Cayetana de Alba, una de las
mujeres más poderosas de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, adoptó
como su única hija a una niña de raza negra, María de la Luz, a la que otorgó
testamento pero de quien no se sabe prácticamente nada, salvo su existencia. A
partir de este hecho probado, Carmen Posadas recrea la vida en la corte del rey
Carlos IV y en la España de finales del siglo XVIII en su nueva novela titulada
‘La hija de Cayetana’, editada por Espasa. En un segundo escenario, la
escritora uruguaya nos explica los avatares de Trinidad, la verdadera madre de
María de la Luz, una esclava cubana que pierde en poco tiempo el amor de su
vida y a su pequeña y que no cejará en su empeño por recuperar a ambos. Su
peripecia nos permitirá conocer uno de los episodios más desconocidos de
nuestra historia: la esclavitud en España. Finalmente, la niña adoptada
emprenderá su propio camino en busca de sus raíces y de su identidad, una
peripecia plagada de peligros para alguien que se ha criado en un mundo cerrado
y muy protegido del que siente que no forma parte. Hablar sobre todo este mundo
con Carmen Posadas es algo que no se produce todos los días y que ocurrió en la
cafetería Coffee House de la ciudad de Valencia en una tarde del mes de
noviembre. Mientras la grabadora registraba nuestra conversación, las palomas zureaban,
caprichosas, alrededor de la estatua del rey Jaime I en el centro del Parterre
y algunos transeúntes se apresuraban en atravesar el jardín con rumbo
desconocido.
Carmen, la primera vez que entrevisto a una escritora mi primera
pregunta suele ser la misma: ¿qué significa para ti escribir?
Para mí escribir es como un mal
amor. Me cuesta mucho hacerlo, es un desasosiego, pero si no escribo todavía es
peor. Es aquello de «Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio; contigo,
porque me matas y sin ti, porque me muero». Mirándolo por otro lado, la
escritura ha sido mi salvación porque me ha ahorrado mucho dinero en
psicólogos.
¿Cómo surge la idea que da origen a ‘La hija de Cayetana?
Yo estaba escribiendo la
biografía de María Bonaparte, pariente de Napoleón y discípula de Freud. Llevaba
trabajando año y medio y tenía escritos casi trescientos folios, pero me di
cuenta de que aquello iba a la catástrofe, porque el problema radicaba en que
esta mujer adoraba a Freud mientras que yo, tras estudiarlo mucho, pienso que
es un poco charlatán y no veía forma de identificarme con él. Así que
amputación. Lo tiré todo a la basura y me quedé hecha polvo. Como no sabía qué
hacer, una amiga me sugirió la historia de la hija negra de la duquesa de Alba.
Me contó que en el siglo XVIII era costumbre regalar niñas esclavas como quien
regala un guacamayo y eso le ocurrió a ella, que además no podía tener descendencia.
Lo que sucedió es que la duquesa era frívola, pero también tenía un gran corazón
y la prohijó realmente, legándole un testamento que la convirtió en una mujer
rica. Algo que también me incentivó a escribir sobre ella es que existían dos
retratos suyos pintados por Goya y que, sin embargo, nadie la recordaba.
¿Se conoce alguna causa que pueda explicar ese olvido?
En aquella época fue un
escándalo, hoy también lo sería, pero ignoro por qué no tuvo mayor repercusión
y pasó al olvido. Como he dicho, en el testamento se especifica todo lo que le
legó a la niña y las pinturas existen. De hecho uno de los cuadros lo había
visto varias veces en mi vida, pero siempre pensé que era una fabulación de
Goya. Quizá por todo eso me interesó rescatar del tiempo este episodio que,
además, me permitía hablar del asunto de la esclavitud, el genocidio más grande
de la historia, la desventura de millones de personas que fueron arrancadas de
su tierra para vivir como basura y que murieron sin más, tras una existencia
penosa.
No es la primera vez que escribes género histórico, ¿qué te atrae de
él?
Soy una persona muy curiosa y me
divierte averiguar y aprender cosas nuevas. Mirar hacia atrás es la única
manera de entender el presente y el tiempo en que se desarrolla la novela se
parece bastante a nuestro momento actual: es final de siglo, se produce la
muerte del Ancien Regime, estalla las
Revolución Francesa y desaparecen las antiguas estructuras, al tiempo que surge
un mundo nuevo, donde brotan figuras políticas que nadie hubiera podido
imaginar que hubieran llegado a serlo.
¿Hay también por tu parte un interés por dibujar un retrato de época?
Sí, claro, pero con matices. Yo
dirijo una escuela de escritura por internet y les digo a mis alumnos que,
cuando escriban género histórico, primero han de aprender mucho y no solo la
historia oficial, sino también los temas pequeños, lo anecdótico. Después hay
que desaprender, porque si no lo hacen corren el peligro de aburrir con un
montón de datos, de cifras, de batallas… Hay novelas históricas en las que el
autor decide explicar todo lo que sabe de un tema y eso abruma al lector.
En ‘La hija de Cayetana’ hablas de dos mujeres, pero ¿qué te interesaba
más: narrar su peripecia o dibujar ese retrato de época del que hablamos?
No puedes poner nunca la
literatura al servicio de ninguna causa, por muy noble que ésta sea. Hay que
narrar una historia y conseguir que, a través de ella, se trasluzca lo que está
ocurriendo. Yo quería contar un hecho que me parecía curioso y, cuando empecé a
enfocarlo, me di cuenta que trataba sobre la vida de dos mujeres que, a su vez,
me permitían contar la historia de arriba, la corte, los reyes, las intrigas,
los ricos…, y la de abajo, la situación de los esclavos. Ese contraste entre
dos mundos antagónicos me interesaba mucho.
Ignoro qué porcentaje de invención y de realidad hay en la novela, pero
¿la obligación de atenerse a un marco histórico real encorseta mucho para
escribir o te has tomado alguna que otra licencia para inventar?
Cuando recreas personajes
históricos reales no tienes más remedio que ceñirte a la historia. Bueno, en
realidad, cuando uno pone novela en la portada de un libro puede hacer lo que
le dé la gana. Ahí está el caso de Dumas, que retrata al cardenal Richelieu como un asesino y un intrigante, lo
que no era cierto, y, sin embargo, la suya es la imagen que ha perdurado de él.
Como lectora de novela histórica siempre me pregunto qué es verdad y qué es
inventado y, como no me gusta que me cuenten milongas, me ciño a la realidad. La
tentación de inventar siempre es muy grande, pero yo no he caído en ella. En
este caso, todo lo que digo sobre la duquesa de Alba es lo que realmente se
conoce. En cambio, los personajes de ficción que he introducido en la
narración, por ejemplo Hermógenes Pavía, me permiten hablar de todo lo que yo
quiero. Pavía es un tipo al que no le gusta que la realidad le estropee una
buena noticia. Aunque es inventado, como nos encontramos en los tiempos
iniciales del periodismo, hubo otros periodistas que sí existieron y me han
servido de referencia. Su personaje me ha permitido hablar de otras cosas.
Muchos de los protagonistas de la novela fueron retratados en cuadros,
¿ha sido útil conocer sus rostros o preferirías no haberlos tenido en cuenta?
En algunos casos no hubiera
querido conocer las caras porque eran feísimos [risas]. La Tirana, uno de los
personajes, era una actriz de moda pintada por Goya y, cuando contemplas su
retrato, te das cuenta de que era horrenda y que casi tenía bigote. Claro que a
lo mejor era el canon de belleza femenino de entonces [más risas].
El sexo entre los personajes de la corte está muy presente en la
novela, ¿la Iglesia no decía nada de tanta libertad sexual?
Como siempre, la lglesia
ha sido un poco hipócrita en este sentido. Los obispos fueron personajes muy
importantes en la corte que, por un lado, daban lecciones de moralidad y por
otro giraban la cabeza para no ver.
La Revolución Francesa sobrevuela ‘La hija de Cayetana’, ¿cómo se
recibían las noticias de los acontecimientos que se vivían al otro lado de los
Pirineos en la corte de Madrid?
En la novela está muy presente la
sombra de la guillotina, porque condiciona todo lo que ocurre en la corte, no
solo en la figura del rey sino también en la nobleza. Al principio, los
cortesanos lo miraban con cierto escepticismo y le quitaban importancia. No hay
más que ver que, cuando los revolucionarios tomaron la Bastilla, aquí se dijo
que solo habían encontrado a siete prisioneros, todos gente de mal vivir:
locos, libertinos o balas perdidas. Cuando alguien vive momentos históricos es
difícil juzgar los hechos en toda su dimensión. Luis XVI, con relación al
asalto de la Bastilla, escribió en su diario una sola palabra: «Rien» (nada). Nosotros
ahora quizá pensemos que era un imbécil, pero ellos no lo veían así.
A propósito de Luis XVI. En la página doce podemos leer lo siguiente:
«El bueno, el tolerante, el pacífico de Luis XVI; nunca ha tenido Francia un
rey tan sensible a las necesidades de su pueblo». Esa descripción contrasta
bastante con la idea que siempre se nos ha explicado de este monarca.
Era un bonachón. Los reyes
franceses vivían en Versalles, en una urna de cristal, y no creo que el pueblo
los hubiera visto alguna vez a menos de trescientos metros de distancia. Cuando
comenzaron los movimientos sociales que desembocaron en la revolución, Luis XVI
comenzó a hacer muchas concesiones y por eso en su momento hubo gente que
entendió que era un blando. En la novela me he limitado a recoger la opinión de
sus contemporáneos sobre todo tras comprobar que, a petición de los
revolucionarios, en la Convención llegó a ponerse el gorro frigio. Al ver esto,
los nobles españoles pensaron que era un flojo, un débil y un cobarde.
¿Qué tienen en común las duquesas de Alba de la novela y la actual?
Ellas dos se parecen mucho,
porque sus circunstancias personales son similares. Las dos son hijas únicas, pierden
a su madre cuando son niñas y ambas pertenecen a la única estirpe de mujeres
libres que ha conocido la historia hasta mediados del siglo XX cuando se
produce la revolución feminista, porque ellas eran ricas y muy poderosas a
título personal. Como eran dueñas de su
destino y bastante folklóricas, hicieron de su vida lo que les vino en gana. A
las dos les gustaba lo mismo: los toreros, los artistas, los fandangos… Eran
muy castizas.
Se calcula que en España hubo ochocientos mil esclavos africanos, sin
embargo, no han dejado
demasiadas huellas étnicas.
Esta pregunta se la ha formulado
a muchos historiadores y ninguno me ha ofrecido una respuesta plausible. En
Andalucía hay rasgos germánicos porque Carlos III se trajo una colonia de
alemanes. También hay gente de ascendencia gitana e incluso japonesa por otros
motivos. Ellos me dicen que los esclavos no se mezclaban con la gente de aquí y
que por eso su posibilidad de dejar descendencia era mucho menor. Hay un pueblo
onubense que se llama Gibraleón, cuyos habitantes sí parecen tener muchos
rasgos africanos.
Acabamos con otra pregunta sobre los esclavos. En otros países se trata
este tema con mayor libertad, pero aquí no se hace así. ¿Por qué se oculta
tanto esta circunstancia en nuestro país?
Mira, todos sabíamos que hubo
esclavos en las colonias, pero no en España. En Inglaterra no hubo muchos
negros, pero en Francia sí. El propio Alejandro Dumas era un cuarterón y muchos
generales de Napoleón fueron descendientes de negros. En España este fenómeno era
raro y no existe mucha literatura precisamente por eso y porque hay episodios
de nuestra historia que la gente prefiere no recordar.
SOBRE CARMEN POSADAS
Carmen Posadas (Montevideo, 13 de Agosto de 1953) reside en Madrid desde 1965, aunque pasó largas temporadas en Moscú, Buenos Aires y Londres, ciudades en las que su padre desempeñó cargos diplomáticos. Comenzó escribiendo para niños y en 1984 ganó el Premio del Ministerio de Cultura al mejor libro infantil de ese año. Es autora, además, de ensayos, guiones de cine y televisión, relatos y varias novelas, entre las que destaca ‘Pequeñas infamias’, galardonada con el Premio Planeta de 1998. Sus libros han sido traducidos a veintitrés idiomas y se publican en más de cuarenta países. En el año 2002 la revista Newsweek saludaba a Carmen Posadas como «una de las autoras latinoamericanas más destacadas de su generación». Entre otras obra suyas podemos citar también ‘Yuppies, jet set, la movida y otras especies’, ‘El síndrome de Rebeca: guía para conjurar fantasmas amorosos’, ‘Una ventana en el ático’, ‘Cinco moscas azules’, ‘Un veneno llamado amor’, ‘La bella Otero’, ‘Por el ojo de la cerradura’, ‘El buen sirviente’, ‘Juego de niños’, ’La cinta roja’, ‘Invitación a un asesinato’ y ‘El testigo invisible’.
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