Nº 506.- Tras el éxito de su primera novela, 'El silencio del pantano', cuya adaptación cinematográfica ya está en marcha, Juanjo Braulio regresa a las librerías con un thriller literario, 'Sucios y malvados', publicado por Ediciones B, que combina una trama policiaca con una
profunda reflexión sobre la justicia, el sexo, el poder y la violencia contra
las mujeres. Al igual que en su anterior entrega, Valencia es también el
escenario de ‘Sucios y malvados’ y en la capital del Turia, minutos antes de la
presentación de su libro en la Librería Soriano de la calle Xàtiva, arropados
por una estantería repleta de volúmenes, compartí unos minutos con Juanjo para
hablar sobre su nueva historia.
Juanjo, ¿‘Sucios y malvados’ es consecuencia
del éxito de ‘El silencio del pantano’?
No, no, se trata de algo completamente
distinto. Mi idea al escribir esta novela es airear otra historia que se mueve
por cauces diferentes. Comparte con la primera el escenario de la ciudad de
Valencia, un lugar en el que me encuentro particularmente cómodo, pero nada más.
Pero, ¿si no
hubieras publicado la primera habrías escrito esta segunda novela?
Probablemente no. En esto de escribir
historias no es que yo acumule mucha experiencia, pero lo que sí tengo claro es
algo que antes oía decir a algunos escritores y no entendía: para escribir hay
que encontrarse fuerte, porque construir una novela como esta requiere un
esfuerzo considerable que te consume muchas horas, no solo de tu tiempo sino
también de una parte de ti. En cada página dejas un trocito de tu piel y si no
dispones del suficiente ánimo para hacerlo, te sientes muy frustrado. En ese
sentido, el éxito de ‘El secreto del pantano’ me encorajinó y me dijo que podía
volver a intentarlo.
Ese coraje, esa
buena disposición de ánimo, ¿te ha permitido trabajar en esta ocasión con mayor
relajación?
Mientras escribía sí, pero ahora que estoy
con las presentaciones me veo más tenso. Cuando escribes estás tan metido en
harina que no te da tiempo para pensar en otras cosas. Me editora me dijo que
me encontraba en pleno «síndrome de la segunda novela», que consiste en que
estés convencido de que la primera no te salió bien por casualidad y de que
eres capaz de escribir la segunda, porque sabes hacerlo y tienes cosas que
contar.
Curioso eso del
«síndrome de la segunda novela».
También existe el «síndrome de la tercera»,
que se produce cuando el escritor dice que no quiere que los lectores lo
encasillen en un género concreto, trata de cambiar de registro y la editora le
dice que es idiota [risas]. Particularmente, me conformo con ser capaz en cada
nueva novela de subsanar los posibles errores de la anterior, esos pequeños
fallos que sólo el escritor detecta.
¿Cómo surge la
idea para escribir ‘Sucios y malvados’?
Cada vez que me pongo a escribir me formulo
una pregunta que intento responderme. Se trata siempre de algo que me preocupa
y, como no suelo encontrar respuesta, me limito a plasmar mis pensamientos en
forma de novela.
Bueno, pues, dime ¿cuál
fue la pregunta que has tratado de responderte a ti mismo a través de ‘Sucios y
malvados’?
La pregunta que he tratado de responderme es ¿cuándo
es justa la justicia? En ‘El silencio del pantano’ me centré en el tema del
poder y ahora he tratado de dar una vuelta de tuerca. Imaginemos que un
político corrupto es detenido, juzgado y condenado a una pena de seis años. La
sentencia ha de ser ejemplarizante, correctiva y también reparadora hacia la
víctima. En este caso, parece claro que sería una resolución justa, pero pensemos
en un terrorista que mató a veinticinco personas, ¿qué pena le imponemos?
¿Veinte años? ¿Sería un castigo suficiente y razonable para reinsertarlo en la
sociedad y que no repita su fechoría? Puede que sí, pero ¿las familias de las
víctimas estarán conformes con esta sentencia? Es justo ahí, en el lugar en el
que se fija la raya, que en este caso sería muy borrosa, donde arranca mi duda,
mi interés literario.
Como escritor, mi función es no impartir
lecciones de moral ni abrir debates. Yo juego con los datos para fabular, para
hacer ficción.
A partir de la
imagen impactante de una ramera rezándole a la virgen arranca el tema de la
prostitución en la novela, ¿lo has utilizado como reivindicación o porque te venía bien para
construir la historia?
El tema de la prostitución lo aportó la
propia construcción de la novela. Es un asunto que me interesa bastante. Desde
el año 1996 comenzó a realizarse en España un censo de mujeres asesinadas por
violencia de género. Hasta entonces incluían
dentro del apartado de homicidios. Veinte años después se han producido más
crímenes por este motivo que asesinatos cometió ETA a lo largo de toda su
historia. Esto es como un terrorismo blando, violencia de baja intensidad, como
si la sociedad se estuviera tomando un potito de veneno a cucharaditas. Con la
prostitución ocurre algo parecido. En 2016 en Valencia se constató que 1.650
mujeres la ejercieron, pero seguro que hubo más. Algunos policías que conozco
me han contado que, cuando entran en un burdel, ninguna de las prostitutas que
encuentran reconoce que está allí por imposición, obligada, coaccionada. Ese
mismo año, en nuestro país la gente se gasto 550 millones de euros en entradas
de cine y 1.200 en comprar sexo. A pesar de todo, repito que mi misión no
consiste en impartir lecciones de moral ni generar debates acerca de la legalización
o no de la prostitución, yo sólo escribo ficción.
Para hablar de
todo ello, la estructura de la novela negra parece ideal, ¿no?
Sí, lo bueno que tiene la novela negra es que
puedes descender al infierno y, cuando tienes mucho miedo, enciendes la luz y
ves el armazón de cartón piedra. En el caso de la prostitución, en el fondo
este género refleja los miedos y las pesadillas de cada sociedad. Hay que tener
claro que el infierno de verdad está aquí al lado, fuera, en la calle, muy
cerca de nosotros.
Valencia siempre
fue lugar de famosos lupanares.
El burdel más conocido estaba situado entre
las calles Gutemberg y Dels Horts. Era un prostíbulo perfectamente organizado,
con médicos que atendían a las mujeres y proxenetas que estaban vigilantes para
que no se produjeran altercados. No se ejercía ni el Jueves, ni el Viernes
Santo y tampoco el Domingo de Resurrección. Si ahora es dura la vida de las
prostitutas, no quiero imaginar cómo sería la de aquellas mujeres. Y no era el
único de este estilo que había en España, pero tenía fama de mancebía bien
regulada. Todos estos detalles me han permitido jugar con esa peculiar relación
que, a lo largo del tiempo, ha mantenido Valencia con la prostitución.
Los escritores norteamericanos dedican
páginas enteras de agradecimiento a sus editores, agentes y personas que les
han ayudado durante la escritura y no tienen ninguna vergüenza en decirlo. En
España el creador parece el hombre-orquesta que lo controla y lo realiza todo
por sí mismo. En este sentido yo todavía soy periodista y los periodistas
sabemos de muchas cosas pero, en realidad, no sabemos mucho de nada. Y esa
sensación la tengo también como escritor y para determinadas cuestiones he
necesitado la ayuda de personas que entendieran de ello. Por ejemplo, en el
apartado musical de la novela, sin la ayuda de Pedro J. Viso o de José Manuel
Casañ el texto no hubiera podido funcionar.
La música juega un
papel muy importante en ‘Sucios y malvados’, ¿no?
Bueno, antes de que surgiera la música me
apareció el protagonista. Hay personajes que los tienes que fabricar porque los
necesitas, pero esos puedes cogerlos del catálogo de la literatura y están
hechos con escuadra y cartabón. Los mejores son los que te vienen, los que se
van conformando en tu imaginación y se convierten en alguien conocido. En
’Sucios y malvados’ me planteé cómo sería una persona que percibiera la vida a
través de la música. No he sido muy original en esto, hay montones de ejemplos
parecidos en el cine y la literatura, pero todo cambió cuando cayó en mis manos
un libro titulado ‘Musicofilia’ del norteamericano Oliver Sacks, que cuenta
curiosidades que se producen entre la percepción musical y el cerebro. De ahí
nació este personaje que en su infancia sufrió un episodio trágico que terminó
rompiéndole la mente y vive de continuo con la música, la marihuana y la
heroína, alternando las tres al mismo nivel. Su concepción de la música es tan
potente que le hará perder su noción de la realidad.
Para la última
pregunta de hoy regresamos al comienzo del libro, donde encontramos una llamativa
cita de Chesterton: «¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por tanto, tengo
dentro de mí todos los demonios».
Esta cita junto a las otras dos que hay al
principio cumple su función. Todos estamos a un mal día de distancia para que
nuestra vida se derrumbe y nos convirtamos en un monstruo. A mí no me interesan
los personajes blancos y negros, me gusta que se comporten de un modo
determinado, porque una serie de circunstancias les han llevado a actuar así.
Y Juanjo Braulio, con su chaqueta azul
marino, camisa blanca y corbata morada, se internó entre los invitados a la
presentación de su novela. El escritor Sebastián Roa actuó de introductor de
embajadores, bien secundado a continuación por José Manuel Casañ y por el
propio Juanjo. Después, Casañ y Braulio, guitarra en ristre, interpretaron ante
el público asistente ‘Acuarela’, un tema original de Vinicius de Moraes, cuya
versión le cedió el músico valenciano a Juanjo Braulio para su inclusión en ‘Sucios
y malvados’.
Juanjo Braulio nació en Valencia en 1972. Está graduado en Enseñanzas Artísticas por la Sankt Eskils Skola de Eskilstuna (Suecia) y licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Politécnica de Valencia. Periodista y escritor, empezó su carrera en la delegación valenciana de Diario 16, desde el que pasó a Las Provincias, donde fue redactor de Medio Ambiente, Municipal, Política y jefe de Opinión. Posteriormente fue jefe de Informativos de Ràdio Nou y colaborador del Suplemento Semanal (Grupo Vocento), la agencia Colpisa y el diario ABC. Un compendio de sus columnas de opinión fue publicado bajo el título ‘La escalera de Jacob’ (2004). También es autor de ‘En Ítaca hace frío’ (2014), un libro de viajes sobre Suecia. Tras muchos años contando verdades que parecían mentira, con su primera novela, ‘El silencio del pantano’, decidió que había llegado la hora de contar mentiras para decir verdades.