Tomás Penarrocha Penarrocha,
conocido como el Groc, es el protagonista de la novela ‘La filla del capità
Groc’ (‘La hija del capitán Groc’), con la que el periodista barcelonés Víctor
Amela ha obtenido el Premi de les Lletres Catalanes Ramon Llull. Penarrocha fue
un singular personaje que, tras la derrota en 1840 del ejército carlista comandado
por Ramón Cabrera, mantuvo un largo enfrentamiento de tres años y medio con las
tropas liberales del general Juan de Villalonga en la comarca de Els Ports,
situada en el norte de Castellón, contando con el respaldo de un puñado de
hombres fieles. Tomás Penarrocha se sitúa justo en el límite entre el héroe
idealizado con tintes míticos, al estilo de Robin Hoood, y el guerrillero
aferrado a un ideario más bien reaccionario.
Desde luego, a no muchos
escritores he escuchado defender con tanto entusiasmo su novela como a Víctor
Amela. Quizá influya en ello su implicación personal, ya que pasó los veranos
de su infancia en la localidad castellonense de Forcall, de donde eran oriundos
Penarrocha y el propio abuelo del escritor barcelonés. Sin duda ninguna,
despertar el pasado a través de ‘La hija del capitán Groc’ ha supuesto para
Víctor la posibilidad de recuperar su propia memoria familiar.
Víctor, con más de dos mil entrevistas publicadas a lo largo de tu
carrera en el diario ‘La Vanguardia’, ahora cruzas el río y pasas al territorio
de la ficción.
Siempre me gustó escribir y por
eso me hice periodista. Tenía la fantasía de que llegaría un día en que lo
haría, pero me daba miedo dar ese paso. Los autores que me gustaban, Stevenson,
Conrad o Poe entre otros, me imponían mucho respeto porque eran figuras
extraordinarias de la literatura. Fue a raíz de publicar un libro de
experiencias personales sobre un viaje, cuando un editor me dijo que si quería
crecer tenía que escribir una novela, porque eso era lo que la gente compraba.
Sus palabras me animaron y me atreví con la escritura de ‘El cátaro
imperfecto’, una novela que habla de los últimos cátaros que, huyendo de Occitània,
se refugiaron en Morella y en Forcall.
¿Le gustó tu proyecto al editor?
Él quería que escribiera una
novela urbana y contemporánea y yo le dije que, si escribía, sería una historia
rural y medieval. Como me vio tan convencido, me dijo que hiciera lo que
quisiera. Así que me armé de valor y le entregué la historia del cátaro.
Después he repetido la experiencia una vez más antes de escribir ‘La hija del
capitán Groc’, que es mi primera novela escrita en catalán.
Tus anteriores obras las publicaste en castellano, ¿por qué decidiste
escribir ésta en catalán?
Comencé a escribirla en
castellano, que es mi idioma materno, pero ocurre que siempre he oído a mi
padre hablar el «forcallà» y yo llevo en mi interior ese lenguaje. Además,
cuando en verano me iba al pueblo, escuchaba a los niños hablar aquella lengua y me gustaba. Por todo
ello, llegué a un punto de la escritura en que comprendí que los personajes
nunca habrían hablado en castellano, porque no sabían hacerlo. Entonces traduje
lo que ya tenía escrito y la acabé en catalán. Pero claro, yo quería asegurarme
de que utilizaba las formas correctas, así que le envié la novela a una prima
mía, que estudiaba filología en Valencia, para que la adecuase lo máximo
posible al habla real de Forcall.
¿Quiere esto decir que nos hemos perdido cosas del libro al ser
traducido al castellano?
La traducción al castellano
también ha corrido por mi cuenta y he tratado de introducir en ella todos los
matices posibles, pero es verdad que recomiendo su lectura en catalán porque
para un lector de Barcelona o de Girona, el «forcallà» aporta detalles que
enriquecen la lectura. Claro que esto no ocurrirá con personas de Lleida,
porque el «lleidatà» y el «forcallà» se parecen mucho.
Y en tu debut en lengua catalana ganas el Premio Ramon Llull, ¿qué ha
significado para ti ganar este galardón?
Es una combinación de muchas
cosas. El Ramon Llull te permite ser más conocido y seguro que, a partir de
ahora, tendré más lectores que apostarán por mis libros. Y el dinero nos gusta
a todos, porque nos viene bien aunque sea para tapar agujeros. Siendo escritor
nunca dejarás de ser pobre, la escritura te ayuda, pero no te da de comer toda
la vida. Mi trabajo es ser periodista porque lo que yo sé hacer es entrevistar.
Ahora tengo tres novelas publicadas e ignoro si ésta será la última o habrá una
cuarta
De momento, en la ficción solo te has movido dentro del género
histórico.
Me siento muy cómodo en este
territorio, me resulta muy estimulante y me dispara la imaginación. La Historia
me gusta y tengo la impresión de que, si dispongo de unos cuantos puntos claros,
fijos, que me permitan rellenar los huecos que existen entre ellos, soy capaz
de construir una novela. Mi forma de escribir consiste en conocer el principio
y el final y, a partir de ahí, monto la peripecia y la escribo. En esta última,
conocía la vida y el final del Groc y decidí completar lo que faltaba. Utilizar
una intriga novelesca para narrar, cargada de sensaciones es algo que el lector
no encuentra en los libros de Historia, que no hablan de sentimientos ni
emociones.
Cuentas la historia en tercera persona, ¿por qué?
A mí me cuesta coger el tono narrativo
cuando escribo y hago muchas pruebas. Me gustó el recurso que utiliza la
película ‘300’, donde una voz distante y épica, a la vez que solemne, explica
lo que estás viendo en imágenes, añadiendo determinadas emociones de los
personajes, así que lo adapté para la novela. De este modo, he narrado en
tercera persona como si lo conociera todo, pero con un tono un poco enfático.
¿El proceso de documentación ha sido muy arduo?
El yerno del Groc siguió los
pasos de su suegro y terminó encerrado en la prisión de Morella. Allí escribió
la vida del guerrillero. Un grupo de personas cercanas al ayuntamiento lo
publicaron, cayó en mis manos, lo leí y me di cuenta de que allí se escondía
una novela. En el manuscrito no constan nombres, solo las iniciales para que la
gente no recordase las historias de sus antepasados, evitando de este modo
posibles rencillas y problemas.
El Groc pelea y mata sin demasiados miramientos, en este sentido es un
héroe muy alejado de otros mitos de leyenda, incluso alguno de sus
planteamientos es abiertamente reaccionario, ¿no?
Esta no es una novela ideológica
sino de emociones humanas. Para sentir y conocer las pulsiones del Groc, he
tenido que hacer un ejercicio casi chamánico e introducirme en su piel, de tal
manera que el lector termina por entender
sus ideas. Pero claro, fríamente, su modo de pensar no se puede
defender. En ese sentido, me he limitado a proporcionar elementos para conocer
bien al personaje y entender por qué el Groc actúa como lo hace, aunque en
nuestro fuero interno rechacemos su comportamiento. Con el resto de personajes
he obrado igual. En el fondo no les quedaba más remedio que obrar así. Tenían
un sentido de la justicia muy recto, hoy lo calificaríamos de fanático, y, por
ejemplo, no les importaba poner en riesgo a su propia familia. Sus oponentes, los
liberales, se comportaron del mismo modo. También creían firmemente que su actitud
era la mejor, la correcta, la que había que llevar adelante.
Por supuesto, los amigos del Groc
lo escondían en sus masías, pero al final también habían acumulado suficientes
motivos para traicionarle. Sus propias esposas les indujeron a la reflexión que
les condujo a cambiar de postura en este sentido. Y no los juzgo, me limito a
entenderlos. Creo que es comprensible que acabasen convertidos en traidores.
‘La hija del capitán Groc’ no es una novela de buenos y malos, sino una
historia trágica, que te invita a pensar hasta qué punto tiene sentido defender
tus propios ideales a ultranza.
No hemos hablado aún del escenario. ¿Forcall y la comarca de Els Ports se
comportan también como auténticos personajes de la novela?
Y tanto, Els Ports de Morella me
han aportado una gran seguridad para ubicar la novela, conozco su territorio
muy bien. La comarca me marcó mucho mi infancia y no solo por la lengua, como
decía antes. Mi abuelo era de Forcall y cuando se marchó del pueblo no volvió
jamás. Pasé cinco inolvidables veranos allí y me acuerdo de la fuente, de la
plaza, de los olores, de las calles empedradas, de los baños en el río, de la
cueva de la Bruja, del pastor que regresaba cada tarde con el rebaño… Eran unas
impresiones muy fuertes para un niño como yo, tanto que, seguramente, han
aflorado en la novela porque siempre se canta lo que se pierde. Yo dejé de ir
allí cuando mi padre compró una torre en Esparraguera y no regresé hasta que
cumplí veinte años. Y lo hice porque necesitaba recuperar todas aquellas
sensaciones y mis orígenes.
Y para recuperarlas has escrito ‘La hija del capitán Groc’.
Al volver me encontré con un
lugar cambiado en el que el empedrado de las calles había desaparecido. La
curiosidad me hizo comprar libros de escritores y eruditos locales,
monografías, etnografías, libros de gastronomía y de las guerras carlistas. En
uno de ellos es donde descubrí a Tomás Penarrocha Penarrocha, alias el Groc, de
Forcall, y enseguida regresó el recuerdo de mi infancia cuando un amigo me
contaba sus aventuras. Estas historias, que han envejecido ya ciento setenta
años, se conservan y transmiten de familia en familia, hasta que alguien acaba
recogiéndolas y escribiéndolas. Luego me atreví a convertir todo esto en una
novela y transformar aquel héroe local en un personaje legendario porque cuando
alguien trasciende al negro sobre blanco se convierte en un tipo universal.
¿El Groc tiene algo de maquis?
Absolutamente, sí. Cuando estaba
acabando la novela, me llegó un libro del escritor Martí Domínguez titulado ‘La
sega’. Comencé a leerlo y tuve que parar porque contaba lo que yo estaba
escribiendo pero justo un siglo después: el drama que viven los masoveros con
la aparición de los maquis por su territorio. A partir de ahí surge el mismo
dilema de entonces: ayudar a los maquis o no ayudarles, siempre bajo el temor no
solo sus represalias, sino también de las de las autoridades. Por lo tanto, se
trata de un conflicto, psicológico y moral idéntico, que se produjo en la época
de las guerras carlistas en Els Ports.
¿Existe alguna relación entre los carlistas y los llamados
nacionalismos históricos: Catalunya y Euskadi?
Una parte del pensamiento
carlista sostiene que el labrador siempre tiene razón. Cabrera se apoyaba en
los labradores empobrecidos de aquella zona, dependientes de la Iglesia, a la
que pagaban anualmente un porcentaje de sus cosechas. Con ello se aseguraban
alimento corporal y protección espiritual. Tras la llegada a España del
liberalismo entró el capitalismo burgués: el gobierno central se puso la venda
en los ojos y, para recaudar dinero, vendió los bienes eclesiásticos. ¿Quiénes
compraron estos bienes? Los burgueses de Zaragoza y Valencia. A partir de ahí
la cosa cambia, porque el burgués ya no quiere el porcentaje de la cosecha, busca
dinero. Como no hay acuerdo, al final expulsa a los labradores, que se arruinan
y alistan en las filas carlistas, que defienden sus ideales: campo y religión,
que es lo que han aprendido de sus padres y sus abuelos. Con el transcurso del
tiempo, hay una derivación del carlismo hacia el socialismo. En Catalunya, el
carlismo, además de engendrar la rama socialista, crea también la rama nacionalista.
Los labradores no sabían qué era España y cuando hablaban de patria se referían
al horizonte de su pueblo o de su comarca como mucho. Gracias a la intervención
de alguna mente inteligente, todo ello se canalizó y transformó en una opción política.
Aun existe una tercera rama carlista, de la que se apropió Franco, que es la de
la simbología y parafernalia. El franquismo necesitaba crear un protocolo a la
medida de su ideología militar, que carecía de vestimenta. Y en el carlismo de
Cabrera y del Groc la encontró. Por cierto y como curiosidad: al Groc le
llamaban el «desairat» (el desairado), y si nos fijamos entre el concepto
desairado y el indignado del Podemos actual no existe demasiada diferencia. En
el fondo, se trata de personas que no están de acuerdo con lo que hay, con lo
que ven y con lo que viven y se produce en ellos una reacción visceral.
Acabamos por hoy: has traído una bandera negra con una calavera, una
espada y una rama, ¿qué significan estos símbolos?
Dejando aparte el aspecto
simpático del asunto – Víctor despliega la bandera pirata que lleva – por lo
que he estudiado, esta bandera ondeó en la casa consistorial de Morella donde
residía Cabrera. «O venceremos o moriremos» era su lema. Durante dos años, Morella
fue un enclave independiente de Madrid, un territorio que abarcaba todo el
norte de la provincia de Castellón, que se regía por leyes propias y que acabó
como un desastre absoluto. Con Cabrera a la cabeza, todos los carlistas
emigraron a Francia, pero Penarrocha decidió regresar a su tierra, porque no
soportaba vivir allí, y retomar la guerra armada, en contra de los deseos del
propio Cabrera.
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 16/08/2016
Herme Cerezo/Diario SIGLO XXI, 16/08/2016
SOBRE VÍCTOR AMELA
Víctor Amela (Barcelona, 1960) lleva más de media vida como periodista en el diario ‘La Vanguardia’, donde ha publicado más de dos mil entrevistas, además de crónicas y críticas. Colabora habitualmente en programas de radio y televisión, imparte clases de periodismo y comunicación y ha sido distinguido con numerosos premios, entre ellos el de la Asociación de la Prensa de Madrid, el del Gremi d’Editors de Catalunya, el Protagonistas, Dos Micrófonos de Plata, el Antonio Mompeón Motos, el Catalunya de Comunicació i Relacions Públiques, el Ferrer Eguizábal de Periodismo, el Àngel de Bronze de la Comunicació, el Goliads y el Premi La Llança 2011 de Òmnium Cultural. Como escritor es autor de los libros 'Amor contra Roma’,'El Cátaro imperfecto' y 'Casi todos mis secretos’.
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