ (2010), ‘La prisionera de Roma’ (2011), ‘El códice del peregrino’ (2012), ‘El médico hereje’ (2013) y ‘El trono maldito’ (2014) este último título escrito en colaboración con Antonio Piñeiro. Sus novelas han sido traducidas a varios idiomas.
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