¿Qué se puede escribir sobre José Luis Muñoz en
el año dos mil dieciséis, después de que más de cuarenta y tantas novelas
jalonen su trayectoria de grandes éxitos? Premios tan importantes como el Tigre
Juan, Azorín, Sonrisa Vertical, Café Gijón, Camilo José Cela e Ignacio Aldecoa
entre otros atestiguan la fuerza de su literatura, que lo mismo se desenvuelve
en el territorio del cuento, de la novela larga o de la novela sin más, a
secas. José Luis domina todos los géneros, incluidos los artículos
periodísticos, aunque los especialistas destacan su facilidad para
desenvolverse en el ámbito de los relatos policiales. Precisamente dentro de
este territorio, con matices y mestizajes, se desarrolla ‘Cazadores en la nieve’,
editada por Versátil, una de sus últimas entregas en 2016, con la que ha
conseguido el XVI Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba, género negro
telúrico, que brota de las entrañas de la tierra y tiene como escenario el
ámbito rural y, como trasfondo, el terrorismo, la lucha antiterrorista y sus
abusos. Sobre ‘Cazadores en la nieve’ pude conversar con el escritor
salmantino, afincado en el Valle de Arán, hace tan solo unas semanas con motivo
de su visita a Valencia para promocionar su obra.
José
Luis, ¿a estas alturas de la película todavía existe el miedo al folio en
blanco?
Pues lamento decir,
aunque suene muy pretencioso por mi parte, que nunca tuve ese síndrome, porque «Cuando llegue la inspiración, que te
encuentre trabajando», creo que dijo Pablo Picasso, y en lo de escribir,
aparte de un cierto don innato, la disciplina es fundamental. Un buen amigo mío,
Alfons Cervera, me elogia diciendo que soy un ejemplo de artesano literario. Los
escritores pulimos una y otra vez nuestras obras hasta que las vemos
terminadas. Hay días en que uno está más espeso, claro, y otros que todo surge
con una fluidez imparable.
Con ‘Cazadores en
la nieve’ has conseguido el premio de Novela Corta Ciudad de Córdoba 2016, ¿por
qué es importante ganar un premio para ti: por el dinero, por la difusión, por
el reconocimiento de los miembros del jurado…?
Hay de todo un poco.
Y no puedo despotricar contra los premios literarios, aunque lo hago por la corrupción
se ha instalado también allí, porque les debo mucho a ellos. En primer lugar,
un jurado imparcial valora y reconoce tu obra. Eso es importante porque uno
nunca es ecuánime con lo que escribe. La cuestión monetaria en estos tiempos en
que los autores no pueden vivir del porcentaje de los derechos de autor es
también muy importante. Y luego está la difusión, una novela con premio llega a
más gente, se habla más de ella, salen referencias en más lugares.
El Valle de Arán, Brasil y sus favelas,
Barcelona, los campos de concentración nazis, ¿te sirve cualquier escenario
para ambientar una novela?
Me gusta cambiar de
escenario, no circunscribirlo a un determinado territorio, y además viajo
bastante. Siempre digo que hay ciudades, y paisajes, literarios y otros no.
Salvador de Bahía lo era, y la forma de acercarme a esa ciudad extraordinaria
pasaba forzosamente por el futbol y las favelas. ‘Ascenso y caída de Humberto da Silva’ es una novela negra y social
que retrata una realidad y lo difícil, imposible, que es la asunción del éxito
cuando se nace en un entorno miserable y no se tienen las herramientas
necesarias para asimilarlo. Una parte considerable de mis novelas están
ambientadas en Estados Unidos (‘La casa
del sueño’, ‘Mala hierba’, ‘Lluvia de níquel’, ‘La Frontera Sur’), porque tengo familia norteamericana, viajo allí
con frecuencia y la sociedad yanqui me fascina desde el punto de vista literario
por su profundo desarraigo, algo que plasma muy bien Hopper en sus pinturas. El
tema de Holocausto en ‘El mal absoluto’
era una deuda que tenía conmigo mismo, una denuncia de nuestra responsabilidad,
por activa o por pasiva, en esa monstruosidad que sucedió en el centro de Europa
y puede volver a suceder porque el hombre no aprende nada de la historia, la
repite de una forma tozuda e irracional. El Valle de Arán, escenario de ‘Cazadores en la nieve’, es, sobre todo
en invierno, muy literario y dramático, un escenario wagneriano, un paisaje
ideal para una novela negra gélida como
la que he escrito, o un western, que también lo es, sobre pasiones y dolores
humanos.
No te asustan las
distancias, escribes cuentos igual que novelas cortas o largas, ¿eres un
escritor todoterreno o cada historia demanda su propia extensión?
Soy un claro defensor
del relato, una pieza literaria muy difícil porque tiene que ser perfecta, no
admite altibajos. He publicado cinco libros de relatos: ‘La lanzadora de cuchillos y otros relatos eróticos’, ‘Una historia china’, ‘Viajeros de sí mismos’, ‘La mujer ígnea y otros relatos oscuros’
y ‘Marero’. Lo de la extensión es algo
aleatorio. ‘Cazadores en la nieve’,
pese a su brevedad, trata infinidad de temas: independentismo, terrorismo,
antiterrorismo, alcoholismo, violencia de género…Cada partitura tiene su
música. La literatura también es música, ritmo, el de las frases con sus nombres
y adjetivos, o sin adjetivos. Me gusta mucho, por ejemplo, el estilo lapidario
de Thomas Bernard, o el de Coetzee cuando era Coetzee, es decir, en Sudáfrica.
Y tampoco los
géneros: fútbol, novela negra, erótico, de vampiros, ¿cambias de género por un
sentido, digamos, higiénico del término, o como retos literarios? ¿Te sientes especialmente
cómodo en alguno de ellos o te da igual?
En literatura odio
las rutinas y los encasillamientos. Creo
que he tocado todos los géneros salvo el de los viajes espaciales. Fue un
desafío personal, por ejemplo, escribir ‘Ascenso
y caída de Humberto da Silva’ centrado en el mundo del fútbol, un deporte
que me resbala bastante, pero busqué su lado épico, el de la lucha y la confrontación,
y mágico, el cuento de hadas mediante el cual un tipo que duerme entre las
ratas se ve de pronto en una mansión con piscina. El sexo forma parte de la
vida, es placer, creación, frente a la violencia que lleva a la muerte y la destrucción
y es negativo. Ambos están muy presentes en toda mi obra, aunque el erotismo,
muchas veces, no sea nada complaciente. Poco tiene que ver el erotismo duro de ‘Pubis de vello rojo’, por ejemplo, o de ‘Patpong Road’, una de las novelas que
más aprecio porque en ella estoy al noventa por ciento con el de ‘El sabor de su piel’, que se ha editado
este año en España tras ser publicada en Venezuela; en las dos primeras el sexo
funciona como obsesión destructiva y pasión ciega que lleva a los protagonistas
a un descenso a los infiernos; en ‘El sabor
de su piel’ prima el hedonismo, el placer inexplicable del sexo, esa vorágine
de sensaciones mágicas cuando se tropieza con la pareja y el momento adecuado. La
historia de Vlad El empalador, que centra ‘El
hijo del diablo’, es novela histórica y gótica (Bram Stoker tomó la figura
de Vlad Drácula para su ‘Drácula’),
pero también como denuncia del terrorismo de estado del que tanto hablamos
ahora pero ya existía hace siglos, y Vlad me fascinaba por su ambivalencia,
sádico y monstruoso para la mayor parte de la gente que conoció sus atrocidades,
y héroe nacional rumano porque detuvo a los turcos. Esa es otra de las constantes
literarias: el mal que se encarna en los humanos en ‘El hijo del diablo’ o en toda una sociedad bajo el nazismo en ‘El mal absoluto’. El mal que forma parte
de la naturaleza humana en ‘Lluvia de
níquel’ o ‘La Frontera Sur’, que
está en esa zona oscura que todos llevamos agazapada en nuestro interior y que
es el sustrato de la novela negra.
¿Cómo surge la
idea para escribir ‘Cazadores en la nieve’?
Tenía una deuda
literaria con el Valle de Arán, un paraje de belleza extraordinaria que conozco
desde los 18 años y me sigue sorprendiendo ahora con nuevos rincones. Había
publicado reportajes sobre el Valle en National
Geographique y en Traveler. Tenía
que escribir una novela sobre el pueblo que me ha acogido tan extraordinariamente
bien, Bossost, y la forma de hacerlo, por deformación profesional, era la novela
negra. Volví al tema de ETA porque por el Valle se movían los terroristas
etarras en los años del plomo y porque la idiosincrasia del Valle tiene muchas relación
con el País Vasco (topónimos, Arán es valle en euskera; bares de pinchos; el
euskera era su idioma en la Edad Media y luego se perdió). Retraté el pueblo,
utilicé a sus habitantes como figurantes de un drama humano en el que se dirime
la culpa y la expiación y en donde no hay buenos ni malos, sino personajes
heridos por su pasado o su presente que buscan la redención. Es una novela muy
dura, pero estoy muy satisfecho de ella por las reacciones positivas de los
lectores y los críticos. Es novela negra y western. Es también una novela
panteísta en la que llamo a relativizarlo todo, porque estamos en este mundo un
instante pasajero y la violencia y la venganza no solucionan nada, y nosotros
tampoco somos nada. A fin de cuentas somos insignificantes en este diseño del
mundo gigantesco, nos creemos su ombligo cuando somos un simple grano de arena,
y hay una imperiosa necesidad de trascender, con los hijos, con sus obras los
creadores.
Has hablado antes
de la música en la literatura, muchas novelas tienen su banda sonora propia. Ésta
también: Suzanne de Leonard Cohen, pero además tiene un libro como telón de
fondo: ‘La Montaña mágica’, ¿Qué pinta Thomas Mann en ‘Cazadores en la nieve’?
La canción ‘Suzanne’ de Leonard Cohen se me ocurrió
sobre la marcha. Es una canción que me gusta mucho, me agita por dentro y me
trae muchísimos recuerdos, y la comparto además con un ser muy querido cuyo
físico utilizo para Susana Herráiz Bengoechea. Uno de los tres protagonistas de
la novela, Marcos Díaz Inurrategui, la utiliza para invocar al fantasma de la
etarra con la que tuvo una extraordinaria historia de amor, un personaje
femenino ausente, un fantasma, que sin embargo está muy presente en la narración.
Lo de ‘La montaña mágica’ de Thomas
Mann es un guiño a otro de los personajes de la novela, a Martín, el del bar Hiru, el centro social
del pueblo, su saloon, con quien
empecé a congeniar a raíz de comentar con él ‘La montaña mágica’, y lo bauticé como ‘El camarero que leía a Thomas Mann’. Además para mí, y para el protagonista
de ‘Cazadores en la nieve’, Arán es
la montaña mágica, el sanatorio natural al que va a curar sus heridas y donde yo
he curado las mías.
La novela es
género negro, pero también parece un western, ¿con qué nos quedamos a la hora
de etiquetarla?
Son las dos cosas,
evidentemente. Forastero que lleva al pueblo de forma misteriosa y con oscuro
pasado (el pistolero retirado de los westerns); guardia civil que ha estado en
Intxaurrondo (el sheriff); el bar Hiru (el saloon
del pueblo); y hasta duelo en la Alta Sierra. No nos hemos dado cuenta, pero el
western tiene mucho de novela negra rural, y yo no me di cuenta de ello en ‘Cazadores en la nieve’ hasta que se publicó
y diversas reseñas hacían referencia a ello. Los personajes de muchos westerns
son también perdedores, solitarios, expían sus culpas, como los protagonistas
de las novelas negras que me gustan.
Género negro y
western son dos términos norteamericanos sin duda, ¿de alguna manera tu
escritura está marcada por los clásicos estadounidenses del género negro?
Tengo una formación
muy cinematográfica. Si fuera más fácil, y no tuviera que lidiar con el personal,
me hubiera gustado ser director de cine, por eso mis novelas son muy visuales,
funcionan como guiones de película. ‘Sed
de mal’ de Orson Welles y ‘Perdición’
de Billy Wilder son dos films que se han quedado en mi retina. El western es otro
de mis géneros favoritos, siempre que se estrena un western me pica la curiosidad
por ir a verlo. Me gustan los clásicos, los westerns de John Ford y Howard
Hawks, pero también, y mucho, ‘Las aventuras
de Jeremiah Johnson’ de Sidney Pollack con Robert Redford, quizá porque el
paisaje me recuerda mucho al Valle de Arán. Literariamente soy americanizante.
Me gustan Dashiell Hammett y Raymond Chandler, pero prefiero a James Cain, Marc
Behm y Hubert Selby.
Por la novela
deambula un etarra, y también un guardia civil. Y se nombra el cuartel de
Intxaurrondo, ¿has encerrado un importante pedazo de historia de este país en apenas
doscientas páginas, no?
Sí. Es lo que te
dije, que la novela trata muchos temas importantes, y lo hace, creo, con una
cierta profundidad en su brevedad. El tema de ETA en mi novelística está muy
presente: ‘La caraqueña del Maní’
(ETA en Venezuela); ‘Tu corazón, Idoia’
(Comando Barcelona), y ‘Cazadores en la
nieve’ (ETA declara su tregua definitiva). El terrorismo etarra amenazó la
incipiente democracia española y derivó hacia un matonismo mafioso detestable, puro fascismo que declaró un estado de excepción
en el País Vasco. Y en nombre de la defensa del estado se cometieron crímenes
execrables. En mi novela hay un terrorista no muy orgulloso de su pasado y un
guardia civil que tampoco se enorgullece de lo que hizo por la patria en
Intxaurrondo. Dos patriotas enfrentados, porque se mata tanto por la patria como
por Dios. ETA secuestró a parte de la izquierda española y la sometió al síndrome
de Estocolmo. Nos dimos cuenta muy tarde que una ETA, la irracional, porque la
racional de los Poli-milis se disolvió, no abjuraba de la violencia y la socializaba,
es decir, nos metía a todos en la mira de sus pistolas.
El Valle de Arán
es un lugar solitario, con pocos habitantes, sin duda un buen refugio para
gente con un pasado que quiere olvidar, ¿hay o ha habido tipos como estos en la
realidad diaria del Valle?
Podía haberlos
perfectamente. ETA intentó liquidar al Rey emérito en las pistas de esquí de
Baqueira y la operación se frustró. Durante una temporada, porque la Casa Real
puso de moda el lugar, gente muy importante del mundo político y financiero se
dejaba ver por estos lugares. En mis paseos diarios por los bosques descubro
cada día nuevas cabañas, bordas las llaman aquí, muchas de ellas restauradas, y
me pregunto quién puede vivir tan alejado de las poblaciones. La mayoría las
utilizan los cazadores, pero hay alguna habitada por urbanitas. El Valle de
Arán es un territorio misterioso y mágico, un buen sitio para esconderse y
desaparecer.
Todos tenemos una
imagen idílica del paisaje nevado, sin embargo, en la novela los lugareños llaman
a la nieve «la mierda blanca», ¿qué conceptos tan dispares de un mismo fenómeno
climatológico, no?
Sí. Me di cuenta el
primer año. Cayó una nevada gigantesca y el pueblo estuvo sepultado bajo la
nieve meses y durante una semana a 18 grados bajo cero. Lo que resulta bonito
el primer día se vuelve incomodo al siguiente, sobre todo para la gente que
tiene obligaciones diarias. La nieve se convierte en hielo y todo el pueblo
deviene una peligrosa pista de patinaje. Mi visión de la nieve es idílica,
estética, porque a mí no me afecta, me gusta pasear por ella, sentirla crujir bajo
mis pisadas, pero para la gente que vive en el Valle, salvo los de Baqueira, en
donde la nieve es literalmente oro porque forma parte de su economía, es mierda
blanca. Las condiciones climatológicas del Valle son duras, o lo eran, porque
de unos años a esta parte el cambio climático está volviendo loca a la
naturaleza, y eso conforma el carácter de la gente, los hace austeros y secos.
La novela está
escrita con un estilo cortante, muy dinámico, ¿para contar tantas cosas en un
espacio tan breve era necesario hacerlo así?
Cada novela tiene
su música y ese ritmo me lo marcó la novela desde la página uno. La narración
tenía que expresar el sufrimiento vital de los tres personajes masculinos y los
tres femeninos, y había que hacerlo con un lenguaje seco, cortante, que fuera como
un puñetazo al lector. Nunca había utilizado frases tan cortas como en ‘Cazadores en la nieve’. Además, y creo
que ese es un acierto técnico, voy poniendo el foco en cada uno de los personajes
para que la novela resulte poliédrica, para que el lector se sienta inmerso en
esa atmósfera opresiva del pueblo, porque como ‘Tu corazón,
Idoia’, o ‘Lluvia de níquel’, ‘Cazadores en la nieve’ es claustrofóbica,
y el Valle puede resultarlo, encerrado entre altas montañas y con pocas horas
de sol.
Y como todas las
novelas, en alguna medida, tienen algo de autobiográfico, ¿por dónde queda José
Luis Muñoz entre estas páginas? ¿Dónde te escondes?
Bueno, queda muy
claro que soy el forastero. Durante el franquismo milité en un grupo de extrema
izquierda y el mundo de la clandestinidad me resulta muy familiar y cercano, como
el de la represión policial. Describo mi casa, mi calle, mi buhardilla, me
describo propinando hachazos a los troncos, toda una técnica que he ido
aprendiendo en estos años, o encendiendo la estufa de leña. Tuve una Susana en
aquellos tiempos lejanos. ‘La montaña
mágica’ es mi novela fetiche junto con ‘Bajo
el volcán’ de Malcolm Lowry. El Coth de Baretges, al que casi subo a diario,
es mi salón de lectura. Allí, en ese lugar que es un mirador extraordinario de
la cara norte del Pirineo, del macizo de la Maladeta, del Aneto, el silencio es
literalmente ensordecedor, escuchas el ruido de tus propios tímpanos. El título
de la novela se lo robo a un cuadro que me obsesionó desde pequeño, ‘Cazadores en la nieve’ del pintor
flamenco Peter Brueghel, y ahora vivo dentro de esa pintura extraordinaria. Vivo
en la montaña mágica que describo como escenario necesario, como telón de fondo
de ese final panteísta que sorprende a muchos.
Recientemente te
has destapado también como editor, ¿qué tal la experiencia como director de la
colección ‘La orilla negra’? ¿Se ve muy distinta la literatura desde un lado u
otro de la barrera?
Lo de La orilla
Negra es una aventura romántica y un poco de locos: montar una colección de novela
negra de alta calidad con autores españoles y latinoamericanos en tiempos de
crisis. El arranque ha sido espectacular, publicando nada menos que siete
libros a la vez. Tengo la suerte de llevar muchos años en este oficio y de conocer
a una infinidad de autores a uno y otro lado del charco, y de llevarme bien con
casi todos. Recuperar ‘Papel picado’,
de Rolo Diez, con la que ganó el premio Dashiell Hammett ha sido una de las
máximas satisfacciones. Publicar por fin en España ‘Bala morena’, del venezolano Marcos Tarré Briceño, era una obsesión
personal; que no lo hubieran editado antes certificaba la ceguera del mundo
editorial español. La novela del chileno Dauno Totoro Taulis ‘La sonrisa del caimán’ es un prodigio de
sutileza y de estructura narrativa. ‘Cuéntame
cosas que no me importe olvidar’ ha sido descubrir dentro del género a Pablo
de Aguilar con una novela muy social que habla de la España actual laminada por
la crisis. Tener a Fernando Martínez Laínez, con ‘Destruyan a Anderson’, amigo personal de hace muchos años y elemento
fundacional de la novela negra española, un lujo. Y reeditar ‘Mala hierba’ es dar nueva vida a una narración
muy actual que refleja precisamente la Norteamérica que vota a Donald Trump. Y
como broche de oro el libro ‘Relatos de
la Orilla Negra’, una antología que reúne a primerísimas figuras como Raúl
Argemí, Elia Barceló, Juan Ramón Biedma, Rolo Diez, Julián Ibáñez, Marcelo
Luján, Lorenzo Lunar, Guillermo Orsi, Guillermo Saccomanno, Mariano Sánchez
Soler o José Carlos Somoza. El trabajo es arduo, porque hay que leer muchos originales,
y a veces duro, porque hay que decir no
a amigos, y en eso soy inflexible, pero la recompensa es alta. He tenido la
inmensa suerte de tropezar con la editorial adecuada, Ediciones del Serbal, y con
una editora valiente y con empuje, Noelia Riaño, con la que la sintonía es
perfecta. Además, el diseño de la colección es impecable, nos han felicitado
por ello otras editoriales.
Súbete a una
loma, José Luis, y mira tu carrera como escritor. ¿Tras tus más de cuarenta
libros publicados, sientes que has colmado los deseos que te planteabas cuando
comenzaste a escribir? ¿Te falta algo por cumplir todavía?
He publicado lo que
he querido y he escrito lo que me ha parecido sin ningún tipo de censuras. Me
he movido dentro de una libertad absoluta en estos casi treinta años. Gracias a
la literatura he hecho grandes amigos entre los escritores y los lectores.
Escribo para mí mismo historias que me gustaría leer, como decía Manuel Vázquez
Montalbán. Soy medianamente conocido y respetado en los ambientes literarios.
Disfruto escribiendo y lo necesito como terapia de salvación personal. Si no
escribo, literalmente me ahogo. Y espero seguir haciéndolo hasta el final de
mis días. Creo que no puedo quejarme.
SOBRE JOSÉ LUIS MUÑOZ
José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) es uno de los veteranos de la novela negra española con más de cuarenta títulos a sus espaldas y algunos premios literarios como el Tigre Juan, La Sonrisa Vertical, Camilo José Cela y Café Gijón. Escribe, además, artículos de opinión en diversos medios. Los frutos literarios de sus viajes son ‘La Frontera Sur’ (México); ‘Lluvia de níquel’ (EE.UU.); ‘Patpong Road’ (Tailandia); ‘Llueve sobre La Habana’ (Cuba); y ‘La caraqueña del Maní’ (Venezuela). Su nueva novela, ‘Cazadores en la nieve’ ha conquistado el Premio de Novela Corta Ciudad de Córdoba 2016.
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