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A Juan Manuel de Prada se le ve más relajado
que otras veces. Al menos eso se desprende después de echarle el primer vistazo
a este baracaldés, que vivió su adolescencia en Zamora y su madurez en Madrid,
donde se doctoró en esto tan difícil como es el arte de escribir. Tal vez sea
porque tras la publicación de la novela ‘Mirlo blanco, cisne negro’, editada
por Espasa, haya soltado el lastre, acumulado durante algunos años, o tal vez
no, y solo se trate de una impresión particular. En cuatrocientas cuarenta
páginas, De Prada cuenta la relación, primero amistosa, después tóxica, entre
Alejandro Ballesteros, una joven promesa de la literatura española, y Octavio
Saldaña, un escritor que bebió las mieles de la gloria y que ahora soporta
horas bajas y dirige un exitoso programa de radio. Como acertadamente resume la
contraportada del libro, en esta nueva entrega De Prada nos ofrece una
turbadora reflexión sobre maestros y discípulos, sobre el afán de posesión y el
arribismo. Con los mimbres propios de una sátira, traza un despiadado retrato
del mundo editorial, al tiempo que narra un drama desgarrador sobre la vocación
literaria.
Juan Manuel, la
fajita editorial que acompaña al libro reza que ‘Mirlo blanco, cisne
negro’ es un ajuste de cuentas contigo mismo, ¿es así?
Digamos que tiene dos planos: uno
es su meollo, una novela confesional, penitencial, el libro de un escritor que
muestra sus errores, sus heridas y sus pecados a los lectores; y el otro es una
cenefa satírica, donde efectivamente se hace un retrato cáustico del ambiente
literario, del funcionamiento editorial, de la crítica y de otras cosas que en
el camino reciben un guantazo. Creo que la gracia de la obra radica en la
alternancia de que, aunque es una novela trágica, sin embargo, tiene un rasgo
satírico. En definitiva, es el libro de alguien que se ha golpeado tanto a sí
mismo, que piensa que tiene derecho a pegar un pequeño capirotazo a lo que se
le vaya poniendo por delante.
¿Estamos ante una
novela verosímil o verdadera?
Si por verdad entendemos cosas que hayan
ocurrido, entonces no es verdad, es verosímil, porque todo que he lo escrito es
pura ficción. Pero si por verdad entendemos que muestra una verdad del autor,
entonces sí lo es, aunque no se trata de una novela autobiográfica en absoluto.
Nada de lo que cuento en ella me ha ocurrido a mí, pero sí es cierto que casi
todo lo que he escrito nace de una reflexión vital sobre la literatura y su
entorno.